Kensington Edaddepiedra
Kenz Edaddepiedra
14-10-2024, 12:15 PM
Definitivamente una 85, o quizás una 90. La copa era más difícil de sacar, pero se las veía generosas y con buena caída. El pezón izquierdo parecía moverse porque una mosca estaba pasando justo por delante de la mancha de humedad fastidiándole la ilusión. Estaba claro que no podía tener ni un momento.
Kenz se dio la vuelta en la silla y miró con desinterés al marine. Quería una foto. Oooook. Y se ve que también cháchara. Geniaaal. Y se llamaba Atlas. Kenz tarareó su nombre acompañado por un par de notas que la guitarra rota tuvo a bien concederle, todo ello sin terminar de abrir los ojos del todo siquiera.
De haber sido por él habría seguido en esa especie de estado de limbo en el que, si bien la mañana no se aceleraba, al menos le importaba todo un pimiento. Pero, claro, ser Kenz implicaba que a todo y todos les gustase darle de vez en cuando una patada en el culo.
-¡¿Dónde está ese maldito vago?! -gritaba alguien con una voz de soplillo tristemente conocida.
Kenz se incorporó de golpe como si alguien hubiese dejado caer en su regazo una granada de mano. Escondió la guitarra bajo la mesa y apartó de un manotazo el castillo de naipes a medio montar del que se había aburrido hacía rato. Miró a su alrededor, consciente de que no tenía tiempo de recoger todos los avioncitos de papel, pero no le quedó otra que intentarlo. La papelera no sabía ni dónde estaba, así que los fue cogiendo a puñados y trató de metérselos al caracol en la boca.
La puerta se abrió de un empujón. Kenz se giró, se cuadró y, tras recoger su corbata del respaldo de la silla y ponérsela de aquella manera, se cuadró otra vez.
-¡Usted! -exclamó su jefe. Embutido en su traje reglamentario, más negro, intimidante y planchado que el de Kenz, y con esa manía de llamarle siempre de usted, cada cosa que decía sonaba como una regañina-. ¡Edaddepiedra!
En realidad ese no era su verdadero apellido. Solo le apodaron así debido a sus orígenes e insistieron hasta que se le quedó tan pegado como un pantalón a un culo sudado.
-¡Señor! -exclamó Kenz a su vez.
-¿Puede explicarme esto? -El agente Tmms, cuyo nombre Kenz estaba seguro que no tenía vocales, le tendió una hoja de papel en la que aparecía un dibujo un poco burdo pero hecho con mucha entrega-. ¿Dónde está la fotografía de Bym el Bardo, eh? ¿Qué diantre es esto?
-Esto... Bueno, es que el caracol se despertó legañoso, ¿sabe? Y... bueno, hubo que improvisar. -Y además estuvo a punto de meter a Kenz en un bidón de aceite y dejarlo ahí, así que no le quedó más remedio que correr por su vida-. Pero ha quedado... ¿bien? -se atrevió a añadir.
-¡¿Bien?! ¡Va usted a volver de inmediato a terminar el encargo, ¿queda claro?
Cómo no, si había algo cierto en el mundo era que un horrible día de aburrido trabajo siempre puede empeorar. Nada como el riesgo de muerte para que uno aprecie las pequeñas molestias del abuso laboral.
El agente Tmms no le dejó responder. Se limitó a dejarle el mismo dossier que Kenz ya devolviera una vez con los datos del pirata Bym el Bardo y a lanzarle una mirada asesina como diciendo "Me da igual si le mata. Es usted prescindible, pero quiero la foto".
-Me da igual si le mata. Es usted prescindible, pero quiero la foto -dijo también en voz alta.
Y salió dando un portazo.
Kenz se quedó en un incómodo silencio compartido con el caracol y el feo de la última foto. Entonces vio que había salido con los ojos cerrados y casi se echa a reír.
-Vaya día de mierda para los dos.
Kenz se dio la vuelta en la silla y miró con desinterés al marine. Quería una foto. Oooook. Y se ve que también cháchara. Geniaaal. Y se llamaba Atlas. Kenz tarareó su nombre acompañado por un par de notas que la guitarra rota tuvo a bien concederle, todo ello sin terminar de abrir los ojos del todo siquiera.
De haber sido por él habría seguido en esa especie de estado de limbo en el que, si bien la mañana no se aceleraba, al menos le importaba todo un pimiento. Pero, claro, ser Kenz implicaba que a todo y todos les gustase darle de vez en cuando una patada en el culo.
-¡¿Dónde está ese maldito vago?! -gritaba alguien con una voz de soplillo tristemente conocida.
Kenz se incorporó de golpe como si alguien hubiese dejado caer en su regazo una granada de mano. Escondió la guitarra bajo la mesa y apartó de un manotazo el castillo de naipes a medio montar del que se había aburrido hacía rato. Miró a su alrededor, consciente de que no tenía tiempo de recoger todos los avioncitos de papel, pero no le quedó otra que intentarlo. La papelera no sabía ni dónde estaba, así que los fue cogiendo a puñados y trató de metérselos al caracol en la boca.
La puerta se abrió de un empujón. Kenz se giró, se cuadró y, tras recoger su corbata del respaldo de la silla y ponérsela de aquella manera, se cuadró otra vez.
-¡Usted! -exclamó su jefe. Embutido en su traje reglamentario, más negro, intimidante y planchado que el de Kenz, y con esa manía de llamarle siempre de usted, cada cosa que decía sonaba como una regañina-. ¡Edaddepiedra!
En realidad ese no era su verdadero apellido. Solo le apodaron así debido a sus orígenes e insistieron hasta que se le quedó tan pegado como un pantalón a un culo sudado.
-¡Señor! -exclamó Kenz a su vez.
-¿Puede explicarme esto? -El agente Tmms, cuyo nombre Kenz estaba seguro que no tenía vocales, le tendió una hoja de papel en la que aparecía un dibujo un poco burdo pero hecho con mucha entrega-. ¿Dónde está la fotografía de Bym el Bardo, eh? ¿Qué diantre es esto?
-Esto... Bueno, es que el caracol se despertó legañoso, ¿sabe? Y... bueno, hubo que improvisar. -Y además estuvo a punto de meter a Kenz en un bidón de aceite y dejarlo ahí, así que no le quedó más remedio que correr por su vida-. Pero ha quedado... ¿bien? -se atrevió a añadir.
-¡¿Bien?! ¡Va usted a volver de inmediato a terminar el encargo, ¿queda claro?
Cómo no, si había algo cierto en el mundo era que un horrible día de aburrido trabajo siempre puede empeorar. Nada como el riesgo de muerte para que uno aprecie las pequeñas molestias del abuso laboral.
El agente Tmms no le dejó responder. Se limitó a dejarle el mismo dossier que Kenz ya devolviera una vez con los datos del pirata Bym el Bardo y a lanzarle una mirada asesina como diciendo "Me da igual si le mata. Es usted prescindible, pero quiero la foto".
-Me da igual si le mata. Es usted prescindible, pero quiero la foto -dijo también en voz alta.
Y salió dando un portazo.
Kenz se quedó en un incómodo silencio compartido con el caracol y el feo de la última foto. Entonces vio que había salido con los ojos cerrados y casi se echa a reír.
-Vaya día de mierda para los dos.