Alistair
Mochuelo
14-10-2024, 07:08 PM
—Día 4 de Verano, Año 724—
Las malas compañías, en su afán de hacerse con mas dinero, siempre han inventado los métodos mas barbáricos para obtener eso que tanto desean. Saqueos, contrabando, robos, tú ponle nombre y seguramente encuentres una definición bien clara en el diccionario. Algunas requerían de arrastrar partícipes, mientras otros tantos eran un poco mas... voluntarios. Uno de los métodos que pertenecía al segundo grupo, con tradiciones que remontaban quizá decenas de años atrás -o más, ¿Quién sabe?, no estaba vivo en esa época como para confirmarlo-, era el de las peleas clandestinas.
"Sangre por oro", le llamaban. Un ritual simple: Dos hombres entran a una jaula hexagonal completamente cerrada, solo uno de ellos sale con todos los dientes bien posicionados en la cara. Aunque el término "Hombre" era la ambigüedad de manual mas grande que había visto en mucho tiempo; había visto mas de una mujer reventarle la cara a hombres que ya cantaban su victoria como segura solo por ser a su oponente. Las caras que ponían cuando veían a su oponente femenino sacarle 2 metros de altura y 40 centímetros de biceps eran invaluables, en especial cuando llevaban un arma tan grande como ellas. ¡JA! Nunca había sido particularmente para la violencia con poco sentido como lo podía ser un manojo de dinero ganado en una noche, pero las anécdotas que sacaba de lugares así eran invaluables.
Pues tan extraño como fuera, el lugar de esta historia no caía en lo absoluto en la etiqueta de "Clandestino". No comprendía muy bien cómo era que funcionaba un lugar así, un "Club de Peleas con entrada libre", aceptando a cualquiera que demostrara mínimas capacidades bélicas y mayoría de edad. Por lo mismo, el lugar funcionaba con reglas especiales: Violencia, pero nunca muertos. Apuestas, pero nunca arreglos. Sangre por dinero, pero nunca sucio ni en su pelea ni en sus participantes. Era todo un delicadísimo ecosistema el cual regular.
Lo publicitaban abiertamente, no tenían reparo en cantarlo a cada persona que se pasara frente al local y de incluso publicitarlo con pequeños afiches tal y como haría una pequeña cafetería cerca del puerto de Rostock. Y de hecho, era una comparación mas cercana de lo que sonaba a primeras: ¡El lugar doblaba como un gastrobar! La arena en la que combatían se situaba en el centro exacto del establecimiento, mientras que el bar estaba a la izquierda (por donde también estaba la entrada), y el resto del lugar repartía entre mesas o los espacios exclusivos para empleados. Por último, un segundo piso repleto de mesas. con vista directa a la arena.
Que la base de la Marina en la misma isla no hubiese desmantelado el sitio y arrestado a cada miembro ejecutivo del local era una buena prueba de cuán legitimo era, o al menos de cuán legal podía verse en la superficie. Si se trataba de un acuerdo con esa organización a la que se oponía o solo un eslabón corrupto dentro de sus filas que cubría todo con una manta... Era comida para el pensamiento que se quedaría enfriándose sobre la mesa. Demasiado esfuerzo para algo que no haría una diferencia en el momento.
Lo que sí hacía diferencia en el momento era cuán rentable resultaba el lugar, a pesar de que parecían querer mantener -como mucho- la notoriedad de un local menor. Después de todo, llamar demasiado la atención siempre podía ocasionar problemas mas grandes de lo que quisieran solucionar.
Por esa misma razón, Alistair acudía a ese lugar frecuentemente, no como un peleador sino como uno de los médicos para atender a los que caían irremediablemente; en un sitio donde se pegaban por deporte, siempre habría mas de uno que saldría tan lesionado como para llorar por un médico, y unos tantos dentro de esos tan molidos que requerían a alguien con conocimientos para volver a alinearle el hueso -o los- que su contrincante le había dislocado. Era buen dinero, honesto también, no tenia nada por lo cual quejarse.
Aunque bueno... No podía realmente asegurar que estaba completamente fuera de los encuentros que se formaban allí. A diferencia de muchos, el Lunarian no participaba en combates por la gloria o el dinero, sino por mejorar. Poner su cuerpo a prueba, chocar su arma con la de alguien más, sentir el latido de su corazón sobre sus oídos mientras todos los demás sonidos acallaban hasta suprimirse completamente... Esa exhilarante sensación de adrenalina era un veneno al cual nunca sería completamente capaz de rehuir. Por estas mismas razones, escogía sus peleas minuciosamente; prefería no perder el tiempo con algo que solo llevaría a violencia gratuita sin obtener lo que buscaba.
Junto a él siempre iban sus tres extremidades de acero, las katanas que conformaban su estilo de combate: el Santoryu. La mayoría tenían aunque fuera un mínimo grado de sorpresa cuando veían al espadachín sujetar una de las espadas con la boca, y luego perdían la consciencia ante los tres filos. Una vista que le produciría orgullo, si no fuera porque no gustaba de arrollar a un oponente; cualquier veterano se había encontrado con al menos un espadachin usuario del Santoryu, y con tan solo eso podía medir la experiencia de sus oponentes.
El Lunarian estaría de espaldas a la barra del bar, sentado en una de sus sillas; el bartender ya le conocía por sus visitas frecuentes, y de hecho le había dejado un shot de tequila mientras no estaba mirando, aunque señalándoselo con dos toques al hombro como de costumbre. El lugar no estaba particularmente lleno de clientes, principalmente por ser horas de la mañana; la mayor clientela se reunía siempre por las noches cuando podían hacer todo el escándalo que quisieran y el mayor influjo de combatientes experimentados se reunía para intercambiar golpes. La misma razón por la que la entrada costaba más.
¿Que clase de interesante historia esperaría al establecimiento ese día?