Sowon
Luna Sangrienta
06-10-2024, 06:50 PM
La misión se había convertido en una prueba de paciencia, mucha paciencia, el estar quieta no era problema pero lentamente el sol sobre su espalda comenzaba a incomodarle, no era extraño que los diferentes comerciantes estuvieran vigilando al acecho de los rufianes. Ese día los cazadores eran presas y las presas ansiosos depredadores, la idea era asustarles un poco ya le habían repetido en incontables ocasiones que no traería un buen ejemplo cortarlos por la mitad o empalarlos en el medio de la plaza. Siendo aquellas las ideas más suaves de la Oni, en cambio los comerciantes le brindaron un libreto, un papel a interpretar con el uso de su carisma al momento indicado. La idea era en palabras de la anciana "jugar a ser una guerrera", debía impresionar a todos con palabras certeras y una gran puesta en escena. Cosa que en el arte de dramatizar y llamar la atención la Oni era muy buena, repasaba el libreto en su cabeza a medida que el día avanzaba hasta que finalmente la señal se produjo.
Sus ojos rondaron por la zona hasta dar con un par particular, murmuraban entre ellos y parecían estar marcando los puestos para ver cual estaba más vulnerable. A sus ojos simples hormigas de tamaño normal, pero su paciencia le ayudó a captar algo, uno de ellos parecía más vulnerable a ser intimidado. Era más pequeño que el otro, sus nervios se notaban al temblar como una hoja, a lo mejor solo estaba ahí por temor al otro. Pero ambos eran meros crios, vulnerables y que se llevarían una grata sorpresa aquel día, clavó su enorrme espadón en el suelo haciendo temblar la tierra para llamar la atención del duo. Era momento de brillar, infló su pecho orgullosa mientras se levantaba del trono lentamente, segura de añadir suficiente drama como si su cuerpo de bronce estuviese recuperando de forma antinatural el movimiento.
—¡Ustedes mancillan el honor de su familia! ¿Acaso así se les instruye a las nuevas generaciones? En mis tiempos, oh en mis tiempos, un acto de tal crueldad era castigado con el fuego sagrado, los cuerpos eran arrojados al mar tras incinerarse y así encontraban su redención en una nueva vida. ¿Eso buscan pequeñas hormigas?—
Rugió con voz estrepidante, posando sus ojos en aquel que había tomado algo del puesto, no sabía que era pero estaba segura que lo había visto. Le señaló con uno de sus dedos, la diferencia de tamaños era tal que el dedo por poco llegaba a hacer sombra sobre su cabeza, el sol le pegaba de espaldas por lo que su gigantesca sombra parecía cubrir con un manto de oscuridad no solo a los chicos si no al puesto en sí.
—Ladrón, ¿Cómo te atreves a robar frente a mi monumento? Devuelve eso que no te pertenece, no me hagas enfadar ya que esta enorme espada que aprecias frente a tu cabeza se ha llevado la vida de cientos de enemigos. No me gusta usarla contra basura, pero quienes mienten y roban son un caso especial...—
Levantó la enorme espada hacia el sol y luego realizó un movimiento de advertencia, un simple deslizamiento de la hoja de lado a lado pero que envió un poderoso viento contra los jóvenes. Un viento como esas brisas tormentosas del verano, que le pondrían la piel de gallina a cualquiera. La escena no pasó desapercibida para los puesteros quienes comenzaron con su parte del acto, describiendo como le habían robado, como cada día se habían dedicado a nutrirse como parásitos del trabajo ajeno. Y claro la presión popular ahora que la estatua había cobrado vida por un sacrilegio, que las leyendas de los Oni se magnificaba en un abucheo al duo. La mujer volvió a levantar la voz, recostando la empuñadura de su arma en su hombro.
—¿Es esta la vida que quieren vivir? Mancillando el nombre de quienes arriesgan su vida por el pueblo, por quienes han jurado protegerlas, ustedes dos son todavía jóvenes para cambiar ese destino. Pueden dejar esta vida o mi espada estará encantada de que la abandonen por completo. Ustedes tienen la oportunidad, una única oportunidad, porque cuando una guerrera levanta su arma es para utilizarla.—
Sonrió con una mueca salvaje, el espíritu de la antigua guerrera parecía haber vuelto del mismo infierno y su gigantesca espada volvió a clavarse esta vez con mayor suavidad. Era un gesto de advertencia, lo próximo en lo que se clavaría era en la cabeza de alguien, los clientes y puesteros se habían congregado alrededor de la estatua y los jóvenes, juzgando con sus ojos de desaprovación a ambos, si alguno de los dos no se había desmayado por esa aparición de seguro estaría a punto de hacerlo. Observó a los puesteros, parecían satisfechos con la puesta en escena, había sido un buen discurso y un gran susto solo restaba ver si debería utilizar su espada para dar una lección un poco más a su estilo o si con eso bastaba.
