Balagus
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16-10-2024, 10:52 PM
“¿Sonreír? ¿A quién? ¿Para qué? La sonrisa no es más que un gesto de falsa amistad y confianza. Entre los animales y las bestias, enseñar los dientes es una amenaza, al fin y al cabo.”
El oni se mantuvo estoico e impasible, negándose a mostrar un ápice de emoción a las palabras de su capitán, ni a la sarcástica réplica de Dharkel. Sus ojos, por otro lado, no se movieron de la aldea frente a ellos. Era una población mucho más pequeña de lo que se había imaginado, y mucho, mucho más rústica y sencilla de lo que esperaba. Casi… casi sentía que podía sentirse medianamente cómo allí, al contrario de lo que se le había aconsejado.
Demostrando un mayor interés por aquella piña de cabañas en medio del bosque del que sus compañeros, especialmente Silver, considerarían normal en él, Balagus guardó su hacha y se encaminó con largas zancadas hacia el poblado. Sus dos compañeros no tardaron en recuperar terreno y ponerse a la par, especialmente Dharkel, quien parecía haber dejado atrás sus náuseas rápidamente y recuperaba fuerzas a gran velocidad sintiendo la tierra bajo sus pies. O al menos, eso creía el contramaestre.
Dejando sin respuesta los posibles comentarios o las preguntas de sus camaradas, anduvo con ellos entre las casas de madera recibiendo, como era costumbre, las miradas sorprendidas, extrañadas, y asustadas, de los pueblerinos locales. El enorme guerrero, no obstante, no les prestó la más mínima atención: era normal que las alimañas observaran con temor y preocupación el paso de un predador dominante por su zona. Éstas tenían suerte, pues, aunque Balagus tenía hambre, aún no era suficiente como para plantearse cazar a tan indefensas criaturillas. Pero sí como para distraerse con el olor que le llegó al cruzar una calle principal, ya cerca de lo que parecía ser el edificio más grande del pueblo.
Sin pensárselo dos veces, el oni giró hacia su derecha, dejando de lado a sus dos compañeros y rastreando el origen del inconfundible aroma. No le preocupaba separarse de ellos: no temía agresión alguna allí, así como tampoco que ellos le perdieran el rastro, o que él perdiera el de ellos. Al fin y al cabo, un individuo de sus características físicas no era precisamente fácil de pasar por alto, y Balagus sentía que, allá donde escuchara una retahíla de palabrería melosa y rebuscada, encontraría a su capitán.
El dueño de la tienda frente a la que se detuvo le miró de arriba abajo, más confundido y extrañado que atemorizado. Parecía un hombre fuerte, mayor, pero aún con energía y voluntad. Su piel y sus ojos mostraban los signos inequívocos de un cazador experimentado, así como las piezas de carne, tanto cocinadas como crudas, expuestas en su mostrador al aire libre junto a la puerta de su casa.
- No me suena tu cara. – Observó el hombre, secándose la calva con una mano y limpiándose la otra en su delantal de cuero, aunque, dada la cantidad de manchas de sangre y fluidos que la decoraban, era difícil saber qué limpiaba qué. – Pero has dado con la mejor carne del pueblo, sin duda. ¿Qué se te ofrece? –
- Estas piezas, ¿son de venado? – Respondió Balagus, sin darle mucha importancia a la pregunta que le acababan de hacer, ni a las observaciones realizadas. Tenía una idea bastante clara del origen de los dados de carne asada ensartados en un pincho de madera bien afilada a los que estaba señalando con la mano, pero quería comprobar la honestidad del mercader.
- Les has echado el ojo, ¿verdad? Sí, son de ciervo. De los pocos que tenemos por aquí, todavía. Se esconden más y más en los bosques cada vez. –
- ¿Qué otras carnes tenéis? –
- Bueno, hay mucho conejo y mucha liebre, eso tenlo seguro. También hay lobos, y algunas aves, pero no sirven más que para estofados. Y bueno, aparte de la caza, hay bastante pescado por aquí… -
- ¿No hay jabalís por aquí? – Interrumpió el oni, extrañado. Por lo que había podido comprobar de los bosques locales durante el paseo previo, si tenían ciervos, era de esperar que hubiera una nutrida cantidad salvaje de jabalís.
