Asradi
Völva
16-10-2024, 10:27 AM
Estar juntos. Eso era lo que más deseaba en ese momento. Tener, por fin, un lugar propio, y alguien con quien compartir un día a día tranquilo. Alguien que, simplemente, no la juzgase. Confiaba en Octojin y sabía que él lo hacía también en ella, a pesar de la complicada situación que tenían en la actualidad para poder estar juntos. Antes de que eso sucediese, ambos debían solucionar lo que tenían pendiente. Le dolía no poder contárselo todavía, pero se prometió que tarde o temprano lo haría. Cuando estuviese preparada, cuando ni él ni ella corriesen peligro. O, más bien, no quería que él se pusiese en peligro por ella. Era su carga, y no deseaba arrastrar con ella a ningún ser querido, dentro de lo posible. Y, a pesar de que solo habían compartido un par de aventuras y, quizás, no todo el tiempo requerido, Octojin se había convertido en lo más querido para ella ahora mismo. Podía sentir esa conexión con él, mostrarse natural tal y como Asradi era, sin medias tintas. Recuperando, en su compañía, esa alegría de seguir adelante. De no estar sola.
Durante el camino, no había dudado en estrechar, de vez en cuando, la mano del gyojin mientras se dirigían al lugar donde Octojin se había estado hospedando, en lo que la conversación iba fluyendo con cierta naturalidad.
— Oh, eso. — Musitó, sin poder evitar una risita suave, junto con un breve sonrojo en sus mejillas por las bonitas y sinceras palabras que el escualo le estaba dedicando. Eso provocó que acariciase, muy suavemente, los dedos de la mano de Octojin. — En realidad sí que puede ser que haya algún hechizo en ello... — Confesó, con una mezcla de diversión y expectación por la reacción del escualo. — Digamos que... Tengo un don que se hereda en mi familia. Nuestra voz sirve para guiar y para inspirar.
Quizás sonaba raro tal y como lo estaba explicando. Pero sabía que Octojin, de alguna manera, ya lo había sentido y notado en aquella situación en la selva. Por otro lado, también le hizo un poco de gracia el que se lo comentase así, lo que provocó que la sirena estuviese un poco más relajada después de la tensa situación anterior.
— Pero... No sabía que había calado tanto en ti. Me halaga mucho, Octojin. Yo... — Se mordió suavemente el labio inferior, mientras se arrimaba un poquito al imponente gyojin. Le hacía sombra, sí, y mucha. Pero no era algo que sintiese como una amenaza, sino totalmente al contrario. Le gustaba. — Yo también te tuve en mis pensamientos después de que nos hubiésemos separado. Intenté averiguar sobre ti, de hecho. Pero no tuve forma de encontrarte.
Eso era lo que más le pesaba. Porque había tenido muchas ganas de volver a verle. Pero ahora estaba ahí, con él. Y Octojin estaba bien. Ahora mismo era lo que más le importaba, lo que más le llenaba el corazón. Y sentía como sus mejillas ardían a medida que él seguía diciéndole esas cosas. Había pasado tanto tiempo con falta de un cariño sincero, que sentía que aquello era suficiente como para hacerla feliz el resto de sus días. Y, aún así, quería seguir compartiendo momentos con él.
— Me gustas mucho, te lo dije antes y lo continúo manteniendo. No solo eso, sino que te quiero, y quiero seguir alimentando este sentimiento, si tú también lo deseas. — Porque eso era lo que intuía tras las confesiones de él.
Le sonrió de forma dulce, y no tardaron en llegar a la posada. Por fortuna, nadie les interrumpió cuando subieron las escaleras para adentrarse en la habitación que Octojin tenía alquilada. Se sentó en la cama, tal y como el escualo se lo pidió, y se acomodó en el cojín que, muy amablemente, también le ofreció. Ahora que estaban a solas, Asradi podía sentir aquel cosquilleo hormigueando, más intensamente, en su estómago. Y, sobre todo, el encontrarse, ahora, en un lugar como ese, más íntimo. Y únicamente con él. Notaba el calor ardiente en sus mejillas. Y le miró unos instantes.
— Confío en tí, ya lo sabes. — Sonrió suavemente mientras ocultaba aquel par de perlas azules tras el decaer de sus párpados.
La punta de su cola, la aleta caudal, se movió ligeramente, en un gesto natural y en un par de “tics”, señal del estado de expectación y curiosidad en el que estaba Asradi ahora mismo. Estaba exultante por saber qué sería lo que Octojin había preparado para ella. Y, cuando por fin pudo abrir los ojos, parpadeó apenas un par de veces cuando se encontró con aquello en sus propias manos. Había percibido un tacto de madera pero... Ver ahora eso. Tan perfectamente tallado a sus ojos.
