Asradi
Völva
10-10-2024, 05:46 PM
Asradi se quedó en silencio de repente. No se esperaba una confesión así de parte de Octojin. Que se abriese ante ella de esa manera, con tanta confianza. Le halagaba muchísimo, y eso se podía notar en como la sirena le dedicaba una silenciosa mirada de agradecimiento. También entendía lo que estaba diciendo. Ella no había estado sola toda su vida, pero sí en los últimos años. Y era algo extremadamente doloroso para alguien que había sido criada en sociedad, a pesar de todo. La sirena dejó de comer, aunque mantuvo el palo en el que, hacía un ratito, había estado espetado un buen trozo de atún. Jugueteó ligeramente con él, aunque procurando no mancharlo de arena. Lo hacía de manera distraída, pensativa más bien. Hubo una pequeña sonrisa, meliflua, que se dibujó nostálgica en los labios sonrosados de la pelinegra.
— Entiendo lo que dices... — Murmuró, aunque de manera audible mientras era ahora ella quien intentaba ordenar sus pensamientos. En realidad los tenía ordenados en su cabeza, pero siempre era complicado el expresarlos a viva voz sin causar un malentendido. — Yo también he estado sola durante bastante tiempo. Pero para que los demás te acepten, primero debes aceptarte a tí mismo.
A estas alturas, los ojos de la sirena miraban con confianza a Octojin. No solo con confianza, sino también con seguridad hacia el gyojin.
— Entiendo también que tengas miedo. Es verdad que quizás soy muy directa en ocasiones. — Lo era, a decir verdad. Incluso se sonrojó de manera suave. Para ella, al igual que para Octojin, todo aquello no era sencillo, por mucho que la sirena intentase quitarle hierro al asunto. Más que nada para que él no estuviese incómodo.
La aleta caudal de su cola se movió ligeramente, comenzando a hacer formas sutiles en la arena de manera distraída, mientras intentaba ordenar sus pensamientos. Y, sobre todo, sus sentimientos.
— Pero no he mentido con todo lo que te he dicho. Ahora bien, tampoco quiero presionarte. O que nos presionemos mutuamente al respecto. — Tomó una pausa momentánea, antes de continuar. — Yo también he conocido a más gente antes y durante. Quizás sea porque eres el primer gyojin con el que me encuentro desde hace meses. O quizás porque congeniamos de alguna manera en aquella selva...
La sirena tomó aire. En todo momento no había apartado la mirada del fuego. Se sentía avergonzada pero sentía que tenía que sacar todo aquello. No era buena expresando sus sentimientos más profundos, aunque a veces fuese algo juguetona solo para que el ambiente no se enrareciese y fuese algo más natural.
— Yo también tengo miedo, Octojin. De muchas maneras. No de ti directamente, sino de todo esto. — No, no era un rechazo. Era una forma de compartir ese momento con él. — Porque yo también siento ese vínculo. Quizás sea cosa del destino, o quizás la vida nos depare algo más. No lo sé. Lo único que sé es que me siento afortunada de haberte conocido. De sentir este cariño que siento por ti y que todavía está empezando a nacer.
Las manos de Asradi permanecían ahora en su regazo, estrujándose entre ellas con una mezcla de nervios y, quizás, algo de resignación que la ahogaba en lo más profundo de ella.
— Pero tampoco me arrepiento de habértelo dicho, aunque hubiese habido un rechazo o cualquier otra cosa. Aún así, tampoco pretendía ponerte en un brete o que te puedas sentir incómodo al respecto. — A pesar de tales palabras, terminó por dedicarle una suave sonrisa que enmarcaba demasiadas cosas. Un cúmulo de sentimientos y sensaciones que no era capaz de gestionar adecuadamente, por lo que muchos de ellos se los terminaba guardando. Sobre todo aquellos más oscuros.
Y, hablando de eso...
El contraste fue, inicialmente, notorio. Los ojos de Asradi se abrieron de par en par durante unos segundos y sus manos comenzaron a temblar ligeramente, obligándose a buscar algo qué hacer para que Octojin no se percatase de aquello. No, el problema que ella estaba teniendo ahora no tenía nada que ver con que él hubiese conocido a más personas. Ni tampoco que quisiera cambiar su mentalidad en cuanto a los humanos, algo que sí le halagaba y le animaba a ello.
Lo que había detonado en la inquietud de la sirena, no había sido eso. Había sido una única frase:
“Voy a alistarme en la Marina.”