- Eeeh… bueno, sí. Teníamos. Pero hace unos meses apareció uno… uno muy grande y agresivo. Mató a todos los machos de la zona, y se llevó a las hembras a su guarida, por allá en el bosque. – El viejo alargó el brazo hacia una dirección en la espesura. No sabía exactamente por qué, pero el guerrero sintió que había algo importante hacia allí, pero no lo recordaba del todo. – Desde entonces, no ha salido de allá, ni hemos vuelto a ver ninguno de su raza por aquí. Una pena, la verdad. Deberías haber probado el guiso de la vieja Judith. -
El oni se mantuvo estoico e impasible, negándose a mostrar un ápice de emoción a las palabras de su capitán, ni a la sarcástica réplica de Dharkel. Sus ojos, por otro lado, no se movieron de la aldea frente a ellos. Era una población mucho más pequeña de lo que se había imaginado, y mucho, mucho más rústica y sencilla de lo que esperaba. Casi… casi sentía que podía sentirse medianamente cómo allí, al contrario de lo que se le había aconsejado.
Demostrando un mayor interés por aquella piña de cabañas en medio del bosque del que sus compañeros, especialmente Silver, considerarían normal en él, Balagus guardó su hacha y se encaminó con largas zancadas hacia el poblado. Sus dos compañeros no tardaron en recuperar terreno y ponerse a la par, especialmente Dharkel, quien parecía haber dejado atrás sus náuseas rápidamente y recuperaba fuerzas a gran velocidad sintiendo la tierra bajo sus pies. O al menos, eso creía el contramaestre.
Dejando sin respuesta los posibles comentarios o las preguntas de sus camaradas, anduvo con ellos entre las casas de madera recibiendo, como era costumbre, las miradas sorprendidas, extrañadas, y asustadas, de los pueblerinos locales. El enorme guerrero, no obstante, no les prestó la más mínima atención: era normal que las alimañas observaran con temor y preocupación el paso de un predador dominante por su zona. Éstas tenían suerte, pues, aunque Balagus tenía hambre, aún no era suficiente como para plantearse cazar a tan indefensas criaturillas. Pero sí como para distraerse con el olor que le llegó al cruzar una calle principal, ya cerca de lo que parecía ser el edificio más grande del pueblo.
Sin pensárselo dos veces, el oni giró hacia su derecha, dejando de lado a sus dos compañeros y rastreando el origen del inconfundible aroma. No le preocupaba separarse de ellos: no temía agresión alguna allí, así como tampoco que ellos le perdieran el rastro, o que él perdiera el de ellos. Al fin y al cabo, un individuo de sus características físicas no era precisamente fácil de pasar por alto, y Balagus sentía que, allá donde escuchara una retahíla de palabrería melosa y rebuscada, encontraría a su capitán.
El dueño de la tienda frente a la que se detuvo le miró de arriba abajo, más confundido y extrañado que atemorizado. Parecía un hombre fuerte, mayor, pero aún con energía y voluntad. Su piel y sus ojos mostraban los signos inequívocos de un cazador experimentado, así como las piezas de carne, tanto cocinadas como crudas, expuestas en su mostrador al aire libre junto a la puerta de su casa.
- No me suena tu cara. – Observó el hombre, secándose la calva con una mano y limpiándose la otra en su delantal de cuero, aunque, dada la cantidad de manchas de sangre y fluidos que la decoraban, era difícil saber qué limpiaba qué. – Pero has dado con la mejor carne del pueblo, sin duda. ¿Qué se te ofrece? –
- Estas piezas, ¿son de venado? – Respondió Balagus, sin darle mucha importancia a la pregunta que le acababan de hacer, ni a las observaciones realizadas. Tenía una idea bastante clara del origen de los dados de carne asada ensartados en un pincho de madera bien afilada a los que estaba señalando con la mano, pero quería comprobar la honestidad del mercader.
- Les has echado el ojo, ¿verdad? Sí, son de ciervo. De los pocos que tenemos por aquí, todavía. Se esconden más y más en los bosques cada vez. –
- ¿Qué otras carnes tenéis? –
- Bueno, hay mucho conejo y mucha liebre, eso tenlo seguro. También hay lobos, y algunas aves, pero no sirven más que para estofados. Y bueno, aparte de la caza, hay bastante pescado por aquí… -
- ¿No hay jabalís por aquí? – Interrumpió el oni, extrañado. Por lo que había podido comprobar de los bosques locales durante el paseo previo, si tenían ciervos, era de esperar que hubiera una nutrida cantidad salvaje de jabalís.
- Eeeh… bueno, sí. Teníamos. Pero hace unos meses apareció uno… uno muy grande y agresivo. Mató a todos los machos de la zona, y se llevó a las hembras a su guarida, por allá en el bosque. – El viejo alargó el brazo hacia una dirección en la espesura. No sabía exactamente por qué, pero el guerrero sintió que había algo importante hacia allí, pero no lo recordaba del todo. – Desde entonces, no ha salido de allá, ni hemos vuelto a ver ninguno de su raza por aquí. Una pena, la verdad. Deberías haber probado el guiso de la vieja Judith. -