Gautama D. Lovecraft
El Ascendido
09-10-2024, 01:07 PM
Tras la andadura cargando y turnándonos para llevar el cargamento de cuero en los palanquines, el gran grupo de indígenas, movido por la matriarca y sacerdotisa Upaka, seguiría sus pasos encabezando el pelotón con una inquebrantable determinación. Todos parecían formar un mismo ser aceptando el destino del Hamatoa, y en sus caras podía ver todo tipo de emociones al respecto. Los más ancianos parecían mostrar con sus gestos un deber insalvable hacia el próximo evento, los rastros de humanidad en ellos se esfumaron, y el hacer imperaba en sus pasos y el habla. El resto del grupo, transmitía una sensación casi par, aunque con algunos matices, pues aún asumiendo lo que fuera que hiciéramos una vez llegásemos a nuestro destino, la inquietud se apoderaba de ellos y capté alguna que otra mirada de complicidad entre algunos de los más jóvenes para comunicar una aparente preocupación.
Nos internamos en una caverna que fue iluminándose a nuestro paso gracias a unas antorchas que eran encendidas por algunos de los miembros de los Zing. A medida que bajábamos, me daba cuenta de que los espacios se volvían más abiertos conforme nos internábamos en aquella formación subterránea, realizaba algunas conjeturas en mi mente, cavilaciones propias aunque puede que no acertadas para hacerme una idea más aproximada acerca del Hamatoa, y aunque ya tenía algunos datos útiles recopilados, cada elemento de la caverna asentaba algunas de mis suposiciones.
Alcanzamos una gran apertura que daba lugar a una enorme estancia con una estructura que conectaba el propio suelo firme del lugar con una gran entrada de agua al fondo. El brillo de las antorchas que seguían prendiéndose gracias a los Zing, comenzaron a incidir en el agua y la reflexión de esta emanaba sutiles destellos ondulantes hacia todas las superficies que alcanzaba, principalmente en el techo y partes superiores de las paredes que cerraban el lugar. El lago también desprendía por si mismo un fulgor propio debido a algunas algas luminiscentes en su fondo. Si no fuera porque todo comenzaba a tornarse raro en el ambiente, diría que la belleza del sitio no tenía parangón.
El grupo se paró, pero los que llevábamos los palanquines tuvimos que continuar hasta aproximarnos a las inmediaciones del lago, el que continuó algo más allá fue el palanquín de la misteriosa joven, que llegó hasta una voluminosa losa de piedra que daba al agua desde la tierra. A la voz de la vieja sacerdotisa, formamos una gran C envolviendo a los palanquines, a ella, a la losa y a la joven. Upaka comenzó a hablar, afiné mi oído y mi gesto se volvió circunstancial por la evidente escena que podía contemplar, se palpaba en el ambiente una evidente tensión mezclada con la inquietud del ritual, notaba que todos querían que saliera y el conocido Akmesh, El Devorador, aquella especie de entidad que en su día también nombró Hacket días atrás.
Los cánticos se hicieron eco retumbando por todas las cavidades rocosas de la caverna. La pulida roca reflejaba tanto el sonido como el fulgor de las antorchas, la situación comenzaba a cobrar similitudes al pasado ritual nocturno que realicé con el gran Ganesha, el cual me abrumaba pero me gustaba presenciar. La vieja inició también una danza con suma destreza y agilidad, en paralelo, 2 miembros de los Lagia se acercaron hasta la joven retirando los velos que la vestían y embadurnándola en aceites que aromatizaba intensamente el lugar, mientras otros 2 le arrimaban un incienso. Aunque no exterioricé gesto alguno de lo que se removía en mi interior, había que ser muy luso para no darse cuenta de lo que el Hamatoa consistía.
Hasta mis manos llegó un cuenco de manos de Ganesha, estaba tan absorbido por los diferentes escenarios que podían ocurrir y en como actuar que pasé por alto que entre ellos se movía un cuenco de especial interés entre el grupo. El paquidermo me indicó con gestos como proceder ante él, sin embargo, aunque hice el gesto de beber y el líquido tocaría mis labios, este no se introdujo en mí de lo ensimismado que estaba con la escena, el cuerpo del cuenco así como la inclinación de mi cabeza ocultarían la acción de beberlo, pero simularía la succión de este, tocando al terminar, con la yema de mis dedos el mismo y dejando caer unas gotas sobre mí como hicieron el resto, unas gotas que caerían en mi tersa coleta canosa, más no en mi piel, al pasarlo al siguiente Zing, llevé mis manos hacia atrás para dejarlas reposar sobre mis lumbares y bolsillos posteriores.