No es que no le apoyase. Ella, en realidad, no tenía absolutamente nada en contra de la Marina. Pero... Había algo. Algo que, ahora mismo, ya no le podía contar. No deseaba ponerle contra la espada y la pared. No podía condicionarle ahora que estaba decidido a alistarse y pareciendo tan ilusionado al respecto. No podía, simplemente, hacerle eso. Asradi parpadeó un par de veces, sintiendo ese picor característico en los ojos y se obligó a tomar aire.
Se obligó a volver a sonreír. Solo para él. Para que no notase la zozobra que la inundaba por dentro.
— Si tú crees que es el camino correcto para ti, te entusiasma y te hace feliz, adelante. — A pesar de que, para ella, no era ningún bien, no iba a coartar la decisión del escualo. Mucho menos tirársela por los suelos. Y, lo peor de todo, es que le deseaba de corazón que le fuese bien en ese aspecto. — Ojalá muchos pensasen como estás haciendo tú. O, al menos, dar la oportunidad de poder cambiar para bien. Hay demasiado odio entre nuestras especies. Un odio que comenzó hace demasiado tiempo y que ha terminado arrastrando a generaciones que no han tenido nada que ver.
Eso era demasiado triste. Y, sobre todo, injusto.
— Yo te apoyaré en lo que sea necesario. En lo que necesites. — Murmuró cuando sintió el roce en su mano, esta vez iniciado por el gyojin. De hecho, le correspondió el gesto uniendo un par de sus dedos en tornos a los de él. Al mirar hacia dicho lugar, le hizo algo de gracia la diferencia entre ambos. Y, al mismo tiempo, lo iguales y lo que podían compartir. Pero cuando Octojin hizo la pregunta, ella se encogió un poco de hombros.
— No lo sé, si te soy sincera. Desde hace tiempo que solo vivo el día a día. — Intentaba no pensar en el futuro por miedo a desilusionarse. O a cosas peores. — Pero también pienso como tú. Me gustaría ayudar a que ese odio irracional entre los humanos y los nuestros se vaya erradicando poco a poco. — Confesó, esta vez con una sonrisa un tanto más suave. — A que el mundo sea un poco más justo para todos. — Le acarició muy suavemente.
No quería ponerse demasiado melancólica, así que solo se acercó, de repente, y le dió un pequeño beso en la mejilla. Tan natural y fluido como el océano que tenían ante ellos. Y también de agradecimiento.
— Comamos esas huevas antes de que decidan nacer. — Bromeó, aproximándose a donde las habían dejado para tomar un par, con los dedos, y llevárselas a la boca, así de crudas, y tan gustosamente.
— Entiendo lo que dices... — Murmuró, aunque de manera audible mientras era ahora ella quien intentaba ordenar sus pensamientos. En realidad los tenía ordenados en su cabeza, pero siempre era complicado el expresarlos a viva voz sin causar un malentendido. — Yo también he estado sola durante bastante tiempo. Pero para que los demás te acepten, primero debes aceptarte a tí mismo.
A estas alturas, los ojos de la sirena miraban con confianza a Octojin. No solo con confianza, sino también con seguridad hacia el gyojin.
— Entiendo también que tengas miedo. Es verdad que quizás soy muy directa en ocasiones. — Lo era, a decir verdad. Incluso se sonrojó de manera suave. Para ella, al igual que para Octojin, todo aquello no era sencillo, por mucho que la sirena intentase quitarle hierro al asunto. Más que nada para que él no estuviese incómodo.
La aleta caudal de su cola se movió ligeramente, comenzando a hacer formas sutiles en la arena de manera distraída, mientras intentaba ordenar sus pensamientos. Y, sobre todo, sus sentimientos.
— Pero no he mentido con todo lo que te he dicho. Ahora bien, tampoco quiero presionarte. O que nos presionemos mutuamente al respecto. — Tomó una pausa momentánea, antes de continuar. — Yo también he conocido a más gente antes y durante. Quizás sea porque eres el primer gyojin con el que me encuentro desde hace meses. O quizás porque congeniamos de alguna manera en aquella selva...
La sirena tomó aire. En todo momento no había apartado la mirada del fuego. Se sentía avergonzada pero sentía que tenía que sacar todo aquello. No era buena expresando sus sentimientos más profundos, aunque a veces fuese algo juguetona solo para que el ambiente no se enrareciese y fuese algo más natural.
