Octojin
El terror blanco
15-10-2024, 09:24 PM
Octojin se sentía completamente atrapado por la mirada de Asradi. Esos ojos azules le tenían totalmente absorto de lo que sucedía alrededor. Cada palabra, cada gesto, cada caricia de la sirena lo envolvían en una calidez que jamás había experimentado antes. Nunca había estado ni cerca de hacerlo. Mientras sus dedos recorrían suavemente sus mejillas, él no podía evitar sentir un leve temblor de emoción, casi como si fuera un adolescente enamorado por primera vez. Y realmente lo era. No adolescente, pero sí un enamorado por primera vez. Pero había algo más profundo en ello: era una conexión que iba más allá de las palabras, más allá de la simple atracción. Era algo puro, algo que le hacía sentir completo de una manera que nunca había creído posible.
—No estoy haciendo nada especial, Asradi —respondió el tiburón con una sonrisa tímida—. Solo... estoy siendo como me nace ser contigo. No sé por qué estoy sintiendo todo esto... pero me encanta sentirlo.
Observó cómo la sirena le sonreía, aunque había una tristeza sutil detrás de esa sonrisa. Cuando ella le dijo que no quería ponerlo en peligro, Octojin sintió un nudo en el pecho. Sabía que Asradi tenía sus propias luchas, sus propios demonios, y aunque no comprendía completamente la magnitud de lo que la atormentaba, entendía por qué ella querría resolverlo por su cuenta. Él mismo haría lo propio si estuviera en su lugar. Pero eso no disminuía su deseo de estar a su lado y ayudarla en lo que pudiera.
—Lo entiendo, Asradi —dijo suavemente—. Yo haría lo mismo. Pero si en algún momento cambias de opinión, si crees que puedo hacer algo por ti... estaré aquí. No me importa lo que sea, siempre estaré dispuesto a ayudarte.
El beso que le dio en la comisura de los labios fue como una explosión de sensaciones en su cuerpo. Era el primer beso que recibía por amor, y las emociones que le inundaron fueron intensas y abrumadoras. El tiempo pareció pararse por unos segundos, y su rostro se quedó perplejo. Por un momento, se sintió incapaz de moverse, su corazón latía con fuerza en su pecho como nunca antes lo había hecho. Ni estando al borde de la muerte. La timidez se apoderó de él, y su piel, por más gruesa y resistente que fuera, no pudo evitar un ligero rubor. Las palabras se le trabaron en la garganta, y apenas pudo murmurar un agradecimiento.
—Gracias a ti... —respondió finalmente— Siento que... gracias a ti, estoy recobrando algo de fe en mí mismo. Estoy experimentando cosas que nunca pensé que viviría.
El abrazo que compartieron después fue profundo y lleno de emociones. Octojin sintió el calor del cuerpo de Asradi acurrucarse contra el suyo, y en ese momento, supo que haría cualquier cosa por protegerla. Su gran cuerpo la envolvía con delicadeza, como si temiera lastimarla, pero al mismo tiempo con una firmeza que le transmitía seguridad.
Cuando la sirena se separó lentamente de él, el tiburón la miró con una mezcla de amor y respeto. Aquello que fuese por lo que estaba pasando y necesitaba cerrar, lo conseguiría, estaba seguro. Sabía que la vida de Asradi era complicada, pero confiaba en que juntos, tarde o temprano, encontrarían la manera de superar cualquier obstáculo.
—Confío en ti —le dijo con una sonrisa suave—. Todo se solucionará, estoy seguro. Y cuando lo haga, estaremos juntos.
Con una última mirada de complicidad, ambos se pusieron manos a la obra para limpiar la playa. Recogieron los trozos de pescado, tanto los crudos, como los restos, como los que estaban cocinados y habían sobrado, y tras ello esparcieron la arena para cubrir cualquier rastro de sangre, asegurándose de que todo quedara tal como lo habían encontrado. Una vez terminado, comenzaron su camino hacia la posada, caminando en silencio, pero con una conexión palpable entre ellos. Era extraño que dos desconocidos, con apenas dos aventuras entre ellos, hubiesen tejido ese hilo que les conectaba. Esa conexión que parecía irrompible. Ni todas las torpezas del mundo en su habitación, ni unos piratas intentando cazar a la sirena, ni una bestia que parecía haber ascendido desde el mismísimo inframundo eran rivales para aquello que sentían.
Durante el trayecto, Asradi tomó la mano de Octojin, y él sintió cómo un calor subía por su brazo, hasta su rostro, que rápidamente comenzó a enrojecerse. Era una sensación que parecía ser costumbre ya en él, pero no terminaba de ser incómoda. De hecho, le gustaba. Tras un momento de silencio, el tiburón habló.
