Silver
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07-10-2024, 01:35 AM
El sonido de la cadena al ser bloqueada por Dharkel resonó en el aire. El impacto en su brazo fue fuerte, doloroso, y el espadachín notó la quemazón cuando se cortó a sí mismo en el proceso de cambiar la katana de mano. Sin embargo, su entrenamiento y experiencia le permitieron usar ese impulso a su favor. Aprovechando el tirón del secuestrador, Dharkel se lanzó hacia adelante, recogiendo su katana del suelo en un salto desesperado.
El líder de los secuestradores, confiado hasta ese momento, no esperaba una reacción tan rápida. El tajo diagonal de Dharkel le golpeó de lleno en el torso, cortando a través de su capa y clavándose en su carne. Un grito de dolor desgarró la quietud del muelle, y el hombre cayó hacia atrás, tambaleándose mientras se aferraba a su herida, con sangre goteando entre sus dedos.
— ¡Pagarás por esto! —gritó, con una mezcla de furia y desesperación en su voz.
El líder de los secuestradores se tambaleó hacia atrás, aferrándose con fuerza a la herida, donde la katana de Dharkel había dejado una profunda y sangrienta marca. Sus ojos, llenos de rabia, se encontraron por un momento con los del espadachín, pero detrás de esa furia, una chispa de miedo comenzó a brillar. Era un hombre acostumbrado a estar al mando, a manejar con mano dura a quienes cayeran en sus garras, pero ahora... la situación había cambiado. El dolor lacerante en su torso y la sangre que brotaba entre sus dedos le recordaban que, por primera vez en mucho tiempo, no tenía el control.
Los gritos de sus compañeros heridos y el sonido de un disparo resonando en la distancia sólo confirmaron lo que ya sabía: la batalla no estaba a su favor. Cada segundo que pasaba era una oportunidad menos para escapar con vida.
Respiró hondo, tratando de mantener la compostura, pero su rostro lo traicionaba. El sudor descendía por su frente, y sus manos, temblorosas por el dolor, no lograban sujetar con fuerza la cadena que aún colgaba débilmente de su brazo. Sabía que, si seguía luchando, no tendría ninguna oportunidad de sobrevivir. Dharkel estaba más cerca, más preparado, y a pesar de las heridas que ambos sufrían, el espadachín aún podía pelear. Pero él... él solo podía sangrar.
En un acto de pura cobardía, el líder decidió que su vida valía más que su orgullo o las monedas que le pagasen. Dio un paso atrás, soltando la cadena, que cayó al suelo con un estruendo metálico. La mirada que lanzó a Dharkel fue una mezcla de odio y resignación, un recordatorio de que, aunque huía, no olvidaría la humillación de aquella noche.
— Esto no ha terminado... —murmuró con voz ronca, apenas un susurro entre dientes.
Y entonces, con una rapidez sorprendente para alguien en su estado, se giró sobre sus talones y comenzó a correr, tambaleándose al principio, pero ganando velocidad conforme se adentraba en las sombras. Las calles y callejones del muelle viejo ofrecían innumerables escondites, pasadizos y rutas que conocía bien. Si lograba perderse en la red de oscuros callejones, tal vez podría sobrevivir para vengarse algún día. O al menos, eso esperaba mientras sus pasos resonaban en la noche, alejándose rápidamente del combate.
Desde su escondite, Rocket aguardaba con la paciencia de un cazador experimentado. Cada músculo en su pequeño cuerpo estaba tenso, preparado para saltar en el momento adecuado. A pesar de la cautela con la que el último secuaz se movía, no tenía ni idea de la trampa que le esperaba. El matón avanzaba lentamente, confiado en que había rastreado con precisión la ubicación del tirador. Su respiración era pesada, el crujido de sus pasos sobre los escombros rompía el silencio, pero en su mente, ya había ganado la ventaja. Creía que, una vez más, controlaba la situación.
Pero Rocket era todo menos predecible. Cuando el secuestrador estaba a solo unos pasos de su escondite, el pequeño mapache emergió de las sombras con la velocidad de un rayo. El enemigo apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que un puñetazo directo se dirigiera hacia su rostro, un golpe rápido y fuerte. El secuestrador, sorprendido, levantó los brazos instintivamente para bloquearlo, confiando en su experiencia para desviar el ataque.
