Desde que mordí aquella fruta todos mis valores se habían puesto en cuestión. Lo que uno debe hacer depende de lo que uno puede hacer. Así que, ¿qué debo ser ahora que tengo este poder? Para mi lado más salvaje era sencillo, la calle me había enseñado que la justicia no es lo mismo que la violencia, pero una patada en la cara puede ayudar en el momento adecuado. Tal vez no es la analogía más fina, pero creo que tiene sentido.
En una ocasión, robando en un bazar, alguien me dijo “un gran poder conlleva…”, espera, ¿cómo continuaba?, ah sí “conlleva una gran diversión… y algunos momentos malos. Así que diviértete mientras puedas”. Maldito viejo, ¿cómo me vio? Yo solo quería tomar prestado algo de comer y el tipo me soltó un consejo como si me hubiera visto entrar con necesidad de uno. Ese día me llevé algo más que el almuerzo, también me llevé una reflexión que ahora me estaba dando dolor de cabeza.
“Matar…”, dije en mi interior, pensando en las palabras del mink conejo. Encendí el cigarro imaginario de mi boca con el mechero imaginario que sostenía en mi mano y reflexioné. Era un buen momento para decidir mi nuevo punto de vista respecto a ello. Estaba claro que, con estas habilidades, los escenarios en los que matar era una opción aumentaban drásticamente. Nuevamente, el poder y el deber. De alguna forma, el “velo” que me ocultaba a la vista me otorgaba cierta impunidad, al menos respecto a mi consciencia. Resultaba ligera la idea de matar bajo esa levedad del ser que me abrigaba.
De pronto, el lobo aportó algo valioso a la cuestión. Parecía que había alguien en peligro de por medio. Una tal “hija” de un tal “posadero”. Tal vez, todo ese contexto era lo que me llevaba a intuir la idea de que estos dos se movían tras un fin honrado.
Decidido, voy a echarles un cable. Aunque solo sea por aquella “hija del posadero”, pensé.
Ah sí, lo de matar. Avancé mientras veía al conejo generando lo que parecía un gran calor en el agarre que hacía de los dos sujetos. Era extraño y terrorífico. Se retorcían, al principio, pero al poco sus fuerzas flaquearon y parecieron rendirse al dolor, aunque, aún conscientes.
—Me voy adelantando, pues—dije mientras me acercaba con calma e invisible a los bandidos que de manera formidable retenía el conejo.
Acerqué mi filo incorpóreo a ambos hombres. Se encontraban cerca, lo suficiente para que mi hoja abarcara de un cuello a otro. La enfrenté a los mismos y de un movimiento seco y violento corté sus gargantas.
—Esperadme junto a ese monolito. Intentaré hacerme con algo de información —dije mientras tomaba un palo para señalar de forma visible una gran piedra con forma de dolmen que destacaba entre los árboles, cerca de donde se podía intuir el humo del campamento de los bandidos.
Me dirigiría hacia el campamento, por el bosque, con intención de infiltrarme en el mismo y obtener información de la ubicación y estado de la hija del posadero y cualquier otro dato relevante.
En una ocasión, robando en un bazar, alguien me dijo “un gran poder conlleva…”, espera, ¿cómo continuaba?, ah sí “conlleva una gran diversión… y algunos momentos malos. Así que diviértete mientras puedas”. Maldito viejo, ¿cómo me vio? Yo solo quería tomar prestado algo de comer y el tipo me soltó un consejo como si me hubiera visto entrar con necesidad de uno. Ese día me llevé algo más que el almuerzo, también me llevé una reflexión que ahora me estaba dando dolor de cabeza.
“Matar…”, dije en mi interior, pensando en las palabras del mink conejo. Encendí el cigarro imaginario de mi boca con el mechero imaginario que sostenía en mi mano y reflexioné. Era un buen momento para decidir mi nuevo punto de vista respecto a ello. Estaba claro que, con estas habilidades, los escenarios en los que matar era una opción aumentaban drásticamente. Nuevamente, el poder y el deber. De alguna forma, el “velo” que me ocultaba a la vista me otorgaba cierta impunidad, al menos respecto a mi consciencia. Resultaba ligera la idea de matar bajo esa levedad del ser que me abrigaba.
De pronto, el lobo aportó algo valioso a la cuestión. Parecía que había alguien en peligro de por medio. Una tal “hija” de un tal “posadero”. Tal vez, todo ese contexto era lo que me llevaba a intuir la idea de que estos dos se movían tras un fin honrado.
Decidido, voy a echarles un cable. Aunque solo sea por aquella “hija del posadero”, pensé.
Ah sí, lo de matar. Avancé mientras veía al conejo generando lo que parecía un gran calor en el agarre que hacía de los dos sujetos. Era extraño y terrorífico. Se retorcían, al principio, pero al poco sus fuerzas flaquearon y parecieron rendirse al dolor, aunque, aún conscientes.
—Me voy adelantando, pues—dije mientras me acercaba con calma e invisible a los bandidos que de manera formidable retenía el conejo.
Acerqué mi filo incorpóreo a ambos hombres. Se encontraban cerca, lo suficiente para que mi hoja abarcara de un cuello a otro. La enfrenté a los mismos y de un movimiento seco y violento corté sus gargantas.
—Esperadme junto a ese monolito. Intentaré hacerme con algo de información —dije mientras tomaba un palo para señalar de forma visible una gran piedra con forma de dolmen que destacaba entre los árboles, cerca de donde se podía intuir el humo del campamento de los bandidos.
Me dirigiría hacia el campamento, por el bosque, con intención de infiltrarme en el mismo y obtener información de la ubicación y estado de la hija del posadero y cualquier otro dato relevante.