—Sólo sé que es un balandro y que viene del South Blue. Si le dijo algo más sobre los detalles del barco, desde luego no me lo ha contado. Lo que sí sé es que el dueño, por lo visto, tiene mucho dinero y se codea con gente importante, así que no me extrañaría que la mercancía venga custodiada. También es cierto que Marie tiene más... amigos como yo. Ya sabes, ella necesita favores y nosotros también. La última vez no le pude pagar tanto como otras, así que no sé si se guardaría alguna información para otro amigo.
Recopilamos información entonces: barco con armas propiedad de la Marina y droga, no nos interesa. El balandro con esculturas procedente del South Blue parece ser el objetivo. Tienes algo más de información de la que te había dado al principio, pero más que información parece que Argus te ha dejado una poco agradable duda sembrada: no sabe si alguien más puede estar al tanto de que ahí hay un buen negocio. En fin, ya veremos cómo se desarrollan los acontecimientos, porque tienes hasta la noche de mañana para, si quieres, preparar el golpe. Siempre puedes sentarte en el puerto a esperar y tirarte de cabeza a por el barco cuando llegue, ¿no? Para gustos, colores.
Un hombre trajeado de espeso bigote negro salpicado por canas aguarda en el centro del recibidor. Hace años que perdió la cuenta de a cuántas personalidades ha dado la bienvenida en esa misma posición y, aunque ya no se le note porque ha aprendido a disimularlo, se sigue poniendo nervioso los últimos minutos antes del momento crucial. Un joven muchacho ataviado con el uniforme típico de botones, en el que destaca un pequeño gorrito carmesí a juego con el chaleco, espera a su derecha y un par de pasos por detrás de él.
Boniface, uno de los empleados más veteranos del Casino, ha vivido todo tipo de experiencias allí. Ha recibido a importantes aristócratas provenientes de más allá de la Red Line, le han dado propinas que superaban ampliamente su sueldo anual y ha sido encañonado por delincuentes de la más baja calaña. Forrados, eso sí, porque ése es el requisito indispensable para que se te dispense un buen trato en el casino en el que ha desarrollado su actividad profesional. Sabe que espera a alguien que en los próximos días tendrá una reunión en los salones reservados. Ésas son una lotería, ya que acude gente de lo más variopinto. El último que le encañonó, de hecho, iba a una de ellas. No obstante, la propina más alta que jamás ha recibido se dio en un contexto similar. ¿Qué le tocará hoy?
Como si un ser superior leyese su mente, las puertas giratorias del casino se mueven y sus columnas marmóreas, impolutas paredes y moquetas color carmín reciben a una pareja de hombres. Uno de ellos camina un poco por delante del otro, empleando un traje de tres piezas color burdeos, camisa blanca, corbata amarilla con plumas estilográficas como motivos decorativos y mocasines negros. Usa un bombín a juego con los zapatos. Su bigote, mucho más fino y castaño, está mejor cuidado que el de Boniface.
Es el tipo que le acompaña, ataviado con la indumentaria más tópica de un mayordomo, quien da un paso hacia delante.
—Don Leroy von Doi tiene el sumo placer de saludarle, caballero —dice al tiempo que le tiende la mano a Boniface, que no sabe demasiado bien qué hacer inicialmente. Nunca se ha topado con nadie que hable a través de otro, como si de un ventrílocuo se tratase.
—Bienvenido, señor —arranca a decir por fin, haciendo un gesto con la mano para que le sigan sin saber muy bien a quién de los dos mirar.
Recopilamos información entonces: barco con armas propiedad de la Marina y droga, no nos interesa. El balandro con esculturas procedente del South Blue parece ser el objetivo. Tienes algo más de información de la que te había dado al principio, pero más que información parece que Argus te ha dejado una poco agradable duda sembrada: no sabe si alguien más puede estar al tanto de que ahí hay un buen negocio. En fin, ya veremos cómo se desarrollan los acontecimientos, porque tienes hasta la noche de mañana para, si quieres, preparar el golpe. Siempre puedes sentarte en el puerto a esperar y tirarte de cabeza a por el barco cuando llegue, ¿no? Para gustos, colores.
Mientras tanto...
Hall principal del Casino Missile
Un hombre trajeado de espeso bigote negro salpicado por canas aguarda en el centro del recibidor. Hace años que perdió la cuenta de a cuántas personalidades ha dado la bienvenida en esa misma posición y, aunque ya no se le note porque ha aprendido a disimularlo, se sigue poniendo nervioso los últimos minutos antes del momento crucial. Un joven muchacho ataviado con el uniforme típico de botones, en el que destaca un pequeño gorrito carmesí a juego con el chaleco, espera a su derecha y un par de pasos por detrás de él.
Boniface, uno de los empleados más veteranos del Casino, ha vivido todo tipo de experiencias allí. Ha recibido a importantes aristócratas provenientes de más allá de la Red Line, le han dado propinas que superaban ampliamente su sueldo anual y ha sido encañonado por delincuentes de la más baja calaña. Forrados, eso sí, porque ése es el requisito indispensable para que se te dispense un buen trato en el casino en el que ha desarrollado su actividad profesional. Sabe que espera a alguien que en los próximos días tendrá una reunión en los salones reservados. Ésas son una lotería, ya que acude gente de lo más variopinto. El último que le encañonó, de hecho, iba a una de ellas. No obstante, la propina más alta que jamás ha recibido se dio en un contexto similar. ¿Qué le tocará hoy?
Como si un ser superior leyese su mente, las puertas giratorias del casino se mueven y sus columnas marmóreas, impolutas paredes y moquetas color carmín reciben a una pareja de hombres. Uno de ellos camina un poco por delante del otro, empleando un traje de tres piezas color burdeos, camisa blanca, corbata amarilla con plumas estilográficas como motivos decorativos y mocasines negros. Usa un bombín a juego con los zapatos. Su bigote, mucho más fino y castaño, está mejor cuidado que el de Boniface.
Es el tipo que le acompaña, ataviado con la indumentaria más tópica de un mayordomo, quien da un paso hacia delante.
—Don Leroy von Doi tiene el sumo placer de saludarle, caballero —dice al tiempo que le tiende la mano a Boniface, que no sabe demasiado bien qué hacer inicialmente. Nunca se ha topado con nadie que hable a través de otro, como si de un ventrílocuo se tratase.
—Bienvenido, señor —arranca a decir por fin, haciendo un gesto con la mano para que le sigan sin saber muy bien a quién de los dos mirar.