Octojin
El terror blanco
14-10-2024, 08:48 AM
Octojin se sentía completamente absorto por los azulados ojos de Asradi, que hasta el momento habían lucido sinceros y alegres, pero ahora pese a que parecían estar manteniendo esa sinceridad, asomaba un atisbo de tristeza que iban a juego con lo que destilaban sus palabras. Aquella sirena que le había robado el corazón desde la primera vez que se encontraron en la peligrosa isla Momobami, ahora parecía estar luchando con una carga que no le permitía avanzar, algo que le hacía replantearse todo de una manera que el habitante del mar no se podía ni imaginar. Octojin recordó sus propias palabras cuando se despidieron en esa misma isla: él también tenía que lidiar con sus propios fantasmas antes de estar listo para lo que fuera que el destino les tenía preparado.
Respiró profundamente, sabiendo que no podía dejar que el miedo la dominara. Su gran corazón latía con fuerza, y sus palabras salieron cargadas de una determinación sincera, algo que esperaba le fuese de ayuda, aunque en ocasiones, el luchar contra los demonios internos, no conoce de ayudas de fuera.
—Asradi —dijo suavemente, inclinándose hacia ella—, sé que tienes tus propias batallas que librar, y lo entiendo... Pero no puedo creer que sea algo tan grave como para que no pueda ayudarte. No tienes que enfrentarte a ello sola, y mucho menos ahora que me tienes de tu lado —el tiburón buscó sus ojos, queriendo transmitirle todo el apoyo que podía ofrecer—. No me importa ponerme en peligro por ti, no me importa lo que sea que tengas que enfrentar. Daría mi vida por defenderte una y mil veces. Solo aquellos en los que crees ciegamente merecen eso, y yo creo en ti y en tus acciones, Asradi.
Lo dijo con una sinceridad tan dramática que sus palabras parecieron resonar en la tranquila orilla en la que se encontraban, junto con los restos de la comida que habían tomado y la que no. Allí, en la solitaria zona que habían buscado para estar a solas, lejos de miradas y juicios de humanos con ninguna cosa mejor que hacer. Había un fuego en sus palabras, una promesa profunda de lealtad que surgía de lo más profundo de su ser, y así esperaba que lo entendiese la sirena. Octojin no era alguien que diera su confianza fácilmente, pero cuando lo hacía, era por completo. Fiel y cabezón hasta la médula, aunque en aquella ocasión la cabezonería tendría que apartarse. No podía forzar una reacción o unos sentimiento si la pelinegra no quería. Aquello no era una conversación banal, ni mucho menos, era algo importante que atormentaba a la bella sirena.
—Y sé que pronto, cuando logres superar lo que te preocupa, estaremos juntos —agregó, dejando que sus palabras se suavizaran mientras abría los brazos para ella—. Ojalá aceptes mi ayuda, Asradi. No quiero que cargues con todo sola.
El escualo buscó en aquél gesto abrazarla de nuevo, esta vez, de aceptarlo la sirena, sería más fuerte y prolongado, como si quisiera transmitirle toda la calidez y seguridad que podía ofrecer con un simple abrazo. Mientras tenía los brazos abiertos, recordó su propio camino, las veces que había sentido miedo y soledad, y cómo había sido Asradi quien le había dado una razón para creer en el futuro, en un cambio. Si él podía apoyarla, por supuesto que lo haría. No había nada en ese momento que más quisiera.
—La estabilidad llegará, Asradi —Susurró en su oído—. Lo importante es que pronto estaremos juntos, sin importar lo que venga. Los problemas han de solucionarse, a la velocidad que se pueda. Lo importante es hacerlo, lo demás vendrá solo.
Después de unos momentos, Octojin se separó lentamente del abrazo —si la sirena se lo había aceptado— y observó la fogata. El día había sido largo y lleno de emociones. Se levantó para recoger los pescados restantes y apilarlos, con la intención de tirarlos a las afueras de la playa, donde había visto algún que otro contenedor sin llenarse en su totalidad. No quería dejar residuos por ahí tirados, no al menos si podía evitarlo. Quería que aquél momento fuera especial, no solo por la cena, sino por lo que estaba a punto de compartir con ella. Y no podía dejar ningún detalle en el aire.
—Es hora de recoger todo e ir a la habitación —le comentó con una sonrisa, ansioso por lo que vendría después—. Creo que toda esta suma de pensamientos y preocupaciones nos han agotado, y es hora de descansar. Además, tengo algo para ti, y creo que te gustará. Te mentiría si te dijese que no estoy ansioso por dártelo.
