Alistair
Mochuelo
16-10-2024, 09:53 PM
Las lágrimas recorriendo las mejillas de Asradi eran una reacción comprensible, y aun así, sentía un pequeño estrujón en su corazón al observarla. Desde que tenía memoria, siempre había querido ayudar a otros a superar los momentos en los que sus emociones se desbordaran como una presa desbordándose, aportando todo lo que tuviera a su disposición sin pensar demasiado cuánto era eso o como fuera. Y aun lo sostenía. Como todo buen hermano mayor, quería estar para los demás en su peor día para devolverles una sonrisa con la cual avanzar en su vida, orgullosos, erguidos, sin perder el tempo ante las inclemencias de la vida. Y vaya que la vida a veces podía ser una putada de tamaños incomprendidos, a falta de mejores palabras para describir el fenómeno.
Cuando la sirena se disculpó y retiró su mano para remover las lagrimas, el Lunarian acompañó la acción de ella con una propia: estiró el puño de su vestimenta hasta el centro de su palma, cubriéndola con tela que luego utilizó para secar las lagrimas de la chica con ese improvisado pañuelo. — No hay nada que disculpar, Asra. — Ya le había puesto un mote, aunque solo fuese una versión acortada de su propio nombre. Era rápido para eso; al grandullón de la armada revolucionaria le había puesto Umi sin siquiera conocerle personalmente. — Está bien derrumbarse de vez en cuando, es algo natural. — Pausó por un momento, utilizando la que ahora era su mano libre para colocarla sobre la coronilla femenina, acariciando y revolviendo suave su cabello intentando reconfortarla. — Es algo bueno y necesario para todos, es lo que nos diferencia de los objetos inanimados: Sentir. Y todos necesitamos dejar salir nuestros sentimientos de vez en cuando. — Pausó un segundo, sin detener los movimientos de su mano. — Gracias por tener el valor para compartírmelo. De primera mano sé... Sé muy bien lo doloroso que puede ser. —
La mano del Lunarian se removió de la espalda de Asradi cuando ella nuevamente cubrió su mitad superior con sus vestimentas, a lo que él ahora descansaría sus manos sobre su propio regazo mientras ella se giraba para mostrar su rostro. Agrietado, forzado, no hacía falta tener ojo de halcón o conocerla de una vida para saber el desordenado tumulto de asfixiantes emociones que recorrían su interior en un momento. Como tanto se había dicho en esta conversación: Le entendía perfectamente.
Negó con la cabeza al escucharla disculparse nuevamente. — No es ningún mal trago que no esté dispuesto a pasar por alguien que necesita un desahogo. ¡Además! Me has dado varias alegrías a lo largo del día, lo menos que puedo hacer es intentar poner de mi parte para ayudarte de vuelta, ¿no es así? — Mencionó, resumiendo su tono enérgico que buscaba contrarrestar bruscamente los sombríos colores que habían teñido la conversación. ¡Si algo se le daba bien, ese algo era sonreír fuerte! — Nunca permitas que nada te arrastre tan profundo que te olvides de cómo sonreír, ¿de acuerdo? Mientras puedas hinchar el pecho y sonreír, aunque cueste un poco, habrás ganado sin importar cuán alta sea la montaña. — Mencionó en un tono mas serio, aunque aún sosteniendo su expresión sonriente; contaba con una generosa cantidad de refranes de ese estilo.
La propuesta, aunque hubiese gustado de aceptarla para aprender más, esta vez ameritaba una negativa implícita. Quería seguir, pero no quería seguir cuando ella aún experimentaba los residuos de traumáticas emociones. Esta vez sin decir nada, tomó los utensilios de manos de la sirena con delicadeza y, con la misma energía, los dejó a un costado ligeramente apartados. Negó con la cabeza y, sin decir nada, extendió sus brazos lo más que pudo hacia los lados mientras todos sus dedos -menos su pulgar- se recogían hacia la palma en movimientos sincronizados casi rítmicos. Estaba ofreciendo, o incluso pidiendo, un fuerte abrazo de los que hacían maravillas al corazón y al alma.
Un movimiento osado por el poco tiempo que se conocían, pero que consideró necesario dadas las extraordinarias circunstancias. Era la clase de acción que ayudaba a cualquiera, más aún cuando te encontrabas con alguien con quien pudieras congeniar a tal nivel como para compartir experiencias del pasado que habían marcado la vida para mal.
Si Asradi aceptaba, pronto encontraría no solo los brazos de él rodeándola como haría cualquier otro en la misma acción, sino la adición de sus alas cerrándose alrededor de ámbos para cubrirlos del mundo. Era un diálogo no verbal, enteramente corporal, que le intentaba indicar que se encontraba a salvo, y que no había nada por lo cual temer ni en su presente ni en su futuro. Un pequeño espacio de descanso y relajación en el que podía destensarse y, aunque fuera por unos minutos, dejar libre cada preocupación y tormento que hostigaba su mente de manera opresiva.
