Octojin
El terror blanco
14-10-2024, 12:32 PM
Octojin caminaba al lado de Airgid mientras ella divagaba sobre el metal y cómo le gustaba arreglar cosas, quizá por ello lo que más le gustaba de allí eran los objetos rotos, como ella misma confesó. Aunque parecía una niña impulsiva, había una profundidad en sus palabras que el habitante del mar no esperaba. Hablar sobre objetos rotos, darles una nueva vida... eso resonaba con algo dentro de él. Sabía lo que era estar roto, al menos en cierto sentido, y también sabía lo que era intentar repararse.
Sin embargo, cuando la conversación giró hacia los ladrones, algo en Octojin cambió. Airgid le había preguntado si le caían bien los ladrones, y él, aprovechando su enorme presencia y el aura intimidante que lo rodeaba, sumado a la indefensa posición de la humana, decidió jugarle una pequeña broma.
— Especialmente esos son los que me caen peor —dijo, con voz baja pero grave—. De hecho, estoy aquí por una razón, Airgid. Me dijeron que había una rubia adolescente que andaba robando cosas por el distrito. He venido a por ella.
La tensión en el aire era palpable. Por unos segundos, Octojin mantuvo la expresión seria, disfrutando un poco del pequeño susto que le estaba intentando dar. Pero pronto no pudo contener más la risa y dejó escapar una sonora carcajada que resonó en el aire.
— ¡Es broma, es broma! —dijo, dándose una palmada en el muslo mientras se reía— Los ladrones son el menor de mis problemas. La mayoría roban por necesidad, y los que lo hacen por avaricia… bueno, esos terminan cometiendo crímenes mucho peores, y a esos es a los que realmente persigo.
Las bromas del escualo no solían darse muy a menudo. Pero generalmente, cuando se daban, te dejaban cierta incomodidad. Como si no estuvieras seguro de si debías reír o preocuparte de verdad. Octojin, en ese momento, sintió un pequeño pinchazo de duda. ¿Quizá había sido demasiado intenso? Tal vez no todos estaban acostumbrados a su tipo de humor, especialmente alguien como ella, que probablemente había lidiado con su propia cuota de problemas.
Entonces la rubia se desquitó probablemente de la broma volviéndose a meter con él, esta vez con su edad. Parecía que por tener veintidós años, el gyojin estaba cerca de la residencia. Una mueca de sonrisa se esbozó en su cara con los comentarios de la humana, que no dudaba en expresar todo lo que se le venía a la cabeza.
Finalmente, ya en la taberna "La Garra del Atún", notaron cómo el lugar era cálido y acogedor, con un aire de familiaridad que hizo que ambos se sintieran más cómodos. Mientras se sentaban, Airgid rápidamente pidió su hamburguesa de albóndigas, usando una historia sentimental sobre su "tata" para asegurarse de que el camarero cumpliera su petición. Octojin observaba en silencio, impresionado por la habilidad de la joven para manipular la situación.
—Póngame dos iguales, por favor —añadió el tiburón con una sonrisa—. Aunque no lo parezca, somos hermanos, y la tata nos quería tanto... Y tráiganos dos jarras grandes de cerveza también.
El camarero, que había pasado de la incredulidad a la resignación, anotó los pedidos y se alejó, dejándolos a solas. Quizá la parte de la humana había sonado creíble y la suya no, pero lo importante es que tendrían las hamburguesas de albóndigas.
Mientras esperaban la comida, la actitud de Airgid cambió de repente. La jovialidad y energía que siempre había mostrado se desvanecieron por un momento, y lo que emergió fue una joven mucho más vulnerable. Cuando habló, su voz tenía un matiz de tristeza que Octojin no había notado antes. Y entonces, lo soltó. Su deseo era ni más ni menos que saber si sus padres estaban vivos o no.
Octojin se quedó en silencio, observando cómo sus palabras llevaban consigo una carga emocional enorme. Airgid, en ese momento, no era la niña despreocupada que aparentaba ser. Era alguien que, como tantas personas, llevaba sus propias cicatrices. Al escucharla hablar de su familia y de la incertidumbre que sentía, algo dentro de Octojin se agitó. Sabía lo que era sentirse abandonado, saberse diferente, y esa incertidumbre que te carcome por dentro. Intentó hablar, ofrecerle algo de consuelo, pero justo cuando iba a decir algo, Airgid cambió de tema rápidamente, forzando una sonrisa y hablando de su sueño de ser inventora.
Octojin reflexionó sobre lo fácil que era esconder el dolor detrás de una fachada alegre. Había conocido a muchas personas que lo hacían, pero verlo tan de cerca con Airgid le hizo pensar en cuántas personas estarían lidiando con sus propios traumas mientras fingían que todo estaba bien. Se quedó en silencio, sintiendo el peso de esa realidad.
