Octojin
El terror blanco
16-10-2024, 01:48 PM
Mientras esperaba que llegaran las cervezas y la comida, Octojin observaba a Airgid, divertido por cómo había manejado la situación con el camarero. Le sorprendió lo fácil que era para ella meterse en cualquier papel, y cómo tiraba de humor y descaro para conseguir lo que quería. Pedir una hamburguesa de albóndigas con ese toque sentimental fue brillante, y cuando él le siguió la corriente, también sintió que había alegrado un poco más el día de la chica.
La conversación, sin embargo, había tomado un giro interesante. Después de toda la broma, Airgid se abrió de manera muy sincera, hablando de sus padres y su sueño de ser inventora. Era algo que Octojin no esperaba, y mientras ella hablaba, podía ver una vulnerabilidad en la humana que no había mostrado hasta ese momento. Era como si hubiera una capa más allá de su actitud despreocupada, y él se sintió agradecido de que ella confiara lo suficiente como para compartir esas cosas.
Después de su propia confesión, Octojin notó cómo ella se tomaba un segundo para digerir sus palabras, especialmente cuando mencionó el racismo que había sentido a lo largo de los años. No era un tema que tocara a menudo, pero con Airgid, se sentía lo suficientemente cómodo para ser honesto. Ver su expresión cambiar, mostrando asco ante lo que acababa de notar, le dio una mezcla de tristeza y alivio. Tristeza por tener que explicarlo, pero alivio porque al menos, ella parecía entenderlo.
Cuando llegaron las hamburguesas, el ambiente se volvió más ligero de inmediato. El olor era simplemente increíble, y Octojin no pudo evitar sonreír al ver cómo Airgid se lanzaba a su comida con la misma emoción que un niño abriendo regalos de cumpleaños. Él no se quedó atrás, y al dar el primer mordisco, sintió cómo el sabor invadía sus sentidos. En ese momento se arrepintió de no haber pedido tres en vez de dos para él.
"Esto está brutal", pensó mientras le daba otro mordisco, intentando dar cierto tiempo entre mordisco y mordisco para no parecer un ansia.
—Vaya... —dijo con la boca llena—. Esto está increíble.
No pudo evitar sonreír al ver cómo Airgid se había zampado la hamburguesa en un abrir y cerrar de ojos. Su entusiasmo era contagioso, y Octojin se encontró disfrutando del momento de una manera que no solía hacer. Le dió un gran trago a la cerveza y continuó disfrutando de aquella hamburguesa. Normalmente, su vida era solitaria, pero allí, en esa taberna con una adolescente humana que apenas conocía, sentía algo diferente, una especie de camaradería que no experimentaba a menudo.
Cuando ella pidió un poco de su cerveza, Octojin la miró un momento. Sabía que era menor de edad, pero no le importaba tanto. Había visto muchas cosas en la vida, y si una cerveza le hacía sentir más adulta o simplemente le apetecía, no veía el problema. Así que le pasó la jarra sin decir nada, solo con una sonrisa cómplice.
—Solo un poco —dijo, guiñándole un ojo—. No quiero que te emborraches y luego me echen la culpa.
Ella habló sobre su futuro, mencionando lo que esperaba de sí misma en cinco años. Octojin se rió cuando ella dijo que sería una "vieja" como él. A los ojos de Airgid, quizás veintidós años era mucho, pero para él, ella apenas estaba empezando a vivir.
Cuando le lanzó la pregunta sobre si se había enamorado alguna vez, lo primero que Octojin hizo fue soltar una risa baja. Era una pregunta interesante, y quizás un poco incómoda, pero no le molestaba en absoluto responderla. Solo le hizo reflexionar por un momento.
—¿Enamorarme? —repitió, saboreando las palabras como si fuera la primera vez que realmente pensaba en ello—. No, nunca me he enamorado, al menos no como creo que debería ser. Mi vida ha sido más bien solitaria. Me encanta socializar, como ahora, pasar un buen rato, pero en cuanto a relaciones más profundas... no es lo mío.
Hizo una pausa para darle un buen trago a su cerveza, sintiendo el amargor refrescar su garganta antes de continuar.
—No creo que esté hecho para eso. Quizás, en algún momento, pensé que podría, pero cada vez me doy más cuenta de que soy más feliz cuando estoy a mi aire, haciendo lo que quiero, sin tener que preocuparme por nadie. Y tampoco ligo mucho, si te soy sincero. Mi aspecto no ayuda, y no me importa demasiado. Así que no, no soy el tipo de tiburón que se la pasa de conquista en conquista.