Pero justo ahí estaba la clave. Rocket había previsto su reacción desde el principio. El golpe al rostro no era más que una finta, un señuelo cuidadosamente planeado. En una fracción de segundo, cambió su objetivo, y antes de que el matón pudiera darse cuenta de lo que ocurría, el verdadero golpe descendió, brutal y preciso, hacia sus partes nobles. El efecto fue inmediato y devastador.
Un grito sofocado salió de la garganta del secuestrador al sentir el impacto en su zona más vulnerable. Sus ojos se abrieron de par en par por el dolor, pero el sonido quedó atrapado en su pecho cuando su cuerpo se dobló sobre sí mismo. Cayó al suelo con un golpe sordo, incapaz de soportar el dolor que lo atravesaba como una ola imparable. El matón intentó mantener la conciencia, pero el shock del golpe fue demasiado para él. Sus piernas fallaron, y con un último espasmo de dolor, se desplomó, inconsciente, derrotado de manera rápida y eficiente por el pequeño Rocket.
El mapache, satisfecho con su trabajo, observó al secuaz tendido a sus pies. No necesitaba confirmar si había acabado con él, podía estar seguro de el golpe había sido suficiente para incapacitarlo. Ahora, lo más importante era asegurarse de que no quedaran otras amenazas.
Con un vistazo rápido a su alrededor, escaneó el área, comprobando que todo estaba bajo control. No sabía si Dharkel aún estaba enfrascado en su propia batalla, pero con su enemigo neutralizado, ya tenía la ventaja de poder moverse con libertad y asistir si fuera necesario.
El combate no había sido nada fácil, pero con una combinación de astucia, precisión y algo de sucia táctica, Rocket había demostrado una vez más que, incluso en el cuerpo más pequeño, se puede encontrar un enemigo formidable.
Ambos lo habían logrado. Dharkel había dejado gravemente herido al líder de los secuestradores, quien ahora huía desesperadamente en un intento de salvar su vida. Rocket, por su parte, había incapacitado al último matón con un ataque certero y sorprendente.
Los alrededores del muelle quedaron en silencio nuevamente, salvo por los gemidos de los heridos. Uno de los secuaces estaba muerto por el disparo de Rocket, pero los otros dos seguían con vida: uno herido de gravedad, retorciéndose en el suelo, y el otro inconsciente por el golpe.
Habían vencido, pero aún quedaba una tarea crucial: obtener la información que buscaban.
El líder de los secuestradores, confiado hasta ese momento, no esperaba una reacción tan rápida. El tajo diagonal de Dharkel le golpeó de lleno en el torso, cortando a través de su capa y clavándose en su carne. Un grito de dolor desgarró la quietud del muelle, y el hombre cayó hacia atrás, tambaleándose mientras se aferraba a su herida, con sangre goteando entre sus dedos.
— ¡Pagarás por esto! —gritó, con una mezcla de furia y desesperación en su voz.
El líder de los secuestradores se tambaleó hacia atrás, aferrándose con fuerza a la herida, donde la katana de Dharkel había dejado una profunda y sangrienta marca. Sus ojos, llenos de rabia, se encontraron por un momento con los del espadachín, pero detrás de esa furia, una chispa de miedo comenzó a brillar. Era un hombre acostumbrado a estar al mando, a manejar con mano dura a quienes cayeran en sus garras, pero ahora... la situación había cambiado. El dolor lacerante en su torso y la sangre que brotaba entre sus dedos le recordaban que, por primera vez en mucho tiempo, no tenía el control.
Los gritos de sus compañeros heridos y el sonido de un disparo resonando en la distancia sólo confirmaron lo que ya sabía: la batalla no estaba a su favor. Cada segundo que pasaba era una oportunidad menos para escapar con vida.
Respiró hondo, tratando de mantener la compostura, pero su rostro lo traicionaba. El sudor descendía por su frente, y sus manos, temblorosas por el dolor, no lograban sujetar con fuerza la cadena que aún colgaba débilmente de su brazo. Sabía que, si seguía luchando, no tendría ninguna oportunidad de sobrevivir. Dharkel estaba más cerca, más preparado, y a pesar de las heridas que ambos sufrían, el espadachín aún podía pelear. Pero él... él solo podía sangrar.
