Asradi
Völva
16-10-2024, 06:39 PM
Se sentía feliz. Feliz y tranquila por primera vez en mucho tiempo. No sabía exactamente qué era, si la presencia de Octojin, si sus palabras, si las promesas. O aquel lugar, o un cúmulo de todo que le provocaba esa calidez en el pecho. De lo que sí estaba segura, era que estaba generando fuertes sentimientos hacia el gyojin tiburón. Unos sentimientos que creía perdidos, o que jamás podría generar debido a cómo había tenido que vivir. El recordatorio en su espalda quemaba día tras día, como si todavía pudiese sentir las brasas candentes contra su piel. Pero esa terrible sensación era refrescada, ahogada, por la compañía y la presencia del escualo. Le hacía sonreír de una manera genuina que Asradi no creía que pudiese conseguir nadie más. Incluso, ni tan siquiera por ella misma. Era verdad que no se conocían demasiado, que todavía tenían que aprender todavía más el uno del otro, que quizás era pronto. Pero ella quería saber más de él. Quería estar a su lado para que, precisamente, eso mismo ocurriese. Pero, para ello, antes tendrían que solventar lo que les separaba.
Entrecruzaron miradas, pues Asradi también se deleitó con las facciones contrarias. Eran menos humanoides que las de otros gyojin, pero le encantaba. A sus ojos, Octojin era terriblemente atractivo. En los ojos contrarios era capaz de percibir no solo ese arrojo y peligrosidad propio de un gyojin tiburón, sino también sentimiento, vulnerabilidad. Era eso y muchas más cosas lo que le atraían de él. El poder contemplar su otra faceta. La más tierna. A decir verdad, se sentía privilegiada por ello en ese momento.
— ¿Y porqué no tendrías que merecértelo? — Era una buena pregunta que, en realidad, ella también debería aplicársela algunas veces. Su autoestima al respecto tampoco era muy buena, a causa de todo lo que había tenido que vivir. Habían sido pocos años para algunos, pero para ella habían sido eternos y terroríficos. — Eres guapo y, lo más importante, eres buena persona. A veces la vida nos dá mas piedras que panes. — Murmuró, como una forma de decirlo. No pudo evitar volver a alzar la mano, deleitándose con la caricia que le dedicó en la mejilla contraria. Incluso se ruborizó levemente con el aprecio que Octojin estaba mostrando por el mechón de cabello que le había obsequiado. — Pero aunque eso suceda, siempre habrá esperanza y cosas que nos merecemos. Y yo siento que tú y yo nos merecemos esto bonito que nos está pasando.
Asradi tomó aire por unos segundos.
— No sé qué es lo que nos deparará el futuro. Pero, por el momento, quiero atesorar estes momentos contigo. — Sonrió ligeramente, sobre todo cuando él se disculpó de aquella manera tan torpe pero adorable. — No me incomodas, al contrario. Tú me haces sentir como nunca antes lo había hecho. Soy yo la que se siente afortunada de ser correspondida y de haberte conocido, grandullón.
Se atrevió a darle un besito en la punta del escamoso morro, antes de que él se separase. No quería, tampoco, agobiarle o ser demasiado invasiva. Pero le nacía ser más cercana con él, teniendo en cuenta que, en cuanto a cercanías físicas, Asradi siempre había sido un tanto más cautelosa. Incluso reacia en ocasiones. La sirena le siguió con la mirada, viendo como sacaba un par de mantas. Supuso, entonces, que terminaría durmiendo ahí. Con él. La criatura marina se sonrojó de inmediato. Nunca antes había compartido habitación con un hombre, aunque tan solo fuese para dormir o charlar un poco más.
La pregunta de Octojin la tomó un poco desprevenida. ¿Cuántas horas...? Le miró unos momentos, intentando dilucidar qué era lo que pasaba por la mente del habitante del mar. Pero nada malo surcó su cabeza, al contrario.
— A decir verdad no soy de las que duermen demasiado. Quizás cinco horas, aproximadamente. — Y, a veces, hasta era demasiado para ella.
Asradi era consciente de que aquello no era sano y que, tarde o temprano, todo eso le pasaría factura. Pero era inevitable. Su cuerpo y su ser siempre estaban en guardia, no podía permitirse bajarla lo suficiente, ni tan siquiera para descansar. En su fuero interno, en la parte más oscura de su subconsciente, todavía tenía miedo. Esa sensación persecutoria que no la dejaba en paz. Ese temor a que la volviese a encontrar.