El escualo, a pesar de ser grande e imponente, se movía con una delicadeza inesperada mientras recogía los pescados. Estaba deseoso de que llegase el descanso que, por otro lado, necesitaba, pero sobre todo por estar a solas con ella en un lugar más tranquilo aún, donde podrían seguir compartiendo todo lo que pensaban sin la presión del mundo exterior. Aquello era lo que necesitaban.
Respiró profundamente, sabiendo que no podía dejar que el miedo la dominara. Su gran corazón latía con fuerza, y sus palabras salieron cargadas de una determinación sincera, algo que esperaba le fuese de ayuda, aunque en ocasiones, el luchar contra los demonios internos, no conoce de ayudas de fuera.
—Asradi —dijo suavemente, inclinándose hacia ella—, sé que tienes tus propias batallas que librar, y lo entiendo... Pero no puedo creer que sea algo tan grave como para que no pueda ayudarte. No tienes que enfrentarte a ello sola, y mucho menos ahora que me tienes de tu lado —el tiburón buscó sus ojos, queriendo transmitirle todo el apoyo que podía ofrecer—. No me importa ponerme en peligro por ti, no me importa lo que sea que tengas que enfrentar. Daría mi vida por defenderte una y mil veces. Solo aquellos en los que crees ciegamente merecen eso, y yo creo en ti y en tus acciones, Asradi.
Lo dijo con una sinceridad tan dramática que sus palabras parecieron resonar en la tranquila orilla en la que se encontraban, junto con los restos de la comida que habían tomado y la que no. Allí, en la solitaria zona que habían buscado para estar a solas, lejos de miradas y juicios de humanos con ninguna cosa mejor que hacer. Había un fuego en sus palabras, una promesa profunda de lealtad que surgía de lo más profundo de su ser, y así esperaba que lo entendiese la sirena. Octojin no era alguien que diera su confianza fácilmente, pero cuando lo hacía, era por completo. Fiel y cabezón hasta la médula, aunque en aquella ocasión la cabezonería tendría que apartarse. No podía forzar una reacción o unos sentimiento si la pelinegra no quería. Aquello no era una conversación banal, ni mucho menos, era algo importante que atormentaba a la bella sirena.
—Y sé que pronto, cuando logres superar lo que te preocupa, estaremos juntos —agregó, dejando que sus palabras se suavizaran mientras abría los brazos para ella—. Ojalá aceptes mi ayuda, Asradi. No quiero que cargues con todo sola.
El escualo buscó en aquél gesto abrazarla de nuevo, esta vez, de aceptarlo la sirena, sería más fuerte y prolongado, como si quisiera transmitirle toda la calidez y seguridad que podía ofrecer con un simple abrazo. Mientras tenía los brazos abiertos, recordó su propio camino, las veces que había sentido miedo y soledad, y cómo había sido Asradi quien le había dado una razón para creer en el futuro, en un cambio. Si él podía apoyarla, por supuesto que lo haría. No había nada en ese momento que más quisiera.
—La estabilidad llegará, Asradi —Susurró en su oído—. Lo importante es que pronto estaremos juntos, sin importar lo que venga. Los problemas han de solucionarse, a la velocidad que se pueda. Lo importante es hacerlo, lo demás vendrá solo.
Después de unos momentos, Octojin se separó lentamente del abrazo —si la sirena se lo había aceptado— y observó la fogata. El día había sido largo y lleno de emociones. Se levantó para recoger los pescados restantes y apilarlos, con la intención de tirarlos a las afueras de la playa, donde había visto algún que otro contenedor sin llenarse en su totalidad. No quería dejar residuos por ahí tirados, no al menos si podía evitarlo. Quería que aquél momento fuera especial, no solo por la cena, sino por lo que estaba a punto de compartir con ella. Y no podía dejar ningún detalle en el aire.
—Es hora de recoger todo e ir a la habitación —le comentó con una sonrisa, ansioso por lo que vendría después—. Creo que toda esta suma de pensamientos y preocupaciones nos han agotado, y es hora de descansar. Además, tengo algo para ti, y creo que te gustará. Te mentiría si te dijese que no estoy ansioso por dártelo.
El escualo, a pesar de ser grande e imponente, se movía con una delicadeza inesperada mientras recogía los pescados. Estaba deseoso de que llegase el descanso que, por otro lado, necesitaba, pero sobre todo por estar a solas con ella en un lugar más tranquilo aún, donde podrían seguir compartiendo todo lo que pensaban sin la presión del mundo exterior. Aquello era lo que necesitaban.