Asradi
Völva
16-10-2024, 06:34 PM
Asradi siguió a Celine en el más completo de los silencios. No sabía cuánto la creería ella. Pero sí era consciente de lo que podría haber pasado la otra sirena, sobre todo al ver aquella marca. Por inercia, la pelinegra se abrazó contra sí misma durante unos segundos, como si con ese gesto pudiese refugiarse de aquellos recuerdos que todavía la atormentaban. También cuando cruzó su mirada con la contraria, pudo ver esa tristeza plasmada en los ojos de la sirena mayor. Cuando Celine mencionó, posteriormente, a aquellas dos, la expresión de Asradi varió unos segundos. Primero frunció el ceño.
— Claro que las recuerdo. — Ariel y Andrina no le caían especialmente bien. No las odiaba, pero habían tenido sus tiranteces en el pasado, precisamente, por culpa de su forma diferente de pensar. Entendía que Celine temiese a los humanos después de la marca que le había enseñado. Ella les temía también, pero no quería meter a todos en el mismo saco. Porque sería lo mismo que los de la superficie también hacían, a veces, con los gyojin.
Ahora bien, cuando Celine le contó el destino de ellas, la mueca de Asradi mutó a una de desagradable sorpresa. Y de la sorpresa pasó al más absoluto terror, algo que se plasmó en la mirada de la pelinegra cuando intercambió miradas con la otra sirena. Tragó saliva por inercia y sus manos comenzaron a temblar. Era verdad que no se llevaba del todo bien, pero tampoco les deseaba ese destino. Cunado percibió la mirada, casi desesperada, de Celine, fue la misma Asradi quien tomó la mano contraria. Era un gesto silencioso y de mutuo apoyo. Aunque no pudiese hacer mucho más al respecto. La pelinegra suspiró y la miró con una mezcla de comprensión y también disculpa.
— No pretendía ser descuidada, Celine, de verdad. Pero... — Se mordisqueó el labio inferior. — No todos son malos. No todos son como ellos. — En sus viajes había conocido gente amable. Y si bien no habían descubierto su especie, ella sí había visto que había gente buena y generosa.
Tras eso, no tardaron en llegar a una cabaña, tras haber seguido el río durante un buen trecho. Asradi reculó un poco, inicialmente, temerosa. No porque temiese de Celine o desconfiase de ella, sino que era, más bien, un acto reflejo después de todo. Solo cuando ella le miró, como dándole le visto bueno, fue que se atrevió a continuar. De la cabaña salía humo por la chimenea, y ya desde el exterior podía percibirse el delicioso y cálido aroma a pan recién horneado. Esa sensación de hogar que tan buenos recuerdos le traía y que hacía ya tiempo que había dejado atrás. O le habían obligado a ello. Cuando entraron, de inmediato una nueva voz fue percibida por Asradi. Se tensó un poco por inercia, hasta que sus ojos se cruzaron con un varón, con las manos enharinadas, que ahora se asomaba desde lo que debía de ser la cocina.
— Hola. — Saludó con un gesto un tanto cohibido, sobre todo cuando vió la relación que ambos tenían. Por una parte, se sintió feliz por Celine y, por la otra, ese sentimiento de soledad y nostalgia que la volvía a embargar. Aún así, cuando él se presentó, tendiéndole una mano, sonrió de manera suave. — Yo soy Asradi, es un placer. Espero no ser una molestia. — Musitó, estrechando, por igual, la mano de aquel hombre.
Uno que, ahora, percibía que era parte de los suyos. Un mestizo. Ella no tenía nada contra los Hafugyo, al contrario. Eran uno más, simple y llanamente eso. Miró luego a Celine, a quien le dedicó una sonrisa más animada. Ella había logrado esa estabilidad después de, seguramente, mucho tiempo y mucho dolor. Se merecía ser feliz.
Cuando ambas volvieron a estar a solas, al menos de manera momentánea, fue Asradi quien estrujó, con mucho cariño, la mano de ella.
— Perdóname si he sonado arisca antes. Entiendo que quieras protegerme. Y entiendo que también quieras proteger, ahora, esta nueva vida que tienes y te mereces. — Lo decía completamente en serio, de corazón. — No te juzgo, Celine. Ojalá yo también pudiese encontrar esta estabilidad como tú la has encontrado.
Tomó aire unos segundos, antes de dedicarle una sonrisa un poco más dulce.
— Además, es guapo. — Le guiñó un ojo a la otra sirena, solo para romper un poco el hielo y la tensión del ambiente.
