Asradi
Völva
14-10-2024, 01:10 PM
Todo comenzaba a fluir, de la misma manera que lo hacía la corriente que ella misma había modificado. Karina, por otro lado, había hecho acto de presencia con los balleneros y ahora ya se ponían en marcha, repletos de entusiasmo. La Revolución comenzaba, y eso hizo que Asradi sonriese de manera ligera pero orgullosa, también mirando a Ragnheidr y a Airgid, la cual, muy habilidosamente, le había creado una especie de pecera al salmón. La sirena negó levemente con la cabeza, bastante divertida al respecto. Al final sí que se sentía a gusto con ese grupo de gente. Congeniaban de una manera extraña a pesar de todas las diferencias que tenían. Por unos momentos, en su pensamiento, apareció Octojin mientras avanzaba con sus camaradas por entre el gentío, rumbo al palacio.
“Mírame, yo también estoy ayudando a cambiar el mundo. A hacer algo mejor por los nuestros. Espero que tú también lo hagas.”
La sonrisa de la sirena se acrecentó, y en su pecho esa calidez comenzó a querer salir mientras avanzaban a través de la masa de civiles que ya protestaban por sus derechos. Por su libertad. La voz de Asradi sonó, y se alzó, como un llamado a la libertad, tras haber escuchado, también, el aviso de Lobo a través del Den Den Mushi.
A medida que avanzaban y se abrían paso entre el pueblo llano, la fuerza de su voz se iba ampliando, calentando y enardeciendo los corazones de la gente de Oykot. Era algo que se impregnaba y se esparcía por doquier. Un sentimiento, en voz, que nada ni nadie podría constreñir ni opacar. No importaban cuántos tiranos pudiesen querer apretar el nudo. Siempre habría algo que lo aflojaría o, en todo caso, cortaría la cuerda de la opresión de cuajo.
La bandera de la libertad, de la Revolución, ondeaba no solo en el campo de batalla, sino en los corazones de aquellos que escuchaban a Asradi y que, de verdad, querían que esa marea del cambio avanzase para bien. Por ellos, por sus hijos y por su forma de vida. Era un canto a la libertad, a todo lo que se merecían. No había lugar para tiranos en ello. Los corazones se iban inflamando a medida que los tres revolucionarios se abrían camino hacia el palacio donde el general Kudthrow ahora les impedía el paso. La sirena frunció ligeramente el ceño, y vió como fue Ragnheidr el que se adelantó, como un buen guerrero de Elbaf. Por supuesto que no se iban a quedar quietos mientras ese maldito calvo amenazaba la vida de un ciudadano de a pie. ¿Qué clase de gente era esa?
Asradi miró a Airgid de reojo y asintió, en lo que la pelinegra se quedaba a una distancia media. Ni demasiado cerca, ni demasiado lejos. El tono de su voz cambió de repente, así como la proyección a quien ahora iba dirigida. De una balada de libertad ahora resonaba un cántico que animaba a la batalla, que enardecía las ansias por defender aquello de lo que siempre habían estado viviendo. De defender sus vidas y sus ideales. Asradi se irguió todo lo posible sobre su cola. Y, simplemente, cantó.
Cantó para que el espíritu de la Revolución siempre luchase y jamás se apagase. Cantó para todos aquellos que quisieran unirse a esa lucha. Cantó para los suyos.
“Mírame, yo también estoy ayudando a cambiar el mundo. A hacer algo mejor por los nuestros. Espero que tú también lo hagas.”
La sonrisa de la sirena se acrecentó, y en su pecho esa calidez comenzó a querer salir mientras avanzaban a través de la masa de civiles que ya protestaban por sus derechos. Por su libertad. La voz de Asradi sonó, y se alzó, como un llamado a la libertad, tras haber escuchado, también, el aviso de Lobo a través del Den Den Mushi.
A medida que avanzaban y se abrían paso entre el pueblo llano, la fuerza de su voz se iba ampliando, calentando y enardeciendo los corazones de la gente de Oykot. Era algo que se impregnaba y se esparcía por doquier. Un sentimiento, en voz, que nada ni nadie podría constreñir ni opacar. No importaban cuántos tiranos pudiesen querer apretar el nudo. Siempre habría algo que lo aflojaría o, en todo caso, cortaría la cuerda de la opresión de cuajo.
La bandera de la libertad, de la Revolución, ondeaba no solo en el campo de batalla, sino en los corazones de aquellos que escuchaban a Asradi y que, de verdad, querían que esa marea del cambio avanzase para bien. Por ellos, por sus hijos y por su forma de vida. Era un canto a la libertad, a todo lo que se merecían. No había lugar para tiranos en ello. Los corazones se iban inflamando a medida que los tres revolucionarios se abrían camino hacia el palacio donde el general Kudthrow ahora les impedía el paso. La sirena frunció ligeramente el ceño, y vió como fue Ragnheidr el que se adelantó, como un buen guerrero de Elbaf. Por supuesto que no se iban a quedar quietos mientras ese maldito calvo amenazaba la vida de un ciudadano de a pie. ¿Qué clase de gente era esa?
Asradi miró a Airgid de reojo y asintió, en lo que la pelinegra se quedaba a una distancia media. Ni demasiado cerca, ni demasiado lejos. El tono de su voz cambió de repente, así como la proyección a quien ahora iba dirigida. De una balada de libertad ahora resonaba un cántico que animaba a la batalla, que enardecía las ansias por defender aquello de lo que siempre habían estado viviendo. De defender sus vidas y sus ideales. Asradi se irguió todo lo posible sobre su cola. Y, simplemente, cantó.
Cantó para que el espíritu de la Revolución siempre luchase y jamás se apagase. Cantó para todos aquellos que quisieran unirse a esa lucha. Cantó para los suyos.