Octojin
El terror blanco
10-10-2024, 12:25 PM
Mientras Octojin mordía el trozo de esturión que Asradi le ofrecía, se sintió sorprendentemente a gusto. No era solo el sabor delicioso del pescado perfectamente cocinado, ni la cálida noche que caía. Tampoco las vistas de estrellas que empezaban a tener. Lo que le hacía sentir así, era la compañía de la sirena. La forma en que ella le hablaba, como si lo entendiera sin necesidad de más explicaciones, le hacía bajar la guardia. Mientras la carne se derretía en su boca, intentaba contenerse y guardar un mínimo de modales a pesar de que la sirena le había dicho que no hacía falta, pero la comida estaba tan deliciosa que, poco a poco, empezó a comer con mayor voracidad.
"Se supone que debo comer despacio" pensó, pero ya era tarde. Para cuando llevaba varios bocados, había dejado de intentar disimular y estaba devorando la carne de esturión en grandes pedazos. Asradi le había dado permiso, e incluso lo animaba, así que simplemente decidió disfrutar del momento, tal como ella misma le había recomendado.
—Está buenísimo —dijo mientras terminaba un trozo y se levantaba para preparar más pescado. Mientras lo hacía, el crepitar de la fogata sumado al sonido suave de las olas y la presencia de Asradi a su lado le daban una sensación de calma que rara vez experimentaba.
El sol ya se estaba ocultando totalmente, y el cielo se teñía de tonos naranjas y púrpuras. A medida que Octojin preparaba más pescado, la sirena hizo algún comentario de la primera vez que se vieron. Y ahí los recuerdos de la isla de Momobami regresaron a su mente. Recordó aquel encuentro desesperado, en el que él y Asradi casi no lograron salir con vida. Fue una prueba de resistencia y de confianza mutua, pero más allá de eso, fue el primer momento en que se dieron cuenta de que sus destinos se habían entrelazado. De alguna manera, la dureza de esa experiencia los había unido, y habían conseguido conocerse más allá de lo que aquella situación les había hecho ahondar en cada uno de ellos.
Las palabras de Asradi lo hicieron sonrojar. Cuando dijo que le gustaba por ser como era, algo se removió dentro de él. Para un tiburón que siempre había sido solitario, que siempre había mantenido a la gente a una distancia prudente, escuchar algo así era inesperado. Sentía una mezcla de felicidad y temor al mismo tiempo. Una extraña sensación de sentimientos entrelazados que hacían que el escualo no supiera muy bien cómo reaccionar.
—Es... difícil para mí aceptar algo así —dijo Octojin, tratando de ordenar sus pensamientos mientras le daba la vuelta al pescado sobre la fogata. Sabía que necesitaba abrirse, que había llegado el momento de ser honesto con ella—. No mucha gente ha aceptado quién soy, o cómo soy. Desde que era pequeño, he sido más un lobo solitario... o un tiburón, en mi caso. He hecho pocas amistades, y las que he hecho siempre han sido más superficiales. No... no como esto —hizo una pausa y la miró sus ojos brillantes bajo la luz del fuego—. Estar aquí contigo, sentir que hay un vínculo tan fuerte... es algo que me asusta en gran parte.
Tomó una bocanada de aire, intentando calmarse. A pesar de lo mucho que le gustaba estar en ese momento, le costaba procesar tantas emociones. El miedo a perder lo que estaba construyendo con Asradi era muy real para él.
Cuando ella le preguntó si se establecería en Loguetown, supo que era el momento adecuado para decirle lo que había estado pensando. Se levantó, tomó dos nuevos trozos de pescado, esta vez del cazado por la propia Asradi, y los colocó en la fogata. Luego, girándose hacia ella, le lanzó la pregunta, intentando ganar algo de tiempo para pensar bien lo que iba a decir.
—Por cierto, ¿qué hacemos con las huevas? —le preguntó, sonriendo con cierta timidez— ¿Las comemos crudas o las dejamos un poco en el fuego?
Tras la respuesta de Asradi, Octojin haría lo que ella quisiera. Si las prefería crudas las llevaría hasta su posición, y sino, las prepararía en la fogata. Tras ello, continuaría, esta vez tomando una postura más seria.
—La verdad es que... he conocido a dos personas que han cambiado mi forma de ver las cosas. Uno es un humano y la otra es una oni. Me han devuelto la fe en que el cambio es posible. He vivido con mucho odio durante años... odio hacia los humanos, hacia el sistema. Es difícil dejar atrás esa rabia —su voz se tornó más grave mientras hablaba—, pero siento que ya no puedo vivir con esa carga.
Octojin respiró hondo antes de seguir. Aquellas palabras le costaba expresarlas, ya que era la primera vez que realmente las decía en alto. Había estado días pensando sobre ello. Horas muertas con un único fin, guiar su camino hacia donde realmente debía ir, la unión.
—Voy a alistarme en la Marina. Sé que no es algo que mucha gente de mi raza entienda o apoye, pero creo que es el camino correcto. Quiero hacer algo por el futuro, por los gyojins, por los humanos. Unir a las razas del mar, históricamente maltratadas, con la superifice. He vivido mucho tiempo con odio, y aunque aún lo siento en algunas circunstancias, sé que el cambio es necesario. La Marina, por más defectos que tenga, es el lugar donde puedo ayudar a romper esas barreras entre gyojins y humanos. No puedo quedarme al margen y seguir mirando desde lejos. Hay que actuar.
Octojin había soltado la bomba. El silencio que siguió fue pesado, pero liberador. Miró a Asradi, esperando su reacción. Mientras terminaba el segundo trozo de pescado, sintió que estaba dando un paso importante en su vida, uno que marcaría su futuro.