Y llegó el momento de tensión, sentía el latir del pecho pronunciándose violentamente hacia lo evidente. Los cánticos cesaron, los Lagia que estaban alrededor de la joven se fueron hacia los palanquines, Upaka se calló y la figura desnuda de la joven avanzó por la lápida seguida de la sacerdotisa. En el momento en el que vi que la anciana portaba en sus manos otro cuenco y una daga actué tras estar todo este tiempo meditando en como proceder. Una cosa era regalarle a mi ser todo tipo de aprendizajes y descubrimientos de diferentes culturas, costumbres y sociedades, pero otra muy distinta era permitir que la vida que tanto inculco a respetar en mis congéneres marines, sea arrebatada por cualquier tipo de creencia o devoción, por lo cual, por mis principios no estaba dispuesto a permitir, estuviera en el sitio que estuviera, perteneciera a la unidad que perteneciera o me costase el aliento. Si quería predicar con el ejemplo, aquella era una situación crítica para hacerlo.
Por eso, y aunque por una parte, sintiera que influenciaría de mala sobremanera la cultura de esta gente, debía de ocupar el privilegiado sitio de mando para evitar esas calamidades, pues había que reeducar la impensable forma que tenían de pagar como tributo a Akmesh su devoción. Mi lugar en este mundo pasaba por hacerlo más próspero y humano, y para ello tenía que ocupar con valor el sitio que me correspondía, entre otras fórmulas, siendo el dios o lo que en realidad fuera lo que respetaban.
Dada la amplitud de la estancia, y la ubicación de cada uno de los miembros Lagia y Zing recreando la C, visualicé una ruta imaginaria que debía realizar hasta alcanzar a Upaka, que era la que amenazaba en esos momentos la integridad de la chica desconocida. Tenía ubicados los diales en mis bolsillos, tanto el de corte como el destello. Llegó el momento de actuar.
Deslicé hacia el gran paquidermo mi rostro muy lentamente, con un semblante neutro, pero inquietante e [Intimidante], ya me había percatado en su relación con Upaka, que pese a su gran tamaño, flaqueaba en cuanto a mentalidad. Una de las manos activó el dial de destello orientándolo hacia el techo de la caverna, en aquel momento me impulsé hacia la ruta que previamente hacía calculado sorteando al par de indígenas que tenía por delante. El desconcierto y la conmoción se apoderaría de todos allí dentro, sumado al flash momentáneo que se produciría. En la medida de mis posibilidades, llegaría lo antes posible hasta la sacerdotisa, previo a lo que pretendía hacer con aquella arma.
No tenía la intención de hacerle daño ni mucho menos, pero le dediqué una mirada incisiva que pretendía también intimidarla y persuadirla de sus intenciones. Cerca de ella, cuando con su gesto se disponía acercar la cuchilla a menos de medio metro de la joven, mi mano derecha se interpuso entre ambas, preparé mi voz y tirando de la [Carisma] que por cierta naturaleza me había definido a lo largo de mis días, me pronuncié en el silencio de la caverna, el asombro y la conmoción de los Lagia y los Zing.
- Akmesh soy yo. -
Mis palabras resonaron con autoridad y gravedad por las cavidades del lugar, el cual, gracias a su particular resonancia, se hicieron mucho más notorias de lo que esperaba. No fueron palabras exclamativas, ni mentirosas, tampoco grité, pues la determinación con la que las emití, fueron lo suficientemente profundas como para intentar calar en todos los allí presentes y demostrarles lo que podía ser. Sin arrebatar el cuchillo de las arrugadas manos de Upaka, desvié con tacto su mano. Agarré con la misma a la joven y la levanté para que caminase conmigo hasta el borde de la lápida, pudiendo ver al fondo del agua, metros más allá, una hendidura ancha gracias a la propia iluminación del lago. En ese momento, sentía sobre mis hombros la responsabilidad de mis acciones, y la influencia que podía transmitir a los demás debido a la sorpresa, pero teniendo en cuenta su fe hacia Akmesh, podrían ver reencarnado a la entidad en el anciano que llegó hasta ellos, y convivió entre los mismos días antes, ahora mostrándose como un [Líder nato] que les prohibiría el sacrificio que estaban a punto de cometer en su propio nombre.