La miró con una sonrisa relajada. Era una conversación ligera, pero en el fondo, también era una verdad que Octojin había aceptado hace mucho tiempo. No tenía la necesidad de buscar algo que no se sentía natural para él.
—Supongo que eso de enamorarse no es para todos —dijo, dándole otro trago a la cerveza—. Pero seguro que tú tienes a mil tipos detrás en cinco años. Estoy completamente seguro de que será así, y que vas a elegir al peor de todos. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.
Aquella frase se la decían mucho de pequeño cuando el escualo, cabezón como él solo, decidía volver a pegarse la misma hostia contra la misma piedra por enésima vez. Le encantaba apostar y todos los nativos de la isla le decían una y otra vez esa frase, argumentando que volvería a darse una hostia igual. Y efectivamente, en la gran mayoría de las ocasiones tenían razón. Pero en la que fallaban... Había Octojin para rato. Él se encargaría de repetir hasta la saciedad que se habían equivocado. Visto con perspectiva, quizá de niño el tiburón era un poquito repelente.
Al final, Octojin se dio cuenta de lo mucho que se había divertido con Airgid, y lo fácil que había sido hablar con ella. Incluso si sus caminos eran diferentes, sentía que había encontrado a alguien con quien podía compartir una buena conversación y una buena comida, sin la necesidad de pretender ser algo que no era.
Mientras seguía disfrutando de su hamburguesa, Octojin sintió que este era uno de esos momentos que recordaría durante mucho tiempo, incluso después de que sus vidas tomaran caminos diferentes.
—¡Camarero! —gritó el habitante del mar al ver que el tipo pasaba cerca — Dale la enhorabuena al cocinero, esto estaba muy bueno. Ahora te vamos a pedir el postre. Yo quiero tres platos con unas bolas de helado de distintos sabores, y si me puedes echar unas cuantas albóndigas entre medias de un plato, que me apetece probar eso —la cara del camarero era un poema, pero lo apuntó, quizá deseando que se fuesen la humana y el gyojin que no dejaban de pedir guarrindongadas—. Y también quiero un par de chupitos. Y a la rubia lo que quiera.
Una vez la humana pidiese, si es que quería algo, el escualo dejaría mostrar sus dientes en una amplia sonrisa, mientras lanzaba un nuevo juego.
—Te voy a lanzar tres preguntas y me tienes qué decir qué prefieres en cada una de ellas. ¿Morir tú o cinco bebés de menos de un año completamente sanos? ¿Quedarte coja o manca? ¿Quedarte calva o sin dientes?
Un juego absurdo, sí, pero seguro que hacía pensar a la rubia.
La conversación, sin embargo, había tomado un giro interesante. Después de toda la broma, Airgid se abrió de manera muy sincera, hablando de sus padres y su sueño de ser inventora. Era algo que Octojin no esperaba, y mientras ella hablaba, podía ver una vulnerabilidad en la humana que no había mostrado hasta ese momento. Era como si hubiera una capa más allá de su actitud despreocupada, y él se sintió agradecido de que ella confiara lo suficiente como para compartir esas cosas.
Después de su propia confesión, Octojin notó cómo ella se tomaba un segundo para digerir sus palabras, especialmente cuando mencionó el racismo que había sentido a lo largo de los años. No era un tema que tocara a menudo, pero con Airgid, se sentía lo suficientemente cómodo para ser honesto. Ver su expresión cambiar, mostrando asco ante lo que acababa de notar, le dio una mezcla de tristeza y alivio. Tristeza por tener que explicarlo, pero alivio porque al menos, ella parecía entenderlo.
Cuando llegaron las hamburguesas, el ambiente se volvió más ligero de inmediato. El olor era simplemente increíble, y Octojin no pudo evitar sonreír al ver cómo Airgid se lanzaba a su comida con la misma emoción que un niño abriendo regalos de cumpleaños. Él no se quedó atrás, y al dar el primer mordisco, sintió cómo el sabor invadía sus sentidos. En ese momento se arrepintió de no haber pedido tres en vez de dos para él.
"Esto está brutal", pensó mientras le daba otro mordisco, intentando dar cierto tiempo entre mordisco y mordisco para no parecer un ansia.
—Vaya... —dijo con la boca llena—. Esto está increíble.
No pudo evitar sonreír al ver cómo Airgid se había zampado la hamburguesa en un abrir y cerrar de ojos. Su entusiasmo era contagioso, y Octojin se encontró disfrutando del momento de una manera que no solía hacer. Le dió un gran trago a la cerveza y continuó disfrutando de aquella hamburguesa. Normalmente, su vida era solitaria, pero allí, en esa taberna con una adolescente humana que apenas conocía, sentía algo diferente, una especie de camaradería que no experimentaba a menudo.