Sus ojos rondaron por la zona hasta dar con un par particular, murmuraban entre ellos y parecían estar marcando los puestos para ver cual estaba más vulnerable. A sus ojos simples hormigas de tamaño normal, pero su paciencia le ayudó a captar algo, uno de ellos parecía más vulnerable a ser intimidado. Era más pequeño que el otro, sus nervios se notaban al temblar como una hoja, a lo mejor solo estaba ahí por temor al otro. Pero ambos eran meros crios, vulnerables y que se llevarían una grata sorpresa aquel día, clavó su enorrme espadón en el suelo haciendo temblar la tierra para llamar la atención del duo. Era momento de brillar, infló su pecho orgullosa mientras se levantaba del trono lentamente, segura de añadir suficiente drama como si su cuerpo de bronce estuviese recuperando de forma antinatural el movimiento.
—¡Ustedes mancillan el honor de su familia! ¿Acaso así se les instruye a las nuevas generaciones? En mis tiempos, oh en mis tiempos, un acto de tal crueldad era castigado con el fuego sagrado, los cuerpos eran arrojados al mar tras incinerarse y así encontraban su redención en una nueva vida. ¿Eso buscan pequeñas hormigas?—
Rugió con voz estrepidante, posando sus ojos en aquel que había tomado algo del puesto, no sabía que era pero estaba segura que lo había visto. Le señaló con uno de sus dedos, la diferencia de tamaños era tal que el dedo por poco llegaba a hacer sombra sobre su cabeza, el sol le pegaba de espaldas por lo que su gigantesca sombra parecía cubrir con un manto de oscuridad no solo a los chicos si no al puesto en sí.
—Ladrón, ¿Cómo te atreves a robar frente a mi monumento? Devuelve eso que no te pertenece, no me hagas enfadar ya que esta enorme espada que aprecias frente a tu cabeza se ha llevado la vida de cientos de enemigos. No me gusta usarla contra basura, pero quienes mienten y roban son un caso especial...—
Levantó la enorme espada hacia el sol y luego realizó un movimiento de advertencia, un simple deslizamiento de la hoja de lado a lado pero que envió un poderoso viento contra los jóvenes. Un viento como esas brisas tormentosas del verano, que le pondrían la piel de gallina a cualquiera. La escena no pasó desapercibida para los puesteros quienes comenzaron con su parte del acto, describiendo como le habían robado, como cada día se habían dedicado a nutrirse como parásitos del trabajo ajeno. Y claro la presión popular ahora que la estatua había cobrado vida por un sacrilegio, que las leyendas de los Oni se magnificaba en un abucheo al duo. La mujer volvió a levantar la voz, recostando la empuñadura de su arma en su hombro.
—¿Es esta la vida que quieren vivir? Mancillando el nombre de quienes arriesgan su vida por el pueblo, por quienes han jurado protegerlas, ustedes dos son todavía jóvenes para cambiar ese destino. Pueden dejar esta vida o mi espada estará encantada de que la abandonen por completo. Ustedes tienen la oportunidad, una única oportunidad, porque cuando una guerrera levanta su arma es para utilizarla.—
Sonrió con una mueca salvaje, el espíritu de la antigua guerrera parecía haber vuelto del mismo infierno y su gigantesca espada volvió a clavarse esta vez con mayor suavidad. Era un gesto de advertencia, lo próximo en lo que se clavaría era en la cabeza de alguien, los clientes y puesteros se habían congregado alrededor de la estatua y los jóvenes, juzgando con sus ojos de desaprovación a ambos, si alguno de los dos no se había desmayado por esa aparición de seguro estaría a punto de hacerlo. Observó a los puesteros, parecían satisfechos con la puesta en escena, había sido un buen discurso y un gran susto solo restaba ver si debería utilizar su espada para dar una lección un poco más a su estilo o si con eso bastaba.