Alistair
Mochuelo
14-10-2024, 03:27 AM
El sonido del cuenco de de roca chocando contra el suelo fue un llamado de golpe, un indicio a las consecuencias que ese prohibido nombre había tenido en la receptora de sus palabras. Aunque aún ligeramente adormilado emocionalmente por sus propias emociones -y por la dificultad que suponía hablar de tales personas y todos los recuerdos a los que estaban asociadas-, Alistair se giraría hacia la posición de la chica para encontrar la razón del sonido que retumbó en las paredes de la cueva. ¿Se le había resbalado? No parecía la clase de persona que hacía esos errores descuidados, pero era verdad que a cualquiera podía... No, no había sido un descuido.
Ver la expresión de la chica y su lenguaje corporal de forma tan drástica, con su optimismo pendiendo de un hilo, fue una vista que hubiera querido evitar; no se refería rehuir de verla con esa expresión, sino de evitar darle una razón a la chica para sentirse de esa manera. Su mirada decía las mil palabras que sus labios no podían ahora: el nombre había invocado algo oculto en lo más profundo de ella, algo capaz de romper picardía y sonrisas en una única mención, una asfixiante emoción que por buena causa estaba encerrada bajo llave y oculta en un metafórico agujero.
Quiso responder, pero dudó. Después de todo, ¿Cuáles palabras eran realmente correctas en una situación así? ¿Qué podía decir que fuera capaz de repeler tal mal acechando en sus recuerdos? Él lo entendía mejor que pocos, y ahora mismo, a ella; no había palabra correcta cuando rememorabas las experiencias que Alistair no podía imaginar, pero podía recordar en carne propia el nivel de dolor físico y emocional que suponía ser un esclavo de uno de esos vestigios fallidos de humanidad.
La escuchó en su totalidad, y presenció lo que ella quiso mostrarle con la inseguridad que el temblor en su cuerpo exhibía a gritos, confirmando sus temores. En la mente del Lunarian había una mezcla de emociones conflictivas, un cúmulo de colores tan extraño y retorcido que no tenia idea de qué pensar sobre éste. Por un lado, un tono blanco bastante opacado, una muestra del alivio de saber que la persona frente a él conocía perfectamente de sus experiencias por medio de las propias, y que por ello sobraban las palabras para comunicarse incluso fuera de éstos temas. Por otro lado, un gris tan oscuro que bordaba el negro, consumiendo el anterior color casi por completo, una seña de disgusto por la idea de lo que la sirena había sufrido. Si había un tema en el que no quisiera coincidir... Si había una experiencia de la cual pudiera librar, definitivamente era esta.
Pero ya nada podía hacerse. Pues su pasado era permanente, y sus experiencias una tortura imborrable. Quizá por eso, porque la entendía, era que supo perfectamente lo que debía hacer.
La mano zurda de Alistair reposó delicadamente sobre la piel expuesta de la chica, su palma encarando directamente el centro de la marca, con sus dedos completamente extendidos en distintas direcciones -tres de ellos pasando por encima de las garras de la marca-. Desde su ángulo de vista, el chico había ocultado en mayor parte la marca -con tan solo pequeñas porciones de ésta sobresaliendo por debajo de su palma-. Ocultaba la marca buscando negar su existencia, incluso si a veces habría grietas por la cual pudiera surgir nuevamente.
Su mano libre -la diestra- se encargaría de pasar por un costado de ella, finalmente aterrizando sobre la mano femenina. A veces, el contacto de alguien más, alguien que estuviera presente en ese momento, podía hacer milagros para recordar a la persona que sus traumas anidados en recuerdos solo pertenecían a un tiempo pasado, y no un presente. El tacto del Lunarian era cálido, incluso más de lo que sería un humano, una particularidad de su raza que aprendía a manipular fuego a temprana edad como si de origami se tratase. A ello se sumó la llama Lunarian que se encendió en su espalda, pero a diferencia de otras ocasiones que estallaba a la vida, la flama había despertado con gentileza y desprendía un calor de igual naturaleza.
— Estaremos bien. Ellos ya no están en nuestras vidas. — Aunque fuese algo que sabían, escucharlo de una voz ajena a la interna era algo en muchas ocasiones necesario. Un recordatorio para que sus cerebros finalmente pudieran interiorizarlo, y no dejar que sus terrores internos ganaran a su razón, y a su corazón. — Puede que ellos aún existan, y puede que las pesadillas aún sigan latentes. Pero saldremos adelante, no permitiremos que su huella nos manipule a vivir con miedo. — No preguntaba cómo. Tampoco preguntaba porqué, ni mucho menos por sucesos. La entendía, y por eso no quería saber nada de lo que una existencia retorcida como un Tenryubito pudiera haber hecho con ella.
Lo único que quería en ese momento era recuperar para ella la sonrisa de picardía que la sirena había exhibido tantas veces a lo largo de su encuentro. Que su existencia estuviera determinada por su felicidad, no por su miedo.
— Llegará el día en que todos ellos perderán su trono. Y ese mismo día, estoy seguro que volveremos a reunirnos a los nuestros sanos y salvos, como si nada hubiera pasado. — Era optimista, o por lo menos, el mejor mentiroso de los dos siempre que fueran mentiras bienintencionadas. Después de todo, el instinto de hermano mayor siempre había estado latente en él.
En estos momentos y en otro contexto, el chico habría buscado una muestra mas personal de reafirmación. Un abrazo, colocar sus manos en las mejillas de la otra persona, o incluso mirarla directamente a los ojos mientras se comunicaban. Algo que pudiera decir con su lenguaje corporal "Estoy aquí, estas aquí, y ellos ya no." Desafortunadamente, el específico contexto de la situación impedía a Alistair colocarse frente a ella para hacer cualquiera de los anteriores; abordaría la situación al ritmo en el que Asradi se sintiera cómoda, cualesquiera que fuera el que ella decidiera.
