Ubben Sangrenegra
Loki
07-10-2024, 04:14 AM
La elección de la playa había sido un movimiento estratégico, una maniobra inteligente que te daba la ventaja que tanto necesitabas. La distancia del bullicioso pueblo y la proximidad al vasto e indomable mar te proporcionaban un refugio natural, un espacio seguro lejos de aquellos que te buscaban con tanta insistencia. Aquí, donde la civilización apenas tocaba la costa, podías respirar con más calma, dejar que la brisa marina te envolviera mientras contemplabas el cielo tornándose en una espectacular gama de naranjas y rojos conforme el sol descendía. La luz del atardecer acariciaba las olas, creando reflejos dorados que danzaban sobre la superficie del agua, y por un breve instante, una sensación de paz te recorrió, como si el mundo hubiera decidido darte una tregua.
Pero, al caer la noche, esa calma se desvaneció lentamente. A medida que el cielo se oscurecía y el sonido de las olas se convertía en un eco lejano, la inquietante sensación de ser observada volvió a apoderarse de ti, instalándose en tu mente con una persistencia incómoda. El aire se volvió más frío, y el susurro del viento, que antes era reconfortante, comenzó a resonar como un presagio tétrico. Esa misma brisa, cada vez más fuerte, silbaba a través de los árboles cercanos, amplificando la sensación de que algo no estaba bien. Algo se ocultaba en las sombras, pero no podías precisar qué. Entonces, desde la lejanía, justo donde los árboles y matorrales se alzaban como oscuros guardianes, escuchaste un sonido. Era sutil, un crujido apenas perceptible, como si alguien o algo se moviera con cuidado, tratando de permanecer oculto. Entre el susurro del viento y el suave romper de las olas, ese pequeño ruido destacaba, haciéndote dudar de tus propios sentidos.
El viento, que ya era fuerte, comenzó a azotar con más intensidad, haciendo que las ramas de los árboles crujieran y los matorrales se sacudieran en una danza espeluznante. El silbido en tus oídos, frío y cortante, le añadía un toque más tétrico a la escena. Y entonces, los ruidos aumentaron. Lo que al principio parecía ser solo el viento agitando las ramas se transformó en algo más. Algo, definitivamente, se ocultaba allí, en los matorrales, algo que emitía quejidos ahogados, como si luchara por no ser descubierto. Tu cuerpo se tensó en anticipación mientras aguardabas lo inevitable. De repente, el misterio se desveló de la manera más inesperada. Dos figuras emergieron torpemente de entre los matorrales, tropezando y cayendo al suelo a la distancia, justo frente a ti. Eran dos personas, medio desnudas y completamente despeinadas, claramente inmersas en un fervoroso encuentro pasional. Un par de amantes que habían decidido buscar intimidad en la espesura del bosque, ajenos a todo lo demás, perdidos en su propio mundo de deseo. Por un momento, la tensión se desvaneció y una mezcla de alivio y sorpresa te invadió. Sus risas sofocadas y el rubor en sus rostros te recordaron que el mundo seguía siendo un lugar impredecible.
Sin embargo, justo cuando apartaste la mirada de esa escena carnal, el peligro real se presentó de forma abrupta. Un brazo fuerte y rápido se deslizó detrás de ti, cubriendo tu boca antes de que pudieras reaccionar. En un parpadeo, alguien saltó sobre ti, inmovilizándote bajo el peso de su cuerpo. Fue un movimiento tan ágil y preciso que solo habrías podido preverlo si hubieras estado usando Haki, pero la sorpresa y la arena bajo tus pies te habrían dejado sin opción de escape de todas maneras. El peso de esa figura sobre ti era sofocante, aplastándote contra el suelo, pero lo que más te impactó no fue la brusquedad del ataque, sino el aroma que llegó a tu nariz. Era una fragancia familiar, una que te transportaba a un pasado que creías haber dejado atrás.
El olor te resultaba conocido, pero en medio de la confusión no podías recordar exactamente de quién era. Entonces, al observar detenidamente el rostro que se inclinaba sobre el tuyo, todo se aclaró. Era Celine. La sirena que habías conocido en aquel asentamiento hace un tiempo, y que seguía tan imponente como la recordabas. Sus ojos plateados brillaban bajo la luz de la luna, y su cabello plateado enmarcaba su rostro afilado con la misma elegancia de antaño. Su cuerpo, notablemente más grande que el tuyo, te mantenía firmemente sujeta. Pero había algo diferente en ella esta vez, algo que capturó toda tu atención. En lugar de la característica cola de sirena que solía llevar, ahora tenía dos piernas humanas, aunque cubiertas con escamas plateadas que brillaban bajo la luz tenue.
