Takahiro
La saeta verde
08-10-2024, 12:45 PM
Cuando se encontraban de camino hacia el puerto para subirse al barco que los llevaría de vuelta hacia Loguetown, Takahiro se paró de golpe y echó una última vista al faro. Sintió que algo allí le estaba llamando, o tal vez únicamente fuera una infantil curiosidad que estaba aflorando en él al darle vueltas a la petición de Meethook. ¿Porqué quería volver al faro? ¿Quizá para recoger alguna foto antigua? ¿Alguna pertenencia importante? En fin. Ya todo eso daba igual. El suboficial respiró profundamente, y con la mano apoyada en la empuñadura de su katana continuó caminando hasta su destino.
—Que ganas tengo de tumbarme, aunque sea en la cubierta del barco —comentó en voz alta, tratando de matar el silencio que sepulcral que había durante el recorrido.
Cuando llegaron al puerto volvió a respirar profundamente. El navío parecía estar listo para partir y llevarlos de vuelta. La noche era húmeda, pero nada nuevo en el horizonte. El clima en el mar del este solía ser así de húmedo, no entendía la razón, después de todo estaban en verano.
—Yo me encargo de llevarlo a un lugar donde podamos tenerlo vigilado—dijo Takahiro, quedándose con la custodia momentánea de Meethook. Lo acompañó hasta el nivel inferior, donde se encontraban las habitaciones de los tripulantes. Era una habitación estándar, con una litera, un armario y una ventana muy pequeña. Lo dejó dentro y se despidió asintiendo con la cabeza. Sin embargo, antes de irse volvió a girarse, tenía que saber que era aquello que quería recoger de lo que había sido su casa—. Oye, ¿qué era lo que querías recuperar del faro? —le preguntó, sin andarse con tapujos—. Si es importante, quizá podamos pedirle al cuartel de Kilombo que nos lo envíe —prosiguió, mientras apoyaba sus manos sobre el pomo de la puerta.
Tras su respuesta se marchó de allí, dejándolo encerrado en aquella estancia.
Cuando subió a la cubierta el cielo comenzaba a tornarse de gris. Un cúmulo de nubes parecía estar cerniéndose sobre el navío en el que se encontraba y eso no le gustaba. Él era un hombre de secano y le temía el mar embravecido más que a una tiradora experta. Sí, su mayor temor era una mujer con un par de pistolas. Su ponto débil, su mayor debilidad. Y, de pronto, comenzó a llover. Rápidamente se resguardo en el interior del barco.
Fue un viaje movidito, quizá demasiado. Takahiro contemplaba como la Oni se desenvolvía con tal maestría que parecía que lo hubiera hecho toda la vida y a todas horas. Era digno de admiración, aunque era probable que jamás se lo dijera. Ante todo, estaba su orgullo. El barco estaba sufriendo bastantes daños durante la navegación, así que el peliverde bajó a por el tullido y lo llevó a un lugar en el que no peligrara su vida, a fin de cuentas…, pese a ser un pirata del que no se fiaba, era su custodio.
Cuando el paso de las horas, el tiempo amainó y ocurrió algo que ninguno hubiera esperado: no estaba en Loguetown, sino en un lugar llamado Tequila Wolf. ¿Se llamaría así por la bebida o la bebida se llamaría así por el lugar? Fue un pensamiento intrusivo que tuvo Takahiro, que sintió como se le revolvía el estómago al pensar en aquel licor endemoniado. El barco había sufrido multitud de daños, así que el peliverde bajó a por el tullido y lo llevó al nivel superior junto a todos ellos.
—Podría haber sido peor —comentó irónicamente Takahiro, observando el estado del barco y tratando de destensar el ambiente—. La próxima vez conduce tú, así si sale mal podemos echártelo en cara —le dijo.
Al bajar del barco se tomaron con Murray, que estaba de vacaciones allí.
—Así que estos son tus asuntos importantes… —le dijo Takahiro, cruzándose de brazos—. Hay que tener jeta.
Durante un breve segundo se le olvidó que era su superior, sin embargo, fue amable y les entregó tickets para el famoso Taxi Marítimo S.S.S. de l que todo el mundo hablaba. Era un método de viaje directo entre distintas islas y, a priori, más seguro que un viaje en barco tripulado por incompetentes.
—Sí, sí —comentaba Takahiro a Stan—. Tiene pinta de que es un guarrón con su camisita de hooligan. De mayor quiero ser como él —bromeó el peliverde.
Sin embargo, después de un rato, más que ganas de hablar con Stan lo único que le apetecía era callarlo de un espadazo. Hablaba y hablaba y no paraba. Era como una cacatúa, como una señora que tenía verborrea continua y era incapaz de parar. Si bien el viaje debía ser corto, el trayecto se le hizo eterno por culpa de aquel maldito sujeto.
