Lance Turner
Shirogami
06-10-2024, 04:18 PM
El nuevo día del aquel verano amaneció con un aire cargado de expectativas. El mercado de Rostock no había cambiado en apariencia, pero entre los tenderos había una especie de emoción ante la nueva estrategia que iban a llevar a cabo en ese día. Había rumores en el aire de una nueva escultura puesta por el gobierno, una que hace honor a una heroína caída en combate tras salvar a toda una nación. Eran palabras dichas entre dientes por los comerciantes, pero que pronto se dispersó por todo el lugar. Muchos de los ciudadanos de aquel lugar se inclinaban frente a la estatua, como gesto de respeto y honor por lo brava que había sido aquella heroína, mientras que los más jóvenes se limitaban a sonreír nerviosos cada vez que observaban la estatua de bronce. Sus sueños de llegar a ser iguales que ellas en sus proezas, hacían que incluso los no tan pequeños, jugasen a piratas y marines interpretando que son héroes dispuestos a entregar sus vidas por el bien de la población. No obstante, esta hermosa y magnífica estatua, en realidad, no era más que Sowon, camuflada a plena vista.
Aunque su propuesta había parecido una broma al comienzo, la anciana que tomó la palabra en aquella conversación nocturna, fue la que aprobó la idea. En la cabeza de varios tenderos resonaban sus palabras cada vez que miraban la estatua: "En ocasiones, lo que tenemos más a la vista, es aquello que más pasa desapercibido".
El sol comenzaba a elevarse, proyectando largas sombras sobre el adoquinado de la plaza central. Los puestos de baratijas ya estaban completamente operativos, y una fila de clientes comenzaba a recorrer las callejuelas entre las carpas coloridas. Para los transeúntes, la estatua que presidía el centro del mercado sólo era llamativa la primera vez que la veían, después, tras comentarla, no era más que un detalle ornamental. Un gigante de bronce con cuernos, una espada imponente en el regazo y una pose desafiante, que parecía una adición artística reciente al bullicioso ambiente. Nadie, salvo los comerciantes que conocían el plan, sospechaba que dentro de esa estatua descansaba la feroz guerrera oni.
Sowon, inmóvil bajo su gruesa capa de pintura metálica, podía sentir la tensión en sus músculos, e incluso su respiración estaba controlada, suave y pausada, mientras su mente se mantenía alerta, repasando una y otra vez los movimientos necesarios para actuar en cuanto esos dos jóvenes bandidos aparecieran.
El tiempo parecía estirarse mientras el día seguía avanzando, y fue justo cuando llegó el mediodía, cuando el mercado estaba en su apogeo y con el sol cayendo implacablemente sobre la plaza, que dos siluetas furtivas, adolescentes, se movían con una agilidad sospechosa entre los puestos. Estos observaban a su alrededor con ojos demasiado atentos para ser simples compradores.
Uno de ellos, el más alto y probablemente el líder, tenía un aire de suficiencia en su sonrisa ladeada, como si ya hubiese ganado esta partida incluso antes de haberla empezado. El otro, más bajo y nervioso, parecía menos convencido, mirando a su compañero con incertidumbre.
Cuando estos jóvenes estaban al acecho, uno de los tenderos comenzó a anunciar su producto, tal y como era habitual. No obstante, ese día todavía no lo había hecho, pues era la señal acordada para cuando los chicos estuviesen presentes, comenzar a gritar ofertas y señalando al tendero de enfrente para preguntarle si quería que le guardase algo tras la jornada del día. Al señalarlo a él, estaba indicando también dónde se encontraban los pequeños rufianes, usando gestos y señales comunes del día a día para no llamar la atención. La tienda a la que señalaba, no era otra que una frutería enorme con una gran variedad de producto.
Los jóvenes, por el momento no parecían querer actuar, pasando de largo de aquella frutería hasta llegar a otra más exclusiva, pero muy cerca de la enorme escultura de bronce que allí erguía en el centro de la plaza. Se trataba de un puesto que sólo exponía su producto una vez por semana debido a la dificultad de obtener sus productos, uno lleno de telas finas y joyas pequeñas pero valiosas, lo suficientemente cerca de la estatua como para que ella pudiese oír las palabras susurradas entre ambos.
- ¿Estás seguro de esto? - Murmuró el más bajo, nervioso. - La última vez casi nos pillan.
El líder, con una risa suave y despreocupada, respondió de inmediato con mucha calma y picardía.
