Octojin
El terror blanco
14-10-2024, 07:23 PM
Octojin sintió una oleada de alivio cuando su puño conectó con la mandíbula de Clawsevitz, propulsando al pirata hacia los aires y haciéndolo caer pesadamente contra el suelo. Una gota de sudor recorrió su frente, notando cómo caía al suelo junto con otras tantas. El esfuerzo estaba siendo titánico, pero no solo el suyo, sino el de todos los allí presentes. La historia recordaría aquél día, y cada uno de los nombres de los allí presentes, salieran o no con vida de la carpa.
El impacto que recibió el pirata fue devastador, y por un breve instante, el gyojin pensó que había terminado el combate. Clawsevitz yacía aturdido, su cuerpo inmóvil sobre la cubierta astillada parecía inmóvil, pero no. Movía ligeramente los brazos, intentando reponerse. Todo indicaba que era el momento perfecto para rematarlo y dejar fuera de combate a uno de los más temibles oponentes a los que se habían enfrentado aquél día.
Sin embargo, justo cuando Octojin se preparaba para dar el golpe final, su mirada se desvió hacia un sonido que lo llenó de inquietud. Los gritos de victoria de los piratas resonaban en el caos del campo de batalla. Su instinto, afinado por años de lucha y supervivencia, le indicó que algo más estaba ocurriendo. Entonces la vio: Lagunta Neil, la capitana de la Hermandad de la Velocidad, entró en escena con una imponente presencia. Su barba y su musculatura eran tan imponentes como las descripciones que había oído, pero lo que realmente le preocupaba era la cinta multicolor que manejaba con una destreza letal. Aquella era una de las tantas herramientas convertidas en armas que había visto aquél día. Aquellos piratas, sin duda, eran tan eficaces como extravagantes en sus métodos de lucha.
Octojin observó con horror cómo la sargento Abbot, cansada y herida, se veía atrapada por la cinta de Lagunta, perdiendo el equilibrio mientras Onigiri preparaba su próximo ataque. Las mejillas del otro gyojin se hinchaban, y Octojin sabía que el siguiente disparo de agua podría ser letal para Abbot en su estado debilitado.
La decisión lo golpeó como una ola feroz. Podía terminar con Clawsevitz en ese preciso momento, cuando lo tenía a su merced, o podría salvar a la sargento. Si abandonaba a Clawsevitz, tendría que enfrentarse a Lagunta y Onigiri al mismo tiempo, y eso podría significar que el combate se volvería aún más peligroso. Pero si no ayudaba a Abbot... no había duda de que ella no sobreviviría.
Una rabia creciente invadió a Octojin al ver a su compañera en peligro. No importaba lo estratégico que fuera dejarla a su suerte y eliminar la amenaza inmediata de Clawsevitz, confiando en una más que improbable posibilidad de salvación por parte de la sargento. El tiburón sabía que la humana ya había asumido que podía salir de allí sin vida, pero el gyojin no se lo perdonaría jamás, más teniendo en cuenta las circunstancias que se habían dado y que podría haber hecho algo más. Algo en su interior, en su código personal, le impedía abandonar a Abbot. No podía permitir que cayera ante aquellos piratas mientras él estaba allí para protegerla.
Sin perder más tiempo, Octojin tomó su decisión. Con el semblante endurecido y los puños envueltos en haki, dejó atrás la idea de ir a por Clawsevitz y corrió a toda velocidad hacia Lagunta Neil. El aire a su alrededor parecía cargarse con su furia contenida mientras se abalanzaba sobre la pirata de barba imponente. Sabía que aquello podía ser lo menos estratégico, pero su instinto y su sentido de responsabilidad eran más fuertes que cualquier táctica.
—¡No hoy, malditos! —rugió mientras se lanzaba hacia Lagunta, con toda la furia que sentía reflejada en sus ojos.
Con un potente impulso, Octojin arremetió contra Lagunta Neil. Su primer puñetazo fue directo hacia su torso, con toda la fuerza de su haki de armadura reforzando el impacto. Quería que ese golpe no solo la alejara de la sargento, sino que sintiera la diferencia de poder. El segundo golpe, cargado con igual intensidad, iba dirigido a su abdomen. Y entonces, vino un golpe algo más potente, un gancho ascendente con la firme intención de romper su defensa.
La intención de Octojin era clara: darle a Abbot el tiempo necesario para ponerse a salvo o liberarse. O, si sus golpes impactaban, liberarla él mismo. Entre tanto, se interpondría entre el gyojin rana y la sargento, interceptando cualquier ataque posible. Debían situarse en una posición que permitiese ver las ofensivas de los tres frentes, por lo que si Abbot era liberada, la arrastraría hacia atrás para tener a los tres rivales de frente.
El caos a su alrededor se intensificaba, pero Octojin solo tenía un objetivo en mente en ese momento. Mientras sus puños se dirigían en una pose defensiva hacia Lagunta, su corazón latía con fuerza, con la esperanza de que su elección hubiera sido la correcta.
