Alistair
Mochuelo
10-10-2024, 09:37 PM
La respuesta que la chica ofreció hacia su falta de memoria consiguió sacarle de entre dientes una carcajada efímera, un gesto inofensivo que se entretenía por la preocupación que ella manifestaba hacia una condición que, al menos él quería pensar, no era nada más que descuidos tontos en su memoria -y posiblemente un déficit serio de glucosa por toda la energía que sacaba en su día a día-. — ¡Descuida, descuida! No es nada de esa altura, solo no se me dan bien los nombres. Si fuera algo tan serio como una condición médica, probablemente a esta altura no diferenciaría mi katana de un cuchillo de cocina. — Bromeó, rehusándose a ponerle demasiada importancia a un tema que solo era un supuesto.
En referencia al objeto, portaba su Katana a su derecha utilizando el cinturón blanco de su vestimenta como un agarre para el arma, a falta total de equipo mas especializado para sujetar su herramienta; vivía en el día a día, era un esclavo recién liberado que intentaba reinsertarse en el mundo y se esforzaba por reunir dinero poco a poco para escapar de las garras de la pobreza total. El pobre filo colgando no tenía nada de especial en sí mismo, con una hoja mellada y descolorida que definitivamente necesitaba de la buena mano de un artesano para ser más que solo una descuidada barra delgada de metal cortante y madera desgastada para sujetarla.
— ¡Eso sería perfecto! Te agradecería si pudieras llevarme a algún sitio para pasar la noche luego de visitar el Dojo. — Y si todo avanzaba como había proyectado en su mente, acabaría por enrolares como un discípulo del Santoryu; su búsqueda del arte del Santoryu había nacido de manera independiente a tener un techo sobre su cabeza, pero ahora que sabía que los estudiantes podían residir en el Dojo, tenía el doble de razones para aprenderlo. — Eres una persona bastante amable. ¡Me alegra de haberme encontrado contigo! Si no consideras que sea necesario pagarlo, entonces a cambio puedo ofrecer mi mano si algún día llegaras a requerirla. ¡Y que me entere de ello, claro! —
La conversación, como el tiempo, pasaron. El terreno a su alrededor, cuna de una relajación incomparable con los pocos lugares que Alistair había visitado antes, los recibía con los brazos abiertos con un clima ideal: Ni una nube a la vista, y una gentil brisa que brindaba el perfecto equilibrio entre temperaturas. Pocas veces tenía el lujo de un instante tan tranquilo. — ¿No? Las personas que las contaban parecían tan emocionadas cuando los relataban... Aunque puedo entender de dónde viene el sentimiento. A cualquiera le emocionaría hablar sobre una persona realizando hazañas imposibles con las que solo podrían soñar. ¡Y quien sabe! Puede que la persona que convierta esas hazañas en realidad esté a la vuelta de la esquina! — Era un ser conformado por positivismo en bruto; si le decías que algo no era posible, ya estaría pensando en cómo cambiar esa realidad por una donde sí. Mientras esto no incluyera acabar con la vida de otra persona, por supuesto.
Una palabra llamó su atención en particular: Duelo. Disfrutaba de ponerse a prueba físicamente, comparar su habilidad con otro de equivalente calibre y dar todo de sí mismo en un intenso intercambio. Era adrenalina y dopamina pura directo al cerebro, un hecho que cambiaría por pocas cosas en este mundo. — ¡Un día podríamos batirnos tú y yo en un duelo! — Ignoraba el detalle mas importante en toda la oración: Que se estaba adelantando al hecho de ser -o no ser- aceptado en el Dojo.
— ¡Oh, claro! Soy Alistair, el placer es mutuo. — Se presentó, correspondiendo la cortesía de ella. La pregunta siguiente, por otro lado, era un poco más complicada de contestar. No es que tuviese intenciones de mentir en lo absoluto, pero ser tan vago como decir que le había picado el interés podía hacerlo ver como un deseo espontaneo que abandonaría a la semana, mientras que ser demasiado sincero y comentar que quería usarlo para ayudar a la Armada Revolucionaria en hacer un mundo mejor sería... Demasiado extremo, además de fácil de desaprobar por la chica o por el mentor del Dojo si pasaba la palabra. Debía encontrar el equilibrio adecuado para la situación.
— Escuché del Santoryu hace tiempo, pero admito que en su momento no lo consideré. — Empezó con su respuesta, intentando mantener buena consideración de las palabras que entregaba a Anko. — Y ahora, con como están cambiando los tiempos y más lugares poco a poco dejan de ser seguros... Pensé que sería una buena idea aprender un arte con el cual pudiera defenderme, además de una doctrina con la cual mejorar espiritualmente. Un arte marcial, incluso tratándose de uno que utiliza armas de filo, siempre es buen alimento para el espíritu. — No mentía, aunque admitía que estaba dejando los detalles mas radicales intencionalmente fuera de la conversación. Manipulador, pero por un bien mayor. Una de las pocas veces que justificaría esa clase de comportamiento proveniente de su persona.