—¿Qué crees que haces en tierra firme?— preguntó Celine en un susurro irritado, su voz cargada de exasperación mientras mantenía su mano firmemente sobre tu boca. Podías sentir la tensión en su cuerpo, una mezcla de preocupación y molestia palpable. —¿Acaso quieres que algún humano te secuestre y te venda?— susurró de nuevo, esta vez con un tono más preocupado, como si no pudiera creer que te hubiera encontrado en una situación tan arriesgada. El acecho constante que habías sentido esos días no era fruto de tu imaginación; era, en realidad, una sombra del pasado que había vuelto a alcanzarte, trayendo consigo recuerdos y viejos temores, como una ola que finalmente regresa a la orilla tras un largo viaje en el mar.
Pero, al caer la noche, esa calma se desvaneció lentamente. A medida que el cielo se oscurecía y el sonido de las olas se convertía en un eco lejano, la inquietante sensación de ser observada volvió a apoderarse de ti, instalándose en tu mente con una persistencia incómoda. El aire se volvió más frío, y el susurro del viento, que antes era reconfortante, comenzó a resonar como un presagio tétrico. Esa misma brisa, cada vez más fuerte, silbaba a través de los árboles cercanos, amplificando la sensación de que algo no estaba bien. Algo se ocultaba en las sombras, pero no podías precisar qué. Entonces, desde la lejanía, justo donde los árboles y matorrales se alzaban como oscuros guardianes, escuchaste un sonido. Era sutil, un crujido apenas perceptible, como si alguien o algo se moviera con cuidado, tratando de permanecer oculto. Entre el susurro del viento y el suave romper de las olas, ese pequeño ruido destacaba, haciéndote dudar de tus propios sentidos.
El viento, que ya era fuerte, comenzó a azotar con más intensidad, haciendo que las ramas de los árboles crujieran y los matorrales se sacudieran en una danza espeluznante. El silbido en tus oídos, frío y cortante, le añadía un toque más tétrico a la escena. Y entonces, los ruidos aumentaron. Lo que al principio parecía ser solo el viento agitando las ramas se transformó en algo más. Algo, definitivamente, se ocultaba allí, en los matorrales, algo que emitía quejidos ahogados, como si luchara por no ser descubierto. Tu cuerpo se tensó en anticipación mientras aguardabas lo inevitable. De repente, el misterio se desveló de la manera más inesperada. Dos figuras emergieron torpemente de entre los matorrales, tropezando y cayendo al suelo a la distancia, justo frente a ti. Eran dos personas, medio desnudas y completamente despeinadas, claramente inmersas en un fervoroso encuentro pasional. Un par de amantes que habían decidido buscar intimidad en la espesura del bosque, ajenos a todo lo demás, perdidos en su propio mundo de deseo. Por un momento, la tensión se desvaneció y una mezcla de alivio y sorpresa te invadió. Sus risas sofocadas y el rubor en sus rostros te recordaron que el mundo seguía siendo un lugar impredecible.
Sin embargo, justo cuando apartaste la mirada de esa escena carnal, el peligro real se presentó de forma abrupta. Un brazo fuerte y rápido se deslizó detrás de ti, cubriendo tu boca antes de que pudieras reaccionar. En un parpadeo, alguien saltó sobre ti, inmovilizándote bajo el peso de su cuerpo. Fue un movimiento tan ágil y preciso que solo habrías podido preverlo si hubieras estado usando Haki, pero la sorpresa y la arena bajo tus pies te habrían dejado sin opción de escape de todas maneras. El peso de esa figura sobre ti era sofocante, aplastándote contra el suelo, pero lo que más te impactó no fue la brusquedad del ataque, sino el aroma que llegó a tu nariz. Era una fragancia familiar, una que te transportaba a un pasado que creías haber dejado atrás.
El olor te resultaba conocido, pero en medio de la confusión no podías recordar exactamente de quién era. Entonces, al observar detenidamente el rostro que se inclinaba sobre el tuyo, todo se aclaró. Era Celine. La sirena que habías conocido en aquel asentamiento hace un tiempo, y que seguía tan imponente como la recordabas. Sus ojos plateados brillaban bajo la luz de la luna, y su cabello plateado enmarcaba su rostro afilado con la misma elegancia de antaño. Su cuerpo, notablemente más grande que el tuyo, te mantenía firmemente sujeta. Pero había algo diferente en ella esta vez, algo que capturó toda tu atención. En lugar de la característica cola de sirena que solía llevar, ahora tenía dos piernas humanas, aunque cubiertas con escamas plateadas que brillaban bajo la luz tenue.
—¿Qué crees que haces en tierra firme?— preguntó Celine en un susurro irritado, su voz cargada de exasperación mientras mantenía su mano firmemente sobre tu boca. Podías sentir la tensión en su cuerpo, una mezcla de preocupación y molestia palpable. —¿Acaso quieres que algún humano te secuestre y te venda?— susurró de nuevo, esta vez con un tono más preocupado, como si no pudiera creer que te hubiera encontrado en una situación tan arriesgada. El acecho constante que habías sentido esos días no era fruto de tu imaginación; era, en realidad, una sombra del pasado que había vuelto a alcanzarte, trayendo consigo recuerdos y viejos temores, como una ola que finalmente regresa a la orilla tras un largo viaje en el mar.