En la cornisa de la lápida, hice el amago de saltar al agua con la joven, sin sobresalto ni aspavientos, todo con una calma controlada y el temple que me definía. Cogí una gran bocanada de aire antes de sumergirnos, y dentro del agua, con la mano libre, activaría el dial de corte en la dirección opuesta a la apertura del lago, viéndose desde la posición del resto, como una acción sobrenatural que afianzaría el hecho de ser Akmesh. No era un excelente nadador, pero sí un viejo con ingenio y algunos recursos, por eso, aquella ráfaga de aire del dial ayudaría con una oportuna propulsión a bucear hasta el hueco. El cual una vez los cruzamos daría hasta una corriente que nos arrastraría hacia el interior de la cueva, de la cual esperaba que diera hacia algún apartado donde pudiéramos recobrar el aire, y posteriormente a alguna salida. Si por allí había agua, por algún sitio exterior debía salir o entrar.
Nos internamos en una caverna que fue iluminándose a nuestro paso gracias a unas antorchas que eran encendidas por algunos de los miembros de los Zing. A medida que bajábamos, me daba cuenta de que los espacios se volvían más abiertos conforme nos internábamos en aquella formación subterránea, realizaba algunas conjeturas en mi mente, cavilaciones propias aunque puede que no acertadas para hacerme una idea más aproximada acerca del Hamatoa, y aunque ya tenía algunos datos útiles recopilados, cada elemento de la caverna asentaba algunas de mis suposiciones.
Alcanzamos una gran apertura que daba lugar a una enorme estancia con una estructura que conectaba el propio suelo firme del lugar con una gran entrada de agua al fondo. El brillo de las antorchas que seguían prendiéndose gracias a los Zing, comenzaron a incidir en el agua y la reflexión de esta emanaba sutiles destellos ondulantes hacia todas las superficies que alcanzaba, principalmente en el techo y partes superiores de las paredes que cerraban el lugar. El lago también desprendía por si mismo un fulgor propio debido a algunas algas luminiscentes en su fondo. Si no fuera porque todo comenzaba a tornarse raro en el ambiente, diría que la belleza del sitio no tenía parangón.
El grupo se paró, pero los que llevábamos los palanquines tuvimos que continuar hasta aproximarnos a las inmediaciones del lago, el que continuó algo más allá fue el palanquín de la misteriosa joven, que llegó hasta una voluminosa losa de piedra que daba al agua desde la tierra. A la voz de la vieja sacerdotisa, formamos una gran C envolviendo a los palanquines, a ella, a la losa y a la joven. Upaka comenzó a hablar, afiné mi oído y mi gesto se volvió circunstancial por la evidente escena que podía contemplar, se palpaba en el ambiente una evidente tensión mezclada con la inquietud del ritual, notaba que todos querían que saliera y el conocido Akmesh, El Devorador, aquella especie de entidad que en su día también nombró Hacket días atrás.
Los cánticos se hicieron eco retumbando por todas las cavidades rocosas de la caverna. La pulida roca reflejaba tanto el sonido como el fulgor de las antorchas, la situación comenzaba a cobrar similitudes al pasado ritual nocturno que realicé con el gran Ganesha, el cual me abrumaba pero me gustaba presenciar. La vieja inició también una danza con suma destreza y agilidad, en paralelo, 2 miembros de los Lagia se acercaron hasta la joven retirando los velos que la vestían y embadurnándola en aceites que aromatizaba intensamente el lugar, mientras otros 2 le arrimaban un incienso. Aunque no exterioricé gesto alguno de lo que se removía en mi interior, había que ser muy luso para no darse cuenta de lo que el Hamatoa consistía.
Hasta mis manos llegó un cuenco de manos de Ganesha, estaba tan absorbido por los diferentes escenarios que podían ocurrir y en como actuar que pasé por alto que entre ellos se movía un cuenco de especial interés entre el grupo. El paquidermo me indicó con gestos como proceder ante él, sin embargo, aunque hice el gesto de beber y el líquido tocaría mis labios, este no se introdujo en mí de lo ensimismado que estaba con la escena, el cuerpo del cuenco así como la inclinación de mi cabeza ocultarían la acción de beberlo, pero simularía la succión de este, tocando al terminar, con la yema de mis dedos el mismo y dejando caer unas gotas sobre mí como hicieron el resto, unas gotas que caerían en mi tersa coleta canosa, más no en mi piel, al pasarlo al siguiente Zing, llevé mis manos hacia atrás para dejarlas reposar sobre mis lumbares y bolsillos posteriores.
Y llegó el momento de tensión, sentía el latir del pecho pronunciándose violentamente hacia lo evidente. Los cánticos cesaron, los Lagia que estaban alrededor de la joven se fueron hacia los palanquines, Upaka se calló y la figura desnuda de la joven avanzó por la lápida seguida de la sacerdotisa. En el momento en el que vi que la anciana portaba en sus manos otro cuenco y una daga actué tras estar todo este tiempo meditando en como proceder. Una cosa era regalarle a mi ser todo tipo de aprendizajes y descubrimientos de diferentes culturas, costumbres y sociedades, pero otra muy distinta era permitir que la vida que tanto inculco a respetar en mis congéneres marines, sea arrebatada por cualquier tipo de creencia o devoción, por lo cual, por mis principios no estaba dispuesto a permitir, estuviera en el sitio que estuviera, perteneciera a la unidad que perteneciera o me costase el aliento. Si quería predicar con el ejemplo, aquella era una situación crítica para hacerlo.
