Asradi
Völva
13-10-2024, 12:29 PM
El tono de la conversación se había tornado no solo más denso, sino también más profundo y más serio. Era verdad que ella no le obligaría a hablar si no quería. Porque Asradi, más que nadie, sabía que el pasado podía ser muy doloroso. Quizás demasiado incluso para asimilarlo. El de ella, donde habían pasado ya varios años desde que se había escapado, todavía era demasiado escabroso. Todavía le dolía volver a recordar todo aquello. Pero, por otro lado, estaba dispuesta a escuchar si era necesario. Aún si hubiese retazos que le hiciesen recordar el suyo. Era buena escuchando, al fin y al cabo. Aunque a veces sus consejos no siempre fuesen los mejores. Solo se hizo el silencio durante unos momentos. Todo rastro de la conversación anterior quedó opacada por ese instante. Nada más se escuchaba el sonido de las olas y el murmullo de la brisa marina colándose por los recovecos de la cueva, en un inquietante pero no menos hermoso silbido. Asradi se mantuvo en silencio, solo esperando. No estaba segura de su Alistair hablaría o no sobre su pasado, así que se entretuvo un poco, para no agobiarle, recogiendo los útiles que habían usado para enseñar al lunarian algo de medicina muy básica.
“Soy un esclavo fugitivo de los Dragones Celestiales”.
Lo siguiente que continuó a esa frase, porque Alistar continuó hablando pero Asradi había dejado de escuchar por unos momentos, fue el sonido del cuenco de roca cayendo nuevamente hacia la arena, con un sonido sordo y seco. Los ojos azules de la sirena comenzaron a temblar, así como sus manos. Era algo totalmente instintivo y que no podía evitar, por mucho que lo intentase. De inmediato su cabeza viajó al pasado, a años atrás. De nuevo esa oscuridad y el continuó aroma al terror más primitivo comenzó a asolarla. Y, aún así, continuaba oyendo, pero no escuchando del todo, lo que Alistair le estaba contando.
Ojalá poder decirle que todo estaba bien, que ahora estaba a salvo. Pero... ¿Lo estaba? ¿Lo estaban los dos?
De repente sintió como si algo en su espalda volviese a quemar y sus manos se estrujaron de manera dolorosa, aunque se obligó a calmarse (no de manera muy exitosa), y trató de sonreír a Alistar para insuflarle ánimos. Pero el gesto que se dibujó en sus labios fue uno de inseguridad, uno trémulo.
— Seguro que ellos están bien. Si no los han encontrado todavía... Es probable que... — Tragó saliva unos momentos. — … Que estén escondidos. Solo ten confianza.
Ella quería tener esa misma fe en cuanto a los suyos. No había regresado a casa desde que se había escapado por muchos motivos. Por miedo a que ya no estuviesen, por miedo a que la rechazasen, aunque sabía que no había sido culpa suya. Por demasiadas cosas que se formaban negativamente en su cabeza y que la echaban para atrás.
— Yo... Sé quienes son los Dragones Celestiales. — Fue la sirena quien, esta vez, confesó aquello. Podía decir que Alistair era un completo desconocido. Pero ahora sentía que, de alguna manera, podía confiar enteramente en él. ¿O quizás sería un truco? Su cabeza trabajaba ahora a mil por hora, pero de manera tóxica y dañina para ella. — Me pasa un poco lo que a ti. No he vuelto a saber nada de los míos desde que me escapé.
A medida que decía esto, fue dándole la espalda al chico. Lo hacía en automático y también porque, por algún motivo, sentía que debía desahogarse un poco. Con alguien que la entendiese totalmente al respecto. A medida que esto sucedía, fue despojándose de las prendas superiores que cubrían su espalda. Asradi tembló levemente, con inseguridad. Incluso su rostro descendió un poco en una mezcla de temor y vergüenza.
Era la primera vez, en años, que enseñaba aquello.
Pues impreso en el medio de su espalda, cuando los oscuros cabellos y la tela se apartó lo suficiente, apareció la terrible marca de los Dragones Celestiales en aquella piel. Escondida de todo y de todos y que, ahora mismo era como una enorme mancha, una enorme diana que marcaba a la sirena. El símbolo de su pesadilla y su vergüenza.
