Airgid Vanaidiam
Metalhead
11-10-2024, 03:14 PM
Airgid apenas acababa de llegar a la isla del reino de Oykot esa misma mañana, tan bebida que no sabía si estaba borracha o arrastrando la resaca del día anterior. Y es que el viaje en alta mar había sido de todo menos aburrido. Una mezcla entre luna de miel, celebración por hacerse por fin a la mar y en los pocos momentos que tenían de lucidez, tratar de organizar un plan para ayudar a los balleneros a derrocar la monarquía. Todo esto con un tipo a bordo que podía crear alcohol en cualquier momento. Airgid nunca se había llegado a imaginar que ser revolucionaria podía llegar a ser tan divertido y caótico, ni que fuera a conocer a personas tan dispares, únicas y especiales para ella. La verdad es que todos los miedos e inquietudes que pudo haber experimentado antes de abandonar su isla natal se desvanecieron rápidamente al zarpar. Sentía que estaba por fin tomando el rumbo y el timón de su propia vida, dejando de pensar tanto en los demás, priorizando su sueño y su curiosidad por el mundo.
El reparto de misiones estaba claro, a pesar del alcohol que se había visto involucrado de por medio, Airgid sabía qué era lo que tenía que hacer: mezclarse con la gente de a pie del reino de Oykot, específicamente con los balleneros. Y es que Airgid no solo tenía buenas habilidades en cuanto al combate se refería, uno de sus fuertes más fuertes era que resultaba ser una mujer tremendamente maja, por un motivo o por otro, le era muy fácil llevarse bien con la gente, incluso con los que empezaba con mal pie. Puede que su belleza tuviera algo que ver, no lo negaría, pero la verdad es que la rubia emanaba carisma por los cuatro costados. Y debía hacer uso de esa característica suya para ganarse la confianza de los balleneros, para que la vieran como una más de los suyos con el objetivo de conseguir algo de información y para convencerles de que se unieran a su misión. ¿Y qué lugar frecuentaban mucho los balleneros? Exacto, los bares, las tabernas, los locales.
La rubia tardó unas horas en prepararse, en refrescarse, darse una ducha, adecentarse en general. La resaca la había dejado k.o., pero más o menos se iba recuperando con el paso de la tarde, sus refrescos con cafeína y algún remedio natural que Asradi le había hecho. El brebaje en cuestión sabía a lo que te podrías imaginar que sabe el culo de un elefante. De hecho, sería más agradable saborear el culo de un elefante que beberse ese potinge de algas y demás ingredientes del inframundo. Sin embargo, parecía que había funcionado. Así que encontrándose ya bastante mejor, se vistió con un body negro ceñido y sin mangas, luciendo aquellos fuertes bíceps, acompañado por unos pantalones largos, holgados y con infinidad de bolsillos por toda la pierna. En el pie derecho se colocó una de sus botas militares, mientras que a la pierna izquierda le hizo un nudo con el pantalón, tapando así su amputación y recogiendo el sobrante de tela para que no incordiase. Sabía que le esperaba enfrentarse a muchas miradas raras acerca de la falta de su pierna izquierda. En Kilombo ya todos estaban acostumbrados a ella y pocas eran las veces que las miradas la incomodaban. Pero estaba en un entorno completamente nuevo, allí nadie la conocía, y tampoco les culpaba por su sorpresa o su curiosidad. Ya estaba acostumbrada. Así que a base de saltitos, salió del barco, recorriendo Oykot por primera vez.
La noche acabó cayendo más rápido de lo que se había esperado. El tiempo pasó volando, más entretenida de lo que había imaginado. Seguía en su ruta, visitando diferentes bares, sentándose a entablar conversaciones con la gente de la forma más natural posible, y se lo estaba pasando sorprendentemente bien. Los civiles de Oykot habían resultado ser... cerrados, al menos al principio, se notaba que eran lobos de mar, una clase trabajadora y sufridora, cabreados. La simpatía de Airgid conseguía en buena medida calmar el ambiente y los ánimos de los más tozudos, pero saltaba a la vista que los balleneros estaban cerca de explotar. Incluso habían cuchicheado acerca de un plan. El pueblo maquinando su propia revolución a escondidas de todo el mundo. Puede que finalmente, sí que pudieran hacer algo para ayudar a la gente. Entró a la siguiente taberna, abriendo las puertas de esta con una energía desbordantey ya, de primeras, llamando la atención de la gente. Bien por sus hermosos rasgos, por que iba dando saltitos, o por su fuerte físico que además lucía con bastante orgullo. O puede que por una amalgama de todo lo anterior.