Por eso, y aunque por una parte, sintiera que influenciaría de mala sobremanera la cultura de esta gente, debía de ocupar el privilegiado sitio de mando para evitar esas calamidades, pues había que reeducar la impensable forma que tenían de pagar como tributo a Akmesh su devoción. Mi lugar en este mundo pasaba por hacerlo más próspero y humano, y para ello tenía que ocupar con valor el sitio que me correspondía, entre otras fórmulas, siendo el dios o lo que en realidad fuera lo que respetaban.
Dada la amplitud de la estancia, y la ubicación de cada uno de los miembros Lagia y Zing recreando la C, visualicé una ruta imaginaria que debía realizar hasta alcanzar a Upaka, que era la que amenazaba en esos momentos la integridad de la chica desconocida. Tenía ubicados los diales en mis bolsillos, tanto el de corte como el destello. Llegó el momento de actuar.
Deslicé hacia el gran paquidermo mi rostro muy lentamente, con un semblante neutro, pero inquietante e [Intimidante], ya me había percatado en su relación con Upaka, que pese a su gran tamaño, flaqueaba en cuanto a mentalidad. Una de las manos activó el dial de destello orientándolo hacia el techo de la caverna, en aquel momento me impulsé hacia la ruta que previamente hacía calculado sorteando al par de indígenas que tenía por delante. El desconcierto y la conmoción se apoderaría de todos allí dentro, sumado al flash momentáneo que se produciría. En la medida de mis posibilidades, llegaría lo antes posible hasta la sacerdotisa, previo a lo que pretendía hacer con aquella arma.
No tenía la intención de hacerle daño ni mucho menos, pero le dediqué una mirada incisiva que pretendía también intimidarla y persuadirla de sus intenciones. Cerca de ella, cuando con su gesto se disponía acercar la cuchilla a menos de medio metro de la joven, mi mano derecha se interpuso entre ambas, preparé mi voz y tirando de la [Carisma] que por cierta naturaleza me había definido a lo largo de mis días, me pronuncié en el silencio de la caverna, el asombro y la conmoción de los Lagia y los Zing.
- Akmesh soy yo. -
Mis palabras resonaron con autoridad y gravedad por las cavidades del lugar, el cual, gracias a su particular resonancia, se hicieron mucho más notorias de lo que esperaba. No fueron palabras exclamativas, ni mentirosas, tampoco grité, pues la determinación con la que las emití, fueron lo suficientemente profundas como para intentar calar en todos los allí presentes y demostrarles lo que podía ser. Sin arrebatar el cuchillo de las arrugadas manos de Upaka, desvié con tacto su mano. Agarré con la misma a la joven y la levanté para que caminase conmigo hasta el borde de la lápida, pudiendo ver al fondo del agua, metros más allá, una hendidura ancha gracias a la propia iluminación del lago. En ese momento, sentía sobre mis hombros la responsabilidad de mis acciones, y la influencia que podía transmitir a los demás debido a la sorpresa, pero teniendo en cuenta su fe hacia Akmesh, podrían ver reencarnado a la entidad en el anciano que llegó hasta ellos, y convivió entre los mismos días antes, ahora mostrándose como un [Líder nato] que les prohibiría el sacrificio que estaban a punto de cometer en su propio nombre.
En la cornisa de la lápida, hice el amago de saltar al agua con la joven, sin sobresalto ni aspavientos, todo con una calma controlada y el temple que me definía. Cogí una gran bocanada de aire antes de sumergirnos, y dentro del agua, con la mano libre, activaría el dial de corte en la dirección opuesta a la apertura del lago, viéndose desde la posición del resto, como una acción sobrenatural que afianzaría el hecho de ser Akmesh. No era un excelente nadador, pero sí un viejo con ingenio y algunos recursos, por eso, aquella ráfaga de aire del dial ayudaría con una oportuna propulsión a bucear hasta el hueco. El cual una vez los cruzamos daría hasta una corriente que nos arrastraría hacia el interior de la cueva, de la cual esperaba que diera hacia algún apartado donde pudiéramos recobrar el aire, y posteriormente a alguna salida. Si por allí había agua, por algún sitio exterior debía salir o entrar.