—No hay pista, pero... es algo que hice yo mismo unas semanas después de que nos conociéramos en la isla Momobami —Las palabras salieron de manera natural, pero se notaba la emoción que desprendía detrás de ellas—. Me pasé varias noches sin dormir mucho, con un nudo en el estómago y la garganta, pensando en ti... No podía sacarte de mi cabeza. Sinceramente, no sé qué tipo de cantos haces, pero me hechizaste —comentó esto último en plan broma, aunque era cierto que se le había pasado por la cabeza que pudiera ser algún tipo de brujería—. Me costó mucho superar aquella fase, y, siendo honesto, todavía pienso en ti más de lo que debería.
Aquella confesión hizo que, por instinto, apretase un poco la mano a la sirena. Aunque pronto se dió cuenta y volvió a ejercer una presión más baja, intentando no molestar a la sirena.
Cuando llegaron a la posada, Octojin sintió un alivio al ver que el gañán que normalmente vigilaba la puerta no estaba. Subieron rápidamente a la habitación, y una vez dentro, el tiburón pidió a Asradi que se sentara en la cama, colocando un cojín en ella por si la pelinegra lo necesitaba para estar más cómoda.
—Cierra los ojos y confía en mí, por favor. Es lo único que te pediré.
Esperó a que lo hiciera, y entonces se dirigió al armario. Abrió el primer cajón, sacando con cuidado una pequeña pieza de madera tallada que había guardado con tanto cariño y a la que solía recurrir de vez en cuando, cuando no podía dormir. Caminó de nuevo hacia la cama y, con la mayor delicadeza posible, tomó las manos de Asradi y depositó el objeto entre ellas.
—Ya puedes abrirlos.
Cuando Asradi abrió los ojos, lo que encontró en sus manos fue una réplica de ella misma, tallada a mano en un trozo de madera vieja. La figura no era perfecta, y Octojin lo sabía, pero era un reflejo de los sentimientos que había puesto en ella.
—No es mi especialidad tallar formas —dijo con una sonrisa tímida—, pero quise hacer algo para ti, algo que pudieras tener siempre contigo. Sabía que nos veríamos, lo que no pensaba es que fuese a ser tan pronto. Así, siempre te acordarás de tu Octojin, aunque estemos lejos y cada uno esté luchando sus propias guerras.
El tiburón, nervioso pero feliz, se arrodilló frente a ella y abrió los brazos, invitándola a un nuevo abrazo. Había puesto todo su esfuerzo en ese regalo, y aunque no era perfecto, esperaba que le gustara. Para él, era un símbolo de todo lo que sentía, un pequeño fragmento de su corazón tallado en madera.
Mientras esperaba la respuesta de Asradi, su corazón latía con fuerza, pero esta vez no por los nervios de la batalla, sino por el amor y la esperanza que había encontrado en aquella sirena que, de alguna manera, había cambiado su vida para siempre.
—No estoy haciendo nada especial, Asradi —respondió el tiburón con una sonrisa tímida—. Solo... estoy siendo como me nace ser contigo. No sé por qué estoy sintiendo todo esto... pero me encanta sentirlo.
Observó cómo la sirena le sonreía, aunque había una tristeza sutil detrás de esa sonrisa. Cuando ella le dijo que no quería ponerlo en peligro, Octojin sintió un nudo en el pecho. Sabía que Asradi tenía sus propias luchas, sus propios demonios, y aunque no comprendía completamente la magnitud de lo que la atormentaba, entendía por qué ella querría resolverlo por su cuenta. Él mismo haría lo propio si estuviera en su lugar. Pero eso no disminuía su deseo de estar a su lado y ayudarla en lo que pudiera.
—Lo entiendo, Asradi —dijo suavemente—. Yo haría lo mismo. Pero si en algún momento cambias de opinión, si crees que puedo hacer algo por ti... estaré aquí. No me importa lo que sea, siempre estaré dispuesto a ayudarte.
El beso que le dio en la comisura de los labios fue como una explosión de sensaciones en su cuerpo. Era el primer beso que recibía por amor, y las emociones que le inundaron fueron intensas y abrumadoras. El tiempo pareció pararse por unos segundos, y su rostro se quedó perplejo. Por un momento, se sintió incapaz de moverse, su corazón latía con fuerza en su pecho como nunca antes lo había hecho. Ni estando al borde de la muerte. La timidez se apoderó de él, y su piel, por más gruesa y resistente que fuera, no pudo evitar un ligero rubor. Las palabras se le trabaron en la garganta, y apenas pudo murmurar un agradecimiento.
—Gracias a ti... —respondió finalmente— Siento que... gracias a ti, estoy recobrando algo de fe en mí mismo. Estoy experimentando cosas que nunca pensé que viviría.
