Octojin
El terror blanco
16-10-2024, 02:27 PM
Las palabras de la sirena aún rondaban la cabeza de Octojin cuando éste estaba esperando la reacción de la pelinegra a su regalo. No podía dejar de sentirse emocionado por la cercanía de Asradi. La sirena le había confesado cómo había intentado encontrarle después de su separación, y aquello lo conmovió profundamente. No podía creer lo mucho que había llegado a significar para ella, y su confesión de que le quería le llenaba de una calidez que nunca había experimentado antes. Cada caricia, cada mirada de Asradi, le hacía sentir más conectado a ella, como si sus almas estuvieran entrelazadas de una manera única. Aquello era algo que no podía evitar pensar. ¿Acaso era normal aquél sentimiento? ¿O era algo que poca gente podía experimentar? En cualquier caso, el tiburón tenía claro que quería seguir manteniendo esa extraña sensación en su cuerpo.
Asradi accedió a seguir las instrucciones de Octojin y se sentó en la cama, cerrando los ojos con una mezcla de expectación y confianza. El gyojin le entregó su regalo, una talla de madera que había hecho con sus propias manos, representándola a ella Y aunque sus ojos de experimentado carpintero veían muchos fallos en la madera, parece que la sirena, a juzgar por su expresión, no los veía o no le importaban. Al ver la reacción de Asradi, su risa sincera y su mirada iluminada por la felicidad, el tiburón se sintió profundamente satisfecho. Ella le abrazó con tanta emoción que él no pudo hacer más que rodearla con sus grandes brazos y disfrutar del momento. Aquellos segundos eran impagables. Una sensación que podría curar la mayor tristeza del mundo. Eclipsar cualquier problema posible. Era la sensación que el habitante del mar siempre había querido y no sabía ni siquiera que podía llegar a existir.
Asradi, a su vez, quiso corresponderle. Tomó un cuchillo de su mochila y, con una sonrisa, cortó un mechón de su trenza, entregándoselo a Octojin con cariño. Aunque el tiburón intentó decirle que su regalo no era necesario, al recibir el mechón, lo olfateó con ternura, encantado con el suave aroma que desprendía, como si fuera un pequeño pedazo de ella misma que ahora podría llevar siempre consigo. Esa pequeña acción le llenó de felicidad. Pensó varias veces como guardarlo, pero llegó a la conclusión de que se le ocurriría algo, lo realmente importante era que lo tenía con él. Aquél era un trozo de su sirena, y, pese a estar físicamente en la distancia, siempre la tendría junto a él.
Con ambos abrazándose, compartiendo sus sentimientos y regalos, Octojin sentía que, por primera vez en su vida, alguien le había aceptado completamente. Ese sentimiento de cariño le rondaba todo el cuerpo, produciendo un cosquilleo en el estómago que ya se había vuelto una sensación más que familiar. Con una gran sonrisa, y una vez se separaron, el gyojin permaneció de rodillas. No hizo falta decir nada, simplemente la miró y se quedó absorto en esos ojos azules. En sus mejillas, y la perfecta forma de su boca sonriendo. Aquella imagen permanecería en su cerebro durante días, meses y años. Aunque la sirena no lo supiera, el tiburón le estaba haciendo una fotografía mental que guardaría por siempre. Ese rostro con esa sensación de felicidad era todo lo que necesitaba en la vida.
— Eres lo mejor que me ha pasado en la vida —le comentó, abriéndose de nuevo. Lo cierto es que no era difícil que algo relativamente bonito fuera lo mejor en la vida del gyojin, marcada por diferentes sucesos oscuros. Aunque aquello compensaba por completo años malos —. Aún no sé por qué merezco esto, pero lo que sí sé es que voy a provechar cada segundo contigo. Y pronto, mucho más pronto de lo que creemos, estoy seguro de que estaremos juntos y surcaremos los mares de la mano, viviendo aventuras y descubriendo mundo juntos. No hay cosa que más desee que esa...
Y aquello era completamente cierto. El gyojin sabía que la sirena tenía sus problemas que debía resolver, y que cuando lo hiciese, porque lo haría, el destino les volvería a unir. Por su cabeza pasaron muchas frases e ideas que podía expresar, pero se decidió a no hacerlo. Quizá poner una fecha a su siguiente vista era un poco agobiante. O puede que hablar de ello fastidiase el clima tan alegre que se había formado, ya que aún les quedaba tiempo juntos. ¿Cuánto? El escualo no sabía, pero se le haría corto seguro.
— Creo que es el mejor regalo que nunca nadie me ha hecho —dijo a la par que agarraba el mechón y se lo acercaba a la mejilla, rozándolo contra esta—. Te siento doblemente, y eso me hace el doble de feliz —por un momento se sintió algo estúpido diciendo aquello, pero es que no podía evitar confesar cada cosa que se le ocurría, era como si le hubieran hechizado y tuviera que ser completamente sincero con todo—. Perdona si te incomodo, no sé qué me pasa. Bueno, en realidad sí lo sé. Me pasas tú... Me pasa que conocerte ha sido la mayor suerte de mi vida.
Y con ello, el gyojin dio un tremendo suspiro. Se levantó y cogió un par de mantas del armario, las cuales llevó hasta la sirena. No sabía si ella era calurosa o friolera, pero la verdad es que con las mantas se resguardaría del frío si así lo quería. Por su parte, el escualo se puso debajo de la cama, sentado. Los últimos días había dormido sin camiseta ni pantalón, pero le pareció demasiado ordinario teniendo visita. Y qué visita.
—Y dime, ¿cuántas horas sueles dormir?
