Ubben Sangrenegra
Loki
13-10-2024, 08:08 PM
(Última modificación: 13-10-2024, 08:22 PM por Ubben Sangrenegra.)
El bribón de ojos dorados observó con una mezcla de frialdad y satisfacción cómo su aguja impactaba justo en el lugar deseado. El pobre infeliz que recibió el golpe cayó al suelo casi de inmediato, su cuerpo sacudido por espasmos antes de quedar completamente fuera de combate. La escena era cruda, pero a la vez fascinante para el peliblanco, que no pudo evitar sentir una pizca de orgullo por la precisión de su ataque. El desgraciado yacía inconsciente en el suelo, indefenso, y aunque a otros podría causarles algún remordimiento, para Ubben era simplemente un recordatorio de que la cadena alimenticia está ahí y si no eres el Apex, eres comida. Después de todo, él nunca había sido alguien que se entregara al combate de forma voluntaria. Luchar por una causa noble no era más que una fachada, un disfraz conveniente que utilizaba para ganar poder dentro de una facción que, casualmente, era enemiga directa de su verdadero enemigo... la marina y el gobierno mundial. Todo lo que hacía tenía un propósito mayor, y este enfrentamiento no era la excepción.
—¡Mierda!— gritó el peliblanco con furia, mientras comenzaba a girarse en dirección a Umibozu, siguiendo las instrucciones de Tofun, instante del rugido ensordecedor de un disparo que resonó en el aire, y un punzante dolor que atravesó su hombro izquierdo. El impacto lo hizo tambalearse por un segundo, y su mente tardó un instante en procesar lo que había ocurrido. Su piel ardía alrededor de la herida, y la bala, disparada por el primer enemigo que había golpeado antes, había encontrado su objetivo. El dolor comenzó a extenderse, pero lo que más lo irritaba era que no había anticipado ese ataque. Su sangre hervía de rabia, y una parte más oscura de su ser empezaba a brotar, igual que la sangre que fluía desde el orificio que la bala había dejado en su hombro. Se llevó la mano a la herida, presionando con fuerza mientras sentía cómo su visión se tornaba más agresiva, más despiadada.
—Agradece que hoy no tengo tiempo— murmuró con desprecio y su voz cargada de una ira apenas contenida —te habría mostrado que hay destinos peores que la muerte...— Las palabras salieron entre dientes, cargadas de veneno, mientras sus dorados ojos relucían con un brillo casi diabólico. Apretando su hombro con la mano ensangrentada, Ubben giró sobre sus talones y comenzó a correr en dirección a Umibozu, decidido a no perder más tiempo con aquel insecto. Los quince metros de caída desde la pasarela hasta el suelo a primera vista podrían haberle preocupado, pero para alguien como Ubben, que ya había sobrevivido caídas desde alturas similares, esto no era más que una molestia menor. Recordaba bien cómo había caído de casi doce metros en una ocasión anterior sin apenas un rasguño, así que esos pocos metros adicionales no deberían suponer una amenaza seria. Sin embargo, no era idiota, y sabía que si podía reducir el impacto de la caída, debía hacerlo. Y qué mejor forma de hacerlo que usar a su mismo compañero para amortiguar el descenso.
Sin dudarlo ni un segundo, Ubben saltó desde la pasarela, sus ojos clavados en la robusta figura de su compañero gyojin, calculando la distancia mientras el viento golpeaba su rostro. Apuntó a caer en la espalda de Umibozu, rogando internamente haber hecho bien sus cálculos, porque si fallaba, el impacto sería mucho más que solo doloroso... sería vergonzoso... —¡Umi! ¡Caigo en tu espalda!— gritó con fuerza justo en el momento en que sus pies abandonaron la plataforma. Sabía que necesitaba advertir a su compañero para no pillarlo desprevenido. Si su aterrizaje era exitoso y lograba caer sobre la espalda del gyojin, o incluso si terminaba estrellándose contra el suelo, no perdería la oportunidad de romper el hielo con su habitual descaro.