Acto seguido, le dió un abrazo comedido. Algo significativo teniendo en cuenta que Asradi no era mucho de este tipo de gestos.
— Bueno, ya que me dejáis pasar aquí la noche, ¿hay algo que pueda hacer por vosotros? — Les ayudaría en lo que fuese.
— Claro que las recuerdo. — Ariel y Andrina no le caían especialmente bien. No las odiaba, pero habían tenido sus tiranteces en el pasado, precisamente, por culpa de su forma diferente de pensar. Entendía que Celine temiese a los humanos después de la marca que le había enseñado. Ella les temía también, pero no quería meter a todos en el mismo saco. Porque sería lo mismo que los de la superficie también hacían, a veces, con los gyojin.
Ahora bien, cuando Celine le contó el destino de ellas, la mueca de Asradi mutó a una de desagradable sorpresa. Y de la sorpresa pasó al más absoluto terror, algo que se plasmó en la mirada de la pelinegra cuando intercambió miradas con la otra sirena. Tragó saliva por inercia y sus manos comenzaron a temblar. Era verdad que no se llevaba del todo bien, pero tampoco les deseaba ese destino. Cunado percibió la mirada, casi desesperada, de Celine, fue la misma Asradi quien tomó la mano contraria. Era un gesto silencioso y de mutuo apoyo. Aunque no pudiese hacer mucho más al respecto. La pelinegra suspiró y la miró con una mezcla de comprensión y también disculpa.
— No pretendía ser descuidada, Celine, de verdad. Pero... — Se mordisqueó el labio inferior. — No todos son malos. No todos son como ellos. — En sus viajes había conocido gente amable. Y si bien no habían descubierto su especie, ella sí había visto que había gente buena y generosa.
Tras eso, no tardaron en llegar a una cabaña, tras haber seguido el río durante un buen trecho. Asradi reculó un poco, inicialmente, temerosa. No porque temiese de Celine o desconfiase de ella, sino que era, más bien, un acto reflejo después de todo. Solo cuando ella le miró, como dándole le visto bueno, fue que se atrevió a continuar. De la cabaña salía humo por la chimenea, y ya desde el exterior podía percibirse el delicioso y cálido aroma a pan recién horneado. Esa sensación de hogar que tan buenos recuerdos le traía y que hacía ya tiempo que había dejado atrás. O le habían obligado a ello. Cuando entraron, de inmediato una nueva voz fue percibida por Asradi. Se tensó un poco por inercia, hasta que sus ojos se cruzaron con un varón, con las manos enharinadas, que ahora se asomaba desde lo que debía de ser la cocina.
— Hola. — Saludó con un gesto un tanto cohibido, sobre todo cuando vió la relación que ambos tenían. Por una parte, se sintió feliz por Celine y, por la otra, ese sentimiento de soledad y nostalgia que la volvía a embargar. Aún así, cuando él se presentó, tendiéndole una mano, sonrió de manera suave. — Yo soy Asradi, es un placer. Espero no ser una molestia. — Musitó, estrechando, por igual, la mano de aquel hombre.
Uno que, ahora, percibía que era parte de los suyos. Un mestizo. Ella no tenía nada contra los Hafugyo, al contrario. Eran uno más, simple y llanamente eso. Miró luego a Celine, a quien le dedicó una sonrisa más animada. Ella había logrado esa estabilidad después de, seguramente, mucho tiempo y mucho dolor. Se merecía ser feliz.
Cuando ambas volvieron a estar a solas, al menos de manera momentánea, fue Asradi quien estrujó, con mucho cariño, la mano de ella.
— Perdóname si he sonado arisca antes. Entiendo que quieras protegerme. Y entiendo que también quieras proteger, ahora, esta nueva vida que tienes y te mereces. — Lo decía completamente en serio, de corazón. — No te juzgo, Celine. Ojalá yo también pudiese encontrar esta estabilidad como tú la has encontrado.
Tomó aire unos segundos, antes de dedicarle una sonrisa un poco más dulce.
— Además, es guapo. — Le guiñó un ojo a la otra sirena, solo para romper un poco el hielo y la tensión del ambiente.
Acto seguido, le dió un abrazo comedido. Algo significativo teniendo en cuenta que Asradi no era mucho de este tipo de gestos.
— Bueno, ya que me dejáis pasar aquí la noche, ¿hay algo que pueda hacer por vosotros? — Les ayudaría en lo que fuese.