En su cabeza era una buena pregunta, así podría calcular a qué hora despertarse y bajar a por un buen desayuno para sorprenderla. Pero lo cierto es que era una pregunta un poco fuera de contexto que podía pillar por sorpresa a la sirena. Quizá el nerviosismo le había jugado una mala pasada. Además, estaba dando por hecho que Asradi querría dormir, e igual quería conversar o bajar a dar un paseo. Ahí empezó el agobio del tiburón, pensando que aquella posada estaba maldita y todo lo que allí ocurría era negativo.
Asradi accedió a seguir las instrucciones de Octojin y se sentó en la cama, cerrando los ojos con una mezcla de expectación y confianza. El gyojin le entregó su regalo, una talla de madera que había hecho con sus propias manos, representándola a ella Y aunque sus ojos de experimentado carpintero veían muchos fallos en la madera, parece que la sirena, a juzgar por su expresión, no los veía o no le importaban. Al ver la reacción de Asradi, su risa sincera y su mirada iluminada por la felicidad, el tiburón se sintió profundamente satisfecho. Ella le abrazó con tanta emoción que él no pudo hacer más que rodearla con sus grandes brazos y disfrutar del momento. Aquellos segundos eran impagables. Una sensación que podría curar la mayor tristeza del mundo. Eclipsar cualquier problema posible. Era la sensación que el habitante del mar siempre había querido y no sabía ni siquiera que podía llegar a existir.
Asradi, a su vez, quiso corresponderle. Tomó un cuchillo de su mochila y, con una sonrisa, cortó un mechón de su trenza, entregándoselo a Octojin con cariño. Aunque el tiburón intentó decirle que su regalo no era necesario, al recibir el mechón, lo olfateó con ternura, encantado con el suave aroma que desprendía, como si fuera un pequeño pedazo de ella misma que ahora podría llevar siempre consigo. Esa pequeña acción le llenó de felicidad. Pensó varias veces como guardarlo, pero llegó a la conclusión de que se le ocurriría algo, lo realmente importante era que lo tenía con él. Aquél era un trozo de su sirena, y, pese a estar físicamente en la distancia, siempre la tendría junto a él.
Con ambos abrazándose, compartiendo sus sentimientos y regalos, Octojin sentía que, por primera vez en su vida, alguien le había aceptado completamente. Ese sentimiento de cariño le rondaba todo el cuerpo, produciendo un cosquilleo en el estómago que ya se había vuelto una sensación más que familiar. Con una gran sonrisa, y una vez se separaron, el gyojin permaneció de rodillas. No hizo falta decir nada, simplemente la miró y se quedó absorto en esos ojos azules. En sus mejillas, y la perfecta forma de su boca sonriendo. Aquella imagen permanecería en su cerebro durante días, meses y años. Aunque la sirena no lo supiera, el tiburón le estaba haciendo una fotografía mental que guardaría por siempre. Ese rostro con esa sensación de felicidad era todo lo que necesitaba en la vida.
— Eres lo mejor que me ha pasado en la vida —le comentó, abriéndose de nuevo. Lo cierto es que no era difícil que algo relativamente bonito fuera lo mejor en la vida del gyojin, marcada por diferentes sucesos oscuros. Aunque aquello compensaba por completo años malos —. Aún no sé por qué merezco esto, pero lo que sí sé es que voy a provechar cada segundo contigo. Y pronto, mucho más pronto de lo que creemos, estoy seguro de que estaremos juntos y surcaremos los mares de la mano, viviendo aventuras y descubriendo mundo juntos. No hay cosa que más desee que esa...
Y aquello era completamente cierto. El gyojin sabía que la sirena tenía sus problemas que debía resolver, y que cuando lo hiciese, porque lo haría, el destino les volvería a unir. Por su cabeza pasaron muchas frases e ideas que podía expresar, pero se decidió a no hacerlo. Quizá poner una fecha a su siguiente vista era un poco agobiante. O puede que hablar de ello fastidiase el clima tan alegre que se había formado, ya que aún les quedaba tiempo juntos. ¿Cuánto? El escualo no sabía, pero se le haría corto seguro.
— Creo que es el mejor regalo que nunca nadie me ha hecho —dijo a la par que agarraba el mechón y se lo acercaba a la mejilla, rozándolo contra esta—. Te siento doblemente, y eso me hace el doble de feliz —por un momento se sintió algo estúpido diciendo aquello, pero es que no podía evitar confesar cada cosa que se le ocurría, era como si le hubieran hechizado y tuviera que ser completamente sincero con todo—. Perdona si te incomodo, no sé qué me pasa. Bueno, en realidad sí lo sé. Me pasas tú... Me pasa que conocerte ha sido la mayor suerte de mi vida.
Y con ello, el gyojin dio un tremendo suspiro. Se levantó y cogió un par de mantas del armario, las cuales llevó hasta la sirena. No sabía si ella era calurosa o friolera, pero la verdad es que con las mantas se resguardaría del frío si así lo quería. Por su parte, el escualo se puso debajo de la cama, sentado. Los últimos días había dormido sin camiseta ni pantalón, pero le pareció demasiado ordinario teniendo visita. Y qué visita.
—Y dime, ¿cuántas horas sueles dormir?
En su cabeza era una buena pregunta, así podría calcular a qué hora despertarse y bajar a por un buen desayuno para sorprenderla. Pero lo cierto es que era una pregunta un poco fuera de contexto que podía pillar por sorpresa a la sirena. Quizá el nerviosismo le había jugado una mala pasada. Además, estaba dando por hecho que Asradi querría dormir, e igual quería conversar o bajar a dar un paseo. Ahí empezó el agobio del tiburón, pensando que aquella posada estaba maldita y todo lo que allí ocurría era negativo.