Octojin
El terror blanco
09-10-2024, 09:38 AM
Octojin se sentía a gusto mientras preparaba la carne cazada junto a Asradi. El ambiente entre ambos era relajado y natural, como si, después de la adrenalina de la caza, hubieran encontrado un espacio de tranquilidad compartido. Las palabras de la sirena sobre su presa le sacaron una sonrisa modesta.
— Gracias, pero no tiene nada que ver con lo que tú has hecho —dijo, sin poder evitar notar lo satisfecha que estaba Asradi por su cacería—. Aunque sí, has dado con la tecla importante, y es que ahora tenemos más que suficiente para una buena comida.
La fogata que Octojin había improvisado crepitaba con fuerza, y pese a no estar del todo lista, la carne que el escualo había cazado ya estaba sobre ella. Lo cierto es que mientras el tiburón se había ocupado de abrir a fuerza bruta su atún, sentía la mirada de Asradi sobre él. Le costó concentrarse en la tarea, y erró algún que otro movimiento por estar ligeramente vergonzoso, pero al mismo tiempo, estaba cómodo sabiendo que era ella quien lo observaba. Los músculos de sus brazos se tensaban mientras rasgaba la carne del atún con facilidad, partiendo las piezas con precisión. No nos vamos a engañar, alguna de las poses del habitante del mar tenían más la intención de marcar músculo que de seguir su tarea, pero es que le salía solo. Aquello que sentía en su interior le hacía hacer unas cosas que, para él, no tenían sentido. Al menos no vistas desde fuera y a posteriori. Pero en el momento, era lo que le nacía hacer.
Cuando la sirena mencionó su experiencia cazando, Octojin la escuchó con interés. Sentía curiosidad por cómo se manejaba Asradi en sus viajes, y le encantaba escucharla hablar con tanta pasión por lo que hacía.
— Entiendo. Tiene sentido cazar algo más pequeño si estás viajando sola —respondió mientras arrancaba otra pieza del atún, depositándola al lado de la fogata—. Pero al menos hoy, no tendrás que preocuparte por eso. Nos va a sobrar comida, creo. Aunque tengo apetito.
En ese momento, Asradi exclamó que había encontrado "premio" dentro del esturión, mostrándole las huevas con una sonrisa amplia. A Octojin se le iluminó la cara ante la vista, hacía un montón de tiempo que no las probaba. En la superficie era un manjar que no se podía permitir, y cuando cazaba solía fijarse en ejemplares machos, que rondaban un tamaño mayor. Pero aquello era sin duda una magnífica noticia.
— ¡Por algo has ganado! Las huevas son un manjar —comentó con entusiasmo, sabiendo que ese pequeño "extra" añadiría más sabor a la comida, y una fuente de proteínas necesaria después del combate que habían tenido.
Cuando ella le pidió ayuda para partir el esturión, Octojin aceptó sin dudarlo. Se alejó un poco al trote, lavándose las manos en la orilla. Lo cierto es que había visto eso en los restaurantes, aunque no lo terminaba de entender. Los chefs de renombre, cada vez que tocaban un alimento se lavaban las manos, quizá para no contaminar el sabor de lo siguiente que fuesen a tocar, pero eso el tiburón no lo asimilaba. Cuando acabó, volvió de nuevo al trote, dándose cuenta de que las manos tenían algún que otro trozo ensuciado por la arena. Quizá no estaban en el mejor sitio para hacer una fogata con comida tan grande, pero bueno, aquello poco importaba.
El pez cazado por la sirena era un pez grande, y él era ideal para esa tarea de abrirlo y repararlo. Con habilidad y fuerza, partió la carne en porciones más manejables, dando pequeños toques en zonas clave para ir abriendo poco a poco el costado del pescado. Fue asegurándose de que las piezas quedaran bien distribuidas para cocinarlas sobre la hoguera.
