Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, eran las únicas palabras que ocupaban mi mente en este momento, mientras corría a todo lo que daba mi cuerpo para llegar al punto de reunión. Vale que no estaba acostumbrado a la tranquilidad del mar del este, del sitio en el que venía no se podía dormir a pierna suelta, mas debía ser responsable. Recriminandome a mi mismo continué el paso lo más rápido que pude.
Ahí estaba, frente al almacén acordado, descansando posando sus manos sobre sus cuadriceps. Sentía que el alma quería abandonar mi cuerpo, estaba acostumbrado a ejercicios de cardio, pero el sentido de urgencia y agobio, sumado al tener que activarme medio dormido, hizo que la sudada de aquella mañana fuese más húmeda que de costumbre. A pesar del incidente, una sonrisa brotó de mi rostro, e incorporándome y secándome el sudor que caía por mi barbilla con la muñeca, pensé que al menos, había calentado y estaba listo para llevar a cabo el trabajo.
Siendo sincero, estaba seguro de que trabajar de mercenario para vete tu a saber quien, no sería algo de lo que aquella figura de mi pasado estaría orgulloso, pero necesitaba el dinero, iba a acabar desnutrido si seguía viviendo a base de sobras. Con esto en mente, y haciendo un pequeño gesto de "perdón" para que el de arriba fuese comprensivo, abrí la puerta, y tras entrar cerré con un golpe de tacón.
Las instrucciones parecían haber acabado, el resto de los contratados estaban reunidos en el almacén, gracias a mi oido pude darme cuenta de que ya estaban planeando como asaltar el barco. Aunque me hizo perder el hilo de la conversación ver a un lobo de dos patas bailando y, ¿un oso? comiendo una rama de bambú. Con una expresión de asombro cual niño, me acerqué con paso firme, y sin poder evitarlo, una vez estuve lo suficientemente cerca, rapidamente me quité los guantes, y agarrándolos con los dientes, froté el pelaje del brazo del perro y la espalda del panda.
Me quedé disfrutando de la textura hasta que capté su atención, me avergoncé por un instante y aproveché el volver a ponerme los guantes para esconder mis sonrojadas mejillas. Solté una pequeña carcajada falsa para quitarle importancia al acto que podría considerarse acoso e invasión del espacio personal, e intentando sonar amigable dije.
No pude evitarlo, ahora mismo, por desgracia mi atención estaba bastante más enfocada en saber que eran esos peluditos, que en la misión que me daría de comer. Nunca tuve remedio, cuestionar absolutamente todo era mi pasión, y ver algo así con mis propios ojos podía con todo, siempre fui así y no iba a empezar a cambiarlo ahora.
Ahí estaba, frente al almacén acordado, descansando posando sus manos sobre sus cuadriceps. Sentía que el alma quería abandonar mi cuerpo, estaba acostumbrado a ejercicios de cardio, pero el sentido de urgencia y agobio, sumado al tener que activarme medio dormido, hizo que la sudada de aquella mañana fuese más húmeda que de costumbre. A pesar del incidente, una sonrisa brotó de mi rostro, e incorporándome y secándome el sudor que caía por mi barbilla con la muñeca, pensé que al menos, había calentado y estaba listo para llevar a cabo el trabajo.
Siendo sincero, estaba seguro de que trabajar de mercenario para vete tu a saber quien, no sería algo de lo que aquella figura de mi pasado estaría orgulloso, pero necesitaba el dinero, iba a acabar desnutrido si seguía viviendo a base de sobras. Con esto en mente, y haciendo un pequeño gesto de "perdón" para que el de arriba fuese comprensivo, abrí la puerta, y tras entrar cerré con un golpe de tacón.
Las instrucciones parecían haber acabado, el resto de los contratados estaban reunidos en el almacén, gracias a mi oido pude darme cuenta de que ya estaban planeando como asaltar el barco. Aunque me hizo perder el hilo de la conversación ver a un lobo de dos patas bailando y, ¿un oso? comiendo una rama de bambú. Con una expresión de asombro cual niño, me acerqué con paso firme, y sin poder evitarlo, una vez estuve lo suficientemente cerca, rapidamente me quité los guantes, y agarrándolos con los dientes, froté el pelaje del brazo del perro y la espalda del panda.
Me quedé disfrutando de la textura hasta que capté su atención, me avergoncé por un instante y aproveché el volver a ponerme los guantes para esconder mis sonrojadas mejillas. Solté una pequeña carcajada falsa para quitarle importancia al acto que podría considerarse acoso e invasión del espacio personal, e intentando sonar amigable dije.
No pude evitarlo, ahora mismo, por desgracia mi atención estaba bastante más enfocada en saber que eran esos peluditos, que en la misión que me daría de comer. Nunca tuve remedio, cuestionar absolutamente todo era mi pasión, y ver algo así con mis propios ojos podía con todo, siempre fui así y no iba a empezar a cambiarlo ahora.