Octojin
El terror blanco
07-10-2024, 11:09 AM
El ambiente en el muelle estaba cargado de una tensión bastante incómoda. Octojin había llegado con su habitual aire imponente, pero esta vez se notaba un cierto malestar en su mirada. Había estado rumiando la discusión que tuvo con Atlas después del ataque al ala este en el cuartel del G-32, y aunque el tiempo había pasado, el resentimiento aún no se había disipado del todo. Sabía que, tarde o temprano, tendrían que hablarlo, pero no encontraba el momento adecuado.
Lo cierto era que tampoco sabía cómo hacerlo. El gyojin no era de ese tipo de seres que volvía tras una discusión a contrastar los motivos de ésta. Los comentarios del humano le habían molestado en su interior, y eso, sin duda, había desatado un caos del que ahora se sentía sumamente avergonzado. Sus instintos primitivos eran eso, primitivos. Y como tales, no los podía controlar. Debía mejorar eso sin duda, o en breve tendría repercusiones, y probablemente no fuesen sencillas de digerir.
Mientras se encaminaban hacia su destino en el barco, Octojin revisaba mentalmente las palabras que podía usar para retomar el tema. Atlas, por su parte, parecía tranquilo, incluso ansioso por emprender la misión. El tiburón se preguntaba si él también pensaba en su enfrentamiento, o si ya lo había dejado atrás. La situación entre ambos le recordaba las corrientes profundas del mar: a veces serenas en la superficie, pero agitadas y turbulentas en el fondo.
Finalmente, tras unos minutos de silencio, Octojin decidió sacar a relucir el asunto. Necesitaba quitarse ese peso de encima antes de que pudieran concentrarse plenamente en su misión. Tenían un largo viaje, y hacerlo en silencio sería tanto extraño como incómodo para ambos. Mientras el barco avanzaba y las olas chocaban suavemente contra el casco, el tiburón dejó escapar un suspiro y giró la cabeza hacia su compañero.
—Atlas —comenzó, intercalando su mirada fija en el horizonte al propio humano—, tenemos que hablar sobre lo que pasó después del ataque en G-32.
Aquello no era sencillo para el habitante del mar. Sacar unas palabras en aquél momento y mantener la calma recordando todo lo que pasó, fue un ejercicio de autocontrol que parecía ir yendo bien. Quizá Atlas estaba esperando esas palabras, o puede que no las necesitase, aún no conocía demasiado bien al humano.
—Sé que no fue solo tu culpa —continuó Octojin, con sus ojos enfocados en las olas—, pero tampoco fue solo mía. Ambos fuimos demasiado lejos, y lo sabes. No podemos permitir que eso afecte nuestra relación como compañeros, y tendríamos que evitar que vuelva a suceder, por nuestro bien y el de nuestra brigada. Así que... quiero saber cómo lo ves ahora. Quizá es un buen momento para hablarlo.
El silencio se alargó unos instantes, y aunque Octojin sentía el peso de la tensión en el aire, se mantuvo firme, esperando la respuesta de Atlas. Y eso que esperar sin hacer nada no se le daba demasiado bien. Mientras hablaban, el tiburón se dio cuenta de que a pesar de la incomodidad, necesitaban aclarar lo sucedido para poder avanzar como equipo.
El objetivo de aquella conversación era que la atmósfera entre ambos se relajase, aunque aún habría un leve rastro de incomodidad, casi con total seguridad. Todo aquello era un proceso, y el tiburón lo entendía.
Finalmente, si Atlas accedía a hablar, el escualo le respondería con total sinceridad a cualquier duda o inquietud que tuviese. Era el momento de hablarlo.
Octojin observó con atención a los gyojins que esperaban en el puerto una vez llegaron. La desesperación y el miedo eran evidentes en sus ojos, y sintió una punzada de rabia. ¿Cómo era posible que esos piratas se atrevieran a acosar a su gente? Al escuchar la historia de Tiberius, el líder de la colonia, su enfado aumentó. Aquellos desgraciados no solo estaban cazando a los suyos, sino que también los atacaban sin descanso.
El tiburón mantuvo la calma mientras Tiberius explicaba la situación, pero por dentro su sangre hervía. Al ver al merluza y a su comitiva sumergirse en el mar, Octojin sintió el impulso de seguirlos, pero se detuvo al escuchar la voz de Atlas. Su compañero parecía estar preparándose para pedirle ayuda, pero Tiberius le indicó que había una zona acondicionada en la superficie.
—Está bien. Prepárate para una aventura que no olvidarás jamás. Te pondrás sobre mi espalda, con las piernas en el agua, y deberás agarrarte fuerte. Si ves que voy muy rápido, dame un toque en la espalda y disminuiré la velocidad —contestó Octojin a Atlas, mirando la zona a la que Tiberius se había referido. Su mente ya estaba trabajando en un plan. La única forma de ayudar a la colonia era acabar con esos piratas de una vez por todas.