En un acto de pura cobardía, el líder decidió que su vida valía más que su orgullo o las monedas que le pagasen. Dio un paso atrás, soltando la cadena, que cayó al suelo con un estruendo metálico. La mirada que lanzó a Dharkel fue una mezcla de odio y resignación, un recordatorio de que, aunque huía, no olvidaría la humillación de aquella noche.
— Esto no ha terminado... —murmuró con voz ronca, apenas un susurro entre dientes.
Y entonces, con una rapidez sorprendente para alguien en su estado, se giró sobre sus talones y comenzó a correr, tambaleándose al principio, pero ganando velocidad conforme se adentraba en las sombras. Las calles y callejones del muelle viejo ofrecían innumerables escondites, pasadizos y rutas que conocía bien. Si lograba perderse en la red de oscuros callejones, tal vez podría sobrevivir para vengarse algún día. O al menos, eso esperaba mientras sus pasos resonaban en la noche, alejándose rápidamente del combate.
Desde su escondite, Rocket aguardaba con la paciencia de un cazador experimentado. Cada músculo en su pequeño cuerpo estaba tenso, preparado para saltar en el momento adecuado. A pesar de la cautela con la que el último secuaz se movía, no tenía ni idea de la trampa que le esperaba. El matón avanzaba lentamente, confiado en que había rastreado con precisión la ubicación del tirador. Su respiración era pesada, el crujido de sus pasos sobre los escombros rompía el silencio, pero en su mente, ya había ganado la ventaja. Creía que, una vez más, controlaba la situación.
Pero Rocket era todo menos predecible. Cuando el secuestrador estaba a solo unos pasos de su escondite, el pequeño mapache emergió de las sombras con la velocidad de un rayo. El enemigo apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que un puñetazo directo se dirigiera hacia su rostro, un golpe rápido y fuerte. El secuestrador, sorprendido, levantó los brazos instintivamente para bloquearlo, confiando en su experiencia para desviar el ataque.
Pero justo ahí estaba la clave. Rocket había previsto su reacción desde el principio. El golpe al rostro no era más que una finta, un señuelo cuidadosamente planeado. En una fracción de segundo, cambió su objetivo, y antes de que el matón pudiera darse cuenta de lo que ocurría, el verdadero golpe descendió, brutal y preciso, hacia sus partes nobles. El efecto fue inmediato y devastador.
Un grito sofocado salió de la garganta del secuestrador al sentir el impacto en su zona más vulnerable. Sus ojos se abrieron de par en par por el dolor, pero el sonido quedó atrapado en su pecho cuando su cuerpo se dobló sobre sí mismo. Cayó al suelo con un golpe sordo, incapaz de soportar el dolor que lo atravesaba como una ola imparable. El matón intentó mantener la conciencia, pero el shock del golpe fue demasiado para él. Sus piernas fallaron, y con un último espasmo de dolor, se desplomó, inconsciente, derrotado de manera rápida y eficiente por el pequeño Rocket.
El mapache, satisfecho con su trabajo, observó al secuaz tendido a sus pies. No necesitaba confirmar si había acabado con él, podía estar seguro de el golpe había sido suficiente para incapacitarlo. Ahora, lo más importante era asegurarse de que no quedaran otras amenazas.
Con un vistazo rápido a su alrededor, escaneó el área, comprobando que todo estaba bajo control. No sabía si Dharkel aún estaba enfrascado en su propia batalla, pero con su enemigo neutralizado, ya tenía la ventaja de poder moverse con libertad y asistir si fuera necesario.
El combate no había sido nada fácil, pero con una combinación de astucia, precisión y algo de sucia táctica, Rocket había demostrado una vez más que, incluso en el cuerpo más pequeño, se puede encontrar un enemigo formidable.
Ambos lo habían logrado. Dharkel había dejado gravemente herido al líder de los secuestradores, quien ahora huía desesperadamente en un intento de salvar su vida. Rocket, por su parte, había incapacitado al último matón con un ataque certero y sorprendente.
Los alrededores del muelle quedaron en silencio nuevamente, salvo por los gemidos de los heridos. Uno de los secuaces estaba muerto por el disparo de Rocket, pero los otros dos seguían con vida: uno herido de gravedad, retorciéndose en el suelo, y el otro inconsciente por el golpe.
Habían vencido, pero aún quedaba una tarea crucial: obtener la información que buscaban.