Crispin paseaba tranquilamente por el puerto de Rostock en una noche iluminada por la luna. Sus gafas de sol le daban un toque peculiar en la oscuridad, pero eran su accesorio favorito. Mientras tarareaba una melodía alegre, se detuvo al escuchar unas risas y murmullos cerca de las murallas de la base de la Marina. Intrigado, decidió investigar.
Con pasos sigilosos, se acercó y vio a dos figuras dibujando grafitis en la muralla. Sin poder contener su curiosidad, Crispin se quedó observando, moviendo sus pinzas con interés.
―¡Vaya! ¡Eso es un buen trabajo!― exclamó sin pensar.
Las dos figuras se giraron rápidamente. Crispin se rascó la cabeza con una de sus pinzas, sintiéndose un poco fuera de lugar. De repente, la puerta de la base de la Marina se abrió de golpe, y un marine viejo salió corriendo, claramente enfadado. Crispin se quedó congelado, sin saber qué hacer.
―¡Esto se va a poner feo!― murmuró para sí mismo, dándose la vuelta y corriendo en dirección opuesta.
Las pinzas de Crispin resonaban en el suelo empedrado mientras huía. A su alrededor, podía escuchar el ruido de la persecución, pero no se atrevió a mirar atrás. Zigzagueó entre callejones y se deslizó detrás de unos barriles, intentando no llamar la atención.
―¿Cómo siempre termino en estas situaciones?― pensó mientras trataba de recuperar el aliento.
Decidió esperar unos minutos antes de moverse de nuevo. La adrenalina aún corría por su cuerpo mientras miraba con cautela a su alrededor. Cuando todo pareció calmarse, se deslizó fuera de su escondite y siguió su camino, esta vez con más cuidado de no cruzarse con más problemas.
―Necesito un café... o tal vez un buen escondite hasta que todo esto pase― se dijo, sonriendo ante su propia ocurrencia.
Caminando hacia una taberna cercana, Crispin no pudo evitar reírse de lo sucedido. Aunque la noche había tomado un giro inesperado, sabía que al menos tendría una historia divertida que contar. Ajustándose las gafas de sol, decidió que tal vez la próxima vez sería mejor quedarse en casa... o tal vez no.
Con una risa suave y una mirada llena de determinación, Crispin se adentró en la taberna, listo para cualquier cosa que la noche aún pudiera ofrecerle.