Las olas habían estado batiendo contra el Hope durante horas sin término. Balagus aborrecía la interminable monotonía de la navegación, sólo interrumpida brevemente para realizar mantenimientos al barco, preparar las comidas a la tripulación, y lanzar la caña para ver si algún que otro pez picaba de tanto en tanto.
Llevaban tantos días de viaje, que ni siquiera los ejercicios marciales con el hacha, o las voces que daba a los escasos tripulantes bajo su supervisión para que no holgazanearan, conseguían mantenerle entretenido ya. Estaba aburrido. Muy aburrido.
La repentina aparición de un náufrago se encargó de animar tan mortal calma. Por supuesto, ver náufragos en mitad del mar no era una sorpresa, por muy lamentable que resultara su suerte, pero todo rastro de normalidad se desvanecía en cuanto uno encontraba que el pobre diablo era un gyojin, nada menos, y uno con las piernas severamente malheridas.
Tras rescatarlo y sanarlo, los Bizarre Pirate Adventures descubrieron que aquel desdichado era un humilde pescador de la isla Goza, en el archipiélago Conomi. Allí, una bestia sin parangón, un leviatán, había estado acosando a los que se arriesgaban a adentrarse más de la cuenta en las aguas. Él se había lanzado para buscar nuevas capturas junto con un amigo suyo, cuando el monstruo atacó, destrozando su bote, sus piernas, y condenándole a una muerte lenta y dolorosa.
La oportunidad parecía caída del cielo para el oni, y, a pesar de que no le gustaba apartarse de su capitán, al cual consideraba un genio loco y desquiciado, no podía ignorar la oportunidad que se le había presentado por delante. Silver tampoco lo hizo, por lo que contramaestre y capitán mantuvieron una larga conversación, analizando los riesgos y los beneficios de aquella pequeña empresa, para luego comunicarles la decisión al resto de sus compañeros y pedirles su opinión.
La mayoría de los presentes en el barco estaban contentos de quitarse al fiero oni de la vista durante unos pocos días, por lo que no hubo mayores discusiones: Silver torcería ligeramente su ruta marítima para que Balagus pudiera desembarcar junto con el tullido superviviente, y allí ofrecería sus servicios como cazador de bestias al pueblo local. Tras acordar que volverían para buscarle tan pronto como hubieran finalizado con los asuntos más acuciantes de la banda, y con el recuerdo de la no tan lejana derrota de ADVERSIDAD en su memoria, el gigantón se adentró de nuevo en la civilización: aquel endiablado concepto que tanto odiaba.
Los lugareños se mostraron altamente cooperativos en cuanto vieron a uno de sus paisanos desaparecidos retornar a ellos, y no tardaron en darle al extranjero las direcciones del lugar desde el que partiría la caza: la taberna local.
Con un seco y gutural “gracias”, Balagus dejó atrás a la gente para encaminarse, con el hacha en su hombro y una mirada férrea y decidida, hacia el edificio al que le habían dirigido. Allí dentro, las cosas parecían estar bastante agitadas, entre preparativos y aprovisionamientos, pero siempre solía ser fácil encontrar a los tipos encargados de todo aquel bullicioso ir y venir: aquellos que permanecieran lo más quietos posible, observando y evaluando todo lo que ocurría a su alrededor. Él lo sabía bien, pues era su estado habitual en cubierta.
- Tengo entendido que tenéis problemas con una bestia marina gargantúa. Y, por lo que puedo ver, aún no tenéis brazos fuertes para enfrentaros a ella. – Se apartó el hacha del hombro y dejó caer el brazo con ella, sin soltarla, hasta que la hoja casi tocó el suelo, permitiendo que su mera visión reforzara su atrevida bravata. – Tal vez yo pueda ayudaros con ello. Tengo experiencia matando esas cosas. –
El oni estaba plenamente seguro de que podía vencer a cualquiera de los allí presentes en un duelo de pura fuerza bruta, por lo que no le preocupaba mucho si alguno se ofendía y le retaba. Aún más: su mirada recorrió el improvisado centro de operaciones, desafiando a todos con los que se la cruzaban a que le hicieran comerse sus palabras.