Percival Höllenstern
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16-10-2024, 04:17 AM
En el bullicioso interior del Casino Missile, las luces intermitentes de tonos cálidos y metálicos continuaban su danza frenética, bañando el lujoso salón con una atmósfera casi hipnótica. Todo seguía su curso, los clientes más asiduos se entregaban con avidez a las máquinas tragaperras, mientras en las mesas de apuestas, los crupieres supervisaban cada giro de ruleta o lanzamiento de dados. En cada esquina, el rugido contenido de la riqueza y el riesgo se mezclaba con el olor del humo de los puros y el licor caro.
Entre todo ese despliegue, un pequeño grupo de mujeres se movía con agilidad entre la multitud, como si las leyes del lugar no se aplicaran a ellas. Sus movimientos eran fluidos, confiados, como si fueran dueñas del espacio o, al menos, supieran aprovechar cada rincón de su entorno. Vestían con atuendos inspirados en la estética pirata, pero más festivos y provocativos. Las prendas eran ceñidas y reveladoras, mostrando generosamente sus curvas, con detalles como parches o pañuelos amarrados en la cabeza, lo que reforzaba su aire coqueto y desafiante.
La primera en avanzar entre las mesas fue una rubia de cabello largo y ondulado, con una sonrisa juguetona en los labios. Su blusa blanca de tela ligera dejaba poco a la imaginación, y su falda corta de cuero negro, con remaches dorados, seguía sus pasos con un sutil vaivén. Llegó con elegancia a la mesa donde se encontraba un joven de cabello violeta, ocupando su lugar con naturalidad. Sin dudarlo, posó una mano delicada sobre la superficie de cristal y lo observó con descaro, su ojo azul, a la vista, le hacía parecer adorable.
Cerca de ella, dos mujeres más se movían con la misma soltura. La segunda, de cabello oscuro y con un parche en el ojo izquierdo, era un poco más alta, y su atuendo resaltaba aún más su figura. Un corpiño ajustado en tonos oscuros y un chaleco rojo sangre adornado con botones dorados la hacían destacar entre las otras. Se deslizó hasta el respaldo de la silla del muchacho, inclinándose lo suficiente como para que el aroma de su perfume se mezclara con el humo de su pipa. Su postura era seductora, pero controlada, como quien está acostumbrada a medir cada gesto y palabra para obtener lo que desea.
La tercera del grupo, una pelirroja de ojos verdes brillantes, fue la última en acercarse. Sus largas piernas estaban enfundadas en unas botas de cuero hasta las rodillas, y su atuendo combinaba piezas de piel negra con toques de terciopelo carmesí, que destacaban aún más el color de su cabello ardiente. Ella fue la que tomó la iniciativa verbal, aclarando sus intenciones con una sonrisa astuta, y con eso disipando cualquier malentendido que el muchacho pudiera haber tenido sobre el tipo de "servicio" que ofrecían.
El intercambio fue breve, pero cargado de matices. Las mujeres, pese a su apariencia desenfadada, no estaban ahí por casualidad. Aunque sus modales sugerían un tono ligero y hasta seductor, sus intenciones eran claras: eran las portadoras de una invitación, y el joven de cabello violeta era su destinatario. Todo el mundo en el casino sabía que las apuestas más altas no ocurrían bajo la mirada pública. Había otro nivel, uno mucho más exclusivo y peligroso, reservado solo para aquellos que tuvieran el estómago (y el dinero) para jugar en él.
Mientras tanto, a su alrededor, los guardias de seguridad seguían atentos, aunque sin intervenir. Eran hombres y mujeres entrenados para detectar problemas antes de que se convirtieran en tales, y aunque el acercamiento de las mujeres podría haber llamado la atención de cualquier otro, ellos sabían que las tres piratas no estaban violando las reglas del local. De hecho, formaban parte del engranaje sutil del casino, herramientas usadas para guiar a ciertos clientes en direcciones predeterminadas. Eran un filtro, un primer paso en el intrincado proceso de seleccionar a aquellos que eran dignos de apostar en los juegos más oscuros del Casino Missile.
