Octojin
El terror blanco
07-10-2024, 09:49 AM
Octojin avanzaba con paso firme por el vertedero, llevando a la humana sobre sus hombros. Aunque al principio la situación le había hecho sentir algo incómodo, notó cómo Airgid iba relajándose, dejándose llevar por el ambiente y la conversación. Le hacía gracia que, a pesar de su apariencia despreocupada y actitud descarada, la humana tenía una chispa de vida y curiosidad que era difícil de ignorar.
El tiburón sonrió, mostrando sus afilados dientes, al escuchar la carcajada de la joven cuando le contó su historia sobre la taberna más "interesante" que había encontrado por allí. Le encantaba cómo Airgid se lo tomaba todo tan a la ligera, incluso cuando describía a un cocinero sucio y desagradable, con uñas amarillas, mientras seguía entusiasmada por la idea de una buena comida. La comida, después de todo, era comida. ¿Qué más daría si te la sirve una bella dama que un tipo sacado del mismísimo inframundo?
—¡Claro que mereció la pena! —contestó Octojin con una sonrisa— En estos sitios, cuanto más "auténticos" son, mejor sabe la comida. Aunque... una hamburguesa de albóndigas suena a una locura. Pero una locura que no me importaría probar.
Lo cierto es que le había entrado hambre hablando de comida, y su apetito no se saciaba demasiado fácil. Mientras seguían caminando, Octojin no podía evitar continuar señalándole cada trozo de metal que encontraba en buenas condiciones. Notaba la emoción de Airgid, su entusiasmo cada vez que él le indicaba un pedazo interesante. Era como estar en un mercado al aire libre, pero rodeados de montañas de chatarra. Al verla disfrutar, sintió una especie de satisfacción; le agradaba poder compartir esos pequeños detalles con alguien que los valorara.
—Esto es como un paraíso para ti, ¿eh? —dijo, riendo mientras seguía caminando. No le molestaba la cantidad de veces que señalaba algo, más bien disfrutaba viendo cómo sus ojos brillaban al encontrar algo nuevo.
Cuando Airgid se preparó para hacer su "interrogatorio", Octojin la miró de reojo y soltó una risa suave al ver su expresión maliciosa. Parecía tan emocionada por hacer preguntas que esta vez evitó interrumpirla y volver a colarse, aunque francamente era su idea inicial.
Escuchó con atención cuando ella habló de sus impresiones sobre Dawn. Su relato le sonaba familiar: la atracción por las zonas menos refinadas y más auténticas, lejos de los lugares que solo se preocupaban por las apariencias. Aquél era su mundo, y parecía que el de la rubia también.
—Te entiendo —contestó—. La otra parte de la ciudad puede ser demasiado... estirada. Aquí, al menos, la gente es más... real, aunque no siempre sea fácil de tratar.
Finalmente, llegaron al distrito industrial. Las fábricas ya estaban cerradas, y las calles estaban iluminadas por los locales que aún permanecían abiertos: tabernas y restaurantes de aspecto un tanto dudoso, ideales para el tipo de experiencia que Airgid parecía buscar. El tiburón escuchó cómo le dejaba a él la elección, sabiendo que tendría que pagar. No pudo evitar reírse entre dientes.
—Vaya, así que soy el que paga, ¿eh? Bueno, está bien. Yo elijo entonces —dijo, buscando con la mirada un sitio que prometiera una comida abundante, sin importar la apariencia.
Antes de que pudiera decidirse, Airgid lanzó su batería de preguntas con la misma energía que la caracterizaba. Octojin sacudió la cabeza, divertido por la insistencia y la velocidad con la que disparaba las preguntas.
—¿Cuántos años tengo? —repitió, pensando—. Veintidós. Y no, no soy un poli —añadió con una ligera risa—. Digamos que... me encargo de aquellos que se pasan de la raya. Sí, soy cazarrecompensas, aunque no busco cualquier objetivo. Voy tras los que, según mi código, merecen ser llevados ante la justicia.
Siguió caminando, dándole una palmada en la pierna para señalar un local que tenía un cartel de madera desgastado, "La Garra del Atún". ¿Qué nombre era aquél? Extraño, cuanto menos. Tenía muchas historias de sitios con dudosa limpieza, con comida de curiosa apariencia, pero no había muchas de sitios con nombres que, en principio, no tenían mucho sentido. Quizá inaugurara una nueva categoría de historias en su haber, empezando por aquél antro cuyo nombre era... Extravagante, digamos.
—Ese sitio pinta bien. Y ahora te toca a ti responder. Creo que... Dos preguntas —continuó mientras se dirigía hacia la taberna—. ¿Qué harías si te concediesen un deseo? ¿Cuál es tu sueño?
Vaya preguntas le soltó el tiburón a una adolescente. ¿Qué pretendía? ¿Que se pusiera a filosofar? El escaso trato con los humanos parecía pasarle factura, eso estaba claro. Con un ligero movimiento, esta vez mucho más medido que antes, el escualo agarró a la humana y la dejó en el suelo, no sin antes estirar del todo sus brazos para que la humana llegase hasta el punto más alto que el gyojin le podía ofrecer. Un pequeño regalo que seguramente la humana no supiera por dónde coger.
Sin esperar demasiado, Octojin empujó la puerta del establecimiento, dejando entrar a Airgid primero antes de seguirle. Como de costumbre, tuvo que entrar agachando la cabeza. El lugar era exactamente lo que esperaba: mesas de madera algo desgastadas, un ambiente cargado por el olor a comida, y clientes ruidosos que disfrutaban de su descanso tras la jornada laboral. Un auténtico bar.