La mujer se hizo paso hasta la barra, las miradas siguiendo su estela. Se respiraba un ambiente tenso, poco amigable, todo lo contrario al que Airgid destilaba, con aquella enorme sonrisa en el rostro. Se arrimó finalmente contra la barra. — ¡Buenas! ¿Qué se suele beber aquí? — Preguntó la rubia en un tono encantador. El hombre tras la barra era grande, con cara de pocos amigos, cicatrices y barba de tres días, le faltaba un cacho de oreja y tenía la ropa guarrísima, como si nunca hubiera conocido el agua limpia. Aunque sí el agua del mar. — Solo tengo absenta y ron. Es mejor que te vayas a otra taberna, esto es demasiado fuerte para ti. — Le explicó, dejando salir de entre sus labios una voz ronca y castigada, rasgada. Era mentira, había más bebidas en la carta, pero estaba claro que no quería la presencia de una desconocida en su establecimiento. — ¿Qué dices? Si me flipa la absenta, de pequeña, en vez de leche, ¡bebía absenta! Pon una por aquí. — Insistió Airgid, dando un suave golpecito contra la madera de la barra. El hombre la miró alzando una de sus toscas y pobladas cejas, con incredulidad, pero a la vez con un matiz de curiosidad. Una que compartían varios que también se habían fijado en ella. Sin mediar más palabra, el tabernero sacó un vaso de cristal, la botella de absenta y sirvió la copa. A palo seco. Airgid tuvo la mirada afilada y pudo ver en la etiqueta la graduación que esa bebida tenía, una demasiado alta, pero ahora no podía echarse atrás. Sostuvo la mirada del tabernero, como si estuvieran echando un pulso silencioso, y sin pensárselo un segundo más, la rubia tomó el vaso y se metió el líquido entero en la boca, de un solo trago. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no arrugar el rostro, estaba claramente demasiado fuerte. Pero supo mantener el tipo, lo que provocó una leve y sutilísima sonrisa en el hombre. — ¿Lo ves? ¡Me encanta! ¡Invito a una ronda para todos! — Gritó Airgid, alzando su copa vacía. Todo el mundo a su alrededor imitó el mismo gesto, gritando y celebrando que iban a beber una más de forma totalmente gratuita. Así era fácil ganarse a la gente. ¿Eso de la mesa era un mono? Airgid se quedó mirándolo un segundo. ¡Qué monada!
El reparto de misiones estaba claro, a pesar del alcohol que se había visto involucrado de por medio, Airgid sabía qué era lo que tenía que hacer: mezclarse con la gente de a pie del reino de Oykot, específicamente con los balleneros. Y es que Airgid no solo tenía buenas habilidades en cuanto al combate se refería, uno de sus fuertes más fuertes era que resultaba ser una mujer tremendamente maja, por un motivo o por otro, le era muy fácil llevarse bien con la gente, incluso con los que empezaba con mal pie. Puede que su belleza tuviera algo que ver, no lo negaría, pero la verdad es que la rubia emanaba carisma por los cuatro costados. Y debía hacer uso de esa característica suya para ganarse la confianza de los balleneros, para que la vieran como una más de los suyos con el objetivo de conseguir algo de información y para convencerles de que se unieran a su misión. ¿Y qué lugar frecuentaban mucho los balleneros? Exacto, los bares, las tabernas, los locales.
