Asradi
Völva
11-10-2024, 04:40 PM
No se esperaba aquello para nada. No viniendo del tímido Octojin. El cuerpo del escualo, enorme en comparación con el suyo, la rodeó de una manera tan delicada y cuidadosa que Asradi se estremeció y no dudó en devolverle el gesto, acurrucándose contra el cuerpo de Octojin. Podía notar sus manos alrededor suya, abrazándola como si temiese romperla. Hacía tiempo que no se sentía como en ese momento, con ese calor que la invadía de manera agradable. Aunque, ahora mismo, era una sensación un tanto agridulce. No quería ser deshonesta con el gyojin, pero había cosas que todavía no podía contarle. Ese pensamiento provocó que estrechase un poco más el abrazo en torno a él, cerrando los ojos y apoyando la mejilla contra su escamosa piel. Si por ella fuese, podría estar así todo el rato, sin que nadie más les molestase, durante horas y horas.
— Yo tampoco quiero separarme de ti, Octo... — Murmuró, estrechando más los dedos en torno a él.
El cuerpo del escualo la protegía, ahora mismo, de cualquier cosa que pudiese amenazarles. Pero, por desgracia, era incapaz de protegerla de sus pensamientos. De todo el equipaje emocional que llevaba encima. Sintió las manos contrarias sobre su piel, cálidas y sinceras y apretó la mandíbula, soltando un pequeño suspiro cuando, tras varios segundos, ambos cuerpos se separaron. Los ojos de la sirena siguieron a Octojin cuando éste puso algo de distancia entre ambos.
Se había sentido tan bien con tan solo ese gesto...
Y se sentía tan bien el mirarle y ver esa amplia sonrisa llena de dientes afilados. Ese único gesto le hizo sonreír también a ella, de manera ahora un poco más cohibida a pesar de todo el carácter que tenía. Finalmente, volvieron a tomar acomodo y a degustar las huevas. Eran un manjar poco común y, aunque estaban deliciosas, Asradi todavía tenía ese runrun en la cabeza. Detestaba tener que engañarle o, más bien, tener que ocultarle cosas. Y detestaba todavía más el hecho de que, por desgracia, sabía que tendrían que separarse, por mucho que ella no lo desease.
— No me parece una locura que te quieras alistar en la Marina, Octojin. — Esta vez fue ella quien decidió aclarar ese punto. Quizás retomar la conversación le ayudaría también a aclarar sus propias ideas. — Sobre todo si lo que quieres es ayudar. Y me parece muy loable que lo hagas por los nuestros. Por todos aquellos que sí desean esa mejora, ese cambio, y no pueden hacerlo.
Retomó un par de veces para acariciar la mano del escualo, y luego se hizo con otro par de huevas, masticándolas de manera distraída. Aunque fue una sonrisa muy breve la que se le dibujó cuando el gyojin sugirió que se alistase en la Marina con él. Sonaba esperanzador y gracioso al mismo tiempo. Y, quizás, de ser otra la circunstancia, quizás se lo habría pensado y aceptado.
— No te voy a negar que me encantaría que estuviésemos juntos en la Marina, pero... — Fue ella quien, esta vez, tomó la mano del varón, estrechando sus dedos en los contrarios. Para ese momento, y aunque Asradi no lo desease, Octojin podría notar como dicha extremidad todavía temblaba de forma muy ligera. Era una mezcla de la impresión que le había dado, y un poco también producto de los sentimientos que el gyojin le despertaban. — No creo que la Marina sea el lugar más seguro para mi. No ahora mismo. Yo...
Tomó aire, sintiendo como el corazón no solo le latía a mil por hora, sino que hasta dolía. ¿Cómo podía explicárselo de tal manera que él estuviese seguro?
— … Quiero seguir contigo, Octojin. Detesto la idea de separarnos. — Eso era verdad, se le desgarraba el alma el tener que decirle aquello. — … Pero para que eso suceda, de manera segura, primero tengo que solucionar unos asuntos... Y no quiero ponerte en peligro por ello.
Se mordisqueó el labio inferior. Sin percatarse, una lágrima se había desprendido y ahora bajaba lentamente por su mejilla, aunque intentaba sonreír y mantener la calma en un momento como aquello, cuando sentía que su corazón se desbocaba.
— Pero sé que tú podrás cambiar y mejorar en la Marina, y podrás hacer lo mismo con esa gente. — No había desprecio alguno por los marinos. En realidad ella nunca había tenido nada en contra de los del gobierno. Al fin y al cabo, corruptos los había en todos los lados.
Al final, bajó ligeramente la mirada, se sentía tremendamente culpable.