— . . . — La sirena se quedó, inicialmente, con los ojos abiertos, extasiada y contemplando la figura tallada que yacía entre sus dedos. Sujetándola con primoroso cuidado, pasó las yemas de los mismos por cada curva, cada resquicio de la preciosa talla. Poco a poco, los ojos de Asradi se fueron iluminando, a juego con la suave sonrisa que se volvió a formar en sus sonrosados labios. — Es preciosa. Yo... — Dirigió tal mirada, todavía con la talla de madera en sus manos, a Octojin. No pudo evitarlo, se le escapó una risa cantarina, plagada de felicidad. Era fluida y hermosa, totalmente sincera. Algo que le nacía del corazón.
Sin dudarlo, dejó la figurita sobre la cama, con esmero y con sumo cuidado y se lanzó a abrazar a Octojin cuando éste le invitó a hacerlo. Ahora que él estaba agachado y más a su altura, pudo rodearle el cuello con ambos brazos en un abrazo sentido y plagado de cariño, expresando todo lo que sentía por él en ese gesto.
— Gracias, te prometo que lo guardaré siempre conmigo. — Lo haría, no tenía ninguna duda al respecto. Lo atesoraría como lo que era: algo muy preciado para ella. — Siempre me acuerdo de mi Octojin... — Bromeó ligeramente, refugiando el rostro, colorado ahora por ese grado de “posesividad”, en el cuello de él, de manera cercana. De verdad ese gyojin no sabía lo que estaba haciendo. No sabía, realmente, lo mucho que todo aquello significaba para ella.
Le estrujó un poco más, rozando la punta de su nariz con la áspera piel contraria, propia de los de su especie. Incluso se animó a deleitarse con su aroma, antes de separarse apenas un poquito para poder mirarle cara a cara, aunque sin romper del todo el contacto.
— Me apena ahora no tener algo para ti... — Podría obsequiarle con alguna de sus medicinas, pero sentía que no era tan especial como aquello. — Aunque, quizás... — Abrió los ojos, casi como una revelación. Se separó un poco del escualo, pero sin romper de todo el contacto. Y acercó la mano a la mochila que siempre llevaba consigo y que, ahora, yacía también sobre la cama. De ahí extrajo el cuchillo que solía utilizar para cortar algunas hojas y plantas cuando iba a hacer alguna medicina. Miró a Octojin de forma significativa.
Y, acto seguido, se cortó un trozo de la trenza que llevaba, por la zona que estaba todavía anudada. Cuando esto sucedió, el resto de cabello negro cayó levemente sobre sus hombros, deshaciéndose el resto del adorno. Pero, en su mano, todavía continuaba aquella formación trenzada y perfectamente anudada, con el lazo que la sujetaba.
— No es nada comparado a lo que tú me has dado. — Y no se refería tan solo a la preciosa talla de madera. — Pero es lo menos que puedo entregarte. Porque mi corazón ya lo tienes... — Murmuró lo último en un susurro un poco más íntimo, más cohibido incluso, a juzgar por como aquel sonrojo subía, ahora, hasta sus orejas. — Espero que sirva para que te acuerdes de mi, y para que te proteja de alguna manera.
Dicho esto, se lo entregó directamente en las manos, acogiendo las grandes de Octojin con las suyas más pequeñas, pero no por ello con menos cariño.
Durante el camino, no había dudado en estrechar, de vez en cuando, la mano del gyojin mientras se dirigían al lugar donde Octojin se había estado hospedando, en lo que la conversación iba fluyendo con cierta naturalidad.
— Oh, eso. — Musitó, sin poder evitar una risita suave, junto con un breve sonrojo en sus mejillas por las bonitas y sinceras palabras que el escualo le estaba dedicando. Eso provocó que acariciase, muy suavemente, los dedos de la mano de Octojin. — En realidad sí que puede ser que haya algún hechizo en ello... — Confesó, con una mezcla de diversión y expectación por la reacción del escualo. — Digamos que... Tengo un don que se hereda en mi familia. Nuestra voz sirve para guiar y para inspirar.
Quizás sonaba raro tal y como lo estaba explicando. Pero sabía que Octojin, de alguna manera, ya lo había sentido y notado en aquella situación en la selva. Por otro lado, también le hizo un poco de gracia el que se lo comentase así, lo que provocó que la sirena estuviese un poco más relajada después de la tensa situación anterior.
— Pero... No sabía que había calado tanto en ti. Me halaga mucho, Octojin. Yo... — Se mordió suavemente el labio inferior, mientras se arrimaba un poquito al imponente gyojin. Le hacía sombra, sí, y mucha. Pero no era algo que sintiese como una amenaza, sino totalmente al contrario. Le gustaba. — Yo también te tuve en mis pensamientos después de que nos hubiésemos separado. Intenté averiguar sobre ti, de hecho. Pero no tuve forma de encontrarte.
Eso era lo que más le pesaba. Porque había tenido muchas ganas de volver a verle. Pero ahora estaba ahí, con él. Y Octojin estaba bien. Ahora mismo era lo que más le importaba, lo que más le llenaba el corazón. Y sentía como sus mejillas ardían a medida que él seguía diciéndole esas cosas. Había pasado tanto tiempo con falta de un cariño sincero, que sentía que aquello era suficiente como para hacerla feliz el resto de sus días. Y, aún así, quería seguir compartiendo momentos con él.