Cuando Airgid le devolvió la pregunta, el gyojin sabía que debía ser sincero.
—No has tenido que pensar mucho la pregunta eh... —dijo, intentando añadir un poco de humor antes de ponerse serio—. Mi deseo sería... que elimináramos el racismo en el mundo. Que todos nos viéramos como iguales.
Hizo un gesto discreto, señalando con la cabeza a tres puntos distintos de la taberna. Si Airgid seguía su mirada, vería a tres hombres que los observaban con una mezcla de desconfianza y desprecio. Era sutil, pero claro.
—Míralos. No pueden dejar de mirarme solo por cómo soy. Mi tamaño, mi forma, el hecho de ser un gyojin. Y eso es en un lugar público. Imagínate lo que ocurre en otros sitios.
Lo cierto es que la vida de gyojin no era sencilla.
—En cuanto a sueños... —Octojin se detuvo unos segundos, reflexionando antes de continuar— No creo que tenga uno. No me he parado a pensar en ello, para ser honesto. Quizá por eso no lo tengo. Solo... vivo el día a día, voy por ahí, haciendo lo que puedo.
La conversación se quedó en el aire durante unos momentos. Ambos sabían que lo que habían compartido era más profundo de lo que se esperaba en una primera conversación. Pero eso era lo interesante de las relaciones inesperadas; a veces, te abrías de maneras que no podías predecir. Incluso decías cosas que no esperabas, o incluso no habías verbalizado nunca.
Finalmente, la comida llegó. Dos hamburguesas enormes rellenas de albóndigas se colocaron frente al escualo, junto con las jarras de cerveza. Airgid tuvo la suya y su refresco de cola, pero Octojin no podía dejar de pensar en lo que ambos habían revelado.
Mientras comían, el tiburón sentía un fuerte deseo de proteger a la joven humana. Se dio cuenta de que, aunque ella intentara mostrarse fuerte, también era vulnerable. La vida no había sido fácil para ninguno de los dos, y aunque su sufrimiento era diferente, compartían algo en común: la lucha por encontrar su lugar en el mundo.
Quizás eso los había unido desde el principio, aunque ninguno de los dos lo hubiera reconocido hasta ese momento.
—Deberíamos hacer esto más seguido —dijo Octojin finalmente, mirando a Airgid con una sonrisa sincera—. Porque, aunque no lo creas, me alegra que me hayas preguntado todas esas cosas.
Y sin más dilación, el escualo volvió a pensar una pregunta reflexiva. Una que hiciese a la humana estrujarse el cerebro. Y dio con una.
—¿Dónde te ves en 5 años?
Sin embargo, cuando la conversación giró hacia los ladrones, algo en Octojin cambió. Airgid le había preguntado si le caían bien los ladrones, y él, aprovechando su enorme presencia y el aura intimidante que lo rodeaba, sumado a la indefensa posición de la humana, decidió jugarle una pequeña broma.
— Especialmente esos son los que me caen peor —dijo, con voz baja pero grave—. De hecho, estoy aquí por una razón, Airgid. Me dijeron que había una rubia adolescente que andaba robando cosas por el distrito. He venido a por ella.
La tensión en el aire era palpable. Por unos segundos, Octojin mantuvo la expresión seria, disfrutando un poco del pequeño susto que le estaba intentando dar. Pero pronto no pudo contener más la risa y dejó escapar una sonora carcajada que resonó en el aire.
— ¡Es broma, es broma! —dijo, dándose una palmada en el muslo mientras se reía— Los ladrones son el menor de mis problemas. La mayoría roban por necesidad, y los que lo hacen por avaricia… bueno, esos terminan cometiendo crímenes mucho peores, y a esos es a los que realmente persigo.
Las bromas del escualo no solían darse muy a menudo. Pero generalmente, cuando se daban, te dejaban cierta incomodidad. Como si no estuvieras seguro de si debías reír o preocuparte de verdad. Octojin, en ese momento, sintió un pequeño pinchazo de duda. ¿Quizá había sido demasiado intenso? Tal vez no todos estaban acostumbrados a su tipo de humor, especialmente alguien como ella, que probablemente había lidiado con su propia cuota de problemas.
Entonces la rubia se desquitó probablemente de la broma volviéndose a meter con él, esta vez con su edad. Parecía que por tener veintidós años, el gyojin estaba cerca de la residencia. Una mueca de sonrisa se esbozó en su cara con los comentarios de la humana, que no dudaba en expresar todo lo que se le venía a la cabeza.
