Airgid Vanaidiam
Metalhead
12-10-2024, 05:21 PM
Airgid acababa de unirse a la revolución como quién dice, así que no tenía ni pajolera idea de lo que le esperaba al llegar a esa casita. Estaba entusiasmada, emocionada, no dejaba de imaginarse la de misiones chulas que podría llevar a cabo como revolucionaria, y encima con un compañero nuevo, alguien que no conocía. Airgid adoraba conocer gente nueva. Sí, era intensa, faltona a ratos, pero tremendamente extrovertida, y siempre trataba de sacar algo bueno de todo el mundo con el que se cruzaba. Su imaginación divagaba entre tantas posibilidades, cada una más interesante que la anterior.
Vestía acorde a su estilo habitual. Top negro, corto y ajustado, sin mangas y dejando sus marcados abdominales al aire, seguido de unos pantalones largos y anchos de color rojo, llenos de bolsillos por todos lados, llenos de latas de refresco y de chatarra. Sí, chatarra. Pequeños trozos de metal que llevaba siempre encima. Engranajes, tornillos, ruecas, chapas... incluso llevaba una llave inglesa, en fin, era un poco síndrome de diógenes, pero estaba justificado, y es que se trataba de una manía adquirida tras consumir su fruta del diablo. El metal era más valioso ahora para ella que el mismo oro, y rodearse de él le hacía sentirse más poderosa. Llevaba sus gafas de aviador sobre la cabeza y los largos cabellos dorados sueltos, danzando con el aire y brillando bajo el reflejo del sol veraniego. Y por supuesto, caminaba a la pata coja, como siempre, con una bota militar colocada.
Llamando la atención con sus saltitos, finalmente llegó a la dirección indicada. Era una casa polvorienta, pequeña, vieja. Tampoco es que lo juzgara, muchas casas de la zona eran así, pero claro... de primeras la impresión fue un poco extraña. Aunque rápidamente su cabeza dio un click, pues recordó que se trataba del Departamento de Misiones Encubiertas. ¡Claro! Ese edificio era una tapadera, además, eran revolucionarios, no podían llamar la atención, ¿cierto? Quizás un poco demasiado metida en su papel, en lugar de llamar a la puerta y acceder a la casa como una persona normal, la rubia decidió que haría una entrada más triunfal, digna de una soldado encubierta.
Subió al tejado de una casa cercana. Puede que solo tuviera una pierna, pero los saltos se le daban de puta madre, estaba acostumbrada de sobra después de casi diez años. También sabía ser sigilosa. No era mucho su estilo, la verdad, pero si la misión que iba a realizar se trataba de algo "encubierto"... tendría que aprender. Desde el tejado localizó una ventana en el edificio del Departamento, una que se encontraba medio abierta. Perfecto. La joven adoptó la postura de un felino y rápidamente saltó, sin pensárselo dos veces, sin preparación alguna. Pero es que era tan buena saltando que sabía que no iba a pasarle nada, y efectivamente, aterrizó de forma limpia en el alféizar de la ventana. Hizo ruido, pero Airgid no se pensaba que hubiera nadie dentro. Terminó de abrir la ventana para colarse en el interior, encontrándose en ese momento con la sorpresa. Un tipo con la cara roja y deformada, sentado en la cama. La rubia se dio un susto que se cayó de costado contra el suelo. — ¡AAAH! — Chilló, menos llamativa no podía ser. No había llegado a distinguir que lo que el hombre llevaba se trataba de una máscara. — Ay... coño. — Se quejó, un poco dolorida por la estrepitosa caída, tratando de recoger la poca dignidad que le quedaba y levantarse del suelo para ver mejor al tipo que le había dado tremendo susto. ¿Sería otro revolucionario? Menuda primera impresión acababa de darle, si fuera ese el caso.
Vestía acorde a su estilo habitual. Top negro, corto y ajustado, sin mangas y dejando sus marcados abdominales al aire, seguido de unos pantalones largos y anchos de color rojo, llenos de bolsillos por todos lados, llenos de latas de refresco y de chatarra. Sí, chatarra. Pequeños trozos de metal que llevaba siempre encima. Engranajes, tornillos, ruecas, chapas... incluso llevaba una llave inglesa, en fin, era un poco síndrome de diógenes, pero estaba justificado, y es que se trataba de una manía adquirida tras consumir su fruta del diablo. El metal era más valioso ahora para ella que el mismo oro, y rodearse de él le hacía sentirse más poderosa. Llevaba sus gafas de aviador sobre la cabeza y los largos cabellos dorados sueltos, danzando con el aire y brillando bajo el reflejo del sol veraniego. Y por supuesto, caminaba a la pata coja, como siempre, con una bota militar colocada.
Llamando la atención con sus saltitos, finalmente llegó a la dirección indicada. Era una casa polvorienta, pequeña, vieja. Tampoco es que lo juzgara, muchas casas de la zona eran así, pero claro... de primeras la impresión fue un poco extraña. Aunque rápidamente su cabeza dio un click, pues recordó que se trataba del Departamento de Misiones Encubiertas. ¡Claro! Ese edificio era una tapadera, además, eran revolucionarios, no podían llamar la atención, ¿cierto? Quizás un poco demasiado metida en su papel, en lugar de llamar a la puerta y acceder a la casa como una persona normal, la rubia decidió que haría una entrada más triunfal, digna de una soldado encubierta.
Subió al tejado de una casa cercana. Puede que solo tuviera una pierna, pero los saltos se le daban de puta madre, estaba acostumbrada de sobra después de casi diez años. También sabía ser sigilosa. No era mucho su estilo, la verdad, pero si la misión que iba a realizar se trataba de algo "encubierto"... tendría que aprender. Desde el tejado localizó una ventana en el edificio del Departamento, una que se encontraba medio abierta. Perfecto. La joven adoptó la postura de un felino y rápidamente saltó, sin pensárselo dos veces, sin preparación alguna. Pero es que era tan buena saltando que sabía que no iba a pasarle nada, y efectivamente, aterrizó de forma limpia en el alféizar de la ventana. Hizo ruido, pero Airgid no se pensaba que hubiera nadie dentro. Terminó de abrir la ventana para colarse en el interior, encontrándose en ese momento con la sorpresa. Un tipo con la cara roja y deformada, sentado en la cama. La rubia se dio un susto que se cayó de costado contra el suelo. — ¡AAAH! — Chilló, menos llamativa no podía ser. No había llegado a distinguir que lo que el hombre llevaba se trataba de una máscara. — Ay... coño. — Se quejó, un poco dolorida por la estrepitosa caída, tratando de recoger la poca dignidad que le quedaba y levantarse del suelo para ver mejor al tipo que le había dado tremendo susto. ¿Sería otro revolucionario? Menuda primera impresión acababa de darle, si fuera ese el caso.