Atlas
Nowhere | Fénix
09-10-2024, 12:39 PM
Había tenido algún sustillo que de otro de última hora antes de abandonar Isla Kilombo, pero al fin íbamos a regresas a la base del G-31 en Loguetown. Los marineros que se habían ocupado de subir todo lo necesario a bordo y alistar lo necesario para la partida en ningún momento habían parecido gente incompetente... al menos que yo hubiera reparado, claro. Fue por ello que cuando las velas se combaron tras recibir el impacto del viento no pensé que nada fuese a salir mal. ¿Qué podía pasar? ¿Qué nos hundiésemos?
Lo que había empezado como un pensamiento jocoso poco antes de echarme a descansar un rato se volvió una calamitosa realidad no demasiado tiempo después. Al escuchar las nerviosas órdenes que indicaban recoger el velamen y percibir el violento bamboleo del barco tuve claro que algo iba muy mal. Nos habíamos zambullido de lleno en una tormenta, exactamente igual que un niño pequeño lo haría en una piscina: sin preocuparse por si estaba llena, las condiciones del agua o si sabía nadar siquiera. No hacía falta ser ningún genio de la navegación para saber que acabaríamos a saber dónde y, sobre todo, a saber cómo. El peligro de hundimiento estaba ahí y era una perspectiva para nada corazonadora.
Fue por ello que cuando los nubarrones nos dejaron atrás y vi que la maltrecha embarcación al menos se mantenía a flote sentí un gran alivio. El alivio se tornó en parte en enfado al darme cuenta de que la isla a la que llegábamos no se parecía en nada a Loguetown. Tuvieron que enseñarme un mapa y señalarme Ginebra Blues no sólo para descubrir dónde estaba, sino que existía. Al menos todos estábamos bien, incluyendo a Meethook, la la nutria y los piratas apresados. Incluso teníamos el cuerpo de Broco.
Pero no, la tormenta no sería la última gran sorpresa del viaje. Allí, tomándose una copa e intentando encandilar a una atractiva mujer, Meethook reconoció nada más y nada menos que a Murray Arganeo. Sí, el mismo que nos había enviado a proteger al antiguo segundo al mando de un pirata como Broco Lee de este último. Por un momento sentí ganas de coger su copa y la de su acompañante y estrellárselas las dos en la cabeza. No obstante, me conseguí contener y todo quedó en una mirada profunda con la que, de haber podido, le habría quebrado el alma por la mitad.
Meethook y Murray cuchicheaban en voz baja, conversación a la que no quise prestar atención para no sofocarme más. Por el contrario, me entretuve contemplando las numerosas naos que se aglutinan en la zona portuaria, todas ellas en mucho mejor estado que el desvencijado trasto del que nos acabábamos de bajar.
—Esto no es culpa tuya, Camille —respondí a la oni cuando comenzó a responsabilizarse de no haber estado atenta a las decisiones de los navegantes—. Lo más razonable es pensar que quien lleva el timón en un barco de la Marina sabe lo que hace.
Fuera como fuese, estaba claro que Murray empezaba a temer que nuestra presencia allí —sobre todo el medio hombre— le tirase por tierra el ligue, y seguro que ya había pagado más de dos copas. Nos dio una serie de tickets y llamó a quien se convertiría en la persona a la que más odiaba en el mundo después de Shawn. Entretanto, me descolgué la suerte de medio ataúd que llevaba en mi espalda y que albergaba los restos mortales de Broco; comenzaba a oler.
Cuando llegó ese sujeto me planteé si no habría sido mejor que nos ahogásemos y todo acabase, al menos, sin sufrimiento. Esa verborrea exasperante, ese discurso divagatorio que no iba a ningún sitio, se tono de voz... ¡Y todo el tiempo! ¿Me caería alguna bronca por tirarle a Broco encima? Me estuve debatiendo entre el sufrimiento y la sanción hasta que llegamos, por fin, a Loguetown. Una vez allí todo fue rodado. A la nutria se le dio comida y bebida. Sabía que Octo le había propuesto, si no tenía dónde o con quién ir, quedarse con nosotros. Los piratas veganos apresados deberían cumplir sus condenas por los delitos cometidos. Por mi parte, llevé los restos mortales de Broco a la morgue para su identificación y posterior sepultura. Tenía el olor a descomposición metido en las fosas nasales, así que el siguiente paso era darme una ducha. Mi desgracia fue que me topé con Shawn en el camino.
—Espero su informe de la misión, Monogusa. Esta noche. Sobre mi mesa.
