Balagus
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07-10-2024, 11:28 PM
Sentía cada herida en brazos y espalda, ardiendo y sangrando constantemente con cada zancada que daba, pero ninguna de ellas le detuvo en la carrera por alcanzar la seguridad de los callejones de la zona pobre. Por el camino, más de uno y de dos soldados trataron de cortarles el paso, pero la furibunda mole de músculos que era el oni los lanzaba por los aires sin apenas esfuerzo, aun llevándose así nuevas heridas.
Parte de él seguía atrapada en aquella pelea sin esperanza, deseosa de luchar y asesinar hasta que el último de sus enemigos cayera al suelo, inerte, junto a su propio cuerpo. Conocía bien aquella sensación: sus ancianos la llamaron “Sed demoníaca”, pero sus padres se referían a ella, sencillamente, como la Sed de Sangre, o Ansia de Sangre. En aquella ocasión, había logrado dominarla, pero Balagus recordaba sus días como esclavo, en los que era capaz de reducir a pulpa sanguinolenta a media docena de otros pobres diablos con sus manos desnudas sólo por el frenesí de la sangre, y para la diversión de sus amos. Se había prometido no volver a caer en esa rabia ciega tras recuperar su libertad, pero, ¿hasta qué punto podía negar la fuerza que corría por sus venas?
Quizás fuera por estar absorto en sus reflexiones, pero no se dio cuenta de que habían dejado atrás a los soldados, ni de que habían regresado involuntariamente a la taberna de la que salieron, ni de la presencia por sorpresa de dos pares de brazos fuertes que les apresaron, silenciándolos entre forcejeos y arrastrándoles al interior del edificio a través del callejón contiguo.
Balagus no tardó en darse cuenta de quiénes eran sus captores, y, con una rápida mirada, dedujo que Silver también lo comprendió: el tabernero y Katarina. Fue por ello que el oni aceptó, aunque de mala gana, ser arrastrado junto con su capitán.
Dentro del local, todos esperaron en silencio y en la oscuridad, hasta que el trasiego de guardias se hubo terminado, y pudieron encender la luz. Sólo tuvo que ver durante un momento sus rostros congestionados para ver venir la reprimenda que estaba a punto de caerles.
El gigantón aguantó el chaparrón en silencio, aunque apretando los dientes y los puños ensangrentados. Sentía que los estaban despreciando sin motivo, que los apartaban a un lado para hinchar sus enfermizos egos. Fue por ello que, cuando el tabernero hizo gestos para que se fueran, él le tomó del antebrazo con firmeza, y no sin cierta hostilidad reprimida y velada.
- Teníamos un plan. Igual que vosotros. Pero al menos nosotros no somos tan COBARDES como para quedarnos sentados sin hacer NADA. –
Mantuvo la mano del tabernero fija en la suya, sin ademán de tirar de él ni de apretar, pero tampoco de querer dejarle ir, al menos hasta que Silver hubo hablado también. Su capitán tendría algo que decirles también, y no iba a soltar su presa hasta que terminara.
Cuando su capitán se hubo quedado satisfecho, el oni abrió la mano y liberó al hombre, mirándoles a él y a la mujer con profundo desdén.
- Sigo pensando que podría barrer el suelo con cualquiera de tus hombres. – Se dirigió a Katarina, habiendo recogido sus cosas y dirigiéndose a la puerta. – Y a ti… supongo que un día terminaremos averiguándolo. –
Balagus abandonó la taberna sin siquiera sentir pena por ello. Se marchaba con el sentimiento de que aquel hombre era poco más que un cobarde y un ególatra, y con una opinión marginalmente mejor de la mujer.
- Supongo que ya es hora de abandonar este estercolero. – Comentó a Silver cuando ambos se reunieron en las calles. – Deberíamos empezar a buscar un barco mañana. ¿Alguna idea, capitán?
Parte de él seguía atrapada en aquella pelea sin esperanza, deseosa de luchar y asesinar hasta que el último de sus enemigos cayera al suelo, inerte, junto a su propio cuerpo. Conocía bien aquella sensación: sus ancianos la llamaron “Sed demoníaca”, pero sus padres se referían a ella, sencillamente, como la Sed de Sangre, o Ansia de Sangre. En aquella ocasión, había logrado dominarla, pero Balagus recordaba sus días como esclavo, en los que era capaz de reducir a pulpa sanguinolenta a media docena de otros pobres diablos con sus manos desnudas sólo por el frenesí de la sangre, y para la diversión de sus amos. Se había prometido no volver a caer en esa rabia ciega tras recuperar su libertad, pero, ¿hasta qué punto podía negar la fuerza que corría por sus venas?
Quizás fuera por estar absorto en sus reflexiones, pero no se dio cuenta de que habían dejado atrás a los soldados, ni de que habían regresado involuntariamente a la taberna de la que salieron, ni de la presencia por sorpresa de dos pares de brazos fuertes que les apresaron, silenciándolos entre forcejeos y arrastrándoles al interior del edificio a través del callejón contiguo.
Balagus no tardó en darse cuenta de quiénes eran sus captores, y, con una rápida mirada, dedujo que Silver también lo comprendió: el tabernero y Katarina. Fue por ello que el oni aceptó, aunque de mala gana, ser arrastrado junto con su capitán.
Dentro del local, todos esperaron en silencio y en la oscuridad, hasta que el trasiego de guardias se hubo terminado, y pudieron encender la luz. Sólo tuvo que ver durante un momento sus rostros congestionados para ver venir la reprimenda que estaba a punto de caerles.
El gigantón aguantó el chaparrón en silencio, aunque apretando los dientes y los puños ensangrentados. Sentía que los estaban despreciando sin motivo, que los apartaban a un lado para hinchar sus enfermizos egos. Fue por ello que, cuando el tabernero hizo gestos para que se fueran, él le tomó del antebrazo con firmeza, y no sin cierta hostilidad reprimida y velada.
- Teníamos un plan. Igual que vosotros. Pero al menos nosotros no somos tan COBARDES como para quedarnos sentados sin hacer NADA. –
Mantuvo la mano del tabernero fija en la suya, sin ademán de tirar de él ni de apretar, pero tampoco de querer dejarle ir, al menos hasta que Silver hubo hablado también. Su capitán tendría algo que decirles también, y no iba a soltar su presa hasta que terminara.
Cuando su capitán se hubo quedado satisfecho, el oni abrió la mano y liberó al hombre, mirándoles a él y a la mujer con profundo desdén.
- Sigo pensando que podría barrer el suelo con cualquiera de tus hombres. – Se dirigió a Katarina, habiendo recogido sus cosas y dirigiéndose a la puerta. – Y a ti… supongo que un día terminaremos averiguándolo. –
Balagus abandonó la taberna sin siquiera sentir pena por ello. Se marchaba con el sentimiento de que aquel hombre era poco más que un cobarde y un ególatra, y con una opinión marginalmente mejor de la mujer.
- Supongo que ya es hora de abandonar este estercolero. – Comentó a Silver cuando ambos se reunieron en las calles. – Deberíamos empezar a buscar un barco mañana. ¿Alguna idea, capitán?