—Hola, guapo, ¿te molesta si te pido un aventón?— diría con una sonrisa irónica en los labios, ignorando completamente el dolor de su hombro y la gravedad de la situación. A su alrededor, los enemigos, aunque aún presentes, ya no representaban una amenaza considerable. La mayoría estaban lo suficientemente heridos como para no preocuparse por ellos en ese momento. La batalla no estaba ganada del todo, pero el peliblanco sabía que era cuestión de tiempo. —Si me acercas al grupo de Musculitos, Sashimi y Patapalo, te lo agradecería— añadió con tono desenfadado, haciendo referencia a sus compañeros del grupo B.
—¡Mierda!— gritó el peliblanco con furia, mientras comenzaba a girarse en dirección a Umibozu, siguiendo las instrucciones de Tofun, instante del rugido ensordecedor de un disparo que resonó en el aire, y un punzante dolor que atravesó su hombro izquierdo. El impacto lo hizo tambalearse por un segundo, y su mente tardó un instante en procesar lo que había ocurrido. Su piel ardía alrededor de la herida, y la bala, disparada por el primer enemigo que había golpeado antes, había encontrado su objetivo. El dolor comenzó a extenderse, pero lo que más lo irritaba era que no había anticipado ese ataque. Su sangre hervía de rabia, y una parte más oscura de su ser empezaba a brotar, igual que la sangre que fluía desde el orificio que la bala había dejado en su hombro. Se llevó la mano a la herida, presionando con fuerza mientras sentía cómo su visión se tornaba más agresiva, más despiadada.
—Agradece que hoy no tengo tiempo— murmuró con desprecio y su voz cargada de una ira apenas contenida —te habría mostrado que hay destinos peores que la muerte...— Las palabras salieron entre dientes, cargadas de veneno, mientras sus dorados ojos relucían con un brillo casi diabólico. Apretando su hombro con la mano ensangrentada, Ubben giró sobre sus talones y comenzó a correr en dirección a Umibozu, decidido a no perder más tiempo con aquel insecto. Los quince metros de caída desde la pasarela hasta el suelo a primera vista podrían haberle preocupado, pero para alguien como Ubben, que ya había sobrevivido caídas desde alturas similares, esto no era más que una molestia menor. Recordaba bien cómo había caído de casi doce metros en una ocasión anterior sin apenas un rasguño, así que esos pocos metros adicionales no deberían suponer una amenaza seria. Sin embargo, no era idiota, y sabía que si podía reducir el impacto de la caída, debía hacerlo. Y qué mejor forma de hacerlo que usar a su mismo compañero para amortiguar el descenso.
Sin dudarlo ni un segundo, Ubben saltó desde la pasarela, sus ojos clavados en la robusta figura de su compañero gyojin, calculando la distancia mientras el viento golpeaba su rostro. Apuntó a caer en la espalda de Umibozu, rogando internamente haber hecho bien sus cálculos, porque si fallaba, el impacto sería mucho más que solo doloroso... sería vergonzoso... —¡Umi! ¡Caigo en tu espalda!— gritó con fuerza justo en el momento en que sus pies abandonaron la plataforma. Sabía que necesitaba advertir a su compañero para no pillarlo desprevenido. Si su aterrizaje era exitoso y lograba caer sobre la espalda del gyojin, o incluso si terminaba estrellándose contra el suelo, no perdería la oportunidad de romper el hielo con su habitual descaro.
—Hola, guapo, ¿te molesta si te pido un aventón?— diría con una sonrisa irónica en los labios, ignorando completamente el dolor de su hombro y la gravedad de la situación. A su alrededor, los enemigos, aunque aún presentes, ya no representaban una amenaza considerable. La mayoría estaban lo suficientemente heridos como para no preocuparse por ellos en ese momento. La batalla no estaba ganada del todo, pero el peliblanco sabía que era cuestión de tiempo. —Si me acercas al grupo de Musculitos, Sashimi y Patapalo, te lo agradecería— añadió con tono desenfadado, haciendo referencia a sus compañeros del grupo B.