Cuando ella pidió un poco de su cerveza, Octojin la miró un momento. Sabía que era menor de edad, pero no le importaba tanto. Había visto muchas cosas en la vida, y si una cerveza le hacía sentir más adulta o simplemente le apetecía, no veía el problema. Así que le pasó la jarra sin decir nada, solo con una sonrisa cómplice.
—Solo un poco —dijo, guiñándole un ojo—. No quiero que te emborraches y luego me echen la culpa.
Ella habló sobre su futuro, mencionando lo que esperaba de sí misma en cinco años. Octojin se rió cuando ella dijo que sería una "vieja" como él. A los ojos de Airgid, quizás veintidós años era mucho, pero para él, ella apenas estaba empezando a vivir.
Cuando le lanzó la pregunta sobre si se había enamorado alguna vez, lo primero que Octojin hizo fue soltar una risa baja. Era una pregunta interesante, y quizás un poco incómoda, pero no le molestaba en absoluto responderla. Solo le hizo reflexionar por un momento.
—¿Enamorarme? —repitió, saboreando las palabras como si fuera la primera vez que realmente pensaba en ello—. No, nunca me he enamorado, al menos no como creo que debería ser. Mi vida ha sido más bien solitaria. Me encanta socializar, como ahora, pasar un buen rato, pero en cuanto a relaciones más profundas... no es lo mío.
Hizo una pausa para darle un buen trago a su cerveza, sintiendo el amargor refrescar su garganta antes de continuar.
—No creo que esté hecho para eso. Quizás, en algún momento, pensé que podría, pero cada vez me doy más cuenta de que soy más feliz cuando estoy a mi aire, haciendo lo que quiero, sin tener que preocuparme por nadie. Y tampoco ligo mucho, si te soy sincero. Mi aspecto no ayuda, y no me importa demasiado. Así que no, no soy el tipo de tiburón que se la pasa de conquista en conquista.
La miró con una sonrisa relajada. Era una conversación ligera, pero en el fondo, también era una verdad que Octojin había aceptado hace mucho tiempo. No tenía la necesidad de buscar algo que no se sentía natural para él.
—Supongo que eso de enamorarse no es para todos —dijo, dándole otro trago a la cerveza—. Pero seguro que tú tienes a mil tipos detrás en cinco años. Estoy completamente seguro de que será así, y que vas a elegir al peor de todos. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.
Aquella frase se la decían mucho de pequeño cuando el escualo, cabezón como él solo, decidía volver a pegarse la misma hostia contra la misma piedra por enésima vez. Le encantaba apostar y todos los nativos de la isla le decían una y otra vez esa frase, argumentando que volvería a darse una hostia igual. Y efectivamente, en la gran mayoría de las ocasiones tenían razón. Pero en la que fallaban... Había Octojin para rato. Él se encargaría de repetir hasta la saciedad que se habían equivocado. Visto con perspectiva, quizá de niño el tiburón era un poquito repelente.
Al final, Octojin se dio cuenta de lo mucho que se había divertido con Airgid, y lo fácil que había sido hablar con ella. Incluso si sus caminos eran diferentes, sentía que había encontrado a alguien con quien podía compartir una buena conversación y una buena comida, sin la necesidad de pretender ser algo que no era.
Mientras seguía disfrutando de su hamburguesa, Octojin sintió que este era uno de esos momentos que recordaría durante mucho tiempo, incluso después de que sus vidas tomaran caminos diferentes.
—¡Camarero! —gritó el habitante del mar al ver que el tipo pasaba cerca — Dale la enhorabuena al cocinero, esto estaba muy bueno. Ahora te vamos a pedir el postre. Yo quiero tres platos con unas bolas de helado de distintos sabores, y si me puedes echar unas cuantas albóndigas entre medias de un plato, que me apetece probar eso —la cara del camarero era un poema, pero lo apuntó, quizá deseando que se fuesen la humana y el gyojin que no dejaban de pedir guarrindongadas—. Y también quiero un par de chupitos. Y a la rubia lo que quiera.
Una vez la humana pidiese, si es que quería algo, el escualo dejaría mostrar sus dientes en una amplia sonrisa, mientras lanzaba un nuevo juego.
—Te voy a lanzar tres preguntas y me tienes qué decir qué prefieres en cada una de ellas. ¿Morir tú o cinco bebés de menos de un año completamente sanos? ¿Quedarte coja o manca? ¿Quedarte calva o sin dientes?
Un juego absurdo, sí, pero seguro que hacía pensar a la rubia.