Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
14-10-2024, 08:18 PM
(Última modificación: 14-10-2024, 08:21 PM por Camille Montpellier.)
33 de Verano del año 724, G-31 de Loguetown.
El último par de días se había vuelto mucho más complejo y cargante de lo que Camille hubiera podido imaginar en un primer momento. Las andanzas de su brigada, la —no demasiado— afamada L-42, habían llegado rápidamente a oídos de sus superiores. Parecía que el mismísimo capitán Murray Arganeo del G-23 de Isla Kilombo les había puesto en un pedestal tras su actuación en Rostock, algo que los oficiales habían decidido tener en cuenta. Uno por uno, los integrantes del escuadrón que acudió a escoltar al farero Meethook recibieron medallas y sus correspondientes ascensos. Hasta el pesado de Shawn se vio en la obligación de reconocer el mérito de quienes había bautizado como las «ovejas negras de Loguetown», aunque aquella percepción parecía ser únicamente suya. Después de todo, la neutralización del capitán pirata Broco Lee, así como la captura de la mitad de los Piratas Veganos había causado todo un revuelo en el East Blue que era difícil de ignorar. Hasta les habían comentado que pondrían una placa en el nuevo faro de Rostock, en honor a la L-42.
Todos estos honores, por supuesto, no transcurrirían sin su correspondiente dosis de burocracia. La parte preferida de la oni en lo que respectaba a su trabajo, siempre y cuando su intención fuera sumirse en la apatía y el aburrimiento. Por suerte, todos aquellos procesos habían concluido y tan solo restaba descansar. Eso sí, aún no se adecuaba a su nuevo puesto en la jerarquía. Había pasado de ser la eterna recluta a toda una sargento para, apenas unas semanas después, recibir otro ascenso. Suboficial Montpellier, así se referían a ella ahora. Y además, por lo que la capitana le había comentado, parecía que no tardaría en ocupar el cargo de alférez. Decir que se sentía un poco sobrepasada con toda esa situación se quedaría corto.
Aún no se acostumbraba a tener a otros bajo su mando, el único motivo por el que no terminaba de molestarle que el mendrugo de Takahiro fuera su superior. Nada que fuera a reconocer delante de él, claro. No terminaba de sentirse cómoda dando órdenes. No cuando se encontraba fuera de peligro, al menos; el campo de batalla era un asunto muy diferente. Allí tan solo debía actuar y seguir su instinto. En la base, sin embargo, todo parecía protocolario y no podía dejar de pensar en que si antes sus compañeros le tenían tirria, ahora que era la superiora directa de muchos de ellos debían odiarla. Y encima el papeleo de su día a día no dejaba de aumentar.
—Demonios, qué puto coñazo —masculló en la soledad de aquel despacho que les habían asignado como brigada.
Ahora que contaban con todo un surtido de oficiales y suboficiales, la L-42 había adquirido algunos privilegios. Por ejemplo, sus integrantes no compartían espacio en los barracones con el resto de marines, sino que contaban con una zona asignada para ellos. Por supuesto, también contaban con un despacho en el que escasamente cabían todos juntos pero que servía como una suerte de estudio, de modo que pudieran ocuparse de los trámites allí sin que nadie les molestase o, por el contrario, fácilmente localizables para quienes necesitasen algo de ellos.
Como si fuera obra del destino, alguien llamó a la puerta justo cuando aquel último pensamiento cruzaba su mente.
Suspiró y dejó los documentos que tenía en la mano a un lado..
—Adelante.
La puerta se abrió, adentrándose en el despacho un joven recluta al que conocía por su labor como mensajero en el G-31. Se llamaba Ronan, si la memoria no le fallaba. Se cuadró frente al escritorio y saludó.
—Suboficial Montpellier.
—Descansa, recluta. Podemos omitir el reglamento por esta vez. —Más protocolo, más actuaciones. El muchacho relajó la postura—. ¿Qué necesitas?
—Traigo un mensaje urgente. Es de la capitana... Montpellier —pareció darse cuenta de la conexión de apellidos justo en ese mismo instante.
Camille frunció sensiblemente el ceño. Cualquier mensaje inesperado de Beatrice, los cuales venían a ser todos, casi siempre venía cargado con un marrón o una tarea de la que, simplemente, no quería responsabilizarse. Se mentalizó para lo peor mientras Ronan sacaba un sobre de su cartera.
—Déjame ver.
El texto era breve y decía algo así:
Cita:A la atención de la suboficial Camille Montpellier.
Recientemente se ha adherido a las filas del G-31 una recluta de lo más peculiar. Creo que encajará perfectamente en vuestra brigada, así que la he asignado bajo vuestro mando. Se llama Alexandra, sin apellido. Échale un ojo, ¿quieres?
Fdo: Beatrice Montpellier.
«¿Sin apellido?», fue la primera pregunta que le asaltó a la oni tras leer el mensaje. Como ya auguraba, se trataba de una petición. Que hubiera decidido asignarla a la Logue-42 tan solo podía implicar una cosa: otro bicho raro. No de una forma despectiva, sino algo que todos los que se encontraban bajo las órdenes de Ray habían empezado a asumir. Su brigada era peculiar, tanto como sus integrantes, pero eso era precisamente lo que les hacía encajar tan bien. La apatía fue sustituida por curiosidad. Camille dirigió su mirada hacia el mensajero y se guardó la carta.
—¿Sabes dónde se encuentra la recluta Alexandra?
—Sí. Está esperando fuera de los barracones.
—Ve a buscarla y tráemela. Puedes retirarte después de eso.
—¡Sí, señora!
Y, tal como había venido, Ronan se fue. Camille se inclinó contra el respaldo de la enorme silla que habían preparado especialmente para ella, tamborileando con los dedos sobre la mesa mientras esperaba que la puerta volviera a abrirse. Sus labios dibujaron una leve sonrisa.