El ambiente del lugar continuaba con su incesante bullicio. Los sonidos de las fichas de póker cayendo sobre las mesas, el repiqueteo de las monedas en las máquinas, y las risas moderadas de aquellos que disfrutaban de una racha de suerte llenaban el aire. Las luces rojas y doradas seguían parpadeando con regularidad, reflejándose en las superficies brillantes, desde los candelabros de cristal que colgaban del techo hasta las propias estatuas de balas que adornaban el salón.
En medio de este espectáculo, el joven permanecía calmado, sin ceder ante la evidente presión que las mujeres, con su sutil manipulación, parecían querer imponer. La rubia, aún apoyada en la mesa, lo observaba con una mezcla de curiosidad y confianza, mientras la de cabello negro jugaba con el borde de la silla, inclinándose levemente hacia él. La pelirroja, sin perder la sonrisa, escuchaba con atención la respuesta del joven, que parecía más interesado en la posibilidad de obtener algo más valioso que simples servicios triviales.
No muy lejos de ellos, un camarero pasó con una bandeja llena de copas de licor. Las bebidas resplandecían bajo la iluminación, y los aromas dulces y especiados se mezclaban en el aire con el humo del tabaco. Otros clientes observaban el intercambio entre las mujeres y el joven de cabello violeta, aunque solo de reojo, ya que la discreción era clave en un lugar como ese. En este casino, todos sabían que mirar demasiado tiempo podía traer problemas, y la mayoría prefería concentrarse en sus propios asuntos.
Las mujeres, con una coordinación casi coreografiada, comenzaron a moverse de nuevo, esta vez sugiriendo con gestos sutiles que el joven las acompañara. La rubia se enderezó, retirando su mano de la mesa, mientras la morena se alejaba ligeramente de la silla. La pelirroja, la líder indiscutible del grupo, dio un paso hacia atrás, haciendo un leve gesto con la cabeza que indicaba que el siguiente movimiento estaba en manos del muchacho. Todo estaba preparado; la ruta hacia el verdadero juego, aquel donde las apuestas eran más que simples monedas y fichas, estaba lista para ser revelada.
Mientras tanto, en otras partes del casino, la actividad no cesaba. En una de las mesas de póker cercanas, un hombre corpulento, con una chaqueta de terciopelo negro y un cigarro grueso entre los labios, observaba con interés la carta que acababa de recibir. A su lado, otros jugadores de alto nivel discutían en voz baja, intentando adivinar el próximo movimiento de sus oponentes. Las apuestas en esas mesas eran grandes, pero nada comparado con lo que estaba en juego en los niveles ocultos del casino, donde solo los más osados y confiados tenían acceso.
A lo lejos, junto a una de las estatuas de balas pulidas, un guardia observaba la escena entre el joven de cabello violeta y las mujeres piratas. Su expresión era inescrutable detrás de las gafas de sol que llevaba, pero su postura relajada indicaba que no había motivo de preocupación... por ahora. Sabía que el muchacho estaba a punto de ser conducido hacia una parte del casino que pocos conocían, un lugar donde las reglas del juego cambiaban, y las recompensas (o los castigos) eran mucho más grandes. Simplemente, presionó un botón tras un cartel, y eso abrió una puerta anexa de seguridad próxima.
El grupo se movió con elegancia a través del salón, pasando junto a los crupieres que manejaban sus cartas y fichas con destreza y profesionalismo. Los jugadores a su alrededor, algunos ensimismados en sus propias apuestas y otros observando con cautela lo que ocurría a su alrededor, apenas notaron la partida del joven y sus nuevas acompañantes. Pero aquellos que lo hicieron, solo por un instante, supieron que él no iba a un lugar cualquiera. Había algo más allá de las puertas visibles, algo que requería invitación y, sobre todo, discreción.
Las mujeres lo guiaron hasta una esquina del salón principal, donde una discreta puerta, casi invisible entre las sombras y las decoraciones, se escondía de la vista del público en general. Un pasillo oscuro se extendía más allá, con luces tenues que apenas iluminaban el suelo de mármol negro. Los pasos resonaban levemente mientras el grupo atravesaba el umbral, dejando atrás el bullicio del casino principal. Allí, en las profundidades del Casino Missile, comenzaba el verdadero juego.
¿Cuál sería el lugar perfecto, o más bien la partida perfecta, para encontrar el tan ansiado maletín?