— Yo también tengo miedo, Octojin. De muchas maneras. No de ti directamente, sino de todo esto. — No, no era un rechazo. Era una forma de compartir ese momento con él. — Porque yo también siento ese vínculo. Quizás sea cosa del destino, o quizás la vida nos depare algo más. No lo sé. Lo único que sé es que me siento afortunada de haberte conocido. De sentir este cariño que siento por ti y que todavía está empezando a nacer.
Las manos de Asradi permanecían ahora en su regazo, estrujándose entre ellas con una mezcla de nervios y, quizás, algo de resignación que la ahogaba en lo más profundo de ella.
— Pero tampoco me arrepiento de habértelo dicho, aunque hubiese habido un rechazo o cualquier otra cosa. Aún así, tampoco pretendía ponerte en un brete o que te puedas sentir incómodo al respecto. — A pesar de tales palabras, terminó por dedicarle una suave sonrisa que enmarcaba demasiadas cosas. Un cúmulo de sentimientos y sensaciones que no era capaz de gestionar adecuadamente, por lo que muchos de ellos se los terminaba guardando. Sobre todo aquellos más oscuros.
Y, hablando de eso...
El contraste fue, inicialmente, notorio. Los ojos de Asradi se abrieron de par en par durante unos segundos y sus manos comenzaron a temblar ligeramente, obligándose a buscar algo qué hacer para que Octojin no se percatase de aquello. No, el problema que ella estaba teniendo ahora no tenía nada que ver con que él hubiese conocido a más personas. Ni tampoco que quisiera cambiar su mentalidad en cuanto a los humanos, algo que sí le halagaba y le animaba a ello.
Lo que había detonado en la inquietud de la sirena, no había sido eso. Había sido una única frase:
“Voy a alistarme en la Marina.”
No es que no le apoyase. Ella, en realidad, no tenía absolutamente nada en contra de la Marina. Pero... Había algo. Algo que, ahora mismo, ya no le podía contar. No deseaba ponerle contra la espada y la pared. No podía condicionarle ahora que estaba decidido a alistarse y pareciendo tan ilusionado al respecto. No podía, simplemente, hacerle eso. Asradi parpadeó un par de veces, sintiendo ese picor característico en los ojos y se obligó a tomar aire.
Se obligó a volver a sonreír. Solo para él. Para que no notase la zozobra que la inundaba por dentro.
— Si tú crees que es el camino correcto para ti, te entusiasma y te hace feliz, adelante. — A pesar de que, para ella, no era ningún bien, no iba a coartar la decisión del escualo. Mucho menos tirársela por los suelos. Y, lo peor de todo, es que le deseaba de corazón que le fuese bien en ese aspecto. — Ojalá muchos pensasen como estás haciendo tú. O, al menos, dar la oportunidad de poder cambiar para bien. Hay demasiado odio entre nuestras especies. Un odio que comenzó hace demasiado tiempo y que ha terminado arrastrando a generaciones que no han tenido nada que ver.
Eso era demasiado triste. Y, sobre todo, injusto.
— Yo te apoyaré en lo que sea necesario. En lo que necesites. — Murmuró cuando sintió el roce en su mano, esta vez iniciado por el gyojin. De hecho, le correspondió el gesto uniendo un par de sus dedos en tornos a los de él. Al mirar hacia dicho lugar, le hizo algo de gracia la diferencia entre ambos. Y, al mismo tiempo, lo iguales y lo que podían compartir. Pero cuando Octojin hizo la pregunta, ella se encogió un poco de hombros.
— No lo sé, si te soy sincera. Desde hace tiempo que solo vivo el día a día. — Intentaba no pensar en el futuro por miedo a desilusionarse. O a cosas peores. — Pero también pienso como tú. Me gustaría ayudar a que ese odio irracional entre los humanos y los nuestros se vaya erradicando poco a poco. — Confesó, esta vez con una sonrisa un tanto más suave. — A que el mundo sea un poco más justo para todos. — Le acarició muy suavemente.
No quería ponerse demasiado melancólica, así que solo se acercó, de repente, y le dió un pequeño beso en la mejilla. Tan natural y fluido como el océano que tenían ante ellos. Y también de agradecimiento.
— Comamos esas huevas antes de que decidan nacer. — Bromeó, aproximándose a donde las habían dejado para tomar un par, con los dedos, y llevárselas a la boca, así de crudas, y tan gustosamente.