Lemon Stone
MVP
15-10-2024, 04:07 AM
Limpió sin mucho cuidado la sangre que había quedado en el martillo, usando el uniforme medio maltratado del pobre soldado que había recibido su merecido. Cualquiera que estuviera del lado del Sistema, quien quiera que sirviera al Gran Capital, sería corregido indiscutidamente como las madres criaban a sus hijos en la antigüedad: con los puños. Y como creía en la reinserción social no tenía pensado matar a nadie, al menos no todavía. Cada vez que quitaba una vida luego tenía insomnio y le daba cagadera por la noche, así que prefería golpear como si hormigas fuesen sus enemigos (nadie se detiene a ver si una hormiga está muerta o no, triste pero cierto).
-¡No pasarás, monstruo del infierno! -le gritó a la loca del ancla, golpeando el piso con la empuñadura del martillo y emitiendo una luz blanca y sagrada. ¿O acaso estaba alucinando…? Como sea, Lemon iba en serio.
-Lo estamos haciendo bien, Sonrisas. ¿Y si luego montamos un Instituto de Corrección Asistemática en este lugar? Sería como un campo de concentración, pero limpio y con derechos sindicales -le comentó a su camarada, que estaba bastante ocupada dándole duro a los pobres soldados.
Entonces, percibió la muerte en el aire, olió la destrucción como una bestia que reconoce el aroma de la sangre, susurros que auguraban un peligro inminente. Volteó la cabeza y se fijó en que Perrito había notado lo mismo que Lemon, aunque parecía estar más seguro de lo que iba a suceder. Entre los gritos de batalla (y los de terror, ya que estamos), la madera resquebrajándose y carbonizándose, incluso las esporádicas explosiones de fuegos artificiales que no habían terminado de explotar, escuchó un ruido grave, profundo, alarmante. Diría que era como una estampida, como algo gigantesco arrastrándose sobre una superficie irregular y rocosa, pero era difícil distinguir la naturaleza del sonido. Lo que sí podía hacer era actuar, reaccionar antes de que fuera demasiado tarde.
Perrito ordenó a los camaradas que subieran a los tejados de las casas, pues el río se les venía encima. A Lemon le gustaba el surf así que pensó en quedarse y disfrutar un poco más de la adrenalina, pero luego recordó todo lo que tendría que avanzar de vuelta y la flojera le ganó. Además, últimamente cada vez que tocaba el agua se sentía debilitado; incluso había ocasiones en las que se hundía como si fuera un pesado martillo hecho todo de hierro. No, no, no. No iba a dejarse llevar por un río con vaya a saber uno qué sustancias, si es de conocimiento público que los pueblerinos (y en general la gente de ciudades pequeñas, sin grandes centros comerciales ni aeropuertos) son contrarios a la higiene.
Concentró la fuerza en sus piernas y flexionó ligeramente las rodillas, sus pantorrillas inflándose como si fuesen auténticos globos. Tomó una gran bocanada de aire y la expulsó al mismo tiempo que brincaba tan alto como un canguro, como uno de verdad.
-¡Soy joven! ¡Jajaja! ¡Y las rodillas no me duelen! -se alegró, disfrutando de la libertad que entregaba dar un gran salto como ese-. ¡Viva la juventud!
Aterrizó en el tejado de la casa más cercana, ejecutando una torpe voltereta que, en vez de ayudar, casi hizo caer a Lemon del techo. Sin embargo, era fundamental lucirse un poco, aunque nadie le estuviera mirando, nadie más que los ojos omniscientes de la Causa.
El revolucionario giró la mirada al mismo tiempo que algo sucedía hacia el norte. Al parecer había un grupo de revoltosos que se iba a unir en contra de las fuerzas de seguridad. Bien, bien. Así gustaba, que se notase el espíritu de la Revolución. No obstante, ¿cómo iba a seguir la Revolución sin fuego? Lemon miró con tristeza el agua que avanzaba sin reparo por las calles de la ciudad, como si fuera un perrito abandonado que ve a su dueño alejarse más y más. Los brazos del aluvión apagaban el fuego que tanto trabajo le había costado conseguir, el agua esparcía sin cuidado la mantequilla que había generado y amenazaba con echar abajo todo el trabajo previo. Fue tal el impacto psicológico, tal el daño a la esencia misma de la Revolución, que Lemon soltó más de una lágrima.
No obstante, escuchó las palabras de Perrito. Su lengua era casi tan oportuna como los solos en guitarra que tocaba. Por un momento pensó que la Revolución había sido derrotada por las frías y espeluznantes aguas del río improvisado, pero no: las llamas estaban más vívidas que nunca. ¡La Revolución seguía en pie, maldita sea! Motivado, encendido, animado y completamente sobre estimulado, Lemon rugió en respuesta al heroico discurso de Perrito.
-¡WOOOOOH! ¡WOOOOOOOOH! -gritó por primera vez el enmascarado, su voz grave y rasposa resonando por el campo de batalla, su mano derecha empuñada en el corazón y la de izquierda atrás, sosteniendo el arma. De la derrota y la tristeza, gracias a las apropiadas palabras de Perrito, Lemon se alzó en la victoria y el goce-. ¡Viva la Libertad, la Revolución y la carne asada, maldita sea! ¡Viva!
Se hubiera subido a un caballo de tenerlo, habría cabalgado en contra de mil titanes, habría dado su brazo e incluso su vida por un futuro esplendoroso y revolucionario, pero tenía que conformarse con estar él solo en un tejado, sin titanes ni cabalgatas épicas. Ni siquiera con su Reina. Sin embargo, la Causa es buena con aquellos que la protegen con su propia integridad física, mental y espiritual. Por eso, enfrentaría con determinación al escuadrón marine que se aproximaba desde… Desde algún punto de la ciudad. Más tarde, una vez hubiera asegurado la Victoria, tomaría a la Reina como concubina.