Cuando llegaron a Loguetown, Takahiro agradeció a los dioses, si es que había alguno, haberle dado paciencia para no cometer un crimen en contra del conductor del taxi marítimo. Se bajo y pusieron rumbo hacia el cuartel. Finalmente, aquella misión había terminado.
—Que ganas tengo de tumbarme, aunque sea en la cubierta del barco —comentó en voz alta, tratando de matar el silencio que sepulcral que había durante el recorrido.
Cuando llegaron al puerto volvió a respirar profundamente. El navío parecía estar listo para partir y llevarlos de vuelta. La noche era húmeda, pero nada nuevo en el horizonte. El clima en el mar del este solía ser así de húmedo, no entendía la razón, después de todo estaban en verano.
—Yo me encargo de llevarlo a un lugar donde podamos tenerlo vigilado—dijo Takahiro, quedándose con la custodia momentánea de Meethook. Lo acompañó hasta el nivel inferior, donde se encontraban las habitaciones de los tripulantes. Era una habitación estándar, con una litera, un armario y una ventana muy pequeña. Lo dejó dentro y se despidió asintiendo con la cabeza. Sin embargo, antes de irse volvió a girarse, tenía que saber que era aquello que quería recoger de lo que había sido su casa—. Oye, ¿qué era lo que querías recuperar del faro? —le preguntó, sin andarse con tapujos—. Si es importante, quizá podamos pedirle al cuartel de Kilombo que nos lo envíe —prosiguió, mientras apoyaba sus manos sobre el pomo de la puerta.
Tras su respuesta se marchó de allí, dejándolo encerrado en aquella estancia.
Cuando subió a la cubierta el cielo comenzaba a tornarse de gris. Un cúmulo de nubes parecía estar cerniéndose sobre el navío en el que se encontraba y eso no le gustaba. Él era un hombre de secano y le temía el mar embravecido más que a una tiradora experta. Sí, su mayor temor era una mujer con un par de pistolas. Su ponto débil, su mayor debilidad. Y, de pronto, comenzó a llover. Rápidamente se resguardo en el interior del barco.
Fue un viaje movidito, quizá demasiado. Takahiro contemplaba como la Oni se desenvolvía con tal maestría que parecía que lo hubiera hecho toda la vida y a todas horas. Era digno de admiración, aunque era probable que jamás se lo dijera. Ante todo, estaba su orgullo. El barco estaba sufriendo bastantes daños durante la navegación, así que el peliverde bajó a por el tullido y lo llevó a un lugar en el que no peligrara su vida, a fin de cuentas…, pese a ser un pirata del que no se fiaba, era su custodio.
Cuando el paso de las horas, el tiempo amainó y ocurrió algo que ninguno hubiera esperado: no estaba en Loguetown, sino en un lugar llamado Tequila Wolf. ¿Se llamaría así por la bebida o la bebida se llamaría así por el lugar? Fue un pensamiento intrusivo que tuvo Takahiro, que sintió como se le revolvía el estómago al pensar en aquel licor endemoniado. El barco había sufrido multitud de daños, así que el peliverde bajó a por el tullido y lo llevó al nivel superior junto a todos ellos.
—Podría haber sido peor —comentó irónicamente Takahiro, observando el estado del barco y tratando de destensar el ambiente—. La próxima vez conduce tú, así si sale mal podemos echártelo en cara —le dijo.
Al bajar del barco se tomaron con Murray, que estaba de vacaciones allí.
—Así que estos son tus asuntos importantes… —le dijo Takahiro, cruzándose de brazos—. Hay que tener jeta.
Durante un breve segundo se le olvidó que era su superior, sin embargo, fue amable y les entregó tickets para el famoso Taxi Marítimo S.S.S. de l que todo el mundo hablaba. Era un método de viaje directo entre distintas islas y, a priori, más seguro que un viaje en barco tripulado por incompetentes.
—Sí, sí —comentaba Takahiro a Stan—. Tiene pinta de que es un guarrón con su camisita de hooligan. De mayor quiero ser como él —bromeó el peliverde.
Sin embargo, después de un rato, más que ganas de hablar con Stan lo único que le apetecía era callarlo de un espadazo. Hablaba y hablaba y no paraba. Era como una cacatúa, como una señora que tenía verborrea continua y era incapaz de parar. Si bien el viaje debía ser corto, el trayecto se le hizo eterno por culpa de aquel maldito sujeto.
Cuando llegaron a Loguetown, Takahiro agradeció a los dioses, si es que había alguno, haberle dado paciencia para no cometer un crimen en contra del conductor del taxi marítimo. Se bajo y pusieron rumbo hacia el cuartel. Finalmente, aquella misión había terminado.