Una vez los peces estuvieron en la fogata, el gyojin improvisó dos mesas con hojas grandes que había encontrado en los alrededores y a las que tenía echado el ojo. Antes de nada colocó unas maderas antiguas debajo, para que no se hundieran con el peso de la carne. Colocó las primeras piezs cocinadas con cuidado sobre ellas, asegurándose de que todo estuviera en orden. Recordó que a Asradi le gustaba la carne poco hecha, aunque siendo pescado lo dejó un poco más al fuego. Cuando fue a sacar una de las piezas de la hoguera, y teniendo su vista centrada en la sirena, se quemó la mano ligeramente al ponerla donde no debía, pero disimuló el dolor para no preocupar a Asradi. Rápidamente, recuperó la compostura y le sonrió.
— Ca-casi listo. Solo falta un poco más y podremos comer.
Ambos tenían al menos un trozo que comer, y Asradi se sentó cerca de él, respetando su espacio, algo que el tiburón agradeció. Pero lo que no se esperaba es que sus dedos rozaran los de Octojin de manera sutil. El tiburón notó el gesto y no pudo evitar sentir una extraña mezcla de nerviosismo y alegría, manteniendo la mirada al horizonte. No se apartó, dejando que ese contacto se mantuviera mientras la charla fluía.
— No estás retrasando nada —respondió, mirando de reojo hacia el cielo, donde las estrellas comenzaban a asomar—. Más bien estás acelerando. Tendrías que notar mi corazón ahora mismo —dijo casi sin querer, sonrojándose un poco al darse cuenta de lo que acababa de confesar—. Me alegra estar aquí contigo también. Ojalá se parase el tiempo.
La verdad es que, a pesar de los nervios que Asradi despertaba en él, estar a su lado le daba una sensación de paz que pocas veces había experimentado. El gyojin echó un nuevo vistazo a la fogata, estaba llena, mitad de la carne del pez cazado por la sirena y otra mitad del tiburón. Observó los trozos sobre la mesa que había puesto, y esperó a que ella comiese. Aunque, a decir verdad, le estaba costando mucho. No quería fastidiar el momento, pero su estómago sonaba de vez en cuando y el tener la carne tan cerca le hacía luchar con todas sus fuerzas por no devorarlo.
— Gracias, pero no tiene nada que ver con lo que tú has hecho —dijo, sin poder evitar notar lo satisfecha que estaba Asradi por su cacería—. Aunque sí, has dado con la tecla importante, y es que ahora tenemos más que suficiente para una buena comida.
La fogata que Octojin había improvisado crepitaba con fuerza, y pese a no estar del todo lista, la carne que el escualo había cazado ya estaba sobre ella. Lo cierto es que mientras el tiburón se había ocupado de abrir a fuerza bruta su atún, sentía la mirada de Asradi sobre él. Le costó concentrarse en la tarea, y erró algún que otro movimiento por estar ligeramente vergonzoso, pero al mismo tiempo, estaba cómodo sabiendo que era ella quien lo observaba. Los músculos de sus brazos se tensaban mientras rasgaba la carne del atún con facilidad, partiendo las piezas con precisión. No nos vamos a engañar, alguna de las poses del habitante del mar tenían más la intención de marcar músculo que de seguir su tarea, pero es que le salía solo. Aquello que sentía en su interior le hacía hacer unas cosas que, para él, no tenían sentido. Al menos no vistas desde fuera y a posteriori. Pero en el momento, era lo que le nacía hacer.
Cuando la sirena mencionó su experiencia cazando, Octojin la escuchó con interés. Sentía curiosidad por cómo se manejaba Asradi en sus viajes, y le encantaba escucharla hablar con tanta pasión por lo que hacía.
— Entiendo. Tiene sentido cazar algo más pequeño si estás viajando sola —respondió mientras arrancaba otra pieza del atún, depositándola al lado de la fogata—. Pero al menos hoy, no tendrás que preocuparte por eso. Nos va a sobrar comida, creo. Aunque tengo apetito.
