Octojin
El terror blanco
08-10-2024, 03:02 PM
Octojin escuchó con atención las palabras de Atlas, sintiendo una mezcla de alivio y comprensión. Necesitaba escuchar algo como aquello, la verdad. Aceptó sus disculpas con un simple asentimiento. A veces un único gesto significaba mucho más que varias frases juntas. Sabía que el humano estaba siendo sincero, y entendía su frustración. Él mismo había sentido aquella impotencia muchas veces.
—Está bien, Atlas. Todos perdemos el control a veces —dijo con voz grave, aunque serena—. Lo importante es que sigamos adelante y hagamos las cosas bien a partir de ahora. Y no te voy a negar que no he pensado más de una vez en esa viga partiéndose contra tu cara… Pero eso no importa ahora.
De esa forma, zanjaron el malentendido que había quedado flotando entre ellos. Tan simple como aquello, no hacía falta nada más. El tiburón sentía que el peso en su pecho se aligeraba y que las aguas entre ambos volvían a ser más tranquilas. Después de todo, los lazos en la brigada eran importantes para él, y no quería verlos deteriorarse. Y menos por casos tan puntuales como aquel.
Cuando Atlas empezó a explicar su plan, Octojin lo observó con atención. Se inclinó sobre la arena, siguiendo con los ojos los trazos que su compañero hacía en la superficie para dibujar la disposición de las “pequeñas prisiones”. Cuanto más escuchaba, más sentido le encontraba al plan. Crear refugios donde los gyojin pudieran esconderse mientras esperaban a que los piratas se revelaran… era una estrategia bastante astuta. Aunque no podía negar que llevaría algo de tiempo, aunque si se ponían manos a la obra ya… Sería pan comido.
—Me parece un buen plan —afirmó el gyojin, cruzando los brazos—. Podremos crear esas prisiones y cubrirlas con las plantas marinas para ocultarlas. Yo me encargaré de construirlas.
Con la idea clara en su mente, Octojin se puso manos a la obra. Les indicó a los gyojin que se dispersaran y recogieran toda la madera y las plantas necesarias para el plan. Algunos de los habitantes del mar hicieron hincapié en determinadas zonas que ya habían explorado y estaban repletas de plantas, así que un escuadrón se dirigió directamente hacia la zona.
Mientras tanto, él mismo se dirigió a una parte con mucha vegetación y rocas salientes, el lugar perfecto para comenzar a construir las pequeñas prisiones que el humano había mencionado. El plan tenia todo el sentido del mundo, y empezar por allí parecía que también.
Una vez que tuvo suficiente madera y metal traídos por los gyojin, Octojin comenzó a trabajar. Utilizó su fuerza y destreza para levantar estructuras sólidas. Primero, armó un marco básico, clavando los trozos de madera más gruesos en la arena y asegurándolos con pesadas rocas para que tuvieran una base estable. El no disponer de herramientas hizo que tuviese que dar rienda suelta a su imaginación. Emplear una piedra de martillo, dos maderas atravesadas a modo de gato, o su propia mano para ejercer medidas como si de un metro se tratase. Después, fue colocando los barrotes, haciendo que cada “prisión” tuviera un aspecto sólido pero no demasiado obvio. No se trataba de enjaular a nadie, sino de crear escondites que fueran efectivos y discretos.
Luego, con los trozos de metal que habían encontrado, reforzó los barrotes, dándoles más resistencia. Los envolvió con algas y plantas marinas que los gyojin habían traído, creando una especie de cortina vegetal que ocultaba la estructura. De esta manera, las prisiones parecían parte del entorno, perfectamente camufladas entre las rocas y la vegetación del lugar.
Octojin se esforzó en cada detalle, usando la fuerza bruta cuando era necesario, pero también cuidando que todo encajara bien. Utilizó con ingenio los recursos que tenía a mano, asegurándose de que las “prisiones” fueran seguras para los gyojin, pero al mismo tiempo parecieran trampas a los ojos de los piratas.
—Esto debería funcionar —murmuró para sí mismo, examinando la primera de las prisiones terminadas.
Luego de un tiempo, había conseguido construir varias de estas estructuras repartidas por la zona, cada una estratégicamente ubicada según el plan que Atlas había trazado en la arena. Satisfecho con su trabajo, Octojin se incorporó, quitándose el sudor de la frente y notando un cansancio incipiente que le instaba a echarse un rato. Miró hacia el horizonte, donde los demás gyojin ya estaban recogiendo más plantas y madera para completar el camuflaje.
—¡Aseguraos de cubrir bien cada prisión con plantas! —les indicó, su voz grave resonando por la playa.
Finalmente, se volvió hacia Atlas y asintió, mostrando que todo estaba listo.
