Asradi
Völva
17-10-2024, 12:46 PM
La conversación era tan fluida y tan natural que no tardó en sentirse demasiado a gusto, mientras intercambiaban opiniones, impresiones o, simplemente, momentos cortos de silencio donde la sirena se deleitaba contemplando las facciones y los gestos de Octojin. Donde podía sentir que era aceptada y querida y, lo más importante: olvidarse por unos momentos de esa carga que siempre llevaba sobre los hombros. El sentirse segura en ese lugar, con él. Fue todo esto, quizás, lo que hizo que, por fin, el cansancio y toda la adrenalina de las horas anteriores, fuesen venciéndola hasta que se quedó dormida, allí sentada como estaba y enrollada en una de las mantas que Octojin le había proporcionado y compartido. No se dió de cuenta ni de cuando el habitante del mar la fue tumbando sobre la cama, con una delicadeza que no parecía propia de alguien tan grande como él. Una vez acomodada, soltó un suspiro quedo antes de arrebujarse un poco más en la manta que la cubría. La caricia posterior fue algo que, aunque no sintió de manera consciente, sí lo hizo en sueños, arrancándole una pequeña sonrisa.
Las horas posteriores, curiosamente, fueron tranquilas para ella. Generalmente solía tener sueños inquietantes, como amenazantes premoniciones que se arremolinaban en torno a la sirena como una sombra agobiante y asfixiante. Los primeros minutos sí fueron así, pero el sentir la presencia y la compañía del escualo cerca de ella, prácticamente a su lado, fueron suficientes para que esa zozobra convirtiese su interior en un mar en calma. No supo cuántas horas durmió, seguramente no las suficientes, cuando sintió, tiempo después, la pesada pero suave mano del escualo apoyándose y acariciando uno de sus hombros desnudos fue suficiente como para despertarla de manera suave.
— Cinco minutitos más... — Musitó un poco amodorrada, aunque no tardó en sonreír de manera muy suave. Se acurrucó ligeramente, aunque parte de su aleta caudal asomaba por uno de los bordes de la manta, de forma adorable.
De hecho, aprovechó eses momentos que había pedido no para volver a dormir, sino para contemplar como Octojin parecía colocar y ordenar una mesa con algo para desayunar. Se había afanado hasta en eso, y no pudo evitar soltar una risita muy suave que ahogó un poco bajo la manta. Cuando él regresó, otorgándole ese beso en la frente, fue que Asradi terminó por desperezarse. Se soltó un poco el cabello y se lo agitó apenas con una mano para terminar de liberarlo y acomodarlo de manera natural. Se frotó apenas los ojos y, finalmente, se vió con el desayuno casi delante, perfectamente colocado.
— ¿A qué hora te levantaste? — Preguntó, sospechando que el escualo había madrugado demasiado para, seguramente, ir a buscar aquella comida. Se arrimó un poco para darle un pequeño puñete en el brazo. No doloroso, sino más bien suave. — No eres invasivo, es un detalle lo que has hecho. — Nunca antes había recibido el desayuno en la cama.
De hecho, ¿hacía cuanto tiempo que desayunaba como era debido? O, más bien, que se lo ofrecían de esa manera. Los ojos azules de la sirena eran, ahora, un precioso faro que se iluminaba, emocionado por la situación en sí. De hecho, fue ella la que le dió un beso en la mejilla, a modo de agradecimiento, y luego se desperezó con total naturalidad.
— ¿Sabes que eres el primero que me trae el desayuno a la cama? — Dijo, medio en broma y medio en serio, sintiéndose lo completamente relajada y libre como para olvidarse, en ese momento, de todos sus problemas y todo lo que la acechaba por detrás. Dió un saltito gracioso para salir de la cama, tras haber dejado la manta a un costado.
No habían sido demasiadas horas de sueño, pero ya estaba acostumbrada a ello. Y estaba hambrienta.
— Quizás hoy el día esté más tranquilo en el mercado. — Mencionó, mientras untaba un pan tostado con mantequilla. El olor del café caliente, recién hecho, despertaba sus sentidos. Lo bien que le venía ahora, es que no tenía nombre. Y después una buena ducha y ya sería persona. O sirena en este caso. No quería tampoco abusar de la hospitalidad de Octojin, pero todo aquello le nacía. Como si fuese lo más natural del mundo estar compartiendo con él ese tipo de cosas y situaciones.
Le miró agradecida, de manera suave y le dedicó una nueva sonrisa de la misma índole. Cómoda, relajada, con ese cariño inherente que sentía por el escualo.
— Todavía tengo que aprovisionarme y preparar algunos medicamentos. ¿Podría usar esta habitación para ello? Te prometo que no te molestaré. — Porque, simplemente, ese lugar era más seguro que hacerlo en cualquier callejón.
