Octojin
El terror blanco
07-10-2024, 09:13 AM
La brisa marina y el murmullo de las olas sobre la arena le resultaban relajantes a Octojin, como una bienvenida a su verdadero hogar: el mar. Desde que llegaron a la playa, se había sentido más relajado —a pesar de los continuos comentarios de la sirena que buscaban el sonrojo en el tiburón—, aunque cada vez que Asradi le rozaba la mano, ese cosquilleo nervioso volvía a recorrer su cuerpo. Una vez nadaba en el agua, no pudo evitar recordar que mientras caminaban juntos, se le había dibujado una gran sonrisa en su rostro al escuchar cómo ella no dudaba en bromear sobre su plan. La sirena tenía un talento especial para sacarlo de su zona de confort, y a él le gustaba, aunque le ponía nervioso al mismo tiempo.
Aunque aún estaba algo vergonzoso por el comentario de Asradi sobre lo romántico que le parecía el plan que había propuesto de cenar y ver las estrellas, se decidió a realizarlo, más aún cuando la bella sirena le comentó que le parecía bien. Aquello le dió algo más de valor para llevarlo a cabo, a pesar de su vergüenza inicial.
Sin embargo, esa vergüenza se disipó rápidamente al sumergirse. Allí, en el agua, se sentía libre y en su elemento. Sus músculos se iban relajando a medida que tenía contacto con el agua más profunda, siguiendo los movimientos gráciles de Asradi a su lado. La sirena lucía magnífica bajo el agua, sus escamas plateadas brillaban a la luz que se filtraba desde la superficie.
Nadando cerca de ella, Octojin no pudo evitar admirar su determinación y el desafío en su mirada. Cuando Asradi se adelantó, retándole abiertamente a ver quién conseguía la mejor presa, él aceptó encantado. No había mejor plan que una competición de caza, más que nada porque le premio sería comer aquello que consiguieran llevar a la orilla. Parecía un plan sin fisuras.
— Que gane el mejor cazador entonces —dijo mientras se sumergían más profundamente, justo después de recibir un tímido colazo en un costado por parte de Asradi.
La luz se hacía más tenue mientras descendían, pero eso no le molestaba. Sabía que su olfato y oído eran más útiles a esas profundidades que la vista. De hecho, el cambio de ambiente y la excitación de la caza le hicieron sentirse más vivo. Sin embargo, cuando observó a Asradi tan concentrada mientras exploraba un banco de peces, tuvo una idea.
Con un movimiento rápido y silencioso, Octojin se acercó por detrás de ella. La agarró firmemente a la altura de la cintura con ambas manos, apretándola suavemente para darle un susto. La risa burbujeante que escapó de él, acompañada de las burbujas de aire que flotaban hacia la superficie, delató su diversión.
Quizá había perdido la ocasión de cazar algo, pero la sirena estaba tan concentrada en una serie de peces de pequeño tamaño, que se vio casi obligado a darle el susto. Su espíritu bromista, no muy presente en su día a día, le había instado a hacerlo, y francamente, estaba contento con el resultado. Tras darle el susto, se marchó a toda velocidad, intentando no recibir ninguna reprimenda por parte de la sirena. Al fin y al cabo, era su venganza por el colazo que le había dado unos minutos antes.
Tras la broma, se puso en serio. Sabía que necesitaban una buena presa y, para eso, tenía que enfocar sus sentidos. Cerró los ojos y dejó que su olfato y oído trabajasen. El agua le transmitía cada vibración, cada movimiento, y pronto comenzó a captar algo interesante. Un olor particular, un movimiento más pesado que el de los peces pequeños.
Señaló con un gesto a Asradi para indicarle que había captado algo, pero no estuvo seguro de si ella le veía. Con un movimiento sigiloso y poderoso, se desplazó hacia la dirección de donde provenía la presa. Nadó con destreza entre las formaciones rocosas y las algas, hasta que finalmente lo vio: un enorme pez, un atún de dimensiones impresionantes, nadando con tranquilidad.
Sin perder un segundo, Octojin avanzó silenciosamente, como buen depredador. Por la inercia del momento mostró sus dientes, y se refugió tras una piedra, esperando el momento perfecto para atacar. Pasaron unos segundos, y entonces, flexionando ligeramente los brazos y apoyando los pies en la piedra, se impulsó a una gran velocidad de camino a su presa. El atún notó su presencia y trató de escapar, pero no fue suficiente, su reacción fue demasiado lenta. En un movimiento ágil, el gyojin se lanzó hacia su objetivo y lo atrapó con sus manos. La fuerza del pez era notable, pero Octojin lo sostuvo con firmeza hasta que dejó de forcejear. Había aprendido aquella llave en su isla natal, y solo la ejercía cuando una presa tenía un tamaño tan grande.