Tomó la manta y se la echó ligeramente por los hombros, mientras permanecía sentada, y se acurrucó un poco en la calidez de la tela. De repente se sintió estremecer un momento, pero la visión de Octojin, allí con ella, le llenaba de calidez.
— ¿Cómo llevas el hombro? ¿Te molesta mucho todavía? — Preguntó con interés, y también con preocupación propia de quien se dedica a tratar heridas. En un par de horas más debería echarle un nuevo vistazo, solo por si acaso. Aún así, permanecía con la mirada, y la atención, puesta en él. Como si temiese que, en algún momento, se le escurriese como agua por entre los dedos.
Entrecruzaron miradas, pues Asradi también se deleitó con las facciones contrarias. Eran menos humanoides que las de otros gyojin, pero le encantaba. A sus ojos, Octojin era terriblemente atractivo. En los ojos contrarios era capaz de percibir no solo ese arrojo y peligrosidad propio de un gyojin tiburón, sino también sentimiento, vulnerabilidad. Era eso y muchas más cosas lo que le atraían de él. El poder contemplar su otra faceta. La más tierna. A decir verdad, se sentía privilegiada por ello en ese momento.
— ¿Y porqué no tendrías que merecértelo? — Era una buena pregunta que, en realidad, ella también debería aplicársela algunas veces. Su autoestima al respecto tampoco era muy buena, a causa de todo lo que había tenido que vivir. Habían sido pocos años para algunos, pero para ella habían sido eternos y terroríficos. — Eres guapo y, lo más importante, eres buena persona. A veces la vida nos dá mas piedras que panes. — Murmuró, como una forma de decirlo. No pudo evitar volver a alzar la mano, deleitándose con la caricia que le dedicó en la mejilla contraria. Incluso se ruborizó levemente con el aprecio que Octojin estaba mostrando por el mechón de cabello que le había obsequiado. — Pero aunque eso suceda, siempre habrá esperanza y cosas que nos merecemos. Y yo siento que tú y yo nos merecemos esto bonito que nos está pasando.
Asradi tomó aire por unos segundos.
— No sé qué es lo que nos deparará el futuro. Pero, por el momento, quiero atesorar estes momentos contigo. — Sonrió ligeramente, sobre todo cuando él se disculpó de aquella manera tan torpe pero adorable. — No me incomodas, al contrario. Tú me haces sentir como nunca antes lo había hecho. Soy yo la que se siente afortunada de ser correspondida y de haberte conocido, grandullón.
Se atrevió a darle un besito en la punta del escamoso morro, antes de que él se separase. No quería, tampoco, agobiarle o ser demasiado invasiva. Pero le nacía ser más cercana con él, teniendo en cuenta que, en cuanto a cercanías físicas, Asradi siempre había sido un tanto más cautelosa. Incluso reacia en ocasiones. La sirena le siguió con la mirada, viendo como sacaba un par de mantas. Supuso, entonces, que terminaría durmiendo ahí. Con él. La criatura marina se sonrojó de inmediato. Nunca antes había compartido habitación con un hombre, aunque tan solo fuese para dormir o charlar un poco más.
La pregunta de Octojin la tomó un poco desprevenida. ¿Cuántas horas...? Le miró unos momentos, intentando dilucidar qué era lo que pasaba por la mente del habitante del mar. Pero nada malo surcó su cabeza, al contrario.
— A decir verdad no soy de las que duermen demasiado. Quizás cinco horas, aproximadamente. — Y, a veces, hasta era demasiado para ella.
Asradi era consciente de que aquello no era sano y que, tarde o temprano, todo eso le pasaría factura. Pero era inevitable. Su cuerpo y su ser siempre estaban en guardia, no podía permitirse bajarla lo suficiente, ni tan siquiera para descansar. En su fuero interno, en la parte más oscura de su subconsciente, todavía tenía miedo. Esa sensación persecutoria que no la dejaba en paz. Ese temor a que la volviese a encontrar.
Tomó la manta y se la echó ligeramente por los hombros, mientras permanecía sentada, y se acurrucó un poco en la calidez de la tela. De repente se sintió estremecer un momento, pero la visión de Octojin, allí con ella, le llenaba de calidez.
— ¿Cómo llevas el hombro? ¿Te molesta mucho todavía? — Preguntó con interés, y también con preocupación propia de quien se dedica a tratar heridas. En un par de horas más debería echarle un nuevo vistazo, solo por si acaso. Aún así, permanecía con la mirada, y la atención, puesta en él. Como si temiese que, en algún momento, se le escurriese como agua por entre los dedos.