Alistair era el primero al que le mostraba aquello después de tanto tiempo. Porque sentía que él la entendería. Que no solo empatizaría de alguna manera, sino que no la juzgaría al respecto. Los brazos y manos de la sirena se abrazaron a sí misma, estrujando su propia piel entre los dedos mientras también servían de cobertura para sus senos, a pesar de que le estuviese dando la espalda al lunarian. Los nudillos, ahora blanquecinos, evidenciaban lo mucho que le costaba mostrar aquello. Pero que era algo que también necesitaba.
La preciosa piel marcada no solo por la Garra del Dragón, sino por las cicatrices debajo de la misma.
“Soy un esclavo fugitivo de los Dragones Celestiales”.
Lo siguiente que continuó a esa frase, porque Alistar continuó hablando pero Asradi había dejado de escuchar por unos momentos, fue el sonido del cuenco de roca cayendo nuevamente hacia la arena, con un sonido sordo y seco. Los ojos azules de la sirena comenzaron a temblar, así como sus manos. Era algo totalmente instintivo y que no podía evitar, por mucho que lo intentase. De inmediato su cabeza viajó al pasado, a años atrás. De nuevo esa oscuridad y el continuó aroma al terror más primitivo comenzó a asolarla. Y, aún así, continuaba oyendo, pero no escuchando del todo, lo que Alistair le estaba contando.
Ojalá poder decirle que todo estaba bien, que ahora estaba a salvo. Pero... ¿Lo estaba? ¿Lo estaban los dos?
De repente sintió como si algo en su espalda volviese a quemar y sus manos se estrujaron de manera dolorosa, aunque se obligó a calmarse (no de manera muy exitosa), y trató de sonreír a Alistar para insuflarle ánimos. Pero el gesto que se dibujó en sus labios fue uno de inseguridad, uno trémulo.
— Seguro que ellos están bien. Si no los han encontrado todavía... Es probable que... — Tragó saliva unos momentos. — … Que estén escondidos. Solo ten confianza.
Ella quería tener esa misma fe en cuanto a los suyos. No había regresado a casa desde que se había escapado por muchos motivos. Por miedo a que ya no estuviesen, por miedo a que la rechazasen, aunque sabía que no había sido culpa suya. Por demasiadas cosas que se formaban negativamente en su cabeza y que la echaban para atrás.
— Yo... Sé quienes son los Dragones Celestiales. — Fue la sirena quien, esta vez, confesó aquello. Podía decir que Alistair era un completo desconocido. Pero ahora sentía que, de alguna manera, podía confiar enteramente en él. ¿O quizás sería un truco? Su cabeza trabajaba ahora a mil por hora, pero de manera tóxica y dañina para ella. — Me pasa un poco lo que a ti. No he vuelto a saber nada de los míos desde que me escapé.
A medida que decía esto, fue dándole la espalda al chico. Lo hacía en automático y también porque, por algún motivo, sentía que debía desahogarse un poco. Con alguien que la entendiese totalmente al respecto. A medida que esto sucedía, fue despojándose de las prendas superiores que cubrían su espalda. Asradi tembló levemente, con inseguridad. Incluso su rostro descendió un poco en una mezcla de temor y vergüenza.
Era la primera vez, en años, que enseñaba aquello.
Pues impreso en el medio de su espalda, cuando los oscuros cabellos y la tela se apartó lo suficiente, apareció la terrible marca de los Dragones Celestiales en aquella piel. Escondida de todo y de todos y que, ahora mismo era como una enorme mancha, una enorme diana que marcaba a la sirena. El símbolo de su pesadilla y su vergüenza.
Alistair era el primero al que le mostraba aquello después de tanto tiempo. Porque sentía que él la entendería. Que no solo empatizaría de alguna manera, sino que no la juzgaría al respecto. Los brazos y manos de la sirena se abrazaron a sí misma, estrujando su propia piel entre los dedos mientras también servían de cobertura para sus senos, a pesar de que le estuviese dando la espalda al lunarian. Los nudillos, ahora blanquecinos, evidenciaban lo mucho que le costaba mostrar aquello. Pero que era algo que también necesitaba.
La preciosa piel marcada no solo por la Garra del Dragón, sino por las cicatrices debajo de la misma.