Una vez la humana hubiese elegido una mesa, se sentaría y llamaría al camarero, dejando que la rubia eligiese lo que iban a tomar. No sabía si eso era una buena decisión, seguramente no, pero era lo que en ese momento le pedía el cuerpo. Airgid probablemente no se cortase, pero se había ganado una buena comilona. Y encima gratis.
El tiburón sonrió, mostrando sus afilados dientes, al escuchar la carcajada de la joven cuando le contó su historia sobre la taberna más "interesante" que había encontrado por allí. Le encantaba cómo Airgid se lo tomaba todo tan a la ligera, incluso cuando describía a un cocinero sucio y desagradable, con uñas amarillas, mientras seguía entusiasmada por la idea de una buena comida. La comida, después de todo, era comida. ¿Qué más daría si te la sirve una bella dama que un tipo sacado del mismísimo inframundo?
—¡Claro que mereció la pena! —contestó Octojin con una sonrisa— En estos sitios, cuanto más "auténticos" son, mejor sabe la comida. Aunque... una hamburguesa de albóndigas suena a una locura. Pero una locura que no me importaría probar.
Lo cierto es que le había entrado hambre hablando de comida, y su apetito no se saciaba demasiado fácil. Mientras seguían caminando, Octojin no podía evitar continuar señalándole cada trozo de metal que encontraba en buenas condiciones. Notaba la emoción de Airgid, su entusiasmo cada vez que él le indicaba un pedazo interesante. Era como estar en un mercado al aire libre, pero rodeados de montañas de chatarra. Al verla disfrutar, sintió una especie de satisfacción; le agradaba poder compartir esos pequeños detalles con alguien que los valorara.
—Esto es como un paraíso para ti, ¿eh? —dijo, riendo mientras seguía caminando. No le molestaba la cantidad de veces que señalaba algo, más bien disfrutaba viendo cómo sus ojos brillaban al encontrar algo nuevo.
Cuando Airgid se preparó para hacer su "interrogatorio", Octojin la miró de reojo y soltó una risa suave al ver su expresión maliciosa. Parecía tan emocionada por hacer preguntas que esta vez evitó interrumpirla y volver a colarse, aunque francamente era su idea inicial.
Escuchó con atención cuando ella habló de sus impresiones sobre Dawn. Su relato le sonaba familiar: la atracción por las zonas menos refinadas y más auténticas, lejos de los lugares que solo se preocupaban por las apariencias. Aquél era su mundo, y parecía que el de la rubia también.
—Te entiendo —contestó—. La otra parte de la ciudad puede ser demasiado... estirada. Aquí, al menos, la gente es más... real, aunque no siempre sea fácil de tratar.
Finalmente, llegaron al distrito industrial. Las fábricas ya estaban cerradas, y las calles estaban iluminadas por los locales que aún permanecían abiertos: tabernas y restaurantes de aspecto un tanto dudoso, ideales para el tipo de experiencia que Airgid parecía buscar. El tiburón escuchó cómo le dejaba a él la elección, sabiendo que tendría que pagar. No pudo evitar reírse entre dientes.
—Vaya, así que soy el que paga, ¿eh? Bueno, está bien. Yo elijo entonces —dijo, buscando con la mirada un sitio que prometiera una comida abundante, sin importar la apariencia.
Antes de que pudiera decidirse, Airgid lanzó su batería de preguntas con la misma energía que la caracterizaba. Octojin sacudió la cabeza, divertido por la insistencia y la velocidad con la que disparaba las preguntas.
—¿Cuántos años tengo? —repitió, pensando—. Veintidós. Y no, no soy un poli —añadió con una ligera risa—. Digamos que... me encargo de aquellos que se pasan de la raya. Sí, soy cazarrecompensas, aunque no busco cualquier objetivo. Voy tras los que, según mi código, merecen ser llevados ante la justicia.
Siguió caminando, dándole una palmada en la pierna para señalar un local que tenía un cartel de madera desgastado, "La Garra del Atún". ¿Qué nombre era aquél? Extraño, cuanto menos. Tenía muchas historias de sitios con dudosa limpieza, con comida de curiosa apariencia, pero no había muchas de sitios con nombres que, en principio, no tenían mucho sentido. Quizá inaugurara una nueva categoría de historias en su haber, empezando por aquél antro cuyo nombre era... Extravagante, digamos.
—Ese sitio pinta bien. Y ahora te toca a ti responder. Creo que... Dos preguntas —continuó mientras se dirigía hacia la taberna—. ¿Qué harías si te concediesen un deseo? ¿Cuál es tu sueño?
Vaya preguntas le soltó el tiburón a una adolescente. ¿Qué pretendía? ¿Que se pusiera a filosofar? El escaso trato con los humanos parecía pasarle factura, eso estaba claro. Con un ligero movimiento, esta vez mucho más medido que antes, el escualo agarró a la humana y la dejó en el suelo, no sin antes estirar del todo sus brazos para que la humana llegase hasta el punto más alto que el gyojin le podía ofrecer. Un pequeño regalo que seguramente la humana no supiera por dónde coger.
Sin esperar demasiado, Octojin empujó la puerta del establecimiento, dejando entrar a Airgid primero antes de seguirle. Como de costumbre, tuvo que entrar agachando la cabeza. El lugar era exactamente lo que esperaba: mesas de madera algo desgastadas, un ambiente cargado por el olor a comida, y clientes ruidosos que disfrutaban de su descanso tras la jornada laboral. Un auténtico bar.
Una vez la humana hubiese elegido una mesa, se sentaría y llamaría al camarero, dejando que la rubia eligiese lo que iban a tomar. No sabía si eso era una buena decisión, seguramente no, pero era lo que en ese momento le pedía el cuerpo. Airgid probablemente no se cortase, pero se había ganado una buena comilona. Y encima gratis.