Aunque se dice de las mecedoras que son asientos que propician la aparición de sentimientos de calma, el movimiento de la barcaza no le causaba ningún tipo de sosiego a Shy. El cazador, sentado en uno de los tablones de madera que funcionaba como bancada, no podía sino agarrarse a los bordes de la barca. Tenía la sensación de que iba a morir en cualquier momento. Desviaba la mirada hacia un lado y otro, y ya había terminado de contar las gaviotas en el cielo, había finalizado de apreciar las formas más curiosas de las nubes, y había concluido la búsqueda de los matices de azul y verde en el mar. El mar. Cuanto miedo le estaba dando.
-¿Quieres dejar de mirar el agua como si fuera a salir un Rey Marino en cualquier momento? –preguntó una voz en un tono malhumorado.
Levantó la mirada a Hendricks, quien se sentaba ahí justo enfrente de Shy, con aspecto irritado y apretando la mandíbula visiblemente. Bajo el abundante mostacho, la formidable corpulencia, y el sombrero de tamaño exagerado, sus grises ojos no expresaban más que el mayor de los fastidios.
-No eres el único en este barco que está jodido si cae al mar –rezongó Hendricks, mirando a otro lado.
Shy escrutó con la mirada a su compañero de aventuras y correrías. Siempre que las aventuras y correrías fueran, bueno, la misma dinámica de amenazar, extorsionar y, en última instancia, lisiar. Donde Shy usaba la aguja con precisión y distancia, Hendricks se valía de sus puños y su capacidad para la intimidación. Le seguía una negra estela de trabajos, cada uno con una historia más escabrosa que el anterior. Y además, al contrario de lo que podría pensar uno en principio, era el hablador de aquel inusual dúo que habían formado para cazar a Weisskopf.
Pues vaya con el ofrecimiento, pensaba Shy. Llego a saber que se iba a pasar todo el tiempo de morros y le digo que se quede con Geldhart. En fin, es lo que hay.
El viudo no dejaba de sorprenderse del declive de la calidad de sus compañeros. No hacía mucho, había tenido a Ame de su lado. Ame, el amor de su vida, la compañera ideal, toda sonrisas y esperanza. Alguien con quien pasar un futuro parecía la mejor de las ideas. Hoy por hoy, compartía transporte con un homicida malhumorado, que a su vez estaba bajo la fusta del mismo amo que les enviaba allí. Un codicioso usurero cuya afabilidad dependía del día de la semana. Mejor llevarle las malas noticias un sábado que un martes. Mejor dicho, mejor llevarle buenas noticias que malas, claro.
Shy carraspeó, preparándose mentalmente para entablar conversación, lo que para él siempre había sido un esfuerzo titánico. Salvo con Ame. Joder, cuanto la añoraba.
-Geldhart. ¿Qué opinas? –preguntó Shy, haciendo un esfuerzo consciente para encadenar una palabra con la anterior.
Hendricks enarcó la ceja, antes de emitir un sonido que bien podía estar entre una risa breve, tos repentina, y un chasquido de lengua. ¿Tan expresivo como yo?, preguntaba Shy en su fuero interno. Sí que nos las vamos a arreglar bien. Este…
-Es un cabrón –Hendricks interrumpió sus pensamientos-. Un cabrón listo y avaro. Como cualquier prestamista, en realidad.
Miró al suelo de la embarcación, sumido repentinamente en una actitud circunspecta.
-Es el jefe que nos merecemos. Si estamos trabajando para él, es por algo. No tenemos otra opción.
Cuanto derrotismo, pensaba el viudo. Pero tiene razón. En lo primero, digo. ¿Debo empezar a asumir que lo único que podré hacer el resto de mi vida es seguir repartiendo miedo en nombre del dinero y de un tipo que hace negocio engañando al inocente? ¿Quitarme la vida, quizás? Hendricks parece haber aceptado esa realidad.
La barca finalmente colisionó con el embarcadero, en un claro fallo de cálculo por parte de los grumetes que remaban. Uno lanzó un cabo a un operario que descargaba mercancías. Una vez la embarcación se estabilizó, a Hendricks le faltó tiempo para dejar de reflexionar y auparse a la plataforma de madera, desbocado como el que huye de un peligro inminente.
Shy permaneció unos cuantos instantes más en la barcaza. Los rostros de Hendricks, Geldhart, Weisskopf e incluso Ame aparecían como destellos de luz en el interior de su cabeza, no pudiendo evitar verlos y oír sus voces, recordar todos y cada uno de los momentos que le habían marcado. Su tiempo se agotaba. Cada día que pasaba, estaba un poco más cerca de acabar viviendo una vida llena de arrepentimientos. Una vida en la que se odiaría más de lo que odiaba las circunstancias que habían rodeado su nacimiento y vida. Estaría en un inescapable camino que le llevaría a convertirse en la clase de persona que Ame odiaría. Shy no sabía si estaba dispuesto a aceptar eso. Agachó la cabeza, reflexionando.
Weisskopf debía morir, sí. Pero Geldhart también tendría que empezar a contar los días que le quedaban de vida. Ya no podía seguir justificando su obediencia.