Acercó su mano a la de Asradi, devolviéndole el toque que ella le había dado antes, aunque de una manera menos sensual y algo más torpe, pero llena de cariño y respeto.
—Y tú, Asradi... —preguntó en voz baja— ¿Qué crees que te deparará el futuro?
"Se supone que debo comer despacio" pensó, pero ya era tarde. Para cuando llevaba varios bocados, había dejado de intentar disimular y estaba devorando la carne de esturión en grandes pedazos. Asradi le había dado permiso, e incluso lo animaba, así que simplemente decidió disfrutar del momento, tal como ella misma le había recomendado.
—Está buenísimo —dijo mientras terminaba un trozo y se levantaba para preparar más pescado. Mientras lo hacía, el crepitar de la fogata sumado al sonido suave de las olas y la presencia de Asradi a su lado le daban una sensación de calma que rara vez experimentaba.
El sol ya se estaba ocultando totalmente, y el cielo se teñía de tonos naranjas y púrpuras. A medida que Octojin preparaba más pescado, la sirena hizo algún comentario de la primera vez que se vieron. Y ahí los recuerdos de la isla de Momobami regresaron a su mente. Recordó aquel encuentro desesperado, en el que él y Asradi casi no lograron salir con vida. Fue una prueba de resistencia y de confianza mutua, pero más allá de eso, fue el primer momento en que se dieron cuenta de que sus destinos se habían entrelazado. De alguna manera, la dureza de esa experiencia los había unido, y habían conseguido conocerse más allá de lo que aquella situación les había hecho ahondar en cada uno de ellos.
Las palabras de Asradi lo hicieron sonrojar. Cuando dijo que le gustaba por ser como era, algo se removió dentro de él. Para un tiburón que siempre había sido solitario, que siempre había mantenido a la gente a una distancia prudente, escuchar algo así era inesperado. Sentía una mezcla de felicidad y temor al mismo tiempo. Una extraña sensación de sentimientos entrelazados que hacían que el escualo no supiera muy bien cómo reaccionar.
—Es... difícil para mí aceptar algo así —dijo Octojin, tratando de ordenar sus pensamientos mientras le daba la vuelta al pescado sobre la fogata. Sabía que necesitaba abrirse, que había llegado el momento de ser honesto con ella—. No mucha gente ha aceptado quién soy, o cómo soy. Desde que era pequeño, he sido más un lobo solitario... o un tiburón, en mi caso. He hecho pocas amistades, y las que he hecho siempre han sido más superficiales. No... no como esto —hizo una pausa y la miró sus ojos brillantes bajo la luz del fuego—. Estar aquí contigo, sentir que hay un vínculo tan fuerte... es algo que me asusta en gran parte.
Tomó una bocanada de aire, intentando calmarse. A pesar de lo mucho que le gustaba estar en ese momento, le costaba procesar tantas emociones. El miedo a perder lo que estaba construyendo con Asradi era muy real para él.
Cuando ella le preguntó si se establecería en Loguetown, supo que era el momento adecuado para decirle lo que había estado pensando. Se levantó, tomó dos nuevos trozos de pescado, esta vez del cazado por la propia Asradi, y los colocó en la fogata. Luego, girándose hacia ella, le lanzó la pregunta, intentando ganar algo de tiempo para pensar bien lo que iba a decir.
—Por cierto, ¿qué hacemos con las huevas? —le preguntó, sonriendo con cierta timidez— ¿Las comemos crudas o las dejamos un poco en el fuego?
Tras la respuesta de Asradi, Octojin haría lo que ella quisiera. Si las prefería crudas las llevaría hasta su posición, y sino, las prepararía en la fogata. Tras ello, continuaría, esta vez tomando una postura más seria.
—La verdad es que... he conocido a dos personas que han cambiado mi forma de ver las cosas. Uno es un humano y la otra es una oni. Me han devuelto la fe en que el cambio es posible. He vivido con mucho odio durante años... odio hacia los humanos, hacia el sistema. Es difícil dejar atrás esa rabia —su voz se tornó más grave mientras hablaba—, pero siento que ya no puedo vivir con esa carga.
Octojin respiró hondo antes de seguir. Aquellas palabras le costaba expresarlas, ya que era la primera vez que realmente las decía en alto. Había estado días pensando sobre ello. Horas muertas con un único fin, guiar su camino hacia donde realmente debía ir, la unión.
—Voy a alistarme en la Marina. Sé que no es algo que mucha gente de mi raza entienda o apoye, pero creo que es el camino correcto. Quiero hacer algo por el futuro, por los gyojins, por los humanos. Unir a las razas del mar, históricamente maltratadas, con la superifice. He vivido mucho tiempo con odio, y aunque aún lo siento en algunas circunstancias, sé que el cambio es necesario. La Marina, por más defectos que tenga, es el lugar donde puedo ayudar a romper esas barreras entre gyojins y humanos. No puedo quedarme al margen y seguir mirando desde lejos. Hay que actuar.
Octojin había soltado la bomba. El silencio que siguió fue pesado, pero liberador. Miró a Asradi, esperando su reacción. Mientras terminaba el segundo trozo de pescado, sintió que estaba dando un paso importante en su vida, uno que marcaría su futuro.
Acercó su mano a la de Asradi, devolviéndole el toque que ella le había dado antes, aunque de una manera menos sensual y algo más torpe, pero llena de cariño y respeto.
—Y tú, Asradi... —preguntó en voz baja— ¿Qué crees que te deparará el futuro?