—He construido las prisiones tal y como planeamos. Ahora solo queda esperar que los piratas caigan en la trampa —dijo, sintiendo cómo una oleada de anticipación recorría su cuerpo. Sabía que el verdadero reto comenzaría pronto, pero confiaba en que, esta vez, estaban preparados para lo que fuera.
—Está bien, Atlas. Todos perdemos el control a veces —dijo con voz grave, aunque serena—. Lo importante es que sigamos adelante y hagamos las cosas bien a partir de ahora. Y no te voy a negar que no he pensado más de una vez en esa viga partiéndose contra tu cara… Pero eso no importa ahora.
De esa forma, zanjaron el malentendido que había quedado flotando entre ellos. Tan simple como aquello, no hacía falta nada más. El tiburón sentía que el peso en su pecho se aligeraba y que las aguas entre ambos volvían a ser más tranquilas. Después de todo, los lazos en la brigada eran importantes para él, y no quería verlos deteriorarse. Y menos por casos tan puntuales como aquel.
Cuando Atlas empezó a explicar su plan, Octojin lo observó con atención. Se inclinó sobre la arena, siguiendo con los ojos los trazos que su compañero hacía en la superficie para dibujar la disposición de las “pequeñas prisiones”. Cuanto más escuchaba, más sentido le encontraba al plan. Crear refugios donde los gyojin pudieran esconderse mientras esperaban a que los piratas se revelaran… era una estrategia bastante astuta. Aunque no podía negar que llevaría algo de tiempo, aunque si se ponían manos a la obra ya… Sería pan comido.
—Me parece un buen plan —afirmó el gyojin, cruzando los brazos—. Podremos crear esas prisiones y cubrirlas con las plantas marinas para ocultarlas. Yo me encargaré de construirlas.
Con la idea clara en su mente, Octojin se puso manos a la obra. Les indicó a los gyojin que se dispersaran y recogieran toda la madera y las plantas necesarias para el plan. Algunos de los habitantes del mar hicieron hincapié en determinadas zonas que ya habían explorado y estaban repletas de plantas, así que un escuadrón se dirigió directamente hacia la zona.
Mientras tanto, él mismo se dirigió a una parte con mucha vegetación y rocas salientes, el lugar perfecto para comenzar a construir las pequeñas prisiones que el humano había mencionado. El plan tenia todo el sentido del mundo, y empezar por allí parecía que también.
Una vez que tuvo suficiente madera y metal traídos por los gyojin, Octojin comenzó a trabajar. Utilizó su fuerza y destreza para levantar estructuras sólidas. Primero, armó un marco básico, clavando los trozos de madera más gruesos en la arena y asegurándolos con pesadas rocas para que tuvieran una base estable. El no disponer de herramientas hizo que tuviese que dar rienda suelta a su imaginación. Emplear una piedra de martillo, dos maderas atravesadas a modo de gato, o su propia mano para ejercer medidas como si de un metro se tratase. Después, fue colocando los barrotes, haciendo que cada “prisión” tuviera un aspecto sólido pero no demasiado obvio. No se trataba de enjaular a nadie, sino de crear escondites que fueran efectivos y discretos.
Luego, con los trozos de metal que habían encontrado, reforzó los barrotes, dándoles más resistencia. Los envolvió con algas y plantas marinas que los gyojin habían traído, creando una especie de cortina vegetal que ocultaba la estructura. De esta manera, las prisiones parecían parte del entorno, perfectamente camufladas entre las rocas y la vegetación del lugar.
Octojin se esforzó en cada detalle, usando la fuerza bruta cuando era necesario, pero también cuidando que todo encajara bien. Utilizó con ingenio los recursos que tenía a mano, asegurándose de que las “prisiones” fueran seguras para los gyojin, pero al mismo tiempo parecieran trampas a los ojos de los piratas.
—Esto debería funcionar —murmuró para sí mismo, examinando la primera de las prisiones terminadas.
Luego de un tiempo, había conseguido construir varias de estas estructuras repartidas por la zona, cada una estratégicamente ubicada según el plan que Atlas había trazado en la arena. Satisfecho con su trabajo, Octojin se incorporó, quitándose el sudor de la frente y notando un cansancio incipiente que le instaba a echarse un rato. Miró hacia el horizonte, donde los demás gyojin ya estaban recogiendo más plantas y madera para completar el camuflaje.
—¡Aseguraos de cubrir bien cada prisión con plantas! —les indicó, su voz grave resonando por la playa.
Finalmente, se volvió hacia Atlas y asintió, mostrando que todo estaba listo.
—He construido las prisiones tal y como planeamos. Ahora solo queda esperar que los piratas caigan en la trampa —dijo, sintiendo cómo una oleada de anticipación recorría su cuerpo. Sabía que el verdadero reto comenzaría pronto, pero confiaba en que, esta vez, estaban preparados para lo que fuera.