— ¿Tú llegaste al Santoryu por alguna razón en concreto? — Preguntó de vuelta, intentando cambiar el enfoque a la chica, además de una manera de conocer un poco más de la persona la cual caminaba a su lado. Siempre era agradable escuchar toda la clase de historias que la gente tenía preparada bajo la manga.
En referencia al objeto, portaba su Katana a su derecha utilizando el cinturón blanco de su vestimenta como un agarre para el arma, a falta total de equipo mas especializado para sujetar su herramienta; vivía en el día a día, era un esclavo recién liberado que intentaba reinsertarse en el mundo y se esforzaba por reunir dinero poco a poco para escapar de las garras de la pobreza total. El pobre filo colgando no tenía nada de especial en sí mismo, con una hoja mellada y descolorida que definitivamente necesitaba de la buena mano de un artesano para ser más que solo una descuidada barra delgada de metal cortante y madera desgastada para sujetarla.
— ¡Eso sería perfecto! Te agradecería si pudieras llevarme a algún sitio para pasar la noche luego de visitar el Dojo. — Y si todo avanzaba como había proyectado en su mente, acabaría por enrolares como un discípulo del Santoryu; su búsqueda del arte del Santoryu había nacido de manera independiente a tener un techo sobre su cabeza, pero ahora que sabía que los estudiantes podían residir en el Dojo, tenía el doble de razones para aprenderlo. — Eres una persona bastante amable. ¡Me alegra de haberme encontrado contigo! Si no consideras que sea necesario pagarlo, entonces a cambio puedo ofrecer mi mano si algún día llegaras a requerirla. ¡Y que me entere de ello, claro! —
La conversación, como el tiempo, pasaron. El terreno a su alrededor, cuna de una relajación incomparable con los pocos lugares que Alistair había visitado antes, los recibía con los brazos abiertos con un clima ideal: Ni una nube a la vista, y una gentil brisa que brindaba el perfecto equilibrio entre temperaturas. Pocas veces tenía el lujo de un instante tan tranquilo. — ¿No? Las personas que las contaban parecían tan emocionadas cuando los relataban... Aunque puedo entender de dónde viene el sentimiento. A cualquiera le emocionaría hablar sobre una persona realizando hazañas imposibles con las que solo podrían soñar. ¡Y quien sabe! Puede que la persona que convierta esas hazañas en realidad esté a la vuelta de la esquina! — Era un ser conformado por positivismo en bruto; si le decías que algo no era posible, ya estaría pensando en cómo cambiar esa realidad por una donde sí. Mientras esto no incluyera acabar con la vida de otra persona, por supuesto.
Una palabra llamó su atención en particular: Duelo. Disfrutaba de ponerse a prueba físicamente, comparar su habilidad con otro de equivalente calibre y dar todo de sí mismo en un intenso intercambio. Era adrenalina y dopamina pura directo al cerebro, un hecho que cambiaría por pocas cosas en este mundo. — ¡Un día podríamos batirnos tú y yo en un duelo! — Ignoraba el detalle mas importante en toda la oración: Que se estaba adelantando al hecho de ser -o no ser- aceptado en el Dojo.
— ¡Oh, claro! Soy Alistair, el placer es mutuo. — Se presentó, correspondiendo la cortesía de ella. La pregunta siguiente, por otro lado, era un poco más complicada de contestar. No es que tuviese intenciones de mentir en lo absoluto, pero ser tan vago como decir que le había picado el interés podía hacerlo ver como un deseo espontaneo que abandonaría a la semana, mientras que ser demasiado sincero y comentar que quería usarlo para ayudar a la Armada Revolucionaria en hacer un mundo mejor sería... Demasiado extremo, además de fácil de desaprobar por la chica o por el mentor del Dojo si pasaba la palabra. Debía encontrar el equilibrio adecuado para la situación.
— Escuché del Santoryu hace tiempo, pero admito que en su momento no lo consideré. — Empezó con su respuesta, intentando mantener buena consideración de las palabras que entregaba a Anko. — Y ahora, con como están cambiando los tiempos y más lugares poco a poco dejan de ser seguros... Pensé que sería una buena idea aprender un arte con el cual pudiera defenderme, además de una doctrina con la cual mejorar espiritualmente. Un arte marcial, incluso tratándose de uno que utiliza armas de filo, siempre es buen alimento para el espíritu. — No mentía, aunque admitía que estaba dejando los detalles mas radicales intencionalmente fuera de la conversación. Manipulador, pero por un bien mayor. Una de las pocas veces que justificaría esa clase de comportamiento proveniente de su persona.
— ¿Tú llegaste al Santoryu por alguna razón en concreto? — Preguntó de vuelta, intentando cambiar el enfoque a la chica, además de una manera de conocer un poco más de la persona la cual caminaba a su lado. Siempre era agradable escuchar toda la clase de historias que la gente tenía preparada bajo la manga.