El tiburón dejó unos segundos a Atlas para que se sintiese cómodo en una posición que le diese cierta seguridad dentro de que no iba a poder controlar nada en el trayecto. Y, una vez lo hiciese, pondría marcha hacia la pequeña playa de arena y las cabañas improvisadas que estaban al otro lado, justo donde Tiberius había mencionado. Empezaría yendo relativamente lento, y poco a poco iría metiendo más velocidad. Apretaría el turbo a mitad de recorrido y no pararía a no ser que el humano empezase a golpearle la espalda como si no hubiese un mañana.
Finalmente, y una vez llegasen a la zona habilitada para los humanos, se levantaría y dejaría a Atlas a su lado, esperando que el viaje hubiese sido de su agrado. Y, tras ello, se acercaría al gyojin merluza.
—Bien, ya escuchaste a Tiberius —dijo con firmeza—. Esos piratas saben lo que hacen y tienen experiencia. No serán fáciles de atrapar, pero vamos a darles una lección que no olvidarán. No podemos permitir que sigan persiguiendo a nuestra gente.
Mientras exploraban la zona y escuchaban más detalles sobre los ataques, Octojin mantuvo su mirada fija en el agua. La sensación de estar cerca de su hogar, el océano, le daba fuerzas. Los gyojins necesitaban su ayuda, y él no iba a fallarles.
—¿Crees que podremos tenderles una trampa? —preguntó a Atlas, saliendo temporalmente de sus pensamientos. Octojin había coqueteado con la idea durante el trayecto, analizando las opciones, pero quizá era exponer demasiado a los pobres gyojins.
—Podría funcionar si jugamos nuestras cartas correctamente, pero puede que sea una apuesta grande. Podemos quedarnos en esta zona, ocultos. Los gyojins podrían simular que estan desprevenidos y esperar a que aparezcan. También podemos plantar algunas trampas en el fondo marino, para evitar que los barcos consigan acercarse. Tenemos multitud de opciones, solo hay que elegir las correctas —contestó, clavando su mirada en el horizonte marino—. Si quieren atacar, vendrán a por nosotros. Y cuando lo hagan, los atraparemos.
Se giró hacia Atlas, con una expresión ahora más relajada, pero con una determinación que emanaba de cada fibra de su ser. Tenía muchas ideas, más de las que podía poner en práctica.
—Esta vez, trabajamos juntos, sin discusiones. Nos aseguraremos de que esos piratas paguen por lo que han hecho —afirmó, extendiendo una mano hacia su compañero en señal de acuerdo y una paz que realmente necesitaba.
Por un breve instante, Octojin sintió que las tensiones entre ellos se disipaban, al menos un poco. Tenían una misión, una responsabilidad hacia los gyojins de la colonia, y la cumplirían. Costase lo que costase.
Lo cierto era que tampoco sabía cómo hacerlo. El gyojin no era de ese tipo de seres que volvía tras una discusión a contrastar los motivos de ésta. Los comentarios del humano le habían molestado en su interior, y eso, sin duda, había desatado un caos del que ahora se sentía sumamente avergonzado. Sus instintos primitivos eran eso, primitivos. Y como tales, no los podía controlar. Debía mejorar eso sin duda, o en breve tendría repercusiones, y probablemente no fuesen sencillas de digerir.
Mientras se encaminaban hacia su destino en el barco, Octojin revisaba mentalmente las palabras que podía usar para retomar el tema. Atlas, por su parte, parecía tranquilo, incluso ansioso por emprender la misión. El tiburón se preguntaba si él también pensaba en su enfrentamiento, o si ya lo había dejado atrás. La situación entre ambos le recordaba las corrientes profundas del mar: a veces serenas en la superficie, pero agitadas y turbulentas en el fondo.
Finalmente, tras unos minutos de silencio, Octojin decidió sacar a relucir el asunto. Necesitaba quitarse ese peso de encima antes de que pudieran concentrarse plenamente en su misión. Tenían un largo viaje, y hacerlo en silencio sería tanto extraño como incómodo para ambos. Mientras el barco avanzaba y las olas chocaban suavemente contra el casco, el tiburón dejó escapar un suspiro y giró la cabeza hacia su compañero.
—Atlas —comenzó, intercalando su mirada fija en el horizonte al propio humano—, tenemos que hablar sobre lo que pasó después del ataque en G-32.
Aquello no era sencillo para el habitante del mar. Sacar unas palabras en aquél momento y mantener la calma recordando todo lo que pasó, fue un ejercicio de autocontrol que parecía ir yendo bien. Quizá Atlas estaba esperando esas palabras, o puede que no las necesitase, aún no conocía demasiado bien al humano.
—Sé que no fue solo tu culpa —continuó Octojin, con sus ojos enfocados en las olas—, pero tampoco fue solo mía. Ambos fuimos demasiado lejos, y lo sabes. No podemos permitir que eso afecte nuestra relación como compañeros, y tendríamos que evitar que vuelva a suceder, por nuestro bien y el de nuestra brigada. Así que... quiero saber cómo lo ves ahora. Quizá es un buen momento para hablarlo.