En ese momento, Asradi exclamó que había encontrado "premio" dentro del esturión, mostrándole las huevas con una sonrisa amplia. A Octojin se le iluminó la cara ante la vista, hacía un montón de tiempo que no las probaba. En la superficie era un manjar que no se podía permitir, y cuando cazaba solía fijarse en ejemplares machos, que rondaban un tamaño mayor. Pero aquello era sin duda una magnífica noticia.
— ¡Por algo has ganado! Las huevas son un manjar —comentó con entusiasmo, sabiendo que ese pequeño "extra" añadiría más sabor a la comida, y una fuente de proteínas necesaria después del combate que habían tenido.
Cuando ella le pidió ayuda para partir el esturión, Octojin aceptó sin dudarlo. Se alejó un poco al trote, lavándose las manos en la orilla. Lo cierto es que había visto eso en los restaurantes, aunque no lo terminaba de entender. Los chefs de renombre, cada vez que tocaban un alimento se lavaban las manos, quizá para no contaminar el sabor de lo siguiente que fuesen a tocar, pero eso el tiburón no lo asimilaba. Cuando acabó, volvió de nuevo al trote, dándose cuenta de que las manos tenían algún que otro trozo ensuciado por la arena. Quizá no estaban en el mejor sitio para hacer una fogata con comida tan grande, pero bueno, aquello poco importaba.
El pez cazado por la sirena era un pez grande, y él era ideal para esa tarea de abrirlo y repararlo. Con habilidad y fuerza, partió la carne en porciones más manejables, dando pequeños toques en zonas clave para ir abriendo poco a poco el costado del pescado. Fue asegurándose de que las piezas quedaran bien distribuidas para cocinarlas sobre la hoguera.
Una vez los peces estuvieron en la fogata, el gyojin improvisó dos mesas con hojas grandes que había encontrado en los alrededores y a las que tenía echado el ojo. Antes de nada colocó unas maderas antiguas debajo, para que no se hundieran con el peso de la carne. Colocó las primeras piezs cocinadas con cuidado sobre ellas, asegurándose de que todo estuviera en orden. Recordó que a Asradi le gustaba la carne poco hecha, aunque siendo pescado lo dejó un poco más al fuego. Cuando fue a sacar una de las piezas de la hoguera, y teniendo su vista centrada en la sirena, se quemó la mano ligeramente al ponerla donde no debía, pero disimuló el dolor para no preocupar a Asradi. Rápidamente, recuperó la compostura y le sonrió.
— Ca-casi listo. Solo falta un poco más y podremos comer.
Ambos tenían al menos un trozo que comer, y Asradi se sentó cerca de él, respetando su espacio, algo que el tiburón agradeció. Pero lo que no se esperaba es que sus dedos rozaran los de Octojin de manera sutil. El tiburón notó el gesto y no pudo evitar sentir una extraña mezcla de nerviosismo y alegría, manteniendo la mirada al horizonte. No se apartó, dejando que ese contacto se mantuviera mientras la charla fluía.
— No estás retrasando nada —respondió, mirando de reojo hacia el cielo, donde las estrellas comenzaban a asomar—. Más bien estás acelerando. Tendrías que notar mi corazón ahora mismo —dijo casi sin querer, sonrojándose un poco al darse cuenta de lo que acababa de confesar—. Me alegra estar aquí contigo también. Ojalá se parase el tiempo.
La verdad es que, a pesar de los nervios que Asradi despertaba en él, estar a su lado le daba una sensación de paz que pocas veces había experimentado. El gyojin echó un nuevo vistazo a la fogata, estaba llena, mitad de la carne del pez cazado por la sirena y otra mitad del tiburón. Observó los trozos sobre la mesa que había puesto, y esperó a que ella comiese. Aunque, a decir verdad, le estaba costando mucho. No quería fastidiar el momento, pero su estómago sonaba de vez en cuando y el tener la carne tan cerca le hacía luchar con todas sus fuerzas por no devorarlo.