— Siento no poder darte, por ahora, algo más estable. — Y eso le dolía en el alma. No quería que Octojin pensase que estaba jugando con él o algo parecido. Y entendería si no quisiese seguir por ese camino, aunque doliese.
Y quizás lo que tenía que hacer era confiárselo, decirle el porqué. Pero todo su cuerpo temblaba de tan solo tener que mostrar la marca de su espalda. Como si, de hacerlo, estuviese invocando de alguna manera a quien se la había puesto.
— Yo tampoco quiero separarme de ti, Octo... — Murmuró, estrechando más los dedos en torno a él.
El cuerpo del escualo la protegía, ahora mismo, de cualquier cosa que pudiese amenazarles. Pero, por desgracia, era incapaz de protegerla de sus pensamientos. De todo el equipaje emocional que llevaba encima. Sintió las manos contrarias sobre su piel, cálidas y sinceras y apretó la mandíbula, soltando un pequeño suspiro cuando, tras varios segundos, ambos cuerpos se separaron. Los ojos de la sirena siguieron a Octojin cuando éste puso algo de distancia entre ambos.
Se había sentido tan bien con tan solo ese gesto...
Y se sentía tan bien el mirarle y ver esa amplia sonrisa llena de dientes afilados. Ese único gesto le hizo sonreír también a ella, de manera ahora un poco más cohibida a pesar de todo el carácter que tenía. Finalmente, volvieron a tomar acomodo y a degustar las huevas. Eran un manjar poco común y, aunque estaban deliciosas, Asradi todavía tenía ese runrun en la cabeza. Detestaba tener que engañarle o, más bien, tener que ocultarle cosas. Y detestaba todavía más el hecho de que, por desgracia, sabía que tendrían que separarse, por mucho que ella no lo desease.
— No me parece una locura que te quieras alistar en la Marina, Octojin. — Esta vez fue ella quien decidió aclarar ese punto. Quizás retomar la conversación le ayudaría también a aclarar sus propias ideas. — Sobre todo si lo que quieres es ayudar. Y me parece muy loable que lo hagas por los nuestros. Por todos aquellos que sí desean esa mejora, ese cambio, y no pueden hacerlo.
Retomó un par de veces para acariciar la mano del escualo, y luego se hizo con otro par de huevas, masticándolas de manera distraída. Aunque fue una sonrisa muy breve la que se le dibujó cuando el gyojin sugirió que se alistase en la Marina con él. Sonaba esperanzador y gracioso al mismo tiempo. Y, quizás, de ser otra la circunstancia, quizás se lo habría pensado y aceptado.
— No te voy a negar que me encantaría que estuviésemos juntos en la Marina, pero... — Fue ella quien, esta vez, tomó la mano del varón, estrechando sus dedos en los contrarios. Para ese momento, y aunque Asradi no lo desease, Octojin podría notar como dicha extremidad todavía temblaba de forma muy ligera. Era una mezcla de la impresión que le había dado, y un poco también producto de los sentimientos que el gyojin le despertaban. — No creo que la Marina sea el lugar más seguro para mi. No ahora mismo. Yo...
Tomó aire, sintiendo como el corazón no solo le latía a mil por hora, sino que hasta dolía. ¿Cómo podía explicárselo de tal manera que él estuviese seguro?
— … Quiero seguir contigo, Octojin. Detesto la idea de separarnos. — Eso era verdad, se le desgarraba el alma el tener que decirle aquello. — … Pero para que eso suceda, de manera segura, primero tengo que solucionar unos asuntos... Y no quiero ponerte en peligro por ello.
Se mordisqueó el labio inferior. Sin percatarse, una lágrima se había desprendido y ahora bajaba lentamente por su mejilla, aunque intentaba sonreír y mantener la calma en un momento como aquello, cuando sentía que su corazón se desbocaba.
— Pero sé que tú podrás cambiar y mejorar en la Marina, y podrás hacer lo mismo con esa gente. — No había desprecio alguno por los marinos. En realidad ella nunca había tenido nada en contra de los del gobierno. Al fin y al cabo, corruptos los había en todos los lados.
Al final, bajó ligeramente la mirada, se sentía tremendamente culpable.
— Siento no poder darte, por ahora, algo más estable. — Y eso le dolía en el alma. No quería que Octojin pensase que estaba jugando con él o algo parecido. Y entendería si no quisiese seguir por ese camino, aunque doliese.
Y quizás lo que tenía que hacer era confiárselo, decirle el porqué. Pero todo su cuerpo temblaba de tan solo tener que mostrar la marca de su espalda. Como si, de hacerlo, estuviese invocando de alguna manera a quien se la había puesto.