El silencio se alargó unos instantes, y aunque Octojin sentía el peso de la tensión en el aire, se mantuvo firme, esperando la respuesta de Atlas. Y eso que esperar sin hacer nada no se le daba demasiado bien. Mientras hablaban, el tiburón se dio cuenta de que a pesar de la incomodidad, necesitaban aclarar lo sucedido para poder avanzar como equipo.
El objetivo de aquella conversación era que la atmósfera entre ambos se relajase, aunque aún habría un leve rastro de incomodidad, casi con total seguridad. Todo aquello era un proceso, y el tiburón lo entendía.
Finalmente, si Atlas accedía a hablar, el escualo le respondería con total sinceridad a cualquier duda o inquietud que tuviese. Era el momento de hablarlo.
Octojin observó con atención a los gyojins que esperaban en el puerto una vez llegaron. La desesperación y el miedo eran evidentes en sus ojos, y sintió una punzada de rabia. ¿Cómo era posible que esos piratas se atrevieran a acosar a su gente? Al escuchar la historia de Tiberius, el líder de la colonia, su enfado aumentó. Aquellos desgraciados no solo estaban cazando a los suyos, sino que también los atacaban sin descanso.
El tiburón mantuvo la calma mientras Tiberius explicaba la situación, pero por dentro su sangre hervía. Al ver al merluza y a su comitiva sumergirse en el mar, Octojin sintió el impulso de seguirlos, pero se detuvo al escuchar la voz de Atlas. Su compañero parecía estar preparándose para pedirle ayuda, pero Tiberius le indicó que había una zona acondicionada en la superficie.
—Está bien. Prepárate para una aventura que no olvidarás jamás. Te pondrás sobre mi espalda, con las piernas en el agua, y deberás agarrarte fuerte. Si ves que voy muy rápido, dame un toque en la espalda y disminuiré la velocidad —contestó Octojin a Atlas, mirando la zona a la que Tiberius se había referido. Su mente ya estaba trabajando en un plan. La única forma de ayudar a la colonia era acabar con esos piratas de una vez por todas.
El tiburón dejó unos segundos a Atlas para que se sintiese cómodo en una posición que le diese cierta seguridad dentro de que no iba a poder controlar nada en el trayecto. Y, una vez lo hiciese, pondría marcha hacia la pequeña playa de arena y las cabañas improvisadas que estaban al otro lado, justo donde Tiberius había mencionado. Empezaría yendo relativamente lento, y poco a poco iría metiendo más velocidad. Apretaría el turbo a mitad de recorrido y no pararía a no ser que el humano empezase a golpearle la espalda como si no hubiese un mañana.
Finalmente, y una vez llegasen a la zona habilitada para los humanos, se levantaría y dejaría a Atlas a su lado, esperando que el viaje hubiese sido de su agrado. Y, tras ello, se acercaría al gyojin merluza.
—Bien, ya escuchaste a Tiberius —dijo con firmeza—. Esos piratas saben lo que hacen y tienen experiencia. No serán fáciles de atrapar, pero vamos a darles una lección que no olvidarán. No podemos permitir que sigan persiguiendo a nuestra gente.
Mientras exploraban la zona y escuchaban más detalles sobre los ataques, Octojin mantuvo su mirada fija en el agua. La sensación de estar cerca de su hogar, el océano, le daba fuerzas. Los gyojins necesitaban su ayuda, y él no iba a fallarles.
—¿Crees que podremos tenderles una trampa? —preguntó a Atlas, saliendo temporalmente de sus pensamientos. Octojin había coqueteado con la idea durante el trayecto, analizando las opciones, pero quizá era exponer demasiado a los pobres gyojins.
—Podría funcionar si jugamos nuestras cartas correctamente, pero puede que sea una apuesta grande. Podemos quedarnos en esta zona, ocultos. Los gyojins podrían simular que estan desprevenidos y esperar a que aparezcan. También podemos plantar algunas trampas en el fondo marino, para evitar que los barcos consigan acercarse. Tenemos multitud de opciones, solo hay que elegir las correctas —contestó, clavando su mirada en el horizonte marino—. Si quieren atacar, vendrán a por nosotros. Y cuando lo hagan, los atraparemos.
Se giró hacia Atlas, con una expresión ahora más relajada, pero con una determinación que emanaba de cada fibra de su ser. Tenía muchas ideas, más de las que podía poner en práctica.
—Esta vez, trabajamos juntos, sin discusiones. Nos aseguraremos de que esos piratas paguen por lo que han hecho —afirmó, extendiendo una mano hacia su compañero en señal de acuerdo y una paz que realmente necesitaba.
Por un breve instante, Octojin sintió que las tensiones entre ellos se disipaban, al menos un poco. Tenían una misión, una responsabilidad hacia los gyojins de la colonia, y la cumplirían. Costase lo que costase.