Ni siquiera me dio oportunidad de replicarlo o solicitar que ampliase el plazo. Aquella vez, sin que sirviera de precedente, decidí hacer lo que me pedía. Después de semejante misión y lote de trabajar lo último que quería era verme escapando de Shawn una vez más. ¿Debería añadir la actitud claramente negligente que habíamos visto en los marines allí destinados a nuestra llegada?
Lo que había empezado como un pensamiento jocoso poco antes de echarme a descansar un rato se volvió una calamitosa realidad no demasiado tiempo después. Al escuchar las nerviosas órdenes que indicaban recoger el velamen y percibir el violento bamboleo del barco tuve claro que algo iba muy mal. Nos habíamos zambullido de lleno en una tormenta, exactamente igual que un niño pequeño lo haría en una piscina: sin preocuparse por si estaba llena, las condiciones del agua o si sabía nadar siquiera. No hacía falta ser ningún genio de la navegación para saber que acabaríamos a saber dónde y, sobre todo, a saber cómo. El peligro de hundimiento estaba ahí y era una perspectiva para nada corazonadora.
Fue por ello que cuando los nubarrones nos dejaron atrás y vi que la maltrecha embarcación al menos se mantenía a flote sentí un gran alivio. El alivio se tornó en parte en enfado al darme cuenta de que la isla a la que llegábamos no se parecía en nada a Loguetown. Tuvieron que enseñarme un mapa y señalarme Ginebra Blues no sólo para descubrir dónde estaba, sino que existía. Al menos todos estábamos bien, incluyendo a Meethook, la la nutria y los piratas apresados. Incluso teníamos el cuerpo de Broco.
Pero no, la tormenta no sería la última gran sorpresa del viaje. Allí, tomándose una copa e intentando encandilar a una atractiva mujer, Meethook reconoció nada más y nada menos que a Murray Arganeo. Sí, el mismo que nos había enviado a proteger al antiguo segundo al mando de un pirata como Broco Lee de este último. Por un momento sentí ganas de coger su copa y la de su acompañante y estrellárselas las dos en la cabeza. No obstante, me conseguí contener y todo quedó en una mirada profunda con la que, de haber podido, le habría quebrado el alma por la mitad.
Meethook y Murray cuchicheaban en voz baja, conversación a la que no quise prestar atención para no sofocarme más. Por el contrario, me entretuve contemplando las numerosas naos que se aglutinan en la zona portuaria, todas ellas en mucho mejor estado que el desvencijado trasto del que nos acabábamos de bajar.
—Esto no es culpa tuya, Camille —respondí a la oni cuando comenzó a responsabilizarse de no haber estado atenta a las decisiones de los navegantes—. Lo más razonable es pensar que quien lleva el timón en un barco de la Marina sabe lo que hace.
Fuera como fuese, estaba claro que Murray empezaba a temer que nuestra presencia allí —sobre todo el medio hombre— le tirase por tierra el ligue, y seguro que ya había pagado más de dos copas. Nos dio una serie de tickets y llamó a quien se convertiría en la persona a la que más odiaba en el mundo después de Shawn. Entretanto, me descolgué la suerte de medio ataúd que llevaba en mi espalda y que albergaba los restos mortales de Broco; comenzaba a oler.
Cuando llegó ese sujeto me planteé si no habría sido mejor que nos ahogásemos y todo acabase, al menos, sin sufrimiento. Esa verborrea exasperante, ese discurso divagatorio que no iba a ningún sitio, se tono de voz... ¡Y todo el tiempo! ¿Me caería alguna bronca por tirarle a Broco encima? Me estuve debatiendo entre el sufrimiento y la sanción hasta que llegamos, por fin, a Loguetown. Una vez allí todo fue rodado. A la nutria se le dio comida y bebida. Sabía que Octo le había propuesto, si no tenía dónde o con quién ir, quedarse con nosotros. Los piratas veganos apresados deberían cumplir sus condenas por los delitos cometidos. Por mi parte, llevé los restos mortales de Broco a la morgue para su identificación y posterior sepultura. Tenía el olor a descomposición metido en las fosas nasales, así que el siguiente paso era darme una ducha. Mi desgracia fue que me topé con Shawn en el camino.
—Espero su informe de la misión, Monogusa. Esta noche. Sobre mi mesa.
Ni siquiera me dio oportunidad de replicarlo o solicitar que ampliase el plazo. Aquella vez, sin que sirviera de precedente, decidí hacer lo que me pedía. Después de semejante misión y lote de trabajar lo último que quería era verme escapando de Shawn una vez más. ¿Debería añadir la actitud claramente negligente que habíamos visto en los marines allí destinados a nuestra llegada?