La rubia tardó unas horas en prepararse, en refrescarse, darse una ducha, adecentarse en general. La resaca la había dejado k.o., pero más o menos se iba recuperando con el paso de la tarde, sus refrescos con cafeína y algún remedio natural que Asradi le había hecho. El brebaje en cuestión sabía a lo que te podrías imaginar que sabe el culo de un elefante. De hecho, sería más agradable saborear el culo de un elefante que beberse ese potinge de algas y demás ingredientes del inframundo. Sin embargo, parecía que había funcionado. Así que encontrándose ya bastante mejor, se vistió con un body negro ceñido y sin mangas, luciendo aquellos fuertes bíceps, acompañado por unos pantalones largos, holgados y con infinidad de bolsillos por toda la pierna. En el pie derecho se colocó una de sus botas militares, mientras que a la pierna izquierda le hizo un nudo con el pantalón, tapando así su amputación y recogiendo el sobrante de tela para que no incordiase. Sabía que le esperaba enfrentarse a muchas miradas raras acerca de la falta de su pierna izquierda. En Kilombo ya todos estaban acostumbrados a ella y pocas eran las veces que las miradas la incomodaban. Pero estaba en un entorno completamente nuevo, allí nadie la conocía, y tampoco les culpaba por su sorpresa o su curiosidad. Ya estaba acostumbrada. Así que a base de saltitos, salió del barco, recorriendo Oykot por primera vez.
La noche acabó cayendo más rápido de lo que se había esperado. El tiempo pasó volando, más entretenida de lo que había imaginado. Seguía en su ruta, visitando diferentes bares, sentándose a entablar conversaciones con la gente de la forma más natural posible, y se lo estaba pasando sorprendentemente bien. Los civiles de Oykot habían resultado ser... cerrados, al menos al principio, se notaba que eran lobos de mar, una clase trabajadora y sufridora, cabreados. La simpatía de Airgid conseguía en buena medida calmar el ambiente y los ánimos de los más tozudos, pero saltaba a la vista que los balleneros estaban cerca de explotar. Incluso habían cuchicheado acerca de un plan. El pueblo maquinando su propia revolución a escondidas de todo el mundo. Puede que finalmente, sí que pudieran hacer algo para ayudar a la gente. Entró a la siguiente taberna, abriendo las puertas de esta con una energía desbordantey ya, de primeras, llamando la atención de la gente. Bien por sus hermosos rasgos, por que iba dando saltitos, o por su fuerte físico que además lucía con bastante orgullo. O puede que por una amalgama de todo lo anterior.
La mujer se hizo paso hasta la barra, las miradas siguiendo su estela. Se respiraba un ambiente tenso, poco amigable, todo lo contrario al que Airgid destilaba, con aquella enorme sonrisa en el rostro. Se arrimó finalmente contra la barra. — ¡Buenas! ¿Qué se suele beber aquí? — Preguntó la rubia en un tono encantador. El hombre tras la barra era grande, con cara de pocos amigos, cicatrices y barba de tres días, le faltaba un cacho de oreja y tenía la ropa guarrísima, como si nunca hubiera conocido el agua limpia. Aunque sí el agua del mar. — Solo tengo absenta y ron. Es mejor que te vayas a otra taberna, esto es demasiado fuerte para ti. — Le explicó, dejando salir de entre sus labios una voz ronca y castigada, rasgada. Era mentira, había más bebidas en la carta, pero estaba claro que no quería la presencia de una desconocida en su establecimiento. — ¿Qué dices? Si me flipa la absenta, de pequeña, en vez de leche, ¡bebía absenta! Pon una por aquí. — Insistió Airgid, dando un suave golpecito contra la madera de la barra. El hombre la miró alzando una de sus toscas y pobladas cejas, con incredulidad, pero a la vez con un matiz de curiosidad. Una que compartían varios que también se habían fijado en ella. Sin mediar más palabra, el tabernero sacó un vaso de cristal, la botella de absenta y sirvió la copa. A palo seco. Airgid tuvo la mirada afilada y pudo ver en la etiqueta la graduación que esa bebida tenía, una demasiado alta, pero ahora no podía echarse atrás. Sostuvo la mirada del tabernero, como si estuvieran echando un pulso silencioso, y sin pensárselo un segundo más, la rubia tomó el vaso y se metió el líquido entero en la boca, de un solo trago. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no arrugar el rostro, estaba claramente demasiado fuerte. Pero supo mantener el tipo, lo que provocó una leve y sutilísima sonrisa en el hombre. — ¿Lo ves? ¡Me encanta! ¡Invito a una ronda para todos! — Gritó Airgid, alzando su copa vacía. Todo el mundo a su alrededor imitó el mismo gesto, gritando y celebrando que iban a beber una más de forma totalmente gratuita. Así era fácil ganarse a la gente. ¿Eso de la mesa era un mono? Airgid se quedó mirándolo un segundo. ¡Qué monada!