— Me gustas mucho, te lo dije antes y lo continúo manteniendo. No solo eso, sino que te quiero, y quiero seguir alimentando este sentimiento, si tú también lo deseas. — Porque eso era lo que intuía tras las confesiones de él.
Le sonrió de forma dulce, y no tardaron en llegar a la posada. Por fortuna, nadie les interrumpió cuando subieron las escaleras para adentrarse en la habitación que Octojin tenía alquilada. Se sentó en la cama, tal y como el escualo se lo pidió, y se acomodó en el cojín que, muy amablemente, también le ofreció. Ahora que estaban a solas, Asradi podía sentir aquel cosquilleo hormigueando, más intensamente, en su estómago. Y, sobre todo, el encontrarse, ahora, en un lugar como ese, más íntimo. Y únicamente con él. Notaba el calor ardiente en sus mejillas. Y le miró unos instantes.
— Confío en tí, ya lo sabes. — Sonrió suavemente mientras ocultaba aquel par de perlas azules tras el decaer de sus párpados.
La punta de su cola, la aleta caudal, se movió ligeramente, en un gesto natural y en un par de “tics”, señal del estado de expectación y curiosidad en el que estaba Asradi ahora mismo. Estaba exultante por saber qué sería lo que Octojin había preparado para ella. Y, cuando por fin pudo abrir los ojos, parpadeó apenas un par de veces cuando se encontró con aquello en sus propias manos. Había percibido un tacto de madera pero... Ver ahora eso. Tan perfectamente tallado a sus ojos.
— . . . — La sirena se quedó, inicialmente, con los ojos abiertos, extasiada y contemplando la figura tallada que yacía entre sus dedos. Sujetándola con primoroso cuidado, pasó las yemas de los mismos por cada curva, cada resquicio de la preciosa talla. Poco a poco, los ojos de Asradi se fueron iluminando, a juego con la suave sonrisa que se volvió a formar en sus sonrosados labios. — Es preciosa. Yo... — Dirigió tal mirada, todavía con la talla de madera en sus manos, a Octojin. No pudo evitarlo, se le escapó una risa cantarina, plagada de felicidad. Era fluida y hermosa, totalmente sincera. Algo que le nacía del corazón.
Sin dudarlo, dejó la figurita sobre la cama, con esmero y con sumo cuidado y se lanzó a abrazar a Octojin cuando éste le invitó a hacerlo. Ahora que él estaba agachado y más a su altura, pudo rodearle el cuello con ambos brazos en un abrazo sentido y plagado de cariño, expresando todo lo que sentía por él en ese gesto.
— Gracias, te prometo que lo guardaré siempre conmigo. — Lo haría, no tenía ninguna duda al respecto. Lo atesoraría como lo que era: algo muy preciado para ella. — Siempre me acuerdo de mi Octojin... — Bromeó ligeramente, refugiando el rostro, colorado ahora por ese grado de “posesividad”, en el cuello de él, de manera cercana. De verdad ese gyojin no sabía lo que estaba haciendo. No sabía, realmente, lo mucho que todo aquello significaba para ella.
Le estrujó un poco más, rozando la punta de su nariz con la áspera piel contraria, propia de los de su especie. Incluso se animó a deleitarse con su aroma, antes de separarse apenas un poquito para poder mirarle cara a cara, aunque sin romper del todo el contacto.
— Me apena ahora no tener algo para ti... — Podría obsequiarle con alguna de sus medicinas, pero sentía que no era tan especial como aquello. — Aunque, quizás... — Abrió los ojos, casi como una revelación. Se separó un poco del escualo, pero sin romper de todo el contacto. Y acercó la mano a la mochila que siempre llevaba consigo y que, ahora, yacía también sobre la cama. De ahí extrajo el cuchillo que solía utilizar para cortar algunas hojas y plantas cuando iba a hacer alguna medicina. Miró a Octojin de forma significativa.
Y, acto seguido, se cortó un trozo de la trenza que llevaba, por la zona que estaba todavía anudada. Cuando esto sucedió, el resto de cabello negro cayó levemente sobre sus hombros, deshaciéndose el resto del adorno. Pero, en su mano, todavía continuaba aquella formación trenzada y perfectamente anudada, con el lazo que la sujetaba.
— No es nada comparado a lo que tú me has dado. — Y no se refería tan solo a la preciosa talla de madera. — Pero es lo menos que puedo entregarte. Porque mi corazón ya lo tienes... — Murmuró lo último en un susurro un poco más íntimo, más cohibido incluso, a juzgar por como aquel sonrojo subía, ahora, hasta sus orejas. — Espero que sirva para que te acuerdes de mi, y para que te proteja de alguna manera.
Dicho esto, se lo entregó directamente en las manos, acogiendo las grandes de Octojin con las suyas más pequeñas, pero no por ello con menos cariño.