Atlas
Nowhere | Fénix
16-10-2024, 11:20 AM
Tu observación minuciosa del lugar plantea tantas posibles alternativas como motivos de desconfianza. ¿Acaso puede haber alguien observándote sin que lo sepas desde las sombras de los callejones? ¿Podría ser posible que el plan de algún otro interesado ya esté en marcha sin que lo sepas? ¿Serán seguros los tejados o alguien habrá pensado lo mismo que tú y habrá dejado alguna sorpresa en lo alto por si una mirada indiscreta osa acercarse? Son tantas preguntas y posibilidades que, la verdad, no tienes tiempo material de cubrirlas todas.
Por otro lado, la verdad es que tienes razón: no hay muchos guardias armados. Ves alguna patrulla que otra de la Marina deambulando por allí y cómo de varios barcos bajan lo que sin dudas son grupos de seguridad privada contratados por los comerciantes. De cualquier modo, el grueso de fuerzas armadas en la zona lo componen los integrantes de los barcos de la Marina que de vez en cuando atracan en los muelles de la isla. Como podrás imaginar, como principal base de la Marina en el East Blue tiene bastante trasiego de uniformados. Ahora bien, ¿se mantendrá esa actividad durante la noche? Te lo voy avisando: si te quedas a averiguarlo, comprobarás que no. Normalmente los navíos llegan de día y por la noche el puerto está mucho más tranquilo.
Al margen de eso, y planteando la idea de abordar amenazas o contratiempos antes de que llegue el momento crítico, te introduces en la taberna que más grita "se buscan delincuentes". En efecto, te recibe un intenso olor a garrafón, instrumento desafinado tocado por algún pobre diablo ebrio y aroma a marinero que lleva dos semanas sin tirarse al mar. Muchos de ellos juegan a las cartas o a los dados. A veces ríen y a veces se sacan los dientes a golpe de nudillo, pasando de un tipo de reacción al otro en menos que canta un gallo. Si no fuese porque sé que estás acostumbrado a moverte en ese tipo de ambientes cuando es necesario, te diría que lo que transmite el antro es intranquilidad y ganas de salir de ahí cuanto antes.
Al margen de risas, peleas cortas y juegos, puedes ver cómo en varias mesas hay algunos grupos que, más tranquilos pero igualmente borrachos, charlan en voz baja. Para ser más concreto, hay tres. Uno de ellos está compuesto por tres hombres, pero si te fijas uno de ellos le está pasando a otro algo por debajo de la mesa. Tiene pinta de que el motivo por el que hablan bajito es otro, ¿no? Hay también, justo a tu lado, un grupo de tres hombres y tres mujeres que dialogan en un tono inaudible. ¿Sospechoso? Sí, pero en el momento en que ves que todos se levantan al unísono y ponen rumbo por parejas a las escaleras que nacen junto a la barra te haces una idea de sus próximos pasos.
Es el grupo más numeroso, uno compuesto por siete personas entre hombres y mujeres —cuatro y tres respectivamente— el que te queda como única opción. Uno de sus integrantes, un tipo que usa un tricornio y guantes sin dedos, mueve las jarras vacías de los demás en la mesa en un intento de representar algo. La verdad es que el tipo deshace y hace movimientos sin parar, como si pretendiese cubrir un montón de hipotéticas posibilidades con sus aparentes estrategias. Aunque habla en voz baja y no escuchas lo que dices, puedes ver en sus facciones que está entusiasmado en cierto modo, aunque lo intenta contener sin demasiado éxito.
—¿Algún problema, amigo? —te interpela entonces una voz de mujer. Llámame loco, pero a lo mejor te has quedado mirando fijamente demasiado tiempo al tipo. No te culpo, yo habría hecho lo mismo sin lugar a dudas, porque es de lo más sospechoso. En cualquier caso, el tono que emplea no es necesariamente hostil, sólo suspicaz.
A poco que sigas la dirección de la voz verás que se trata de la integrante del grupo situada justo frente al hombre, que, por otro lado, se ha detenido y te mira junto al resto de su grupo. Ella recoge su pelo en una larga trenza pelirroja y usa un pañuelo burdeos en la cabeza, un chaleco sin mangas marrón y... va descalza. Sí, tiene los pies encima de la mesa y destacan por dos cosas: no tener zapatos que los cubran y lo tremendamente limpios que están a pesar de, con toda seguridad, haberlos arrastrado por el suelo lleno de mugre de la taberna. ¿Recuerdas cómo se quedaban pegadas tus suelas mientras te dirigías a sentarte? Qué asco; a saber cuánto llevan sin pasar un mocho.