- Relájate, idiota. - Dijo sin aguardar un solo segundo a que el pequeño diera más fuerza a sus temores. - Ya te dije que no hay nada que temer. La vieja no tiene el valor de denunciarnos. Además, ¿Quién va a decir algo en un lugar como este? Nos están rogando que les robemos.
Los muchachos comenzaron a tantear el terreno, deslizando manos rápidas por encima de las telas, mientras fingían ser simples clientes interesados. El líder hizo un gesto con la cabeza, indicando a su compañero que estaba listo para actuar. Fue entonces cuando el chico más bajo se inclinó para deslizar una joya dentro de su bolsillo, hasta introducirla en él.
Aunque su propuesta había parecido una broma al comienzo, la anciana que tomó la palabra en aquella conversación nocturna, fue la que aprobó la idea. En la cabeza de varios tenderos resonaban sus palabras cada vez que miraban la estatua: "En ocasiones, lo que tenemos más a la vista, es aquello que más pasa desapercibido".
El sol comenzaba a elevarse, proyectando largas sombras sobre el adoquinado de la plaza central. Los puestos de baratijas ya estaban completamente operativos, y una fila de clientes comenzaba a recorrer las callejuelas entre las carpas coloridas. Para los transeúntes, la estatua que presidía el centro del mercado sólo era llamativa la primera vez que la veían, después, tras comentarla, no era más que un detalle ornamental. Un gigante de bronce con cuernos, una espada imponente en el regazo y una pose desafiante, que parecía una adición artística reciente al bullicioso ambiente. Nadie, salvo los comerciantes que conocían el plan, sospechaba que dentro de esa estatua descansaba la feroz guerrera oni.
Sowon, inmóvil bajo su gruesa capa de pintura metálica, podía sentir la tensión en sus músculos, e incluso su respiración estaba controlada, suave y pausada, mientras su mente se mantenía alerta, repasando una y otra vez los movimientos necesarios para actuar en cuanto esos dos jóvenes bandidos aparecieran.
El tiempo parecía estirarse mientras el día seguía avanzando, y fue justo cuando llegó el mediodía, cuando el mercado estaba en su apogeo y con el sol cayendo implacablemente sobre la plaza, que dos siluetas furtivas, adolescentes, se movían con una agilidad sospechosa entre los puestos. Estos observaban a su alrededor con ojos demasiado atentos para ser simples compradores.
Uno de ellos, el más alto y probablemente el líder, tenía un aire de suficiencia en su sonrisa ladeada, como si ya hubiese ganado esta partida incluso antes de haberla empezado. El otro, más bajo y nervioso, parecía menos convencido, mirando a su compañero con incertidumbre.
Cuando estos jóvenes estaban al acecho, uno de los tenderos comenzó a anunciar su producto, tal y como era habitual. No obstante, ese día todavía no lo había hecho, pues era la señal acordada para cuando los chicos estuviesen presentes, comenzar a gritar ofertas y señalando al tendero de enfrente para preguntarle si quería que le guardase algo tras la jornada del día. Al señalarlo a él, estaba indicando también dónde se encontraban los pequeños rufianes, usando gestos y señales comunes del día a día para no llamar la atención. La tienda a la que señalaba, no era otra que una frutería enorme con una gran variedad de producto.
Los jóvenes, por el momento no parecían querer actuar, pasando de largo de aquella frutería hasta llegar a otra más exclusiva, pero muy cerca de la enorme escultura de bronce que allí erguía en el centro de la plaza. Se trataba de un puesto que sólo exponía su producto una vez por semana debido a la dificultad de obtener sus productos, uno lleno de telas finas y joyas pequeñas pero valiosas, lo suficientemente cerca de la estatua como para que ella pudiese oír las palabras susurradas entre ambos.
- ¿Estás seguro de esto? - Murmuró el más bajo, nervioso. - La última vez casi nos pillan.
El líder, con una risa suave y despreocupada, respondió de inmediato con mucha calma y picardía.
- Relájate, idiota. - Dijo sin aguardar un solo segundo a que el pequeño diera más fuerza a sus temores. - Ya te dije que no hay nada que temer. La vieja no tiene el valor de denunciarnos. Además, ¿Quién va a decir algo en un lugar como este? Nos están rogando que les robemos.
Los muchachos comenzaron a tantear el terreno, deslizando manos rápidas por encima de las telas, mientras fingían ser simples clientes interesados. El líder hizo un gesto con la cabeza, indicando a su compañero que estaba listo para actuar. Fue entonces cuando el chico más bajo se inclinó para deslizar una joya dentro de su bolsillo, hasta introducirla en él.