Finalmente, ya en la taberna "La Garra del Atún", notaron cómo el lugar era cálido y acogedor, con un aire de familiaridad que hizo que ambos se sintieran más cómodos. Mientras se sentaban, Airgid rápidamente pidió su hamburguesa de albóndigas, usando una historia sentimental sobre su "tata" para asegurarse de que el camarero cumpliera su petición. Octojin observaba en silencio, impresionado por la habilidad de la joven para manipular la situación.
—Póngame dos iguales, por favor —añadió el tiburón con una sonrisa—. Aunque no lo parezca, somos hermanos, y la tata nos quería tanto... Y tráiganos dos jarras grandes de cerveza también.
El camarero, que había pasado de la incredulidad a la resignación, anotó los pedidos y se alejó, dejándolos a solas. Quizá la parte de la humana había sonado creíble y la suya no, pero lo importante es que tendrían las hamburguesas de albóndigas.
Mientras esperaban la comida, la actitud de Airgid cambió de repente. La jovialidad y energía que siempre había mostrado se desvanecieron por un momento, y lo que emergió fue una joven mucho más vulnerable. Cuando habló, su voz tenía un matiz de tristeza que Octojin no había notado antes. Y entonces, lo soltó. Su deseo era ni más ni menos que saber si sus padres estaban vivos o no.
Octojin se quedó en silencio, observando cómo sus palabras llevaban consigo una carga emocional enorme. Airgid, en ese momento, no era la niña despreocupada que aparentaba ser. Era alguien que, como tantas personas, llevaba sus propias cicatrices. Al escucharla hablar de su familia y de la incertidumbre que sentía, algo dentro de Octojin se agitó. Sabía lo que era sentirse abandonado, saberse diferente, y esa incertidumbre que te carcome por dentro. Intentó hablar, ofrecerle algo de consuelo, pero justo cuando iba a decir algo, Airgid cambió de tema rápidamente, forzando una sonrisa y hablando de su sueño de ser inventora.
Octojin reflexionó sobre lo fácil que era esconder el dolor detrás de una fachada alegre. Había conocido a muchas personas que lo hacían, pero verlo tan de cerca con Airgid le hizo pensar en cuántas personas estarían lidiando con sus propios traumas mientras fingían que todo estaba bien. Se quedó en silencio, sintiendo el peso de esa realidad.
Cuando Airgid le devolvió la pregunta, el gyojin sabía que debía ser sincero.
—No has tenido que pensar mucho la pregunta eh... —dijo, intentando añadir un poco de humor antes de ponerse serio—. Mi deseo sería... que elimináramos el racismo en el mundo. Que todos nos viéramos como iguales.
Hizo un gesto discreto, señalando con la cabeza a tres puntos distintos de la taberna. Si Airgid seguía su mirada, vería a tres hombres que los observaban con una mezcla de desconfianza y desprecio. Era sutil, pero claro.
—Míralos. No pueden dejar de mirarme solo por cómo soy. Mi tamaño, mi forma, el hecho de ser un gyojin. Y eso es en un lugar público. Imagínate lo que ocurre en otros sitios.
Lo cierto es que la vida de gyojin no era sencilla.
—En cuanto a sueños... —Octojin se detuvo unos segundos, reflexionando antes de continuar— No creo que tenga uno. No me he parado a pensar en ello, para ser honesto. Quizá por eso no lo tengo. Solo... vivo el día a día, voy por ahí, haciendo lo que puedo.
La conversación se quedó en el aire durante unos momentos. Ambos sabían que lo que habían compartido era más profundo de lo que se esperaba en una primera conversación. Pero eso era lo interesante de las relaciones inesperadas; a veces, te abrías de maneras que no podías predecir. Incluso decías cosas que no esperabas, o incluso no habías verbalizado nunca.
Finalmente, la comida llegó. Dos hamburguesas enormes rellenas de albóndigas se colocaron frente al escualo, junto con las jarras de cerveza. Airgid tuvo la suya y su refresco de cola, pero Octojin no podía dejar de pensar en lo que ambos habían revelado.
Mientras comían, el tiburón sentía un fuerte deseo de proteger a la joven humana. Se dio cuenta de que, aunque ella intentara mostrarse fuerte, también era vulnerable. La vida no había sido fácil para ninguno de los dos, y aunque su sufrimiento era diferente, compartían algo en común: la lucha por encontrar su lugar en el mundo.
Quizás eso los había unido desde el principio, aunque ninguno de los dos lo hubiera reconocido hasta ese momento.
—Deberíamos hacer esto más seguido —dijo Octojin finalmente, mirando a Airgid con una sonrisa sincera—. Porque, aunque no lo creas, me alegra que me hayas preguntado todas esas cosas.
Y sin más dilación, el escualo volvió a pensar una pregunta reflexiva. Una que hiciese a la humana estrujarse el cerebro. Y dio con una.
—¿Dónde te ves en 5 años?