Era la clase de ayuda que podía brindar: Reafirmarle sin dubitar que todo estaría bien, y que podía ver a las estrellas esperando un mañana cada vez mas iluminado.
Cuando la sirena se disculpó y retiró su mano para remover las lagrimas, el Lunarian acompañó la acción de ella con una propia: estiró el puño de su vestimenta hasta el centro de su palma, cubriéndola con tela que luego utilizó para secar las lagrimas de la chica con ese improvisado pañuelo. — No hay nada que disculpar, Asra. — Ya le había puesto un mote, aunque solo fuese una versión acortada de su propio nombre. Era rápido para eso; al grandullón de la armada revolucionaria le había puesto Umi sin siquiera conocerle personalmente. — Está bien derrumbarse de vez en cuando, es algo natural. — Pausó por un momento, utilizando la que ahora era su mano libre para colocarla sobre la coronilla femenina, acariciando y revolviendo suave su cabello intentando reconfortarla. — Es algo bueno y necesario para todos, es lo que nos diferencia de los objetos inanimados: Sentir. Y todos necesitamos dejar salir nuestros sentimientos de vez en cuando. — Pausó un segundo, sin detener los movimientos de su mano. — Gracias por tener el valor para compartírmelo. De primera mano sé... Sé muy bien lo doloroso que puede ser. —
La mano del Lunarian se removió de la espalda de Asradi cuando ella nuevamente cubrió su mitad superior con sus vestimentas, a lo que él ahora descansaría sus manos sobre su propio regazo mientras ella se giraba para mostrar su rostro. Agrietado, forzado, no hacía falta tener ojo de halcón o conocerla de una vida para saber el desordenado tumulto de asfixiantes emociones que recorrían su interior en un momento. Como tanto se había dicho en esta conversación: Le entendía perfectamente.
Negó con la cabeza al escucharla disculparse nuevamente. — No es ningún mal trago que no esté dispuesto a pasar por alguien que necesita un desahogo. ¡Además! Me has dado varias alegrías a lo largo del día, lo menos que puedo hacer es intentar poner de mi parte para ayudarte de vuelta, ¿no es así? — Mencionó, resumiendo su tono enérgico que buscaba contrarrestar bruscamente los sombríos colores que habían teñido la conversación. ¡Si algo se le daba bien, ese algo era sonreír fuerte! — Nunca permitas que nada te arrastre tan profundo que te olvides de cómo sonreír, ¿de acuerdo? Mientras puedas hinchar el pecho y sonreír, aunque cueste un poco, habrás ganado sin importar cuán alta sea la montaña. — Mencionó en un tono mas serio, aunque aún sosteniendo su expresión sonriente; contaba con una generosa cantidad de refranes de ese estilo.
La propuesta, aunque hubiese gustado de aceptarla para aprender más, esta vez ameritaba una negativa implícita. Quería seguir, pero no quería seguir cuando ella aún experimentaba los residuos de traumáticas emociones. Esta vez sin decir nada, tomó los utensilios de manos de la sirena con delicadeza y, con la misma energía, los dejó a un costado ligeramente apartados. Negó con la cabeza y, sin decir nada, extendió sus brazos lo más que pudo hacia los lados mientras todos sus dedos -menos su pulgar- se recogían hacia la palma en movimientos sincronizados casi rítmicos. Estaba ofreciendo, o incluso pidiendo, un fuerte abrazo de los que hacían maravillas al corazón y al alma.
Un movimiento osado por el poco tiempo que se conocían, pero que consideró necesario dadas las extraordinarias circunstancias. Era la clase de acción que ayudaba a cualquiera, más aún cuando te encontrabas con alguien con quien pudieras congeniar a tal nivel como para compartir experiencias del pasado que habían marcado la vida para mal.
Si Asradi aceptaba, pronto encontraría no solo los brazos de él rodeándola como haría cualquier otro en la misma acción, sino la adición de sus alas cerrándose alrededor de ámbos para cubrirlos del mundo. Era un diálogo no verbal, enteramente corporal, que le intentaba indicar que se encontraba a salvo, y que no había nada por lo cual temer ni en su presente ni en su futuro. Un pequeño espacio de descanso y relajación en el que podía destensarse y, aunque fuera por unos minutos, dejar libre cada preocupación y tormento que hostigaba su mente de manera opresiva.
Era la clase de ayuda que podía brindar: Reafirmarle sin dubitar que todo estaría bien, y que podía ver a las estrellas esperando un mañana cada vez mas iluminado.