El sonido sordo de los cuerpos de los matones cayendo al suelo resonó en el callejón. El primero de ellos, el de la cicatriz, había salido volando varios metros, chocando contra el segundo hombre y ambos yacían aturdidos sobre el suelo empedrado, incapaces de levantarse por el momento. El tercero, el más bajo de los tres, estaba atrapado bajo la presión del bastón de Marvolath, quien había logrado un golpe preciso en la parte alta de su pierna. Un quejido ahogado escapó de los labios del hombre mientras su rostro se torcía de dolor.
Marvolath, imperturbable, se acomodó sobre él, explorando la zona lesionada con manos expertas, presionando la pierna fracturada sin titubeos.
—¿Por qué no puede haber una cura? —su voz era neutral, casi clínica—. ¿Cuál es el origen de esta enfermedad? ¿Quién está detrás de todo esto?
El matón intentó revolverse bajo el peso del pequeño médico, pero el dolor lo mantenía controlado. Jadeó antes de hablar, con la voz entrecortada.
—¡No lo sé! Solo... solo hacemos lo que nos dicen. Un tipo de la zona Oeste... —dijo con dificultad—. Nos paga para que... mantengamos a los médicos lejos. No quiere que nadie mejore en este lado de la isla.
Marvolath aplicó un poco más de presión en la pierna, provocando otro gemido de dolor en el hombre.
—¡Es la verdad! ¡No sé más! —gritó el matón—. No... no sé su nombre. Tiene una tienda en la parte rica de la ciudad... nos paga por hacer que las cosas sigan así. ¡Te juro que es todo lo que sé!
El callejón quedó en silencio, roto solo por los quejidos de dolor de los dos matones que aún intentaban recuperarse de la embestida de Marvolath. El tercero, atrapado bajo su peso, respiraba con dificultad mientras el médico examinaba su pierna fracturada. Marvolath retiró la presión, pero no se movió de su sitio, observando al hombre con una frialdad que contrastaba con la urgencia de la situación.
—Tienes una fractura —dijo, con su voz neutra, sin emoción—. Aquí.
El matón soltó un gruñido, mientras Marvolath apretaba de nuevo la zona afectada, asegurándose de que comprendiera la gravedad de su situación.
—Con los cuidados oportunos sanará bien. Sin ellos... espero que sepas mendigar. —La amenaza quedó suspendida en el aire, más como una realidad inevitable que como una advertencia.
El matón tragó saliva, y su rostro se vio contraído por el dolor. Los otros dos hombres seguían en el suelo, incapaces de levantarse. Uno de ellos intentó arrastrarse, pero se detuvo, temiendo llamar la atención de Marvolath. El callejón se llenó de un silencio tenso, donde solo los murmullos de los heridos rompían la calma.
Frente a él, el matón herido seguía jadeando, sabiendo que su destino dependía de las decisiones de aquel médico extraño que no había mostrado compasión desde el inicio del combate. La situación estaba en sus manos: podía tratarlo, dejarlo a su suerte, o simplemente marcharse con las medicinas que había venido a recuperar. Las hierbas, que habían sido robadas y que ahora volvían a sus manos, parecían pesar menos que la verdad a medio revelar.
El frío viento sopló por el callejón, y las sombras de la taberna cercana parecían alargar la escena mientras el matón herido lo miraba con ojos temerosos, esperando su destino. Había obtenido algo de información, pero, ¿era suficiente?
Marvolath, imperturbable, se acomodó sobre él, explorando la zona lesionada con manos expertas, presionando la pierna fracturada sin titubeos.
—¿Por qué no puede haber una cura? —su voz era neutral, casi clínica—. ¿Cuál es el origen de esta enfermedad? ¿Quién está detrás de todo esto?
El matón intentó revolverse bajo el peso del pequeño médico, pero el dolor lo mantenía controlado. Jadeó antes de hablar, con la voz entrecortada.
—¡No lo sé! Solo... solo hacemos lo que nos dicen. Un tipo de la zona Oeste... —dijo con dificultad—. Nos paga para que... mantengamos a los médicos lejos. No quiere que nadie mejore en este lado de la isla.
Marvolath aplicó un poco más de presión en la pierna, provocando otro gemido de dolor en el hombre.
—¡Es la verdad! ¡No sé más! —gritó el matón—. No... no sé su nombre. Tiene una tienda en la parte rica de la ciudad... nos paga por hacer que las cosas sigan así. ¡Te juro que es todo lo que sé!
El callejón quedó en silencio, roto solo por los quejidos de dolor de los dos matones que aún intentaban recuperarse de la embestida de Marvolath. El tercero, atrapado bajo su peso, respiraba con dificultad mientras el médico examinaba su pierna fracturada. Marvolath retiró la presión, pero no se movió de su sitio, observando al hombre con una frialdad que contrastaba con la urgencia de la situación.
—Tienes una fractura —dijo, con su voz neutra, sin emoción—. Aquí.
El matón soltó un gruñido, mientras Marvolath apretaba de nuevo la zona afectada, asegurándose de que comprendiera la gravedad de su situación.
—Con los cuidados oportunos sanará bien. Sin ellos... espero que sepas mendigar. —La amenaza quedó suspendida en el aire, más como una realidad inevitable que como una advertencia.
El matón tragó saliva, y su rostro se vio contraído por el dolor. Los otros dos hombres seguían en el suelo, incapaces de levantarse. Uno de ellos intentó arrastrarse, pero se detuvo, temiendo llamar la atención de Marvolath. El callejón se llenó de un silencio tenso, donde solo los murmullos de los heridos rompían la calma.
Frente a él, el matón herido seguía jadeando, sabiendo que su destino dependía de las decisiones de aquel médico extraño que no había mostrado compasión desde el inicio del combate. La situación estaba en sus manos: podía tratarlo, dejarlo a su suerte, o simplemente marcharse con las medicinas que había venido a recuperar. Las hierbas, que habían sido robadas y que ahora volvían a sus manos, parecían pesar menos que la verdad a medio revelar.
El frío viento sopló por el callejón, y las sombras de la taberna cercana parecían alargar la escena mientras el matón herido lo miraba con ojos temerosos, esperando su destino. Había obtenido algo de información, pero, ¿era suficiente?