Además, luego tendría que revisarle el hombro, y ella volver a echar un vistazo a la quemadura que también tenía en el costado. Pero, primordialmente, se centraría en Octojin. Sentía todavía ese cosquilleo, ese sentimiento cálido llenándole el pecho cada vez que él le miraba. Nunca antes había tenido este tipo de sentimiento por nadie. En realidad, nunca se había permitido sentir nada desde que había sido capturada y esclavizada. Era como si sintiese que no tenía derecho a ello. Pero ahora... Ahora todo estaba siendo distinto.
Era Octojin el que se estaba convirtiendo no solo en su esperanza, en su vía de escape. Sino también en alguien a quien quería cuidar y proteger. Alguien a quien amar de manera incondicional.
Las horas posteriores, curiosamente, fueron tranquilas para ella. Generalmente solía tener sueños inquietantes, como amenazantes premoniciones que se arremolinaban en torno a la sirena como una sombra agobiante y asfixiante. Los primeros minutos sí fueron así, pero el sentir la presencia y la compañía del escualo cerca de ella, prácticamente a su lado, fueron suficientes para que esa zozobra convirtiese su interior en un mar en calma. No supo cuántas horas durmió, seguramente no las suficientes, cuando sintió, tiempo después, la pesada pero suave mano del escualo apoyándose y acariciando uno de sus hombros desnudos fue suficiente como para despertarla de manera suave.
— Cinco minutitos más... — Musitó un poco amodorrada, aunque no tardó en sonreír de manera muy suave. Se acurrucó ligeramente, aunque parte de su aleta caudal asomaba por uno de los bordes de la manta, de forma adorable.
De hecho, aprovechó eses momentos que había pedido no para volver a dormir, sino para contemplar como Octojin parecía colocar y ordenar una mesa con algo para desayunar. Se había afanado hasta en eso, y no pudo evitar soltar una risita muy suave que ahogó un poco bajo la manta. Cuando él regresó, otorgándole ese beso en la frente, fue que Asradi terminó por desperezarse. Se soltó un poco el cabello y se lo agitó apenas con una mano para terminar de liberarlo y acomodarlo de manera natural. Se frotó apenas los ojos y, finalmente, se vió con el desayuno casi delante, perfectamente colocado.
— ¿A qué hora te levantaste? — Preguntó, sospechando que el escualo había madrugado demasiado para, seguramente, ir a buscar aquella comida. Se arrimó un poco para darle un pequeño puñete en el brazo. No doloroso, sino más bien suave. — No eres invasivo, es un detalle lo que has hecho. — Nunca antes había recibido el desayuno en la cama.
De hecho, ¿hacía cuanto tiempo que desayunaba como era debido? O, más bien, que se lo ofrecían de esa manera. Los ojos azules de la sirena eran, ahora, un precioso faro que se iluminaba, emocionado por la situación en sí. De hecho, fue ella la que le dió un beso en la mejilla, a modo de agradecimiento, y luego se desperezó con total naturalidad.
— ¿Sabes que eres el primero que me trae el desayuno a la cama? — Dijo, medio en broma y medio en serio, sintiéndose lo completamente relajada y libre como para olvidarse, en ese momento, de todos sus problemas y todo lo que la acechaba por detrás. Dió un saltito gracioso para salir de la cama, tras haber dejado la manta a un costado.
No habían sido demasiadas horas de sueño, pero ya estaba acostumbrada a ello. Y estaba hambrienta.
— Quizás hoy el día esté más tranquilo en el mercado. — Mencionó, mientras untaba un pan tostado con mantequilla. El olor del café caliente, recién hecho, despertaba sus sentidos. Lo bien que le venía ahora, es que no tenía nombre. Y después una buena ducha y ya sería persona. O sirena en este caso. No quería tampoco abusar de la hospitalidad de Octojin, pero todo aquello le nacía. Como si fuese lo más natural del mundo estar compartiendo con él ese tipo de cosas y situaciones.
Le miró agradecida, de manera suave y le dedicó una nueva sonrisa de la misma índole. Cómoda, relajada, con ese cariño inherente que sentía por el escualo.
— Todavía tengo que aprovisionarme y preparar algunos medicamentos. ¿Podría usar esta habitación para ello? Te prometo que no te molestaré. — Porque, simplemente, ese lugar era más seguro que hacerlo en cualquier callejón.
Además, luego tendría que revisarle el hombro, y ella volver a echar un vistazo a la quemadura que también tenía en el costado. Pero, primordialmente, se centraría en Octojin. Sentía todavía ese cosquilleo, ese sentimiento cálido llenándole el pecho cada vez que él le miraba. Nunca antes había tenido este tipo de sentimiento por nadie. En realidad, nunca se había permitido sentir nada desde que había sido capturada y esclavizada. Era como si sintiese que no tenía derecho a ello. Pero ahora... Ahora todo estaba siendo distinto.
Era Octojin el que se estaba convirtiendo no solo en su esperanza, en su vía de escape. Sino también en alguien a quien quería cuidar y proteger. Alguien a quien amar de manera incondicional.