Mas veces de las que no, la mejor medicina para una experiencia traumática era un amigo que no iría a ningún lado.
Ver la expresión de la chica y su lenguaje corporal de forma tan drástica, con su optimismo pendiendo de un hilo, fue una vista que hubiera querido evitar; no se refería rehuir de verla con esa expresión, sino de evitar darle una razón a la chica para sentirse de esa manera. Su mirada decía las mil palabras que sus labios no podían ahora: el nombre había invocado algo oculto en lo más profundo de ella, algo capaz de romper picardía y sonrisas en una única mención, una asfixiante emoción que por buena causa estaba encerrada bajo llave y oculta en un metafórico agujero.
Quiso responder, pero dudó. Después de todo, ¿Cuáles palabras eran realmente correctas en una situación así? ¿Qué podía decir que fuera capaz de repeler tal mal acechando en sus recuerdos? Él lo entendía mejor que pocos, y ahora mismo, a ella; no había palabra correcta cuando rememorabas las experiencias que Alistair no podía imaginar, pero podía recordar en carne propia el nivel de dolor físico y emocional que suponía ser un esclavo de uno de esos vestigios fallidos de humanidad.
La escuchó en su totalidad, y presenció lo que ella quiso mostrarle con la inseguridad que el temblor en su cuerpo exhibía a gritos, confirmando sus temores. En la mente del Lunarian había una mezcla de emociones conflictivas, un cúmulo de colores tan extraño y retorcido que no tenia idea de qué pensar sobre éste. Por un lado, un tono blanco bastante opacado, una muestra del alivio de saber que la persona frente a él conocía perfectamente de sus experiencias por medio de las propias, y que por ello sobraban las palabras para comunicarse incluso fuera de éstos temas. Por otro lado, un gris tan oscuro que bordaba el negro, consumiendo el anterior color casi por completo, una seña de disgusto por la idea de lo que la sirena había sufrido. Si había un tema en el que no quisiera coincidir... Si había una experiencia de la cual pudiera librar, definitivamente era esta.
Pero ya nada podía hacerse. Pues su pasado era permanente, y sus experiencias una tortura imborrable. Quizá por eso, porque la entendía, era que supo perfectamente lo que debía hacer.
La mano zurda de Alistair reposó delicadamente sobre la piel expuesta de la chica, su palma encarando directamente el centro de la marca, con sus dedos completamente extendidos en distintas direcciones -tres de ellos pasando por encima de las garras de la marca-. Desde su ángulo de vista, el chico había ocultado en mayor parte la marca -con tan solo pequeñas porciones de ésta sobresaliendo por debajo de su palma-. Ocultaba la marca buscando negar su existencia, incluso si a veces habría grietas por la cual pudiera surgir nuevamente.
Su mano libre -la diestra- se encargaría de pasar por un costado de ella, finalmente aterrizando sobre la mano femenina. A veces, el contacto de alguien más, alguien que estuviera presente en ese momento, podía hacer milagros para recordar a la persona que sus traumas anidados en recuerdos solo pertenecían a un tiempo pasado, y no un presente. El tacto del Lunarian era cálido, incluso más de lo que sería un humano, una particularidad de su raza que aprendía a manipular fuego a temprana edad como si de origami se tratase. A ello se sumó la llama Lunarian que se encendió en su espalda, pero a diferencia de otras ocasiones que estallaba a la vida, la flama había despertado con gentileza y desprendía un calor de igual naturaleza.
— Estaremos bien. Ellos ya no están en nuestras vidas. — Aunque fuese algo que sabían, escucharlo de una voz ajena a la interna era algo en muchas ocasiones necesario. Un recordatorio para que sus cerebros finalmente pudieran interiorizarlo, y no dejar que sus terrores internos ganaran a su razón, y a su corazón. — Puede que ellos aún existan, y puede que las pesadillas aún sigan latentes. Pero saldremos adelante, no permitiremos que su huella nos manipule a vivir con miedo. — No preguntaba cómo. Tampoco preguntaba porqué, ni mucho menos por sucesos. La entendía, y por eso no quería saber nada de lo que una existencia retorcida como un Tenryubito pudiera haber hecho con ella.
Lo único que quería en ese momento era recuperar para ella la sonrisa de picardía que la sirena había exhibido tantas veces a lo largo de su encuentro. Que su existencia estuviera determinada por su felicidad, no por su miedo.
— Llegará el día en que todos ellos perderán su trono. Y ese mismo día, estoy seguro que volveremos a reunirnos a los nuestros sanos y salvos, como si nada hubiera pasado. — Era optimista, o por lo menos, el mejor mentiroso de los dos siempre que fueran mentiras bienintencionadas. Después de todo, el instinto de hermano mayor siempre había estado latente en él.
En estos momentos y en otro contexto, el chico habría buscado una muestra mas personal de reafirmación. Un abrazo, colocar sus manos en las mejillas de la otra persona, o incluso mirarla directamente a los ojos mientras se comunicaban. Algo que pudiera decir con su lenguaje corporal "Estoy aquí, estas aquí, y ellos ya no." Desafortunadamente, el específico contexto de la situación impedía a Alistair colocarse frente a ella para hacer cualquiera de los anteriores; abordaría la situación al ritmo en el que Asradi se sintiera cómoda, cualesquiera que fuera el que ella decidiera.
Mas veces de las que no, la mejor medicina para una experiencia traumática era un amigo que no iría a ningún lado.