Con una sonrisa triunfante, giró hacia donde estaba Asradi y le mostró su captura. Sus ojos brillaban con un desafío mientras levantaba la presa, viéndose ya victorioso a pesar de que no sabía si la sirena había podido cazar algo más.
— ¡A ver si encuentras algo mejor que esto! —le dijo, riendo.
La caza había comenzado, y él estaba disfrutando cada momento de esa pequeña competencia.
Aunque aún estaba algo vergonzoso por el comentario de Asradi sobre lo romántico que le parecía el plan que había propuesto de cenar y ver las estrellas, se decidió a realizarlo, más aún cuando la bella sirena le comentó que le parecía bien. Aquello le dió algo más de valor para llevarlo a cabo, a pesar de su vergüenza inicial.
Sin embargo, esa vergüenza se disipó rápidamente al sumergirse. Allí, en el agua, se sentía libre y en su elemento. Sus músculos se iban relajando a medida que tenía contacto con el agua más profunda, siguiendo los movimientos gráciles de Asradi a su lado. La sirena lucía magnífica bajo el agua, sus escamas plateadas brillaban a la luz que se filtraba desde la superficie.
Nadando cerca de ella, Octojin no pudo evitar admirar su determinación y el desafío en su mirada. Cuando Asradi se adelantó, retándole abiertamente a ver quién conseguía la mejor presa, él aceptó encantado. No había mejor plan que una competición de caza, más que nada porque le premio sería comer aquello que consiguieran llevar a la orilla. Parecía un plan sin fisuras.
— Que gane el mejor cazador entonces —dijo mientras se sumergían más profundamente, justo después de recibir un tímido colazo en un costado por parte de Asradi.
La luz se hacía más tenue mientras descendían, pero eso no le molestaba. Sabía que su olfato y oído eran más útiles a esas profundidades que la vista. De hecho, el cambio de ambiente y la excitación de la caza le hicieron sentirse más vivo. Sin embargo, cuando observó a Asradi tan concentrada mientras exploraba un banco de peces, tuvo una idea.
Con un movimiento rápido y silencioso, Octojin se acercó por detrás de ella. La agarró firmemente a la altura de la cintura con ambas manos, apretándola suavemente para darle un susto. La risa burbujeante que escapó de él, acompañada de las burbujas de aire que flotaban hacia la superficie, delató su diversión.
Quizá había perdido la ocasión de cazar algo, pero la sirena estaba tan concentrada en una serie de peces de pequeño tamaño, que se vio casi obligado a darle el susto. Su espíritu bromista, no muy presente en su día a día, le había instado a hacerlo, y francamente, estaba contento con el resultado. Tras darle el susto, se marchó a toda velocidad, intentando no recibir ninguna reprimenda por parte de la sirena. Al fin y al cabo, era su venganza por el colazo que le había dado unos minutos antes.
Tras la broma, se puso en serio. Sabía que necesitaban una buena presa y, para eso, tenía que enfocar sus sentidos. Cerró los ojos y dejó que su olfato y oído trabajasen. El agua le transmitía cada vibración, cada movimiento, y pronto comenzó a captar algo interesante. Un olor particular, un movimiento más pesado que el de los peces pequeños.
Señaló con un gesto a Asradi para indicarle que había captado algo, pero no estuvo seguro de si ella le veía. Con un movimiento sigiloso y poderoso, se desplazó hacia la dirección de donde provenía la presa. Nadó con destreza entre las formaciones rocosas y las algas, hasta que finalmente lo vio: un enorme pez, un atún de dimensiones impresionantes, nadando con tranquilidad.
Sin perder un segundo, Octojin avanzó silenciosamente, como buen depredador. Por la inercia del momento mostró sus dientes, y se refugió tras una piedra, esperando el momento perfecto para atacar. Pasaron unos segundos, y entonces, flexionando ligeramente los brazos y apoyando los pies en la piedra, se impulsó a una gran velocidad de camino a su presa. El atún notó su presencia y trató de escapar, pero no fue suficiente, su reacción fue demasiado lenta. En un movimiento ágil, el gyojin se lanzó hacia su objetivo y lo atrapó con sus manos. La fuerza del pez era notable, pero Octojin lo sostuvo con firmeza hasta que dejó de forcejear. Había aprendido aquella llave en su isla natal, y solo la ejercía cuando una presa tenía un tamaño tan grande.
Con una sonrisa triunfante, giró hacia donde estaba Asradi y le mostró su captura. Sus ojos brillaban con un desafío mientras levantaba la presa, viéndose ya victorioso a pesar de que no sabía si la sirena había podido cazar algo más.
— ¡A ver si encuentras algo mejor que esto! —le dijo, riendo.
La caza había comenzado, y él estaba disfrutando cada momento de esa pequeña competencia.