El abrazo que compartieron después fue profundo y lleno de emociones. Octojin sintió el calor del cuerpo de Asradi acurrucarse contra el suyo, y en ese momento, supo que haría cualquier cosa por protegerla. Su gran cuerpo la envolvía con delicadeza, como si temiera lastimarla, pero al mismo tiempo con una firmeza que le transmitía seguridad.
Cuando la sirena se separó lentamente de él, el tiburón la miró con una mezcla de amor y respeto. Aquello que fuese por lo que estaba pasando y necesitaba cerrar, lo conseguiría, estaba seguro. Sabía que la vida de Asradi era complicada, pero confiaba en que juntos, tarde o temprano, encontrarían la manera de superar cualquier obstáculo.
—Confío en ti —le dijo con una sonrisa suave—. Todo se solucionará, estoy seguro. Y cuando lo haga, estaremos juntos.
Con una última mirada de complicidad, ambos se pusieron manos a la obra para limpiar la playa. Recogieron los trozos de pescado, tanto los crudos, como los restos, como los que estaban cocinados y habían sobrado, y tras ello esparcieron la arena para cubrir cualquier rastro de sangre, asegurándose de que todo quedara tal como lo habían encontrado. Una vez terminado, comenzaron su camino hacia la posada, caminando en silencio, pero con una conexión palpable entre ellos. Era extraño que dos desconocidos, con apenas dos aventuras entre ellos, hubiesen tejido ese hilo que les conectaba. Esa conexión que parecía irrompible. Ni todas las torpezas del mundo en su habitación, ni unos piratas intentando cazar a la sirena, ni una bestia que parecía haber ascendido desde el mismísimo inframundo eran rivales para aquello que sentían.
Durante el trayecto, Asradi tomó la mano de Octojin, y él sintió cómo un calor subía por su brazo, hasta su rostro, que rápidamente comenzó a enrojecerse. Era una sensación que parecía ser costumbre ya en él, pero no terminaba de ser incómoda. De hecho, le gustaba. Tras un momento de silencio, el tiburón habló.
—No hay pista, pero... es algo que hice yo mismo unas semanas después de que nos conociéramos en la isla Momobami —Las palabras salieron de manera natural, pero se notaba la emoción que desprendía detrás de ellas—. Me pasé varias noches sin dormir mucho, con un nudo en el estómago y la garganta, pensando en ti... No podía sacarte de mi cabeza. Sinceramente, no sé qué tipo de cantos haces, pero me hechizaste —comentó esto último en plan broma, aunque era cierto que se le había pasado por la cabeza que pudiera ser algún tipo de brujería—. Me costó mucho superar aquella fase, y, siendo honesto, todavía pienso en ti más de lo que debería.
Aquella confesión hizo que, por instinto, apretase un poco la mano a la sirena. Aunque pronto se dió cuenta y volvió a ejercer una presión más baja, intentando no molestar a la sirena.
Cuando llegaron a la posada, Octojin sintió un alivio al ver que el gañán que normalmente vigilaba la puerta no estaba. Subieron rápidamente a la habitación, y una vez dentro, el tiburón pidió a Asradi que se sentara en la cama, colocando un cojín en ella por si la pelinegra lo necesitaba para estar más cómoda.
—Cierra los ojos y confía en mí, por favor. Es lo único que te pediré.
Esperó a que lo hiciera, y entonces se dirigió al armario. Abrió el primer cajón, sacando con cuidado una pequeña pieza de madera tallada que había guardado con tanto cariño y a la que solía recurrir de vez en cuando, cuando no podía dormir. Caminó de nuevo hacia la cama y, con la mayor delicadeza posible, tomó las manos de Asradi y depositó el objeto entre ellas.
—Ya puedes abrirlos.
Cuando Asradi abrió los ojos, lo que encontró en sus manos fue una réplica de ella misma, tallada a mano en un trozo de madera vieja. La figura no era perfecta, y Octojin lo sabía, pero era un reflejo de los sentimientos que había puesto en ella.
—No es mi especialidad tallar formas —dijo con una sonrisa tímida—, pero quise hacer algo para ti, algo que pudieras tener siempre contigo. Sabía que nos veríamos, lo que no pensaba es que fuese a ser tan pronto. Así, siempre te acordarás de tu Octojin, aunque estemos lejos y cada uno esté luchando sus propias guerras.
El tiburón, nervioso pero feliz, se arrodilló frente a ella y abrió los brazos, invitándola a un nuevo abrazo. Había puesto todo su esfuerzo en ese regalo, y aunque no era perfecto, esperaba que le gustara. Para él, era un símbolo de todo lo que sentía, un pequeño fragmento de su corazón tallado en madera.
Mientras esperaba la respuesta de Asradi, su corazón latía con fuerza, pero esta vez no por los nervios de la batalla, sino por el amor y la esperanza que había encontrado en aquella sirena que, de alguna manera, había cambiado su vida para siempre.