Si quedaban en un dos contra tres, tenían alguna posibilidad, pero sin embargo, si quedaba él solo contra los tres enemigos, tendría un panorama mucho más complicado del que podía esperar. Pero nadie dijo que la vida fuese fácil.
El impacto que recibió el pirata fue devastador, y por un breve instante, el gyojin pensó que había terminado el combate. Clawsevitz yacía aturdido, su cuerpo inmóvil sobre la cubierta astillada parecía inmóvil, pero no. Movía ligeramente los brazos, intentando reponerse. Todo indicaba que era el momento perfecto para rematarlo y dejar fuera de combate a uno de los más temibles oponentes a los que se habían enfrentado aquél día.
Sin embargo, justo cuando Octojin se preparaba para dar el golpe final, su mirada se desvió hacia un sonido que lo llenó de inquietud. Los gritos de victoria de los piratas resonaban en el caos del campo de batalla. Su instinto, afinado por años de lucha y supervivencia, le indicó que algo más estaba ocurriendo. Entonces la vio: Lagunta Neil, la capitana de la Hermandad de la Velocidad, entró en escena con una imponente presencia. Su barba y su musculatura eran tan imponentes como las descripciones que había oído, pero lo que realmente le preocupaba era la cinta multicolor que manejaba con una destreza letal. Aquella era una de las tantas herramientas convertidas en armas que había visto aquél día. Aquellos piratas, sin duda, eran tan eficaces como extravagantes en sus métodos de lucha.
Octojin observó con horror cómo la sargento Abbot, cansada y herida, se veía atrapada por la cinta de Lagunta, perdiendo el equilibrio mientras Onigiri preparaba su próximo ataque. Las mejillas del otro gyojin se hinchaban, y Octojin sabía que el siguiente disparo de agua podría ser letal para Abbot en su estado debilitado.
La decisión lo golpeó como una ola feroz. Podía terminar con Clawsevitz en ese preciso momento, cuando lo tenía a su merced, o podría salvar a la sargento. Si abandonaba a Clawsevitz, tendría que enfrentarse a Lagunta y Onigiri al mismo tiempo, y eso podría significar que el combate se volvería aún más peligroso. Pero si no ayudaba a Abbot... no había duda de que ella no sobreviviría.
Una rabia creciente invadió a Octojin al ver a su compañera en peligro. No importaba lo estratégico que fuera dejarla a su suerte y eliminar la amenaza inmediata de Clawsevitz, confiando en una más que improbable posibilidad de salvación por parte de la sargento. El tiburón sabía que la humana ya había asumido que podía salir de allí sin vida, pero el gyojin no se lo perdonaría jamás, más teniendo en cuenta las circunstancias que se habían dado y que podría haber hecho algo más. Algo en su interior, en su código personal, le impedía abandonar a Abbot. No podía permitir que cayera ante aquellos piratas mientras él estaba allí para protegerla.
Sin perder más tiempo, Octojin tomó su decisión. Con el semblante endurecido y los puños envueltos en haki, dejó atrás la idea de ir a por Clawsevitz y corrió a toda velocidad hacia Lagunta Neil. El aire a su alrededor parecía cargarse con su furia contenida mientras se abalanzaba sobre la pirata de barba imponente. Sabía que aquello podía ser lo menos estratégico, pero su instinto y su sentido de responsabilidad eran más fuertes que cualquier táctica.
—¡No hoy, malditos! —rugió mientras se lanzaba hacia Lagunta, con toda la furia que sentía reflejada en sus ojos.
Con un potente impulso, Octojin arremetió contra Lagunta Neil. Su primer puñetazo fue directo hacia su torso, con toda la fuerza de su haki de armadura reforzando el impacto. Quería que ese golpe no solo la alejara de la sargento, sino que sintiera la diferencia de poder. El segundo golpe, cargado con igual intensidad, iba dirigido a su abdomen. Y entonces, vino un golpe algo más potente, un gancho ascendente con la firme intención de romper su defensa.
COM101
COMBATIENTE
Ofensiva Activa
Tier 1
No Aprendida
17
1
El usuario encarará de frente a su adversario propinándole un poderoso impacto directo con alguna de sus extremidades, aplicando un [Empuje] de 4 metros.
Golpe Basico + [FUEx2] de [Daño contundente]
La intención de Octojin era clara: darle a Abbot el tiempo necesario para ponerse a salvo o liberarse. O, si sus golpes impactaban, liberarla él mismo. Entre tanto, se interpondría entre el gyojin rana y la sargento, interceptando cualquier ataque posible. Debían situarse en una posición que permitiese ver las ofensivas de los tres frentes, por lo que si Abbot era liberada, la arrastraría hacia atrás para tener a los tres rivales de frente.
El caos a su alrededor se intensificaba, pero Octojin solo tenía un objetivo en mente en ese momento. Mientras sus puños se dirigían en una pose defensiva hacia Lagunta, su corazón latía con fuerza, con la esperanza de que su elección hubiera sido la correcta.
Si quedaban en un dos contra tres, tenían alguna posibilidad, pero sin embargo, si quedaba él solo contra los tres enemigos, tendría un panorama mucho más complicado del que podía esperar. Pero nadie dijo que la vida fuese fácil.