Ray
Kuroi Ya
10-10-2024, 09:18 PM
El marine es derribado al poder la daimink reaccionar a tiempo para interponer las palmas de sus manos ante su ataque. Su rostro refleja la sorpresa más absoluta al ver cómo su estocada no solo no logra atravesar las duras pezuñas de su enorme oponente, sino que rebota contra ellas, cayendo hacia atrás y aterrizando con su espalda sobre el suelo.
Los movimientos posteriores de la jabalí son lentos, pero dado que su oponente está en el suelo mientras intenta levantarse no es capaz de reaccionar a tiempo para evitar su acometida. Trata de defenderse con su arma, pero no es lo suficientemente rápido. El primer golpe le hace daño, pero no es nada comparado en el segundo. En el mismo instante del impacto directo siente cómo los huesos de su brazo se rompen con un fuerte chasquido, obligándole a soltar su arma. El dolor le atenaza, y no es capaz de soportarlo.
Para colmo poco después Shiro asomó su cabeza a la espalda del oficial y se dirigió a él, instándolo a no oponer más resistencia bajo amenaza. El hombre, entre el dolor y la confusión producida por ver a un pirata subido sobre la chepa de su superior y montándolo como si de un simple caballo se tratase. Por un momento da la sensación de que su cerebro cortocircuita, incapaz de asumir tan rápidamente todo aquello, pero unos segundos después logra recomponerse. Incapaz de condenar a la muerte a su superior, y sabiéndose imposibilitado para continuar luchando, no pone problema en acceder a la petición del corsario de cabellos plateados y os cuenta lo que sabe:
- Solo llevamos lo que incautamos del barco de los Piratas de Hargreaves. - Os dice. Su voz suena sincera, y puede notarse a la perfección la preocupación que siente por su superior y el miedo por su propia seguridad. - Unos nueve millones de berries en efectivo. ¡Lleváoslo si queréis, pero por favor soltad al Teniente!
En su rostro podéis ver la súplica, producto de la desesperación de saberse a vuestra merced. Es en ese momento cuando Qazan, que se había sumergido para buscar el tesoro, emerge de entre las aguas cargando un voluminoso cofre sobre sus hombros. El marine le mira y, con expresión temerosa al darse cuenta de que se ha quedado sin argumentos para negociar, os pide:
- ¡Ya tenéis lo que buscabais! Ahora, por favor, marchaos por donde habéis venido.
Los movimientos posteriores de la jabalí son lentos, pero dado que su oponente está en el suelo mientras intenta levantarse no es capaz de reaccionar a tiempo para evitar su acometida. Trata de defenderse con su arma, pero no es lo suficientemente rápido. El primer golpe le hace daño, pero no es nada comparado en el segundo. En el mismo instante del impacto directo siente cómo los huesos de su brazo se rompen con un fuerte chasquido, obligándole a soltar su arma. El dolor le atenaza, y no es capaz de soportarlo.
Para colmo poco después Shiro asomó su cabeza a la espalda del oficial y se dirigió a él, instándolo a no oponer más resistencia bajo amenaza. El hombre, entre el dolor y la confusión producida por ver a un pirata subido sobre la chepa de su superior y montándolo como si de un simple caballo se tratase. Por un momento da la sensación de que su cerebro cortocircuita, incapaz de asumir tan rápidamente todo aquello, pero unos segundos después logra recomponerse. Incapaz de condenar a la muerte a su superior, y sabiéndose imposibilitado para continuar luchando, no pone problema en acceder a la petición del corsario de cabellos plateados y os cuenta lo que sabe:
- Solo llevamos lo que incautamos del barco de los Piratas de Hargreaves. - Os dice. Su voz suena sincera, y puede notarse a la perfección la preocupación que siente por su superior y el miedo por su propia seguridad. - Unos nueve millones de berries en efectivo. ¡Lleváoslo si queréis, pero por favor soltad al Teniente!
En su rostro podéis ver la súplica, producto de la desesperación de saberse a vuestra merced. Es en ese momento cuando Qazan, que se había sumergido para buscar el tesoro, emerge de entre las aguas cargando un voluminoso cofre sobre sus hombros. El marine le mira y, con expresión temerosa al darse cuenta de que se ha quedado sin argumentos para negociar, os pide:
- ¡Ya tenéis lo que buscabais! Ahora, por favor, marchaos por donde habéis venido.