Gretta
La Devoramundos
14-10-2024, 10:10 PM
Te diriges al grupo que hablaba del pobre Garril; al acercarte ves que se tratan de marineros, los cinco de avanzada edad, y están al rededor de un barril, bebiendo cerveza y comiendo de un cubo de sardinas que está en el medio. Al acercarte se hace un poco de silencio por la incomodidad que genera tu enorme envergadura en la gente normal. Se hace un silencio incómodo hasta que hablas.
Al ver que tus palabras son educadas y con un tono de cortesía, el ambiente se relaja y el anciano que había dicho lo de Garril te mira, carraspea y te habla directamente.
—Oh, hola, es un poco de mala educación escuchar conversaciones ajenas, joven.— Te mira de arriba a abajo. —Pero bueno, la verdad es que no importa; si tu intención es ayudar, entonces escucha todo lo que quieras, jejeje.— Se ríe, coge la cerveza, le pega un buen tiento y continua. —Ayer me levanté muy temprano como todos los días; el sol apenas estaba saliendo ya, cogí mi ropa, me puse la camisa verde, es mi favorita, y esos pantalones cortos marrones que me regaló mi amada Josefina, que en paz descanse.— Hace un suspiro. —Total, que terminé de vestirme, me lavé la cara y los dientes; enjuague no uso; nunca me ha gustado; me deja mal sabor de boca. Luego, le puse la correa a poncho, que es mi perro; nos lo regaló mi hijo hace ya unos 13 años. Qué alegría nos ha dado siempre poncho, es muy bueno, sabes, con la gente que no conoce no mucho, pero si le caes bien, es muy mono. Siempre saco a poncho a la misma hora; es un perro de costumbres; lo bajo a la esquina, le doy unas vueltas, hasta que haga sus necesidades, entonces, cuando ya lo he sacado, vuelvo a casa.— Otro de los hombres tose e interrumpe al anciano. —Al grano, Pedro, que el chico quiere ayudar y si sigues contándole cada minuto de lo que haces durante el día, cuando quiera encontrar a Garril, seguro que ya es tarde.— Pedro entre molesto porque le han cortado, y aceptando que tal vez tenga razón su amigo. Te mira y te señala en una dirección. —Garril vive allí, en esa casita delante del puerto. Su familia sabrá más.
Si miras en esa dirección y te acercas, puedes ver a una mujer sentada en el pórtico hablando con dos marines. Se le ve alterada y los marines solo están apuntando cosas en una libretita.
La mujer les grita: —Siempre hace la misma ruta, coge su barco y se va detrás del acantilado, nunca hace otra distinta, ¡salgan a buscarlo, por favor! ¡Y dejen de preguntarme estupideces!.
—Señora, hacemos lo que podemos, estamos desbordados; si ienes quejas, ya sabe a donde dirigirlas; el cuartel está allí arriba. Le dice uno de los marines.
Al ver que tus palabras son educadas y con un tono de cortesía, el ambiente se relaja y el anciano que había dicho lo de Garril te mira, carraspea y te habla directamente.
—Oh, hola, es un poco de mala educación escuchar conversaciones ajenas, joven.— Te mira de arriba a abajo. —Pero bueno, la verdad es que no importa; si tu intención es ayudar, entonces escucha todo lo que quieras, jejeje.— Se ríe, coge la cerveza, le pega un buen tiento y continua. —Ayer me levanté muy temprano como todos los días; el sol apenas estaba saliendo ya, cogí mi ropa, me puse la camisa verde, es mi favorita, y esos pantalones cortos marrones que me regaló mi amada Josefina, que en paz descanse.— Hace un suspiro. —Total, que terminé de vestirme, me lavé la cara y los dientes; enjuague no uso; nunca me ha gustado; me deja mal sabor de boca. Luego, le puse la correa a poncho, que es mi perro; nos lo regaló mi hijo hace ya unos 13 años. Qué alegría nos ha dado siempre poncho, es muy bueno, sabes, con la gente que no conoce no mucho, pero si le caes bien, es muy mono. Siempre saco a poncho a la misma hora; es un perro de costumbres; lo bajo a la esquina, le doy unas vueltas, hasta que haga sus necesidades, entonces, cuando ya lo he sacado, vuelvo a casa.— Otro de los hombres tose e interrumpe al anciano. —Al grano, Pedro, que el chico quiere ayudar y si sigues contándole cada minuto de lo que haces durante el día, cuando quiera encontrar a Garril, seguro que ya es tarde.— Pedro entre molesto porque le han cortado, y aceptando que tal vez tenga razón su amigo. Te mira y te señala en una dirección. —Garril vive allí, en esa casita delante del puerto. Su familia sabrá más.
Si miras en esa dirección y te acercas, puedes ver a una mujer sentada en el pórtico hablando con dos marines. Se le ve alterada y los marines solo están apuntando cosas en una libretita.
La mujer les grita: —Siempre hace la misma ruta, coge su barco y se va detrás del acantilado, nunca hace otra distinta, ¡salgan a buscarlo, por favor! ¡Y dejen de preguntarme estupideces!.
—Señora, hacemos lo que podemos, estamos desbordados; si ienes quejas, ya sabe a donde dirigirlas; el cuartel está allí arriba. Le dice uno de los marines.