Por otro lado, la verdad es que tienes razón: no hay muchos guardias armados. Ves alguna patrulla que otra de la Marina deambulando por allí y cómo de varios barcos bajan lo que sin dudas son grupos de seguridad privada contratados por los comerciantes. De cualquier modo, el grueso de fuerzas armadas en la zona lo componen los integrantes de los barcos de la Marina que de vez en cuando atracan en los muelles de la isla. Como podrás imaginar, como principal base de la Marina en el East Blue tiene bastante trasiego de uniformados. Ahora bien, ¿se mantendrá esa actividad durante la noche? Te lo voy avisando: si te quedas a averiguarlo, comprobarás que no. Normalmente los navíos llegan de día y por la noche el puerto está mucho más tranquilo.
Al margen de eso, y planteando la idea de abordar amenazas o contratiempos antes de que llegue el momento crítico, te introduces en la taberna que más grita "se buscan delincuentes". En efecto, te recibe un intenso olor a garrafón, instrumento desafinado tocado por algún pobre diablo ebrio y aroma a marinero que lleva dos semanas sin tirarse al mar. Muchos de ellos juegan a las cartas o a los dados. A veces ríen y a veces se sacan los dientes a golpe de nudillo, pasando de un tipo de reacción al otro en menos que canta un gallo. Si no fuese porque sé que estás acostumbrado a moverte en ese tipo de ambientes cuando es necesario, te diría que lo que transmite el antro es intranquilidad y ganas de salir de ahí cuanto antes.
Al margen de risas, peleas cortas y juegos, puedes ver cómo en varias mesas hay algunos grupos que, más tranquilos pero igualmente borrachos, charlan en voz baja. Para ser más concreto, hay tres. Uno de ellos está compuesto por tres hombres, pero si te fijas uno de ellos le está pasando a otro algo por debajo de la mesa. Tiene pinta de que el motivo por el que hablan bajito es otro, ¿no? Hay también, justo a tu lado, un grupo de tres hombres y tres mujeres que dialogan en un tono inaudible. ¿Sospechoso? Sí, pero en el momento en que ves que todos se levantan al unísono y ponen rumbo por parejas a las escaleras que nacen junto a la barra te haces una idea de sus próximos pasos.
Es el grupo más numeroso, uno compuesto por siete personas entre hombres y mujeres —cuatro y tres respectivamente— el que te queda como única opción. Uno de sus integrantes, un tipo que usa un tricornio y guantes sin dedos, mueve las jarras vacías de los demás en la mesa en un intento de representar algo. La verdad es que el tipo deshace y hace movimientos sin parar, como si pretendiese cubrir un montón de hipotéticas posibilidades con sus aparentes estrategias. Aunque habla en voz baja y no escuchas lo que dices, puedes ver en sus facciones que está entusiasmado en cierto modo, aunque lo intenta contener sin demasiado éxito.
—¿Algún problema, amigo? —te interpela entonces una voz de mujer. Llámame loco, pero a lo mejor te has quedado mirando fijamente demasiado tiempo al tipo. No te culpo, yo habría hecho lo mismo sin lugar a dudas, porque es de lo más sospechoso. En cualquier caso, el tono que emplea no es necesariamente hostil, sólo suspicaz.
A poco que sigas la dirección de la voz verás que se trata de la integrante del grupo situada justo frente al hombre, que, por otro lado, se ha detenido y te mira junto al resto de su grupo. Ella recoge su pelo en una larga trenza pelirroja y usa un pañuelo burdeos en la cabeza, un chaleco sin mangas marrón y... va descalza. Sí, tiene los pies encima de la mesa y destacan por dos cosas: no tener zapatos que los cubran y lo tremendamente limpios que están a pesar de, con toda seguridad, haberlos arrastrado por el suelo lleno de mugre de la taberna. ¿Recuerdas cómo se quedaban pegadas tus suelas mientras te dirigías a sentarte? Qué asco; a saber cuánto llevan sin pasar un mocho.